El primer escritor
latinoamericano que leí en el País Vasco fue Álvaro Mutis. Como había confesado
en alguna entrada anterior, viajé desde Argentina con dos maletas y en ellas,
repartidas, las novelas que tenía de José Saramago. Quise concentrar en el
portugués el amor a la literatura y de paso no romper de manera tan dura con mi
pasado. Al no poder meter en las “valijas” a mis viejos, a mis amigos, a mi pareja
o a la Plaza Alberti, bueno era Don José para intentar conservar a ese Javier,
que dicho sea de paso, ha cambiado. Y también me traje una Revista El Gráfico
dedicada a River Plate, otra forma de concebir la escritura y de prolongar una
pasión, porque como escuché alguna vez, uno puede cambiar de idea en muchas
cosas, pero nunca podrá cambiar de “vieja” ni de club de fútbol.
Luego de releer las diez
novelas que de Saramago tenía, me centré en algunos libros que pudiera tener mi
tía en su casa hasta que en la despiadada búsqueda de internet para acercarme a
Buenos Aires y paliar mi desconcierto o temor ante una nueva vida, me topé con
la biblioteca de Plentzia y con Eguskiñe, la persona que mas me ayudó en estas
tierras. Pero hoy toca Álvaro Mutis, porque supongo que sabrán, ha fallecido el
pasado 23 de setiembre, a los noventa años.
En mi primer trabajo en
estas tierras, me tocó descubrir la barra de un bar pero desde el otro lado, es
decir él que atiende, él que escucha, él que a veces habla y él que mira como
el otro se divierte. Así fui conociendo la idiosincrasia de esta gente, y
alterné buenos y malos conceptos. Al mismo tiempo, fui descubriendo la manera
de ser de mi viejo, una persona cercana a mí por su particular cariño, por su
nobleza y por su verbo encendido para pregonar valores, pero a su vez distante,
indescifrable, desconocido. Entre los habitantes de Plentzia (lugar donde nació
mi viejo) comencé a entenderlo, la vida es extraña. Conocí a mi padre a 12.000
kilómetros de distancia.
La biblioteca me permitió
leer algunos libros como para sentirme protegido ante los evidentes cambios que
me vida experimentaba. En el bar, la fama de que era una persona leída se
acrecentaba y muchos de los parroquianos, ayudaron a enriquecer ese mito. Así
Ana, la hija de los dueños, me aportó desde su lugar en la cocina, varios
libros ganadores del Premio Planeta y cuando me veían leyendo en los descansos
en las mesas del bar, otros asiduos se ofrecieron a que al menos alguien,
desvirgara los libros que hacía tiempo nadie tocaba en las repisas de sus
hogares. Jon y Begoña, matrimonio que veraneaba en la villa, se acercaban a
beber ella un claro rioja y él (aunque tuviera prohibido el alcohol) su
Heineken. Y la segunda vez que me hablaron, me regalaron un papel con una lista
de libros.
Entre los muchos que me
prestaron, estaba “La nieve del Almirante”, de Álvaro Mutis. Al escritor
bogotano lo conocía a través de Gabriel García Marques y porque el año anterior
a mi llegada a España, había ganado el Premio Cervantes. Pero no lo había leído.
Sabía que era poeta y que de jubilado se había volcado a la narrativa. Saber
que una persona una vez jubilada se había volcado con frenesí a la escritura
era una especie de alivio, una botella en mi mar de dudas, ya que soñaba con
escribir y ver el paso del tiempo sin resultados ni evolución, me
desmoralizaba, aún antes de encarar el oficio.
Con la lectura del libro
conocí a su personaje principal, Magroll el Gaviero. Este viejo marinero que nos
cuenta su vida y nos relata sus obsesiones, la pesadumbre existencial, un
sentimiento de pérdida, la caída y una visión algo desencantada de la vida,
puede ser el alter ego de Mutis. Y estará presente en toda la narrativa final
del colombiano, unas siete novelas en casi diez años de febril escritura. A “La
nieve del Almirante” le seguirá “Ilona
llega con la lluvia”, “Un bel morir”, “La última escala del Tramp Streamer”, “Amirbar”,
“Abdul Bashur, soñador de navíos” y “Tríptico de mar y tierra”. Leídas todas,
muchas gracias a préstamos y al final, comprándolas en las librerías, una de
mis grandes gozos en esta tierra.
Y me atrapó el personaje,
aunque correcto sería decir que me atrapó Mutis. Pero el Gaviero, que toma
parte de su nombre del oficio que le permitía ver más lejos en el horizonte
desde la gavia de las embarcaciones, se adueñó de Mutis. Y quizás no sea justo,
antes que Magroll, había ya un vasto poeta reconocido en América Latina. De hecho,
Magroll, el Gaviero ve la luz en un libro de poesía, “Los elementos del desastre”,
de 1953. El poema titulado “Oración de Maqroll” descubrió al personaje y la
narrativa se lo apropió y también al escritor errante, que a su vejez, se
empecinaba en encontrar respuestas.
Tanto Magroll como Mutis
se sienten enfadados con la vida, ambos están seguros que habitan un planeta
que no se corresponde con sus sueños. Y recuerdo una frase de Mario Vargas
Llosa, que dice que quizás él lea con tanta fruición porque en los libros
encuentra el mundo que no logra hallar fuera de ellos. Y a mí me pasa lo mismo,
espero que los noventa libros que encaro al año sean motivo por mi pasión
literaria, pero sé que es producto de tanto desengaño, de tanto errático accionar
de nuestra especie humana. Y allí puede estar parte de la identificación inmediata
con las novelas del Gaviero.
Maqroll nace entre dos
orillas: América y Europa. Y nace viejo, conocemos de él sus recuerdos, su
pasado de aventuras y en su vejez, otro tipo de acción, ya sin tanta hidalguía,
repleto de achaques y desencantos. Si bien nos menciona las selvas, el paramo,
el desierto y el océano que relacionamos con América, sabemos que con pasaporte
chipriota eligió el exilio de Amberes u otras ciudades quizás belgas y por
ende, contarnos sus historias matizando el presente con su pasado aventurero.
Sus historias tienen el toque trashumante y desencantado, contado por un hombre
de más de sesenta años, de aquí que naciera viejo el personaje, evocando por
sobre todo las experiencias duras del pasado por sobre las escasos momentos de
felicidad y dejando claro que han quedado inconclusas todas las empresas
acometidas quizás en busca algún día de emprender un sueño que le permita
alcanzar unas nuevas metas.
Y esas dos orillas me unen
otra vez al personaje, vivir con un pie en cada margen durante tanto tiempo, invita
al calambre permanente y cuando a veces sientes que tus dos piernas se asentaron sobre este continente, la añoranza
te pide que no abandones la otra orilla, la primera, y que no deje de rescatar
mi pasado. Y también nací viejo en este continente. Viejo puede ser una
exageración, porque llegué a la tierra de mi padre en la edad donde te obligas
a madurar. Pero la metáfora de nacer viejo tiene que ver con algo que supongo
que le puede pasar a todo aquel que emigra. A partir de instalarte en tu nueva
tierra, serán pocos los que te preguntarán por tus gustos habituales, serán
pocos los que querrán descubrir tu experiencia, tus vivencias y cuando te
pregunten, tendrán que creerte o no, basándose en su intuición, porque
lamentablemente no estaban allí para dar testimonio. Por eso, cada vez que me
reencuentro con alguien “de mi pasado” siento recuperar a ese Javier que nadie
conoce, y cuando se van, lloro como el adolescente tardío que era al dejar
Buenos Aires.
Volviendo a Mutis, las críticas
hablan de dos grandes libros, “Los trabajos perdidos” y “Los elementos del
desastre”, ambos de poesía. Yo me los debo, no suelo acercarme a ese género.
Pero al menos saber que su buena narrativa procede de la poesía y que muchos no
logran distinguir si su prosa es una sutil continuación de la rima y el canto,
porque no parece que contara sino que nos murmurara o arrullara con la letanía.
Recomiendan a cualquier colombiano que esté “exiliado” que lea el poema
Nocturno, así podrá recibir una bocanada de aire y regresar sin regresar físicamente.
Gabriel García Marques
supo decir que su amigo Álvaro estuvo dedicado a oficios tiránicos hasta los
sesenta años. Fue locutor de radio, relaciones públicas de la aerolínea Lansa,
gerente de ventas de la Twentieth Century Fox y de Columbia Pictures, donde
prestó su voz a la serie Los intocables. Mutis no perteneció al boom, a ese
realismo mágico que encandiló al viejo continente y al mundo. El participó con
su poesía precoz y se convirtió en un novelista tardío, y su muerte es el
anuncio de la paulatina desaparición de una generación que marcó las letras
latinoamericanas. Su obra le ha hecho merecedor, entre otros reconocimientos,
del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1997, el Premio Reina Sofía de
Poesía Iberoamericana en 1997, y del ya mencionado Premio Cervantes, en 2001.
Magroll nos mostró los
horizontes más desagradables, matizándolo con metáforas, anécdotas, imágenes y
un vasto vocabulario. “A mayor lucidez, mayor desesperanza y a mayor
desesperanza, mayor posibilidad de ser lúcido” dijo alguna vez Mutis, quizás resumiendo
su literatura. Magroll ha viajado permanentemente pero nos entrega una imagen
contraria al del hombre aventurero, él se muestra como la persona que siempre
está de vuelta. Mutis, en su niñez vivió en Bélgica a causa del trabajo de su
padre, y más tarde alternó entre Colombia y México su andadura por el mundo. Y
a través de El Magroll volcó gran parte de sus insatisfechas dudas: el viaje hacia
la muerte, la soledad, la añoranza, la imposibilidad de conocer el destino del
hombre y lo más doloroso de reconocer, la a veces inutilidad de la poesía.
Plagas, delirio, malaria,
fiebres y locura alternaron con mares, océanos, desiertos, bares, hoteles y
páramos. La vida de Magroll, el Gaviero, es una invitación a leer el mundo
desde el hombre, desde su orfandad y casi siempre, sin grandes esperanzas. Es un
especialista en mirar en el más allá, superando al mismo horizonte. Y esa mirada
nos suele ofrecer lo que menos nos gusta de los hombres. Pero en esa voz
coronada de poesía podemos encontrar parte de la esperanza, esa voz se sostiene
en palabras verdaderas que nos permite conocer la realidad sin apabullarnos,
convirtiendo en una especie de Sandokán a aquel que siempre recuerda sus
derrotas.
Pasaron casi doce años de mi
primer contacto con la literatura de Álvaro Mutis. He disfrutado y
familiarizado con Magroll y sus criaturas entrañables como Ilona o Abdul
Bashur. Cada vez que retomo la difícil rutina de la cotización laboral, siento
que por muy malo que sea el siguiente trabajo, me acercaré a mi propio
personaje de ficción que me permita el día de mañana volcar mis pocas o muchas
experiencias a través de la escritura. Me viene a la mente una frase del
Gaviero: “El hombre está condenado a equivocarse porque su destino ya ha sido
trazado”. La sabiduría será saber compartir las equivocaciones, darle forma literaria
y que parezca una aventura.
Y en el día de la muerte
de Mutis, la posibilidad al menos de volcar en mi blog unas palabras de agradecimiento
por haberlo conocido en forma de reseña, recomendar su lectura tanto en la
narrativa que conozco como en la poesía que no poseo, y todo esto lo hago mucho
antes de cumplir esos sesenta años iniciáticos, y tratando de imitar su lírica sin pesimismo, encontrar una prestación que
suplante a esa jubilación pronta a la extinción, que al menos el Gaviero
bogotano supo disfrutar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario