La
visita en avión a Varsovia generalmente comienza por Chopin. El aeropuerto F.
Chopin está situado aproximadamente a diez kilómetros del centro de la ciudad.
Para llegar, se recomienda el autobús 175 y bajarse en la parada Centrum. No es
difícil de localizar aunque desconozcas el idioma, ya que en el interior del
bus una pantalla gigante lateral irá cambiando de luces cada parada y te
marcará los minutos que restan para tu destino. Pero no es el único medio, por
la noche el N32 también te acercará al centro y si quieres, puedes utilizar el
tren para acercarte a la margen derecha del Vístula.
Fryderyk
Chopin está por todas partes. Su nombre se incluye en el aeropuerto pero
también en hoteles, una marca de vodka e incluso un asteroide recibió su nombre.
Se destaca como el mayor compositor de Polonia y su patria no lo olvida y lo
aprovecha. Chopin no nació en Varsovia, pero sus padres se instalaron en dicha
ciudad cuando Fryderyk cumplía su primer año. Comenzó a estudiar piano a los
cuatro años, fue educado en su casa hasta los trece antes de asistir al Liceo
de Varsovia y luego al Conservatorio de Música en la misma ciudad. Compuso su
primera obra a los siete años y hasta hoy es considerado como uno de los más
importantes compositores y pianistas de la historia.
Como
sucediera con su padre, Nokolaj Chopin, quien fuera un emigrado francés con
antecedentes familiares polacos, Fryderyk también supo abandonar su Polonia
amada luego del levantamiento polaco ante la dominación rusa y no regresar
jamás. Optó por radicarse en París, su carrera también necesitaba de una urbe
acorde con su genio ya que Varsovia no formaba parte de la élite musical, pero
siempre estuvo atento a los avatares de su país, sufriendo a diario por la
falta de libertad. A pesar de cambiar de nacionalidad y pasar a ser francés,
siempre fue considerado héroe nacional. De hecho, sus polonesas y mazurcas eran
percibidas como expresiones de patriotismo donde el autor expresaba su
“polaquismo”. Con su padre compartió un destino casi calcado, los dos
mantuvieron una relación epistolar, donde el padre escribía en francés desde
Varsovia y su hijo contestaba en polaco desde París.
Desde
pequeño sintió fobia hacia la muerte, quizás ante el temprano fallecimiento de
su hermana Emile. Análisis modernos de psiquiatría basados en su
correspondencia y memorias, sugieren que tenía cuadros depresivos y
esquizofrénicos. Y muchos expertos creen que sus grandes problemas de salud que
arrastrara desde pequeño eran a causa de esos desordenes internos, asegurando
que una tuberculosis nunca tratada derivó en tantas anomalías, de salud y de
carácter. Tras la caída de Varsovia en manos rusas, escribió una larga carta
descorazonadora donde entre otras cosas reflejaba: “La
muerte es el mejor acto del hombre, ¿y cuál es el peor? Nacer: lo más opuesto
que hay a lo mejor. Tengo razón en estar encolerizado por venir al mundo: ¿a
quién le sirve que yo exista?”.
Murió en octubre de 1849 a
los treinta y nueve años y su último deseo fue como un desesperado pedido, que
le abrieran su cuerpo para que no existiera la posibilidad de ser enterrado
vivo. Así fue concedido, se le extrajo el corazón y su hermana Ludwika fue la
encargada de llevarlo a Varsovia, a la Iglesia de Santa Cruz. Su cuerpo, en
tanto, descansa en el cementerio Père Lachaise, de París.
Al festejar el doscientos
aniversario de su nacimiento en 2010, en Varsovia se instalaron una serie de
bancos musicales en lugares significativos de la vida de Chopin. Contaban con
una inscripción que decía el por qué de la importancia del lugar para el
compositor y, si se pulsaba un botón, sonaba un fragmento de una de sus obras.
Como curiosidad, dos operarios se dedicaban exclusivamente a su mantenimiento y
recargaban la batería de cada banco una vez a la semana.
La música clásica forma
parte de la cultura de esta ciudad con dos millones de habitantes. Por eso
mientras paseas por la Ruta Real es habitual detenerte más de una vez para
deleitarte con los músicos callejeros, que con violín al hombro, tanto solistas
como agrupados con guitarristas o acordeonistas y con una precisión digna de
cámara, alegran el paso de los turistas hacia la ciudad vieja.
Varsovia, como toda ciudad
rica, ha sido castigada a lo largo de su historia. Ha padecido asedios,
conquistas, incendios y repartijas; unas veces eran suecos, otras veces
transilvanos, los napoleónicos conocieron el desfile por sus calles, sufrieron
a los rusos y fueron devastados por los alemanes. Era un trofeo preciado por
todos pero no dudaron en destruirla, como esos amores pasionales. La Segunda
Guerra Mundial la destruyó por completo. Pero se ha reconstruido, con
paciencia, fe, amor y entusiasmo, respetando la historia y aprovechando el
material fotográfico de archivo. Si te acercas a la Aleje Jerozolimskie 51 y
por la tarde, puedes adentrarte en el Fotoplastikon de Varsovia, donde una
colección de más de tres mil fotografías originales te permite reconocer a una
Varsovia a caballo entre dos siglos. Los varsovianos consideran al
Fotoplastikon un lugar mágico. Durante la ocupación, sirvió de lugar de
contacto para los conspiradores; y al terminar la guerra, alentó las esperanzas
de la reconstrucción al presentar las fotos en color de la hermosa Varsovia de
antes de la destrucción. En los años 50 y 60, los enamorados se citaban allí y
en el lugar se escuchaba el jazz, prohibido entonces en Polonia.
Pero nos mantenemos de
momento por la Ruta Real. Durante siglos se han levantado iglesias, palacios,
bellos jardines, embajadas y las mansiones de los magnates polacos. La calle
Krakowskie Przedmiéscie es una de las más elegantes de Varsovia y es una ruta
histórica que une el Castillo Real con los Palacios del Parque Lazienki
Królewskie y Wilanów. Antes de adentrarse en la Ciudad Vieja, el Stare Miasto,
este ameno recorrido nos permite sacar quizás las mejores fotos durante la
estancia en la ciudad.
La Ciudad Vieja es el
centro histórico y la parte más antigua de Varsovia y, al mismo tiempo, el
salón cultural de la Capital. Fundada en el siglo XIII como plaza fuerte ducal
y poblado rodeado de murallas. Durante la Segunda Guerra Mundial fue destruida
en un 90% pero reconstruida y en el año 1980 fue anotada a la Lista Mundial del
Patrimonio UNESCO. Hoy en día es un lugar de paseo lleno de vida, repleto de galerías,
cafeterías y restaurantes. Y en su interior, en el la Plaza del Mercado, habita
el monumento de la siguiente leyenda.
Desde hace siglos, la
sirena es el emblema de Varsovia. Cuando en los años 1811-1915 los ocupantes de
Polonia prohibieron el uso del escudo de Varsovia (luce un emblema con la forma
de un ser mitológico, primero mitad mujer, mitad pájaro, con el tiempo pez),
los varsovianos en masa, comenzaron a colocar la efigie de la sirena en los
espacios de la ciudad. De ahí que en la ciudad encontremos un incalculable
número de esta imagen: en las fachadas, en las balaustradas de los balcones, en
los zaguanes, en las farolas, en rótulos, en vitrales, etc. Ha sido
representada en esculturas y bajorrelieves. Se le han levantado monumentos y
los varsovianos sienten un gran apego por ellas.
Existen varias versiones
sobre la leyenda de la sirena de Varsovia. Según la más popular y que cuenta
con el apoyo de la totalidad de los guías turísticos, la sirena nadó desde el
mar Báltico hasta la ciudad a través del Vístula, y llegó a las cercanías de lo
que es hoy la Ciudad Vieja. Cuando salió a tierra firme para descansar, le
gustó tanto lo que vio que decidió establecerse definitivamente. Muy pronto,
los pescadores de la zona notaron que alguien agitaba las olas del río,
enredaban las redes y liberaba los peces de las nasas. Decididos a saldar
cuentas con el intruso, quedaron encantados con el canto de la sirena y luego
por su belleza, mitad mujer y mitad pez.
Al llegar noticias de ella
a un comerciante, éste no tardó en calcular los posibles beneficios que podría
ganar capturándola y convirtiéndola en atracción de ferias. La encerró en un
cobertizo sin acceso al agua. El hijo de un pescador escuchó su llanto y con
ayuda de amigos, la puso en libertad. La sirena, en señal de gratitud, prometió
a sus libertadores que en caso de necesidad, ellos también contarían con su
ayuda. Y desde entonces, la sirena de Varsovia, armada con su espada y un
escudo, defiende la ciudad y a sus habitantes.
Cambió varias veces de ubicación.
Los primeros setenta años se mantuvo en el mercado pero luego sucesivas
mudanzas la convirtieron en monumento itinerante. Regresó al Mercado en el año
2000. Su hermana más conocida es la Sirenita de Copenhague, quién este mismo
fin de semana cumple cien años en el puerto de Langelinie y es adorada por
turistas y daneses, pero al igual que la de Varsovia, también ha sufrido la ira
y aburrimiento de algunos vándalos, y corriendo la misma suerte que Varsovia,
supo de varias reconstrucciones y reformas a lo largo del tiempo. Hoy podemos
sentarnos en los bancos de la plaza del Mercado para fotografiar o ver como los
niños juegan con el agua de su fuente a una réplica, el original se encuentra
muy cerca, en el Museo de la Ciudad de Varsovia, pero nadie ha vuelto a
sentirle llorar por su encierro.
Nos alejamos un poco de la
Ruta Real y la Ciudad Vieja y nos acercamos al Ghetto de Varsovia, o a lo poco
que hoy queda de él. Creado el 16 de noviembre de 1940, fue cercado mediante un
muro de una altura de 3.5 metros y en una superficie de 307 hectáreas, donde se
encarceló a trescientos sesenta mil judíos de Varsovia y a noventa mil de los
alrededores de la capital. Cerca de cien mil murieron de hambre y de
enfermedades y trescientos mil fueron enviados al campo de exterminio en
Treblinka. Hoy el Ghetto es recordado por el trazado que conforman letreros en
hierro fundido empotrados en la acera. En veintiún lugares alrededores del
antiguo muro han sido colocadas placas con el mapa del ghetto.
Conocida como la “mujer
Schindler”, a Irena Sendler se le atribuye haber salvado la vida de unos 2.500
niños judíos del ghetto. Trabajadora social de la Iglesia en la época de la
ocupación nazi en 1939, fue una de los primeros miembros de la Zegota, el
Consejo Polaco de ayuda a los judíos, creado para ayudar a contrarrestar el
hambre, el tifus y demás enfermedades generadas en el ghetto, a causa de estar
hacinados y fundamentalmente, olvidados y tratados como animales por los nazis.
Su padre, médico de profesión, murió a causa del tifus, pero ella no quiso
saber nada con dar la espalda a su actividad de vocación y se metió de lleno en
el ghetto, aún recibiendo represalias y torturas.
Cuando los rumores de la
existencia de los campos de exterminio eran más que evidentes, Sandler pasó a
formar parte de la red de evacuación del ghetto. Los niños fueron evacuados en
maletas, ataúdes, bolsas o escapando por los drenajes de la ciudad. Tuvo que
convencer a los padres, que se resistían a creer que a pesar de tratarlos como
apestados, podrían llegar los nazis a matarlos en los campos. Tuvo que jurar
que idearía un mecanismo para que, terminada la guerra, los familiares
sobrevivientes pudieran encontrar a estos niños, que de un día para otro,
pasarían a ser católicos y vivir en hogares cercanos alejados de tanto horror.
Les enseño a rezar, a hacer la señal de la cruz y las mínimas palabras polacas
para reemplazar su hebreo y poder disimular en las barricadas nazis su origen.
Cumplió
su palabra y luego de la guerra y de sufrir ella mismo la prisión de Pawiak y
sus tormentos, dedicó su vida a reunir a esos niños con sus familiares.
Continuó su profesión de trabajadora social. En 1965 se convirtió en uno de los
primeros Gentiles Justos honrados por Israel, pero los líderes comunistas de
Polonia no le permitieron recoger el premio. En 2003 fue galardonada con el
premio más alto de Polonia, la Orden del Aguila Blanca y fue nominada para el
Premio Nobel de la Paz. Falleció en 2008, a los noventa y ocho años y en
Polonia, nadie olvidará nunca su apodo, “El ángel del Ghetto de Varsovia”; para
muchos, ella representa como otros, pero no como Schlinder, el alma de los que
se resistieron a la dominación, destrucción y degradación nazi.
El
19 de febrero de de 2001 comenzó el rodaje de El pianista, de Roman Polanski.
El director, nacido en Cracovia, no se animó a reflejar en un film la realidad
del Ghetto de Cracovia, de la cual fue víctima en su niñez, pero si nos
permitió conocer una película increíble filmada en las calles de Varsovia.
Basada en la novela biográfica de Wladsylaw Szpilman, de 1945 y titulada
“Muerte de una ciudad”, fue censurada por las autoridades comunistas y recién
fue reimpresa en 1998. Al castellano podemos encontrar la obra titulada como
“El pianista del ghetto de Varsovia” y siempre nos quedará en el recuerdo del
film la increíble interpretación de Adrien Brody, que le valió un Oscar al
mejor actor principal.
"... había ocurrido
un milagro, doscientos niños que no lloraban, doscientas almas puras condenadas
a la muerte y no derramaban una lágrima. Ninguno trató de huir, ninguno trató
de escapar. Tragando su dolor se aferraban a su maestro y mentor, a su padre y
hermano, Janusz Korczak, que los protegería. Janusz Korczak marchaba con la
frente en alto, sosteniendo la mano de uno de sus niños, no llevaba sombrero,
tenía una correa de cuero alrededor de su cintura y calzaba botas altas. Los
doscientos niños meticulosa y prolijamente vestidos seguían a las enfermeras
hacia la muerte (...). Por todos lados, los niños estaban rodeados de alemanes
y ucranianos, y en ese momento también por la policía judía que les lanzaban
golpes con las macanas o garrotes y les disparaban con armas de fuego. Las
misma piedras de la calle lloraban en silencio al ver la procesión."
Joshua Perle fue testigo de este hecho, sucedió el 5 de agosto de 1942 y los
alemanes llegaron hasta el orfanato Nasz Dom (Nuestro hogar), que había sido
trasladado al Ghetto de Varsovia con el fin de recoger a los 192 huérfanos y a
una docena de empleados y llevarlos al campo de Treblinka. Janusz Korczak,
fundador de este orfanato y de Dom Sierot, una especie de República para los
niños, fue tentado por entregar a los niños y ocupar un puesto en la parte
polaca, y lo desestimó.
La leyenda continuó cuando
el grupo de niños finalmente llegó al punto de embarque, un oficial de la SS
reconoció a Korczak como el autor de uno de los libros favoritos de sus hijos y
le ofreció ayuda para escaparse, sin embargo nuevamente rechazó la oferta y
abordó el tren con sus niños, tras lo cual nunca más se supo de él. Tanto él
como los niños fueron asesinados en la cámara al arribar a Treblinka.
A los treinta años de su
muerte se le concedió, a título póstumo, el Premio de la Paz de los libreros
alemanes. En su honor, se entrega también el premio Janusz Korczak de
literatura. El Viejo doctor ó Señor Doctor como le recuerdan hoy, tiene un
monumento en el parque del Palacio de Cultura y Ciencia, junto a una de las
fuentes y en él, como no podía ser de otra forma, lo representa delante de un
árbol rodeado de sus niños. El orfanato continúa en pie y lo localizamos en ul. Krochmalna 92.
Dejamos la Varsovia del ghetto y sus consecuencias y nos acercamos en
realidad a su inmediata consecuencia, la ocupación comunista. Entre 1945 y 1989
vivió bajo la bota del comunismo soviético. Mientras los habitantes de Varsovia
luchaban cuerpo a cuerpo con los nazis por las calles de la capital, las tropas
soviéticas aguardaban pacientemente en la otra margen del Vístula para hacer su
entrada triunfante en la gran ciudad. Y no la abandonaron por cuarenta y cuatro
años, y la ciudad todavía hoy mantiene una parte, digamos que sovietizada en su
estructura.
En
el centro de la nueva ciudad, los polacos no quieren reparar en lo que se fijan
la mayoría de los turistas que llegan a Varsovia. Un edificio de hormigón de
pretensiones grandiosas que de solo mirarlo, pone la piel de gallina. Se trata
de un regalo del camarada Stalin, ahora es un centro de cultura y se alquila
para eventos. El Palacio de la Cultura y la Ciencia se eleva a poco más de 231
metros de altura y es el más grande de Polonia; la mayoría lo detesta, es como
sentir al Gran Hermano siempre presente en todos los movimientos de los
habitantes de Varsovia. A la hora del colapso del comunismo, se planteó con
fuerza el demolerlo pero aún resiste. En la parte superior del palacio se
encuentra un reloj que fue inaugurado en el año 2000. Se trata del reloj de
torre más alto del mundo y también segundo en Europa por su tamaño. Cada una de
las esferas del reloj (en total cuatro) tiene un diámetro de seis metros. Otra
curiosidad de la torre son sus insólitos habitantes. No todo el mundo sabe que
aquí hay un nido de halcón peregrino, que cada año pone huevos en él.
Más
de 3500 trabajadores participaron en el proceso de construcción de “el regalo
del pueblo soviético”. Fueron alojados en un pueblo construido especialmente en
Jelonki, al oeste de Varsovia, aislándolos del mundo exterior. Trabajando todo
el día durante tres años, se dice que murieron dieciséis trabajadores en
condiciones nunca desveladas, seguramente ante problemas de seguridad. El
edificio es un ejemplo fabuloso de la arquitectura de la era socialista, se
puede ver desde una distancia de 30 kilómetros. The Rolling Stones se
convirtieron en el primer grupo occidental en realizar un concierto allí.
El romance de Varsovia con los rascacielos se
remonta a la década de 1930 con la construcción del edificio de Seguros
Prudential. Terminado en 1933, a una altura de sesenta y un metros, la
estructura al estilo de Nueva York se convirtió en el primer rascacielos de la
ciudad. Cuando en 1944 se generó la sublevación de Varsovia, se convirtió en el
primer objetivo del Ejército Nacional de Polonia, y al recuperarlo, ondeó por
primera vez en cinco años la bandera polaca. Los alemanes lanzaron un feroz
ataque que si bien no logró demolerlo, daño seriamente su estructura y luego de
la guerra fue reparado y convertido en el Hotel Warszawa.
Un
bosque de rascacielos surgieron alrededor del palacio, incluyendo el hotel
InterContinental. Justo enfrente se encuentra el Warsaw Marriot. A lo largo de
la misma calle hay dos edificios más que destacables: El Novotel gigante se
convirtió en el primer hotel de primera clase que se construyera en la Polonia
de postguerra. En 2005 sufrió una reforma de más de treinta millones de euros,
y dio lugar a la estructura que va del amarillo al gris.
La
Torre del Milenio, siguiendo la carretera, es también un edificio para
contemplar. El edificio representa la excentricidad, es un edificio azul y
blanco imponente. Otro rascacielos interesante es la Torre Azul, también
conocida como la Torre de Peugeot en pl. Bankowy. Durante más de tres décadas tardó en
completarse su construcción, según la leyenda presa de la maldición de un
rabino furioso al ver como la sinagoga que estaba en el mismo sitio había sido
dinamitada por los nazis. Sobre esta base ningún edificio se elevaría, y
finalmente dicen que un rabino más indulgente quitó la maldición.
Para
terminar y de casualidad, por las bondades de las reservas de bajo coste,
pudimos apreciar el mejor paseo en ascensor de Varsovia, al registrarnos en el
hotel Westin. Un ascensor de cristal dispara hacia arriba y abajo el raspador
de 90 metros, dando excelentes vistas de la zona inmediata.
Terminando
con la visita, recordamos que Polonia no es solo Chopin. De Juan Pablo II queda
mucho más que una calle en Varsovia. En las iglesias, la gente hace cola para
confesarse; los polacos sostienen que la Iglesia siempre fue fuerte en este país
y gracias a ella se vivió un comunismo menos severo, existiendo cierta libertad
de expresión, lo que hizo posible que brillara la poesía de Szymborska, el cine
de Wajda y Kieslowski o los reportajes de Kapuscinsky, un personaje totalmente
popular en la capital polaca, donde su biografía se ha convertido en un
permanente éxito de ventas.
Además
de Polonia salió la revelación de que la Tierra no es el centro del universo,
gracias a Copérnico; también la teoría de la radiactividad de Marie Curie y el
catalizador de la caída del comunismo en Europa a través del trabajo continuado
de Lech Walesa. Como último dato de la rica tradición cultural de esta tierra,
podemos decir que el Doctor Ludovic Lázaro Zamenhof a finales de 1870 inventó
el Esperanto, la lengua artificial internacional más hablada que fomentaba la
paz y la comprensión entre las distintas etnias y nacionalidades. Quizás este
último dato justifique la eterna característica de un pueblo ameno, sufrido y
abierto a tanto cambio de su historia y a su continua educación como referente
de crecimiento.
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