Hace cuarenta años que en
Chile se cruzan los recuerdos y los homenajes. La vida es así, cuesta creerlo,
pero se trata de festejos cruzados. Tantas veces el festejo de unos es el dolor
del otro. Y tantas veces el otro está casi al lado, a una puerta de por medio o
en la familia de un hermano. Y no se trata de filosofar pero tampoco de
discutirlo ideológicamente. Filosofando no accedemos a las respuestas, sólo
ampliamos lenguaje; pero discutiendo ideologías creo que a la larga, nos
solemos sentir más engañados.
Dos países dentro de un
mismo territorio nacional conmemoran por separado el 11 de setiembre de 1973.
Unos homenajean al Presidente democráticamente elegido por el pueblo, que cae
víctima de un golpe militar. Otros festejan la caída de ese gobierno, porque
creen que significó el regreso de una normalidad perdida a causa del
irresponsable voto popular. Y pasados cuarenta años, es difícil que se pongan
de acuerdo. Pero lo bueno que tienen los años es que acomodan las cosas y sólo
los atrapados por el fanatismo no logran ver más allá de sus narices. Ninguno
de los personajes que encabezan las causas de los festejos hoy viven. Uno se
quitó la vida el mismo 11 de setiembre de 1973. Al otro, la vida le respetó su
curso hasta el año 2006. Quizás la súbita muerte de Salvador Allende alimente
el romanticismo del personaje con ideales, la muerte repentina magnifica a los
personajes. La inevitable caída luego de abrazarse al poder de turno hace que
destrocemos al personaje, para no destrozar nuestras conciencias. Para muchos,
el final de Augusto Pinochet y sus cuentas acomodadas en Suiza ponen en contradicción
esa lucha “desinteresada” por la patria. Y así todo, la ideología protege las
miserias de los conductores al grito de viva una patria y hasta las últimas
consecuencias.
Entre 1973 y 1975 se
certifican 42.486 detenciones de carácter políticas. Y entre 1976 y 1988 hubo
12.134 detenciones individuales y 26.431 detenciones masivas. El Informe Rettig
y la Corporación Nacional para la Reconciliación y Reparación, concluye que en
1996, murieron o desaparecieron 3.197 personas en el tiempo que va desde el 11
de setiembre mencionado y el 11 de marzo de 1990. Las muertes o desapariciones
serían consecuencias de violaciones a los derechos humanos. Fueron calificados
como desaparecidos 1.102 personas. Los otros 2.095 “tuvieron mejor suerte”,
pueden ser considerados muertos. A partir de estos datos, todo puede ser
posible, porque ahí entra en juego la interpretación humana. En el juego de la
vida, nosotros podemos ser lo que verdaderamente sucedió, o podemos actuar,
maquillar, inventar o reinventar nuestros personajes. El Instituto
Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos (ILAS) estima que un 10% de
la población chilena, a principios de los años ochenta se encontraba afectada
por alguna situación represiva y condicionó la realidad a unas 200.000 personas
entre el exilio, torturas, juicios sumarios y ejecuciones. Aquí es donde se
pueden camuflar los datos, pero no interesa en esta entrada definir quien se
exilió por ser víctima y quien eligió estar exiliada para hacerse la víctima.
No creó en las ideologías
porque las tergiversa el hombre. Creó en los resultados ideológicos y suelen
ser nefastos la mayoría de sus guarismos. No me gusta ver como alguna derecha
se reacomoda en las sociedades democráticas pactando no sufrir consecuencias en
aras de una normalización entre “hermanos”. Y no me gusta pero subestimo a
alguna izquierda que crece victimizándose. No me parece lógico la monarquía, el
nacionalismo y el fascismo me sientan como un nudo de corbata demasiado
ajustado y el comunismo me sonroja, no por ser colorado, sino por creer algunos
que vamos a ser todos iguales y lo vamos a aplicar si es necesario (y siempre
lo será) con la fuerza de la palabra pero también del martillo. La democracia
parece ser el mejor sistema, porque nos permite elegir, cada período de tiempo,
a otros. Pero la mayoría de elegidores y elegidos creen que sus obligaciones terminan
con el acto en la urna. También tendremos que entender que nos podemos
equivocar o acertar. Y que cada alternativa conlleva una serie de derechos y
obligaciones, para que ese periódico ejercicio que es votar no sea otro
ejercicio de irresponsabilidad ciudadana. Y la irresponsabilidad se combate con
información, con lectura, con debate, con auditorias, con paciencia, tolerancia
y una dosis de buena fe. Y al finalizar un mandato, el ideal sería exigir que
el que finalice se marche con lo puesto, como cuando llegó; pero eso por ahí lo
pudimos comprobar sólo con un par de presidentes de cada nación.
Salvador Allende quizás
sufrió una tragedia griega. Para ser Presidente de la nación chilena tuvo que ser
candidato en cuatro oportunidades, asimilando como demócrata sus tres primeras
derrotas. Y luego de su muerte, tuvo tres funerales. El primero, al día
siguiente del golpe de estado, en el cementerio de Santa Inés, de noche, sin
testigos y en una tumba sin nombre por iniciativa del gobierno castrense recién
instaurado, por eso de que la gente no se acerque a homenajearle. Mercedes
Hortensia Bussi, viuda de Allende dijo: “Se entierra aquí al Presidente
Constitucional de Chile”; el segundo, fue el 4 de setiembre de 1990. Sus restos
fueron trasladados a Santiago e inhumado, tras un acto multitudinario, en el
Cementerio General; y el tercero, el 8 de setiembre de 2011 en el Mausoleo,
después de que una comisión internacional de expertos determinara que Allende murió
a causa de un disparo que el mismo se propinó. Toda la tragedia griega se
desarrolló en setiembre. Las cuatro elecciones fueron un 4 (1952-1958-1964 y
1970), al igual que su segundo entierro; su muerte un 11; su primer funeral la
noche siguiente y el último, un día 8.
Y dicha comisión logró acallar las dudas sobre
su muerte. Y nos vino a confirmar lo que pocos testigos anunciaron al mundo.
Que en el momento de salir todos hacía una rendición pactada con los militares,
Allende prefirió dar la mano a los 64 colaboradores que acompañaron su último
día de gobierno, anunciar que bajaran todos que él bajaría el último, para
luego apartarse y desplazarse al Salón Independencia de la segunda planta del
Palacio de la Moneda. Allí, sentado en un sofá, se disparó con un fusil AK-47
(regalo de Fidel Castro) que tenía entre las piernas. Se voló la bóveda
craneana. Apenas habían pasado minutos de las dos de la tarde.
No se trata de contar la
historia de Allende. Sólo recordarlo. A mí quizás me impactó saber un día que
alguien fue consecuente con sus ideales y no supo o no quiso pactar. Si fue por
miedo o por convicción no lo sé, quizás el propio Allende no lo tuviera claro.
Pero en un mundo donde la frase “hasta las últimas consecuencias” suele ser bastardeada y manipulada hacia el
pronto olvido, la historia nos confirmó que Allende murió de acuerdo a lo que
pensaba que era, un hombre con un fuerte sentimiento de patria.
Les dejo el link del último discurso de Allende. En esa mañana del 11 de setiembre se dirigió cinco veces al pueblo por radio. La última, a las 9:10 de la mañana cerró uno de sus
últimos párrafos con este contenido: “Trabajadores de mi Patria, tengo fe en
Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el
que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más
temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el
hombre libre, para construir una sociedad mejor”. Pasaron 40 años del último
discurso. La democracia tuvo que esperar hasta 1989 para retomar la normalidad
y a partir de ese momento, cinco Presidentes de distintas ideologías se
alternaron en el cargo. Para muchos, Chile está mejor que en aquel 1973, el
país ha progresado. Y las diferencias de ingresos continúan su insalvable
camino. Todavía los hombres no encontramos la fórmula contra las obscenas
desigualdades.
Salvador Allende tenía en
alta estima su puesto de Presidente. Por ahí, ese fue el motivo de morir en el
cargo. Encontraremos mucha biografía sobre su vida política y más aún del
último momento. Cada uno podrá leer la que mejor se acomode a su ideología. Yo
he leído “El último día de Salvador Allende” y “Allende en el recuerdo”, ambos
de Oscar Soto Guzmán, quien fuera su médico personal y estuviera presente en
esa última jornada. También podemos acceder a “Salvador Allende, biografía
sentimental”, de Eduardo Labarca; “Allende. La biografía”, de Mario Amorós es
otra opción, este un texto de más de setecientas páginas. Y también tendremos
infinidad de novelas, ensayos y poesías sobre el golpe militar, los abusos, la transición
y la vuelta a la democracia. Solo es cuestión de proponernos conocer parte de
la historia de un país vecino.
Pablo Neruda falleció
nueve días después de cáncer. Algunos insinúan que murió de tristeza ante los
hechos en su país y la muerte de su amigo. Desde Isla Negra, su residencia en
Chile, dejó antes de marcharse su testimonio sobre lo sucedido ese 11 de setiembre:
“Escribo
estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres días de los hechos
incalificables que llevaron a la muerte de mi gran compañero el presidente
Allende. Su asesinato se mantuvo en silencio; fue enterrado secretamente; sólo
a su viuda le fue permitido acompañar aquel inmortal cadáver.
La
versión de los agresores es que hallaron su cuerpo inerte, con muestras de
visible suicidio. La versión que ha sido publicada en el extranjero es
diferente. A reglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques,
muchos tanques, a luchar intrépidamente contra un solo hombre: el Presidente de
la Republica de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin
más compañía que su corazón, envuelto en humo y llamas.
Tenían que aprovechar una
ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque nunca renunciaría a su cargo.
Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver
que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en si misma
todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y
despedazada por las balas de las metralletas de los soldados de Chile, que otra
vez habían traicionado a Chile."
Sea como haya sido la
historia, habrá que recordar a un hombre que intentó dar voz a los que no la
tenían y con virtudes y muchos errores, intentó implementarlo. Sufrió
conspiraciones internas y desde Estados Unidos, y pagó caro su viejo anhelo, instalar
el socialismo sin violencia y por medios legales. Aún le quedaban tres años de
legislatura.
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