“Mirada de cerca, la vida es una
tragedia, pero vista de lejos, parece una comedia”.
Charles Chaplin.
Con la vista puesta atrás, bastante más
de medio siglo, el nazismo solo podría ser aceptado por una mentalidad
infantil. Pero fue un movimiento de adultos aunque no del todo conscientes
-quiero creer- de su adultez. La excusa que intenta expiar es que nadie podría
suponer los alcances de tal barbaridad, pero en los momentos de mayor
prestigio, gran parte de Alemania festejaba y admiraba al Führer. El tamaño de
las atrocidades que trascendieron tras el Holocausto no permitía ridiculizar ni
hacer comedia o humor sobre lo acontecido. Hubo que esperar más de un cuarto
siglo para poder observar el nefasto fenómeno desde un prisma humorístico, pero
siempre con la sensación de que el humor nunca podrá humanizar la figura de Hitler
o de los nazis.
El humor tiene el poderoso alcance de
burlarse de lo que no se debe burlar, pero permite subvertir el poder de la
crueldad. No todos admiten este tipo de humor, pienso fundamentalmente en el
dolor eterno de las víctimas o allegados, ellos son intocables. Para el resto,
la risa puede calmar al miedo, permite ridiculizar lo terrorífico o agobiante.
La risa nos permite razonar algo mejor todo aquello que en realidad es
angustiante. El humor revindica al doliente, pone incomoda a la parte que era
la dominante. El humor bien empleado actúa sobre el verdugo, nunca sobre la
víctima. A través de la ironía se ha ridiculizado la ideología nazi, existe
variada literatura sobre ello. En este caso, a través de una película podemos
referirnos a una distinta forma de explotación de la memoria. Como remarqué en
la entrada anterior, la memoria viva de aquellas atrocidades es cada vez menor,
y estos deberían ser los testimonios para utilizar para volver a frenar
cualquier tipo de auge homófobo o antisemita, de los que la humanidad parece
ser habitué de renovar.
Jojo Betzler es un niño de diez años
que aspira a ser el perfecto nazi en los días previos al final de la Segunda
Guerra mundial y para ello se hace con un amigo imaginario que resulta ser el
alter ego devaluado y bobo de Hitler. Es esta una película sin campos de
concentración -aunque hay referencias sobre su existencia- pero la trama esta
vez refleja la realidad de los alemanes que viven en Berlín y comienzan a
sentir una necesidad de seguir confiando en una ideología totalitaria que se
derrumba y no les devuelve su dignidad perdida a consecuencia de las estrictas
medidas sancionadoras del tratado de Versalles, donde quedo de manifiesto que
los alemanes y sus aliados habían tenido la responsabilidad moral y material de
haber generado la gran guerra. El film muestra a unos alemanes que creyeron
recobrar su dimensión poderosa cuando en realidad vuelven a sentirse solos y
devastados tras el accionar de un demente.
La película retrata al Führer y sus
seguidores como idiotas recurriendo al absurdo para desnudar los peligros del
discurso del odio, lo que con su propaganda propició el ascenso al poder de
gente que se aprovechó de la estreches de mira de la población y los violentos
se convirtieron así en los dueños de un sistema que premiaba en nombre de la
fidelidad, la obsecuencia, el robo y la muerte. De esta manera, un niño como
Jojo nos demuestra que más allá de su deseo de ser el mejor de los nazis, no
puede reprimir sus inclinaciones artísticas y humanísticas que le impiden
progresar en las juventudes hitlerianas. Cuenta además con la colaboración de
su madre, Scarlett Johansen, quien se mueve en las sombras como una rebelde en
contra de un régimen que detesta y que trata de que su hijo no logre comprender
lo que de verdad está sucediendo. Los alemanes fueron víctimas de sí mismos y
algunos, al darse cuenta de la mentira, intentaron pelear, en las sombras, por
la dignidad humana.
Se puede llegar a considerar como un
joven tal el del tambor de hojalata, pero la diferencia es que este desea
crecer para cumplir con un ideal que contrasta con su personalidad no agresiva
que confronta a cada paso con el odio enfermizo de un pueblo. El problema se le
agrava a Jojo cuando descubre que su madre alberga a una niña judía en su
propia casa y comienza a relacionarse. Es a partir de ese momento donde la
militancia comienza a abandonar al niño aunque no se dé cuenta. Es una manera
tierna de mostrar a todo aquel obtuso que defiende con mente enceguecida una
militancia que le engaña y le roba, como sucede últimamente en muchas
latitudes. El film nos pregunta que hubiéramos hecho nosotros en esa situación,
y la respuesta duele visto lo que se ve en muchas sociedades aniñadas que
defienden quimeras no solo inviables sino inexistentes.
Los pensamientos colectivos que se
expanden e infectan a las sociedades suelen ser portadores de catástrofes. El
ser humano es prisionero de sus propios dogmas irracionales y brutales. La
comedia en estos casos representa a la tragedia más tiempo, cuanto más lejano
el espanto más fácil reírse de ello. Y usar a un grupo de niños para expresar
una ideología tan infantil tiene sentido, la definición de cómo es en realidad
un niño judío -colmillos, lengua viperina, escamas- obtiene el contrapeso del
humor que permite al menos un tiempo largo después, definir como caricaturesco
un movimiento que costó millones de víctimas. El humor negro, directo o absurdo
seguirá presente en nuestra literatura o filmoteca, desde Chaplin, Mel Brooks,
Daniel Levy, Benigni o ahora con Taika Waititi, en esta “Jojo Robbit” nos
recuerda que en la corte del rey necio el único que tiene permitido decir la
verdad es el bufón y habrá que aprovecharse de su presencia mientras exista el
ridículo sobre la tierra…
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