Las relaciones humanas requieren de ficciones convenidas, la mayoría de ellas con efecto balsámico. No se podría convivir con alguien que dice todo el tiempo la verdad. Pero eso no significa que esté mintiendo. Muchas veces utilizamos convencionalismos para iniciar una conversación o para mostrarnos amables con nuestros pares. “¿Cómo está usted?. Yo, bien. ¿usted?. También bien, gracias por preguntar”, podría ser un convencionalismo típico de intercambio de información que no nos es necesaria, sólo responde a una cortesía. Pero no estamos mintiendo. Solo que consideramos inoportuno o innecesario ante la pregunta de un conocido soltarle sin preámbulos: “¿Qué cómo estoy? Mal, me estoy por separar. Tengo migrañas constantes y hay días que tengo muchos gases. En el trabajo en cualquier momento me echan y para peor, no tengo excusas. He exagerado mi currículum, no entiendo mi trabajo, y tampoco a mi esposa”.
Está claro que todos
mentimos o exageramos, o simplemente no informamos. Pero el problema se genera
cuando al adobar las relaciones, nos mostramos por encima de nuestras
verdaderas posibilidades, y puede ocurrir que el grado de mentira o exageración
nos termine superando. Nos convertimos en impostores. Y en la sociedad de hoy,
la impostura es moneda corriente. Todo el tiempo transitamos personajes, de
carne y hueso pero que se quieren parecer a personajes de ficción. Y mienten, y
exageran, y manipulan. No hace falta bucear mucho en la memoria para descubrir
a un impostor. Abrimos la prensa, prendemos el televisor y miramos un
telediario o un programa de chimentos y llueven a montones. Y sentimos
vergüenza ajena.
En nuestros grupos afines
siempre tenemos un estereotipo del mentiroso, exagerado, fanfarrón, agrandado, chanta
o jeta. No falta en ningún grupo humano. Muchos de ellos son entrañables, son
el alma de nuestras reuniones, son aquellos que con sus exageraciones y
aspavientos nos permiten llenar horas y charlas de sobremesa. También tenemos a
aquel que cada vez que se nos acerca con alguna historia, tememos que quiera
engañarnos o quitarnos algo que es nuestro. A esos los tenemos a distancia, nos
resistimos a otorgarles nuestra confianza y mucho menos nuestra tarjeta de
crédito.
La historia de hoy
encierra a un mentiroso e impostor. El
personaje en cuestión es italiano y al trascender su historia, fue denominado
como “el campeón italiano de la mentira”. La noticia me llegó a través del
diario El país hace ya un par de años. Me pareció increíble, pero como en
aquella época no lograba más que acopiar información a la espera de poder
escribir algún día, fue reposando en mi interior (y en el disco duro de la
compu) y recién hoy la desempolvo y la comparto. Mantiene vigencia porque al
día de hoy, cuando descubrimos a un mentiroso, este no se da por vencido, deja
que capee el temporal un par de días y continua impertérrito con su personaje.
Lo malo es que muchos de ellos son presidentes, reyes, jefes de gobierno,
ministros, diputados, senadores o alcaldes. En fin…
El 26 de febrero de 2010,
una periodista italiana del diario La Repubblica, Paola Zanuttini, entrevistó a
Philipp Roth con motivo de la publicación de “La humillación”, la novela que difundía
en ese momento el autor americano, eterno candidato al Premio Nobel todos los
años a causa de su prolífera obra. Al final de la entrevista, la periodista le
trasladó una curiosidad: “-¿Por casualidad está insatisfecho con Barack Obama?
En una entrevista que usted ofreció a un diario italiano, Libero, resulta que
lo mencionó como antipático, además de ineficaz y deslumbrado por los
mecanismos del poder”. La respuesta de Roth fue contundente: “-¡Pero si nunca
he dicho una cosa semejante! Es grotesco. Escandaloso. Es lo contrario de lo
que pienso. Considero que Obama es fantástico. Y encuentro al ataque al que le
someten los republicanos muy parecido al que sufrió Roosevelt (…) Estoy muy
molesto con esas declaraciones que me han atribuido. Nunca he hablado con ese
Libero. Desmienta todo. Ahora mismo llamo a mi agente”.
Y llamó. Y además, se
dedicó a investigar. Y encontró varias supuestas entrevistas realizadas con su
nombre. Y le pasó el dato a otros escritores, como John Grisham, quien inició
acciones legales contra el entrevistador. La noticia se difundió por los
distintos medios italianos y el director del tabloide conservador Libero tuvo
que pedir disculpas al tiempo que se desligó de la responsabilidad
trasladándosela al autor de la entrevista, un freelance que colaboraba
ocasionalmente con el tabloide. Y parecía asunto concluido, ya que en Italia
parece no ser noticia la impostura. Acostumbrados a noticias inventadas o
falsas, a chantajes realizados desde la prensa o desde los medios al alcance
del gobierno de turno, ya nada llama la atención. Y mucho menos, una entrevista
del suplemento cultural.
Pero Roth traspasa
fronteras. Y Judith Thurman, escritora y periodista de The New Yorker se dedicó
a investigar a fondo y encontró más de sesenta entrevistas ficticias a
personajes de la literatura y del ámbito cultural a cargo del mismo impostor.
Todas las entrevistas eran publicadas en diarios que no tenían alcance nacional
y por cada una de ellas cobraba entre 20 y 40 euros. Desde 2006 al menos, la
mayoría de las entrevistas eran publicadas en Il Piccolo de Trieste, vaya
paradoja, la ciudad del escritor Claudio Magris.
La lista de entrevistados
podría sumirse en una breve recopilación de nombres para darnos cuenta de las
expectativas de este escritor al que no vamos a desvelar sus señas de
identidad, el que quiera saber más de él, google y la pista “el campeón
italiano de la mentira” les completarán la información. Además de Phillip Roth,
podemos mencionar a los Premio Nobel de literatura Toni Morrison, Gunter Grass,
Nadine Gordimer, Herta Müller, Mario
Vargas Llosa, José Saramago, V. S. Naipaul y J. Coetzee; también a Scott Turow, el mencionado John Grisham, Gore
Vidal, Wilbur Smith, Amos Oz, Abraham Yehoshua ó Meir Shalev. Fuera del ámbito literario,
se animó con Lech Walesa, Mijail Gorbachov, el Dalai Lama y Noam Chomsky. Al
momento de la aparición del descubrimiento gracias a Philipp Roth, confesó estar preparando una
gran entrevista con Gabriel García Márquez y tenía intención de “conversar” con
el papa Benedicto XVI.
Que hace tan especial la
noticia de este impostor freelance italiano. Es que entregó notas periodísticas
para distintos suplementos culturales a personalidades de la cultura, confiesa
haber adoptado su supuesta línea de pensamiento basándose en la investigación
de la literatura del personaje que presumía su manera de contestar o de pensar.
Sus entrevistas eran buenas, muchas de las respuestas eran brillantes, las
entrevistas tenían buen estilo, abundaban los pensamientos políticos intimistas
de los entrevistados y nunca faltaba una deliciosa descripción de las suites de
hoteles donde habitaban estas personalidades o sus salas de trabajo en algunos
hogares, además de ser conciso y detallado en el vestuario de su anfitrión. El
único detalle que arruina todo es que era ficción, todo inventado. John
Grisham, a pesar de su enojo y de su querella encaminada, parece haber
confesado que “no era una mala pieza de ficción”. Una vez desmantelada la
farsa, parecía el final del escritor de notas periodísticas. Pero no, el
mentiroso hoy no se entrega tan fácilmente.
En un principio, el
escritor italiano reaccionó negando las invenciones. Amenazó con denunciar a
Roth aduciendo tener pruebas y cintas que certificaban la veracidad de la
entrevista y de las respuestas del escritor americano. Con el paso de los días,
la denuncia no se llevó a cabo, las
cintas nunca se mostraron, pero el amigo comenzó a dar entrevistas y optó por
(adivinen que) culpar al nefasto mundo editorial al que estaba perteneciendo.
Ahora confesaba su impostura y lo hacía en aras de una convicción. “Mi idea era ser un periodista cultural serio
y honrado, pero eso en Italia es imposible”, su carta de presentación. “La información
en este país está basada en la falsificación. Todo cuela mientras sea favorable
a la línea editorial, mientras que el que habla sea uno de los nuestros. Yo,
simplemente, me presté a ese juego para poder publicar y lo jugué hasta el
final para denunciar ese estado de las cosas”.
A lo largo de las
entrevistas confesó que era periodista, que aspiraba a escribir en suplementos
culturales y que sus primeras entrevistas eran reales, pero al momento de
ofrecerla a los medios estos las desechaban con la excusa de que esas notas ya
las tenían cubiertas con su propio personal. Entonces se acercó a los pequeños
diarios de provincias. Se dio cuenta que si bien no pagaban mucho, solían
publicar todo lo que acercara. Una de las primeras entrevistas ficticias se la
hizo a Gore Vidal. La acercó al Jefe de Cultura de La Nazione y gustó tanto que
le conminaron a que no se podía bajar el nivel. Para el impostor esto fue una
señal clara de que sabían que eran inventadas, pero que no les interesaba,
querían los grandes nombres, soñaban con algo parecido a una primicia. Y
entonces dice haber aceptado el juego, los nombres fueron a más y él resume su
primer paso con un sintético “debían saber que eran falsas porque Gore Vidal no
recibe a cualquiera”.
En las mañanas era profesor
de literatura italiana y por las tardes se dedicaba a entablar conversaciones
con aquellas personalidades inaccesibles. Invariablemente las notas se
publicaban y hasta alguna de ellas tenían mención hasta en la página de los
titulares, para orgullo del simulador, que provenía de una familia de muy noble
tradición literaria por varias generaciones.
“Mi carrera en los diarios quizá ha terminado, pero mi trabajo no.
Quizá escriba nuevas entrevistas con seudónimo en algún periódico de gran
tirada. Y crearé una página web donde colgaré nuevos falsos”.
El encomillado arriba pertenece al impostor. Es decir que la farsa fue
desenmascarada pero no terminaron sus días de simulador. Ahora es él quien
denuncia la falsedad del sistema y propone un nuevo género. Teniendo en cuenta
que la mentira es tan habitual entre nosotros, el género hace rato parece estar
inventado.
Unos meses más tarde, el protagonista se hizo ver en las redes
sociales, donde suplantó a Mario Vargas Llosa en una supuesta página de Facebook
del escritor peruano. Esta vez pidió disculpas y justificó su nuevo accionar en
una llamada de atención a todos sobre los riesgos que contempla el mundo de
internet y de esa red social en especial. “Todo el mundo puede ser cualquiera y
decir en su nombre cualquier cosa”, afirmó al comparecer nuevamente ante la
prensa. La culpa ya no era solo de los medios y de la idiosincrasia italiana.
La culpa llega a internet y él promete seguir con sus denuncias. Y todas las
denuncias no destapan nada, creo que todos ya sabemos de casi todo.
Como el personaje no se detuvo aquí, e invadió casillas de correo
(hackeó a Umberto Eco), se especializó en noticias falsas y de pocos caracteres
en Twitter y hasta se adjudicó ser el que hizo circular la falsa foto de Hugo
Chávez entubado que entre otros, el Diario El País publicara, el personaje perdió
interés, al menos el mío. Que hubiera inventado un sinfín de notas para poder
sostener un trabajo periodístico podría suponer hasta algo fascinante. Mas cuando
las entrevistas tuvieran un buen nivel y buena aceptación ante los escasos
lectores de los suplementos literarios. Pero ese personaje que una vez descubierto
viene a mostrarse como víctima y quiere desenmascarar al mundo pérfido es
suficiente. Ni los italianos en ese caso y ni los españoles o argentinos en mi
mundo, lo necesitamos, tenemos un sinfín de especialistas. Si miramos el caso
Bárcenas o los eres (Expedientes de regulación de empleos) de la Junta de Andalucía
o los distintos discursos de los ministros Montoro o Wertz por estos lados; y
si miramos la tríada de videos de turno de algún candidato en Capital Federal que
hasta tiene su canción y emocionara por su historia de vida hace algunos años, sentiríamos
el hartazgo de esa manipulación e impostación y afán de protagonismo al que se
hace habitual ese ser tan mentiroso que habita dentro de un ser humano.
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