“Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está
totalmente alejado de ella”.
Aristóteles.
La mayoría procuramos alzarnos con la verdad de lo que nos
importa o motiva. Tantas veces en ese proceso nos encontramos con una enorme
disyuntiva, al mismo tiempo que aspiramos a esa exactitud, nos topamos con
posiciones radicalmente encontradas con la nuestra que también afirme que la
asiste la razón o la certeza. En estos tiempos donde nos aterroriza ser
victimas de una nueva fake news, perseguimos la verdad pero no siempre nos
gusta lo que raspamos en su búsqueda. Esto encierra una enorme pregunta filosófica:
¿qué será la verdad?
Se habla de verdades absolutas y de verdades relativas. Esa
búsqueda a muchos les consume la existencia. Es parte esencial de la naturaleza
humana porque obedece a una necesidad de vivir, le encuentra sentido a la vida
y nos ofrece un juicio sobre las realidades concretas. La verdad difícilmente será
absoluta, aunque se ponga el énfasis en enunciarlo. Tantas veces la verdad
anida en el interior, y cuando sale, lo que los demás pueden optar es a buenas
interpretaciones. Cuando la verdad anida en nuestro interior, lo que cuenta es
una buena dosis de conciencia para permitir confirmar que lo que internamente
suponemos como verdadero, lo pueda ser. En cuanto a la verdad, no habrá humano
que no tropiece, por más pensante y filosofo que sea.
Conocer tal vez se pueda definir como acercarse tímidamente a
una realidad. La verdad se antoja limitada e incompleta, por su complejidad.
Los que hasta aquí siguen mis pensamientos, pensarán que es Perogrullo, pero debo
decir, con cierto pesar, que no lo es, más de una vez nos topamos con esa
radicalidad presuntuosa que se relame de ser portadora de la verdad. Y no está
impostando sus proclamas. Esta convencido, tiene su convicción. Entonces surge
la duda cruel y luego el agravio, uno y otro intentarán definir que su verdad
es la absoluta y que la otra parte miente, esta manipulado o tiene malas
intenciones. Este dilema nos agota y no ayuda a la división que se puede
observar en cada conflicto mediático al que asistimos. Se espera en vano, que
cada parte incorpore nuevos conceptos que le permita comprender mejor esa
realidad y poder optar a un mejor manejo de dicha verdad. Pero rara vez sucede.
Nietzsche aseguraba que era mejor buscar la verdad que
encontrarla. Esa debería ser la única motivación, transitamos por la vida con
la intención de conocer esas verdades. Sócrates confesó que “sólo se que no se nada”
y estábamos hablando de unos de los filósofos clásicos de la Grecia antigua, maestro
de Platón. Algunos pueden observar en esa definición como el paradigma de la
falsa modestia. Indudablemente la labor del filosofo es razonar y cuestionar
los elementos que lo rodean. La aparición de una verdad tantas veces no aclara
sino que oscurece. Una pregunta satisfecha encierra un múltiple choices de
nuevas preguntas. La frase que atribuimos a Sócrates y que inmortalizo en su difusión
Platón, intenta explicar que a pesar de dominar un conocimiento ya dominado debemos
declarar nuestra ignorancia sobre otros tantos saberes. El individuo no es
portador de la verdad absoluta, necesita una disponibilidad a seguir aprendiendo.
Hoy observo que se falla en lo esencial, no existe esa predisposición a dejar
de ser ignorante.
Tomamos una posición radical en asuntos que competen a
nuestras sociedades. Las verdades fuera de nuestras verdades es un ataque a
nuestra inteligencia. Optamos por considerar que del otro siempre surge la
mentira, el embuste, el engaño o fraude. El ignorante cree saberlo todo, es
peligroso. Pero el inteligente que razona como un ignorante al no aceptar otros
puntos de vista también es peligroso, suele ser aquel que luego nos priva de
nuestras libertades naturales. Un método esencial para el logro de esa verdad
está depositado en el dialogo, y ese coloquio no se ofrece como alternativa, el
dictador o intolerante considera que la discusión es grito, represión y ofensa.
La verdad individual se puede comunicar y compartir, no imponer. Estamos en ese
momento de tamaño desconcierto donde la gente considera que la verdad está en
nuestras esquinas y no en la de nuestros rivales. La verdad no afirma ni
rechaza, simplemente experimenta. La verdad no se aprende, se mastica
diariamente, se busca en la luz o en la oscuridad, se experimenta cuando somos
libres -el estado ideal- o cuando somos prisioneros de un sistema. La verdad no
llena un vacío ya que abre nuevas puertas a dudas, dolores o intrigas. Para
tantos eruditos la verdad es una obscuridad cegadora.
Es nuestra obligación el penetrar en esos mundos inteligibles
para, penetrando en los misterios, poder alcanzar verdades racionales. Al obtener
ciertos conocimientos podemos liberarnos del mundo de las apariencias e
ignorancia escogida, para optar al plano de las ideas. Gotthold Ephrain
Lessing, filosofo alemán del siglo XVIII, sostenía que lo que hace digno al
hombre no es la posesión sino la búsqueda. Tal vez la verdad sea como pregonó Nietzsche,
antagónica y complementaria. A veces el conocimiento solo es engaño, ilusión o
lo que es peor, olvido. Es lo más cercano a lo que definimos como
desconocimiento. La mejor actitud que pueda acercar a una primera aproximación a
la verdad será la escucha, que posibilite experimentar la profundidad de un conocimiento
filosófico que sostenga el conocimiento que consideramos moral por estar
arraigado en el acervo. El conocimiento
solo mana de la vida misma y no existe un conocimiento puro, ya que será una
fuerza activa y compartida que podrá eliminar esos tópicos “divinos” que
oscuros mortales, amparados en su ignorancia, han tratado de sugestionar para
eternizar “su producto” tal el del primer trabajador, padre de la patria, el anti elitismo, el pueblo virtuoso, el caudillo, el discurso anti liberal, el anti imperialismo, lo nacional
o popular o de la justicia social.
Recuerden que el sujeto del conocimiento es colectivo que se
somete a los vaivenes de la historia, saliendo ileso del naufragio. No nos
gobierna la dialéctica, la gramática ni el énfasis emotivo que el intolerante utiliza
para hacernos serviles e ignorantes. Dejemos de llamar conocimiento al
desconocimiento, optemos en afirmar tantas veces que el conocimiento buscado
precede al olvido de concepciones equivocadas, que será una nueva forma de
adquirir entendimiento. El saber no mata, a lo sumo duele. Pero hoy lo que duele
es observar cómo se habla de lo que no se sabe y te gritan como único mecanismo
de defensa o reclutamiento rastrero….
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