“Si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada.”
Mark Twain
Para algunos significa la negación de
lo que somos y lo que no nos conviene como seres humanos. No es un concepto único.
Su punto de partida somos nosotros mismos, ya que forma parte de nuestra
naturaleza. La naturaleza no se doblega y el libre albedrío aunque no lo
creamos es el inicio de su esencia. Ese estado que nos aterra al observar el
dolor que aflige, se encuentra agazapado en nuestro interior y puede salir en
cualquier momento. El mal forma parte de nuestra esencia y no es circunstancial.
Para Platón su origen radica en la ignorancia y en el desorden. Nos duele verlo
pero está tan instalado en nuestras sociedades que tantas veces nos da la sensación
de que es lo que prima. Y vence.
Los valores no se imponen sino que se
ejercitan. Educar significa sacar de la ignorancia. Pero en este caso, no se
refiere a conocimientos sino a una introspección que por sí solos, no estamos
capacitados a hacer. La batalla cultural es esencial y es la madre de las
batallas. Con la ignorancia se justifica el mal y sus dominios. Y hoy sus
campas parecen cada vez más anchas y cultivables de idiotas. En esas condiciones,
la libertad del poder ser impide que el cuerpo eduque al alma. El mal anida
bajo el nombre de la bondad, de ahí que toda construcción perversa tantas veces
sea mentada como buena intención para mejorar las carencias y esencias de las
sociedades. La maldad se alimenta de la voluntad. Para Freud, somos prisioneros
de nuestros subconscientes, que determinan nuestras pulsiones y taras. Tal vez
por eso, la realidad que nos rodea sea caótica, trágica y ciega, carente de
todo sentido.
Dios ha muerto, es una frase que se
antoja esencial para este análisis. Separemos el mal que nos anida del pecado y
de las religiones. Tal vez estos fueron instrumentos para maniatar nuestras
malas inclinaciones. Dejemos de lado el concepto infantil de pecado que está instalado
desde el mismo nacimiento. El mal es una realidad más allá del buen o mal
comportamiento o de una afiliación a un Dios y su religión. Lo que es bueno o
malo no está encerrado en evangelios, sino en dos polos de nuestra propia
naturaleza. Cada elemento de ese par impacta de manera rotunda sobre nuestra naturaleza
y la influencia que radica en la capacidad valorativa presente en todas las
culturas. Como especie no tenemos esencia o un yo estable, nos construimos
sobre la base de las tensiones de ese caos que es la vida real. Para entender
el bien o el mal tal vez debamos leer a Nietzche o a Freud antes que a las
alegorías sobre el paraíso o las redenciones obligadas del penitente. El bien
no se deja conquistar tan fácilmente. Por eso el mal está tan presente, y
aunque lo neguemos, alberga una seducción para los principiantes sin valores
que son los humanos.
El mal se expande con la velocidad de
una pandemia. Y lo hace como un manto que se blinda en el pertinaz y tantas
veces descarrilado devenir humano. Creemos que podemos reducir al mínimo sus
efectos porque el hombre se anida en escudos morales, intelectuales o espirituales.
No encontraremos razón en el mundo por más que se reproduzcan por millones los filósofos.
Al no poder disponer de la razón desde nuestro primer día para abstraernos de
esa representación teatral que parece ser la vida, construimos como niños una representación
mental ingenua que al llegar a adultos, resulta difícil desmontar. Se es bueno
o se es malo, nos corrigen nuestros padres o profesores. Se es bueno y se es malo,
y se puede convivir con esa doble personalidad. De ahí que nos confunda el
escuchar que una muy mala persona suele ser buen hijo y buen amigo y compañero de
sus amigos. Nos criamos con una muy infantil concepción de las cosas, nos hacen
creer que todo depende de que seamos buenos integrantes del rebaño. Es difícil abstraerse
de esas estúpidas y estériles ideas.
La voluntad de la verdad está
enmascarada en la voluntad del poder. No lo digo yo, de algo me sirvió leer “Así
habló Zaratustra”. Lo bueno de Nietzsche es que contradice a todos, comenzando
por los filósofos. La defensa de la verdad termina en burla. Somos una repetición
demasiado humana que sugiere seguir a Dios como remedo de esa fuente imaginaria
que cree que somos así por imagen y semejanza de ese alguien que nos enseña
todo aquello que debemos o no debemos hacer. Y ese rebaño que se autoproclama
inmoralista, en realidad no está mas allá del bien y del mal, sino que tiene la
extraña tendencia de buscar y hacer el mal. Lo fascinante de películas como La
guerra de las galaxias es que trata de la agotadora batalla por estar en el
campo de protección del bien antes que en el lado oscuro. Tal vez no haya
blanco o negro, ni grises como parece ser la existencia. La libertad es un bien
que Santo Tomás justifica para que el hombre se parezca más a Dios. Él no quiso
el pecado, asevera, pero lo permitió por una razón mayor, que el hombre sea
libre. Tal vez por eso la corrupción no sea culposa, porque creen que lo hacen
para satisfacer necesidades y no impulsos, taras o pulsiones. Y porque luego
pueden pedir perdón arrodillados y en silencio para continuar in eternum con las
tropelías éticas.
La ignorancia es culpa pero hasta ahí nomás.
La ignorancia no es fanática, es estúpidamente cómoda. Somos prisioneros con
miedo a dejar de tener reglas o de inventarlas para que se acomoden a nuestra
moral. Somos arquitectos de valores propios que se pregonan no como vicio o capricho
individual, sino como desinteresada gesta hacia un pueblo, que por su condición
virginal de pueblo nunca se equivoca. No puede haber moral universal, no es
práctico una moral para todos. Si llegáramos a ese casi imposible momento de despejar
mitos, podríamos conocer el alcance de una moral particular. La madurez permitiría
dimensionar una vara que permita el ignorante conocer sus limites y sus
consecuencias por ser tan vanidosamente ignorante. Y de paso, dejarse de joder
con ese verso de que el mal es solo del poderoso y el bien solo del oprimido,
quién tendrá el premio de la vida eterna. No tenemos una esencia, somos el
eterno caos que tensiona y somete al mundo real. Ya es eterno ese laurel
malicioso…
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