“Cada día que pasa, toma fuerza la
nostalgia de un pasado glorioso que nunca existió realmente, pero que junto con
el miedo al futuro, resulta una atractiva forma de fe”.
Hannah Arendt.
Es un sentimiento que marida entre la
alegría y la tristeza. Se asemeja a una plaga que arrasa en este siglo y que
estuvo viva su cepa desde el origen de la humanidad. En parte es esencial para
un excelso desarrollo de las artes como la pintura, música, poesía o cine.
Somos hijos de la nostalgia porque, casualmente, es un sentimiento que nos
vincula con la niñez, con la adolescencia, con esos estados que han ido pasando
y extrañamos. Víctor Hugo definía que la melancolía era la felicidad de estar
tristes. Somos gente melancólica y para parte de la sociedad somos enfermos de
depresión, de frustración, del desencanto.
Supongo que la melancolía puede ser el
certificado que acredite que extrañamos lo que perdimos y que no terminamos de
aceptar el presente. La melancolía es memoria. Somos conscientes de lo que
dejamos atrás y es más que lúcida la sensación de que algún día hemos de morir.
¿Pero estas características en serio determinan que un nostálgico es un depresivo?
Sí estamos ante una “enfermedad”, el sistema es la principal fuente de
contagio. No nos da tregua, nos insiste en que el camino es correr, correr y
correr, más allá de tener o no una localización GPs de donde debamos ir. Solo
se piensa en el dinero o en los aspectos económicos, nadie se plantea que es lo
que se puede hacer para que la palabra esperanza siga siendo una de la más
utilizadas en todos los vocabularios pero que sea posible de una vez, verla
implementada y no como hasta ahora, solo deseada o juramentada.
El sistema puede enfermar al
melancólico y para peor, no lo asiste. Le pide que se cure, que se aplique a la
medicación necesaria que le otorgue vitalidad cuando por ahí lo único que se
necesita es un descanso. En este modelo social no existe espacio para la
tristeza, ya bastante con la frecuente dosis de malas noticias y decepción, el
alto listón sobre el éxito en la vida y el perpetuo sufrimiento por no
obtenerlo. Pero en tiempos de inquietud, el carácter melancólico se acentúa. Y
hoy nos manipulan con ese sentimiento perdido y que no se recupera. No nos
hablan del futuro, solo mencionan ese pasado que tal vez hemos vivido y no
sonaba como ideal, pero sí mucho mejor comparado con lo que se está gestando. La
esperanza está en el pasado. La vuelta a los orígenes que se pregona no nos
hace enfermos a los nostálgicos, convierte en fanáticos a los que se dejan
manipular.
Arendt dijo que el totalitarismo es el
certificado de defunción de la pluralidad. De ahí que sea fácil para un
político hacerse el cercano y definir identidad política con nacionalismo o
superioridad étnica. Es por eso por lo que creemos que la melancolía es
patológica, alimento de los tiempos turbulentos, cuando también se debe
mencionar la melancolía saludable del que cree en los mecanismos de reflexión,
solidaridad, creatividad o compasión. Pero la palabra melancolía está
desapareciendo de nuestro vocabulario, resiste en la poesía o en la canción
romántica. Esa melancolía es fundamental para la creación y para la conexión,
aunque crean que un melancólico está aislado, no lo está, se empecina en
permanecer al margen a la espera de que surjan más personalidades que no
segreguen sino que unifiquen.
El melancólico debe tener conciencia
del tiempo y en no querer que se repitan los mismos errores. También sabe que
los fármacos no mejoran los estados de ánimo, solo los oculta o posterga.
Porque la melancolía es un sentimiento o tal vez un estado de ánimo. ¿Y eso es
malo?, el interrogante no es fácil de responder pero para poder continuar con
la creatividad artística o intelectual -como mencioné en la presencia de la
melancolía en el arte o postulación- es esencial el máximo grado de libertad
para atemperar la realidad. En ese momento, la melancolía no parece ser un
vínculo con la depresión sino una especie de intuición. En este contexto es
difícil que se pueda afirmar que el nostálgico tenga un encarnizado combate
contra su miedo al vivir, sino que puede ser un inconformista que le cuesta
aceptar como se tiene tanto miedo al vivir en reflexión, recuerdo o siendo
critico consigo mismo y con los alrededores.
Es difícil que logremos la
tranquilidad del alma, improbable que en esta botica que llamamos vida se encuentre
la dosis adecuada de lo que se necesita. A cambio se proponen medicamentos que
narcoticen las esperanzas y la tensión del ánimo hacia un futuro donde ser
alegre no signifique sonrisa tonta o fácil. Algunos, como afirmaba Aristóteles,
no buscamos goce sino sólo satisfacción. En estos casos adhiero por la
melancolía del autoconocimiento largo, complejo y permanente, prefiero ese
motor creativo que ofrece la posibilidad de rescate como nacimiento constante
ante el agujero negro de las ambivalencias, para tratar de que no sea tan
oscuras. El ser humano debe ser ambivalente, nos acerca mejor a la verdad
posible de nuestra existencia. Sepamos diferenciar y validar nuestra sana
melancolía recordando a los exitosos del sistema que esa colera, enojo, desidia
y abandono que profesan no es más que la triste depresión porque sus almas no
conmueven…
No hay comentarios:
Publicar un comentario