"No puedes convencer a un creyente de nada porque sus
creencias no están basadas en evidencia, están basadas en una enraizada
necesidad de creer".
Carl Sagan
Vivimos el instante, cada vez más
apresurados. Pero vaya paradoja, cuanto más al instante se vive, se debería cuestionar
-y no se hace- el concepto de eternidad. Parece que vivimos acelerados sin
lograr encontrar la paz interior y el precio será el placer de la eternidad,
rodeado de nuestros seres queridos, que a causa de esa velocidad con la que
vivimos, no pudimos dispensarle toda la atención que debimos darles en vida. La
labor del que piensa es cuestionar las falacias que nos rodean. Y la existencia
de un Dios debería ser la más fácil de refutar pero al mismo tiempo, genera una
radicalidad que obliga a dejar la duda para más adelante, quizás cuando nos encontremos
que no existe esa eternidad tan anhelada. Sería el verdadero castigo si pudiéramos
comprobarlo.
La humanidad suele apoyarse en ese ser
superior que ha de remediar los graves problemas éticos y morales que nos atenazan
como sociedad. Como la solución no esta a nuestro alcance, compensa creer que
una fuerza superior hará ese acto de justicia reivindicativa. Es como si no quisiéramos
aceptar que lo único que se ha modelado a imagen y semejanza sean los dioses.
Siento en estas primeras líneas que he de lastimar a gente que quiero, pero no
es una traición ni que perdí por desengaños la fe, simplemente que las
respuestas que no hay no se esconden en una nebulosa de la creencia. Los dioses
no nos modelaron a su imagen y semejanza, sino que ha sido al revés. Y durante siglos
funcionó, hoy parece que se desmorona el concepto.
Reza Aslan, erudito de estudios religiosos,
admite que el cerebro humano tiende a creer en Dios, en dioses o en el alma.
Tenemos una tendencia a humanizarnos a través de la existencia de un Dios. Nos
proyectamos en ellos, nos inclinamos para reconocer nuestras falencias e
imperfecciones. Con una simple contrición renovamos la espiritualidad que trata
de justificar nuestras nuevas y constantes erróneas acciones. Hoy todo es
motivo de irrisión y especulación. En la era digital podemos ver la realidad
tan distorsionada que nos ha guiado durante milenios. No hay nada sagrado, todo
está vinculado a un pecado, nacemos con una supuesta mancha que denominan
pecado original. Por un lado, el nacer es bendecido como un milagro de la vida,
pero de inmediato se pasa al cuestionamiento del pecado original que acompaña
al púber. El sentido del mundo es solamente sentir el mundo y transitarlo, con
sufrimiento y goce, de acuerdo con nuestro derrotero. Cuesta encontrar personas
que analicen a fondo sobre la existencia lógica de un Dios. Nadie se quiere
cuestionar el sentido de la existencia, por eso recae en un Dios omnipotente y
omnipresente el flagelo de esa angustia.
Los que vivimos sin un Dios sentimos
el precio que pagamos por nuestra decisión. Cuando algo malo sucede, solo nos
tenemos a nosotros mismos, y tal vez a las personas más cercanas. No podemos
optar a rezar, pedir y confiar con la inocencia de un niño que alguien escuchará
esas plegarias y encauzará nuestro destino. La primera vez debilita, pero con
el tiempo, uno se siente fuerte; fuerte y resignado, porque se enfrenta al destino
con pocas armas pero con la tranquilidad de que no habrá espejos de colores que
nos venderemos a nosotros mismos. La religión ya no tapa ese hueco, la religión
ayudaba a controlar la ansiedad de no saber. Somos una especie que vive poco y
en la aceptación del proceso de morir -que sabemos desde el momento que
razonamos que nos ha de pasar-, las creencias ayudan a hacer más digerible ese
trance. No hay nada más acogedor que pensar que personas que han fallecido en
siglos anteriores estarán esperando para guiarnos y nosotros estaremos por toda
la eternidad oficiando de comité de recepción. Lo duro es aceptar que en un
universo con tantos siglos de existencia, nuestro paso puede ser de apenas algo
menos de cien años. Y luego nada, tal vez el olvido. Sería más fácil aceptar que
un ser querido al morir ya no está en ninguna parte, salvo en nuestra memoria,
en nuestro dolor y en nuestro recuerdo. La eternidad tal vez sea la huella que
puede dejar en los que le siguen.
Supongo que un compromiso religioso
puede ayudar para favorecer un bienestar emocional, psicológico, espiritual y
hasta físico. La religión ha mantenido como rebaño a las sociedades, tal vez sea
el mérito más alabado porque debemos ser conscientes que somos capaces de ser lo
mejor y lo peor al mismo tiempo, llevamos la autodestrucción en nuestras
maletas. Dios es una idea y el hombre codicioso anhela ser Dios. Tal vez sea
una manera decorosa para manejar una realidad que en nuestro interior, todos
nos damos cuenta, todos llevamos una visión similar de lo que es el mundo. La
vida no suele ser un fenómeno que se comprende, solo se transita. Y en ese
tránsito, nos invade el desconsuelo o desencanto. Tal vez ahí se justifique el
anhelo de la vida eterna y feliz. Anhelamos en vida de una trascendencia y por
eso, la vida eterna puede satisfacer en parte, nuestra insatisfacción casi permanente.
El hombre, según Pascal, sobrepasa
infinitamente al hombre.
La palabra Dios para Albert Einstein
no era más que la expresión y producto de las debilidades humanas. La Biblia
tal vez sea el libro infantil más cruel que se pudo haber escrito. Crecemos
rodeados de supersticiones y mitos que a medida que pasamos los años, nos avivan
para no ser tan crédulos -Ratón Pérez, Papá Noel, Reyes Magos, Super héroes-.
Pero con la religión nos dejan de por vida vivir en el infantilismo. Dios
perdura porque somos débiles, crédulos y hasta cierto punto hipócritas, porque
con la exculpación que nos propone la confesión podemos prolongar
indefinidamente nuestras carencias, pulsiones o egoísmos.
La inmensa mayoría de la humanidad
cree en un Dios, pero desconfía en los hombres. El que no cree es un raro, descreído,
ateo o desilusionado ya que para el creyente no es posible abandonar la fe por
el mero hecho de un razonamiento. Tal vez una religión sea el imponer una forma
de pensar que en realidad, no deje pensar. No somos ovejas descarriadas por no
creer, sentimos lastimar a nuestros seres queridos, nos hace mal expresar
nuestras ideas porque no queremos dañar ni liberar, simplemente compartir lo
que pensamos. La religión es un fenómeno de tal alcance que el que descree debe
explicar a diario por qué y el que cree en algo superior, se queda tan ancho sin
la obligación de justificar y expresar de forma racional como es posible que
perdure un niño en esos sentimientos. Y ese pacto social que nos regulaba se
está rompiendo, debemos dejar el niño de lado y tomar las riendas como adultos
que desconocen lo que es vivir, pero lo transitan como pueden, ya no como deben….
PD: escribo esto con dolor, por
transitar un momento donde sería mucho más fácil creer que nuestros seres
queridos nos aguardan para la gran fiesta de la eternidad…
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