El periodismo se
interrelaciona con la literatura. A veces se aprovecha una noticia para
transformarla en “arte” periodístico. El problema es cuando tenemos trastocado
el concepto de arte, y lo convertimos en un show. Pero la noticia existe, cala
hondo, y de paso se analiza como metáfora del momento, alcanza mayor dimensión,
se convierte en un símbolo, en una asociación inmediata con la realidad que
estamos viviendo. A través de una noticia, llegamos a ver bien claro que es
consecuencia lógica de los vaivenes sociales.
Una noticia que consterna
siempre necesita de una fatalidad, de algún villano, de un héroe y de alguna
metáfora que nos permita asociarlo con una realidad y vislumbrar un cambio. Si
le damos contenido o explicación de metáfora, nos permite suponer que al menos
debería servir de experiencia lo sucedido, ya que nos cuesta creer que pasen
cosas que no vayan nunca a propiciar un cambio. Esa noticia pudo ser el Costa Concordia,
que tuvo todos los ingredientes y casi dos años después parece regresar para
cerrar parte de la herida.
El
naufragio del crucero italiano en la isla de Giglio se convirtió, además de una
nota que conmocionó al mundo, en la metáfora perfecta de una crisis económica
como la que veíamos sin capacidad de reacción en el mes de enero del año
pasado. Primero el lujo, también la ostentación, luego el exceso de confianza y
para terminar, la enorme sorpresa, desnudando negligencia e incompetencia y
despertando indignación y desamparo ante la catástrofe, en este caso humana. La
fatalidad de la noticia se podía asociar con el momento social y político que
se estaba viviendo en Italia. El intento del gobierno de Monti de recuperar el
prestigio perdido por Berlusconi invita a la moraleja de una nación hundida, a
la deriva. Pero también era traspolable a una crisis de carácter mundial. “La
metáfora del destino de un continente”, tituló el Wall Street Journal. El
periódico financiero asimiló la noticia con la eurozona como “una nave donde el
Comandante es negligente, y la tripulación no tiene una formación adecuada para
afrontar la emergencia”.
El
papel de villano se le asignó exclusivamente al capitán del barco, Francesco
Schettino, quién al momento de la colisión, se encontraba en un supuesto
cortejo con una supuesta empleada de la compañía, Domnica Cermortan. Después
trascendió que era bailarina y no intérprete, que no formaba parte de la
compañía ni figuraba en el registro de pasajeros ni tripulantes, y que dormía en
una habitación anexa a la sala de mandos. Y para rematar, submarinistas que
inspeccionaron el interior del crucero en busca de respuestas, encontraron
objetos personales de la joven moldava en el camarote del capitán.
El
capitán, antes de encarar una cena romántica en su habitación, había
presenciado la maniobra que generó la catástrofe, al autorizar que el crucero
se acercara a la costa para “saludar” el pueblo de su jefe de camareros y de un
ex comandante del crucero, que tenía allí su residencia. Según testimonios, es
una maniobra habitual que suelen encarar los cruceros para mostrar de cerca y
como valor añadido las luces y el romanticismo de los puertos que circundan la
ruta inicial de la travesía. La búsqueda del espectáculo dejó expuesto lo no
habitual, que un trasatlántico de 115.000 toneladas, el mayor barco jamás
construido en Italia, naufragara dejando 4.198 evacuados y lo más trágico, 32
muertos.
A
partir de la colisión, el crucero careció de gobierno y todas las medidas se
fueron demorando, porque en vez de primar el sentido de la responsabilidad, se
enfrascaron en interminables conversaciones con la empresa en vez de comenzar
las tareas de evacuación y rescate. La tripulación, sin una hoja de ruta ni los
protocolos de rescate activados, optó por mentir a los asustados viajeros. No
contaban con un elemente ya instalado entre nosotros que podría poner fin a la
“versión oficial de los hechos”: los teléfonos móviles comenzaron con sus mil
funciones y aplicaciones a desenmascarar el fraude. Las cámaras de fotos y
videos, los mensajes de texto y su función original que a veces parece
olvidada, a llamar por teléfono para solicitar externamente información de lo
que sucedía internamente.
El
Comandante Gregorio De Falco fue el primero de los héroes de esa Italia
humillada que se aferró a su conducta para buscar la redención. De Falco se
enteró del accidente a través de una llamada telefónica de un turista que
contactó con los carabinieri en busca de novedades que en el interior del barco
no existían. A partir de ese momento, se convirtió en el hombre más amado, el
que puso en su sitio al más odiado y exigió en una conversación que conmovió al
mundo, que Schettino asumiera su rol de Capitán de barco y de hombre.
—Escuche,
Schettino, hay personas atrapadas a bordo. Vaya con su lancha por debajo de la
proa de la nave, por el lado derecho. Súbase a bordo y me dice cuántas personas
están allí. ¿Está claro? Estoy grabando esta conversación, comandante
Schettino.
—Pero,
¿se da cuenta de que está oscuro y no se ve nada?
—¿Y
quiere volver a su casa, Schettino? ¿Está oscuro y quiere volver a su casa?
Suba a proa por la escalera y me cuenta qué se puede hacer, cuántas personas
hay y qué necesitan. ¡Ahora!
Ante
la sucesión de respuestas vagas de parte del Capitán, la fuerza de la
conversación va en aumento, lo que denota la sorpresa del Comandante De Falco,
y por ende, de todo un país que ya no cabe en su vergüenza.
—¿Usted
está a bordo?
—No,
no estoy a bordo porque la nave está “appoppando”. La hemos abandonado.
—Pero,
¡cómo ha abandonado la nave!
—No…
Estoy aquí, estoy coordinando la ayuda.
—¡Qué
está coordinando ahí...! Vaya a bordo y coordine el socorro desde allí.
Una
hora después, a la 1.46, el capitán del Costa
Concordia y el responsable aquella madrugada de la Capitanía de
Livorno vuelven a hablar por teléfono. En esa grabación, el capitán se muestra
abatido, ajeno al drama que están viviendo en ese momento los pasajeros y los
tripulantes de su barco.
—Los
socorristas están ya en la proa. ¡Hay muertos!
—¿Cuántos
son?
—Eso
me lo tiene que decir usted.
El
documento sonoro es brutal. Parece la conversación entre un padre y un niño
indefenso que no sabe remediar el pecado cometido. Para los italianos era la
semejanza entre las dos Italias del momento, la de Monti y la de Berlusconi. Es
fácil reconocer quien era uno y quien el otro. La conversación dio la vuelta al
mundo. Y todo el grotesco no fue ficción, 32 viajeros de distintas
nacionalidades fallecieron. El Capitán huyendo del barco, dejando tras de sí a
mas de 4.000 personas abandonadas a su suerte. Y en el otro lado de la línea,
la enérgica voz que pide que aflore la responsabilidad personal. La sola
presencia de la convicción de De Falco nos recordó que para ser héroe, no es
necesario nada sobrehumano.
Tenemos
un concepto de que un capitán de barco tiene dos deberes ineludibles: gobernar
su nave y, en caso de incidente o naufragio, procurar el salvamento de pasaje,
tripulación, carga y, a ser posible, del barco mismo. Crecimos con el
convencimiento de que un capitán se hunde con el barco, pues su presencia a
bordo era garantía de que todo se había intentado hasta el último instante. Si
existe el rol de un Capitán, este se fundamenta cuando las cosas salen mal a
bordo. Y se derrumba la definición del personaje, al mismo tiempo que se
derrumba el concepto de líder político, director de empresa o jefe de hogar que
toman las decisiones necesarias para tratar de enderezar las diversas crisis
sociales. De ahí la metáfora permanente en esta historia, la autoridad parece
anestesiada, pérdida.
Con
el correr de los meses, el naufragio mantuvo la herida abierta. El barco
anclado en mitad del mar se convirtió en algo habitual para los vecinos de la
zona, “un componente más del paisaje”. Y
para muchos, la tragedia se convirtió en negocio. En el puerto, distintas
ofertas para un paseo en barco por los alrededores y contemplar los restos del
Costa Concordia, se fueron multiplicando. Dieron paso a lo que denominaron
“Turismo macabro”. Con 25 euros se podía recorrer la isla en barco, con 12
euros se lograba un billete de ida y vuelta a la playa de Caldaie. Las dos ofertas
contemplaban una parada a escasos metros de los restos del naufragio para las
consabidas fotografías o filmaciones.
El
boom de turistas que llegan a la isla ha dividido nuevamente a Italia. Por un
lado, vale la pena una foto, una cerveza y un par de porciones de pizza en la
isla como oferta turística. Pero ha alejado al turismo tradicional que se
acercaba por las playas limpias y medio ambiente, molestos por los curiosos y
por los riesgos de contaminación. El Alcalde optó por una tasa de desembarco, un
euro por visitante. En el primer mes del verano pasado, ocho mil euros
ingresaron en las arcas del ayuntamiento.
Las
noticias fueron de lo más variopintas. El testimonio de los rescatados dio
motivo a un sinfín de historias de vida. Me quedo con una, donde Facebook aportó
su cuota de enredo para que pudiéramos valorar “si nos gusta” tanta información,
y si nos damos cuenta el alcance de estas redes sociales. Lo siguiente es mera
curiosidad, podemos divulgarlo como mentiras piadosas. Una muchacha de Besana Brianza, en la
localidad de Monza, al llegar a la costa luego del rescate, utilizó las redes
sociales para notificar a sus familiares y amigos que se había salvado. A
través de Facebook avisó: “He conseguido llegar a tierra en una lancha
salvavidas del Concordia junto a la abuela y al tío”.
El
tío es el párroco de Besana, quién se había despedido días atrás de sus
feligreses anunciando una semana de retiro espiritual. Quizás no mintió, el
problema es para los que seguimos asociando esas jornadas de retiro espiritual
con un monasterio apartado del mundanal ruido. No tenemos el final de esta
nota, no sabemos como explicó al regresar que el lujo de un crucero permite el
contacto directo con el creador y la renovación del espíritu de entrega y
comunión.
La
telefonía móvil permitió divulgar al exterior lo sucedido en los primeros
momentos de desconcierto. El oficial del Costa Concordia intentó varias veces
comunicarse con el propio Capitán para notificarle el estado de emergencia y
aguardar novedades para intentar reducir agua mientras comenzaban las tareas de
evacuación. Pero el Capital hablaba continuamente por teléfono, seguramente con
la empresa, dejando su rol de capitán de barco para ser instrumento de
marketing, era más importante quizás ponerse de acuerdo en cómo negar lo
evidente que enfrentar lo que viniera a cara descubierta. Estamos aferrados a
elementos externos, en este caso primero ver como cumplir con otros protocolos,
se teme más a las aseguradoras que a los pasajeros enardecidos. Los capitanes
no toman decisiones, tampoco desean asumir responsabilidades que al día
siguiente los deje con el culo al aire, predomina la cautela empresarial. Como predominan
las encuestas de valoración a la hora de encarar cualquier decisión que sea
trascendente. Tanta encuesta inmoviliza, quizás viendo la postergación de
cualquier tipo de acción para neutralizar la guerra civil en Siria nos permita
suponer que los medios tecnológicos nos exponen mas de que lo que nos facilita
la vida. El confort no es resolución, puede ser mera distracción.
Schettino
no gobernó su barco, De Falco pidió con un grito seguro que asumiera al menos
el gobierno de su dignidad, por sobre la frivolidad, insolidaridad o
desvergüenza. Un cura deja parte de sus votos en una de las piscinas del
mediterráneo, otros se acercan para cotillear y tener la foto del barco
torcido. En el medio, la metáfora que nos dice a gritos que casi nadie
gobierna, ni autoridades, ni estado, ni el pueblo. La etimología de la palabra
gobierno hace rato que está perdida. Cuántos de nosotros sentimos que tenemos
el norte perdido. Muchas veces uno se encuentra sin rumbo, sin el control de
sus resoluciones, sin la armonía de sentir que se toman decisiones para
reconducir nuestros destinos. No fue necesario tomarse una semana de placer en
un crucero para que la noticia nos confirmara que observamos azorados el
hundimiento de las sociedades porque los destinos individuales también están
sin timonel.
Veinte
meses tardó el crucero en recuperar su posición vertical. Diecinueve horas duró
la arriesgada maniobra que devolvió parte de aire fresco para Italia. Esa
inyección de optimismo invita a una nueva metáfora, “el orgullo italiano” en
palabras de Enrico Letta, el Primer Ministro. “Hemos conseguido darle la vuelta
a la imagen pública de nuestro país”, esta nueva alegoría intenta lavar la
imagen del desastre sufrido por ese barco lujoso y por su capitán sin conducta.
Seiscientos millones de euros de gasto nos hacen ver que recortamos para
dilapidar al mismo tiempo. La metáfora que intentará predominar es la de una
sociedad capaz de emerger ante una maltrecha economía. Nos conviene asociar
esas imágenes, no queremos seguir tocando fondo. La caricatura de Schettino
aguarda aun su sentencia, mientras continúa con su arresto domiciliario. El
nuevo héroe es el sudafricano Nick Sloane, experto internacional en operaciones
de rescate de barcos. Si no fuera porque ya nos escaldamos con tanta definición,
se podría argumentar que es una especie de cazador de barcos encallados. Pero
dejando la épica de lado luego de un trabajo delicado, parece que logró que la
operación no impactara en el medio ambiente. Los reunidos en el puerto de
Giglio lo recibieron como un verdadero héroe, luego de enderezar el barco y a
la espera de definir donde se desguazará la anterior metáfora, estimó que
“pocos países del mundo podían haber abordado un proyecto así”.
Quedan pocos turistas estos días por la isla que apuran las últimas
fotografías. Los cruceros hace tiempo que intentan demostrar que fue un
accidente, que siguen teniendo el pleno control de nuestro placer. La crisis
continúa y desconocemos el verdadero alcance en la eurozona, y lo más triste,
ignoramos como dar un golpe de timón en nuestras vidas. Estamos a la espera de
una nueva alegoría.
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