Al
venir a Bilbao, buscaba algún café donde
pudiera sentarme durante un rato a leer un libro o algún diario
deportivo. Me llamó la atención que la mayoría se mantuviera en la barra, casi
todos de a pie, algunos sentados en taburetes altos. Al costado, como perdiendo
protagonismo, un par o tres mesas esperaban como “por las dudas” que
alguien quisiera utilizarlas.
Y
se utilizaban. Después del almuerzo las partidas de mus dominaban la tarde,
matizada con el ruido de fondo de la tele que solo le discutía el liderato al
momento del Tour de Francia. Y pasadas las seis, esas pocas mesas eran para las
mujeres, que siempre de peluquería jugaban por céntimos a la canasta. Cambiaba
el café, el orujo o el cubata de los
aitites por la manzanilla de las amamas, pero el paño verde seguía allí aún
cuando no llegaran a la hora. Más allá de esas partidas, las mesas eran
para los solitarios.
Al
principio, me daba vergüenza dejar la barra y trasladarme a una mesa, luego de
recoger el Marca y ser el único apartado de tanto ruido, de tantas
conversaciones cruzadas. En Buenos Aires me resultaba familiar sentarme y
sentir que formaba parte del lugar. Las
charlas con el camarero mientras te iba pasando el contenido de la bandeja, el
saludo inicial o la despedida amena. Y de repente, había que adaptarse a otra
manera de tomar café. Y se hace, no representa un problema.
Otro
rito que arrastraba desde Argentina era ir a tomar un café con un amigo. Las
excusas podían ser varias, ponerse al día con las respectivas vidas, contarle
una preocupación o problema, adelantar o intentar finalizar estudios o trabajos
antes de entrar en la facultad o en el laburo, o simplemente perder un poco de
tiempo sentándonos a tomar un cortado.
Pero
la conversación del café donde los amigos o compañeros se sumaban, aquí no
sucedía. Recuerdo a Juan Manuel o a Miguel, dos amigos argentinos que
utilizábamos estos bares para descargar
nuestras ansiedades o dudas ante el abrupto cambio de vida elegido. Todavía se
fumaba, el cenicero formaba parte de la mesa, las colillas se amontonaban y
quizás en esa mesa hacíamos terapia, añorábamos y nos pasábamos ideas como para
que la adaptación fuera precisa.
Once
años después no suelo encontrarme con amigos en el café. Hoy me atiende
Garbiñe, siempre amable, saluda y me sonríe. Posa esa sonrisa hasta en sus ojos al ver a los habituales. La envidio porque en mis primeros años en el País
Vasco me tocó trabajar en un bar y mis ojos no transmitían lo mismo, más allá
con algunos parroquianos que eran muy amenos. Mientras me prepara el con
leche y el croissant, seño la mesa con el Mundo Deportivo y las gafas de leer.
Y me quedo solo durante una hora con la lectura, pero el ruido de fondo ya me
pertenece. Debe ser la adaptación o la calidez de la costumbre.
Las
cosas cambian, algunas novedades se dejan adoptar y otras, vinculadas a las
crisis, nos cuestan más asimilar. Y para mí leer la prensa en papel solo es
sinónimo de bar, ya que en casa la fibra óptica ha ganado la batalla. Pero los
recortes asoman en la mayoría de los hogares y entonces el ir a lo de Garbiñe es
menos habitual, solo algún lunes con alguna fecha trascendente de la liga, cuando
cae el Madrid en Champions, o con un nuevo record de Messi.
Un
par de semanas atrás el noticiero de la noche me acercó una nota sobre los cafés pendientes, una modalidad que
se está acomodando desde el año pasado en la península. Cuentan que la idea
surgió en Italia, más precisamente en el reino de Nápoles en el siglo XVII.
Inmersos en una profunda crisis a consecuencia de la demanda de fondos que la
metrópolis exigía para costear sus guerras religiosas, los napolitanos se
rebelaron contra sus acreedores, sucumbiendo a una peste que redujo su número a
tres cuartas partes de la población. Una nueva crisis arrasaba en este caso con
un puerto clave del Mediterráneo, dejando un recuerdo casi intacto al día de hoy,
de una grandeza en permanente descomposición.
En
ese escenario surgió el germen del caffé
sospeso, que consistía en dejar pago un café para que alguien necesitado lo
tomara sin coste para él. “Cuando alguien estaba feliz después de que algo
bueno ocurriese, en lugar de pagar un café, pagaba dos, dejando en la mesa el dinero
para el próximo cliente”, dicen que cuenta Luciano De Crescenzo, ensayista
italiano en una colección de artículos costumbristas.
En
el año 2010 nació la Rette del Caffé,
red cultural que no quiso que la tradición se perdiera e implementó además, entre
sus muchas iniciativas, el repartir desayunos cada 10 de diciembre (Día
Internacional de los Derechos Humanos). La fuerte crisis actual lo convirtió en
solidaria noticia. Y las Social Media con su carácter viral, lo fueron
acercando a distintos países. Esa viralidad permitió que el propio usuario sea
el protagonista de la evolución del conocimiento de un determinado contenido. Y
las redes sociales se llenaron de páginas o grupos con un me gusta, con
millares de fans, con frases de pocos caracteres o links con videos y notas. Hoy en Argentina,
Colombia, Panamá y México están muy desarrollados y en España intenta tomar
forma. Una acción on-line se complementó con la fuerza del off-line y todo
aquel que tiene acceso a internet se puede asomar a las páginas oficiales o a
los bloggers que cuentan la experiencia.
En
la página española encontré un único local en Bilbao, con referencia al Mercado
de la Ribera. El mapa indicaba Café Rodo y hacia allí fui, con la idea de pagar
dos cafés, tomar uno y poder leer el Mundo deportivo, ya que el Marca en “las
siete calles” puede ser material desconocido. Caminé y caminé, y hasta pregunté
a unos municipales pero nadie supo del café Rodo, sí conocían la carnicería
dentro del mercado con el mismo nombre y
a mí me recordó alguna compra navideña de cordero, allí en los primeros
años donde vinieron a pasar las fiestas a casa Miguel y Juan Manuel junto a sus familias.
Al
volver al internet de casa, googlé café Rodo en Bilbao y recién a la cuarta
entrada comprendí que se trataba de la carnicería. Rodo, al ver el mismo
noticiero pensó que se podía aplicar el mismo concepto pero utilizando
hamburguesas. Se puso en contacto con los promotores de Café pendiente, estos
le marcaron las pautas de cómo llevarlo a la práctica y lo incluyeron en la
web, pero catalogado como bar y no como carnicería, ya que la pagina esta aun
condicionada para bares, restaurantes o locales de copas. La carnicería Rodo
sería la primera en ingresar en el movimiento italiano.
Debo
esperar aún a que los primeros bares de Bilbao se incorporen a esta modalidad
para poder pagar mi primer café solidario. Sería una buena manera de reemplazar
la compañía de Juan Manuel o Miguel. Uno volvió hace años a Argentina, al otro
lo veo poco a lo largo del año. Y yo, continúo cada tanto tomando un café con
leche, de vez en cuando cambio el croissant por un bocadillo o un pintxo, sigo
leyendo mis libros o la prensa deportiva, a veces me apoyo en la barra, otras
converso con los acodados en el mostrador, veo los partidos del Athletic y pido
otro cortado.
Y
trato de no sentirme solo, como nunca me sentí con un café humeante por
compañía.
Bien Galllito! veo que te le has animado y me alegro tantísimo que así sea, siempre fue un placer leerte, y ahora lo será compartiendote con la humanidad.
ResponderEliminarHace poco me enteré de los "café pendiente" de por acá, y todavía no los probé, pero hay intención de hacerlo, ya te contaré mi experiencia.
que disfrutes y crezcas mucho con tu nuevo emprendimiento!
Gracias Ceci, sabes que sigue en pie la invitacion para que participes. Beso
ResponderEliminarjajaja, me haces reir, la verdad, y me halagas por supuesto, si tuviera algo interesante para decir.... y supiera hacerlo con calidad....
EliminarMuy bueno Javi. Muy profundo.. Me gusta la manera en que lo redactas. Es interesante, estando aca, ver como se mueven tan distintos a nosotros pero con el mismo fin. A mi también me cuesta horrores tomarme un café como lo hacia en Buenos Aires.
ResponderEliminarSeguí escribiendo y dale para adelante!