“A fuerza de mirar, uno se olvida de
que se puede ser también objeto de miradas”.
Roland Barthes
Resulta habitual escuchar en campaña,
a cualquier candidato asegurar la fórmula para detener la desocupación. “Generaremos
más de un millón de puestos de trabajo”, es un slogan de lo más trillado.
¿Cómo? ¿En cuánto tiempo? ¿De qué manera? Todos esos interrogantes no se
contestan, la mera formulación de la promesa parece ser el único aval para
llevar adelante la conciencia de las personas. La mera mención de puestos de
trabajo genera un efecto hipnótico para muchos, otros creen que se puede tratar
de un falso slogan. Como aquel que todos se empecinan en repetir: “pobreza cero”.
Es absurdo, pero aún se cree. George Orwell lo denominó en su novela 1948 “hechos
alternativos”. La frase que hoy tiene triste vigencia tiene su origen en 1945,
pero sigue siendo representativa de la manipulación.
Si bien hoy día la proliferación de
medios de comunicación parece dificultar el uso de slogans sin inmediatas
consecuencias de desenmascarar, seguimos analizando la vigencia de aquellos
hechos alternativos. Sin embargo, el eco de los propios medios y la virulencia
de la propagación informativa, perciben la realidad de manera efímera, y tantas
veces pasando desde la mordacidad inmediata a la indiferencia de pasar
desapercibida. Parece ser que no hay más sentencias condenatorias, que aquellos
dos o tres días que dure la aspereza de los primeros ecos. Una semana después,
los hechos alternativos ingresan en el triste archivo de la tibieza o
indolencia.
Cuesta encontrar en estos días información
sobre hechos alternativos en google. La búsqueda acapara a Donald Trump a
través de Kellyanne Conway, una de sus asesoras. En la banal discusión sobre si
los asistentes espontáneos a la asunción de Donald Trump habían o no superado a
los de Barak Obama. El secretario de prensa de la Casa Blanca, insinuó que unas
720.000 personas se habían congregado en el acto de asunción del nuevo
mandatario, dejando entrever que no disponía de datos exactos de asistencia
pero que así todo eran mentiras que Obama hubiera alcanzado más adeptos en su
momento. Las redes sociales se encargaron en el acto de mostrar fotos de ambas ocasiones,
donde la observación directa permitía confirmar la falacia de lo expresado por
la Casa Blanca. Hasta ahí nada que hoy no sea habitual, la vara de medir
militantes difiere según quien lo mida. El problema surge cuando el “sesudo”
análisis de Conway atribuye a esas supuestas falsedades informativas como una
presentación de “hechos alternativos”. Ahí se encendió el recuerdo del “Big
Brother”, allí la gente salió de inmediato hacia sus bibliotecas personales o
hacia las librerías para agotar el stock de 1984, la obra de una sociedad
futurista gobernada por un “partido” que controla todos los aspectos de la vida
de la ciudadanía. De George Orwell escribiré en breve, ahora los hechos alternativos
nos llevan a desandar los peligros de permitir el uso de esa frase.
En 1850 aparecieron las primeras
cámaras fotográficas y se supuso que la imagen fija o en movimiento captada por
estos aparatos, pasaría a ser considerada como el testimonio incuestionable y
directo sobre la realidad, sobre la verdad. La impresión que estallaba en los
ojos de los observadores inmediatos de aquellas primeras fotografías hacía
suponer que la realidad exacta quedaba retratada, que se terminaría el debate
sobre la interpretación diversas sobre un mismo hecho. Pero como todo invento
revolucionario, el paso del tiempo no logró confirmar su ideario inicial y la
polémica se mantiene vigente, casi doscientos años después. Los hechos
alternativos también se sitúan sobre la superficie de las imágenes -y también
de los videos, asombrosamente-, aquella ficción orwelliana nos supone atrapados
en discusiones vacuas, Photoshop o retoque mediante.
Entonces la proliferación de teléfonos
inteligentes nos permite acceder a todo tipo de información al instante. La
posibilidad de captar fotos o videos de hechos trascendentes parece aclarar de
forma inmediata las diversas interpretaciones que han de alterar a posteriori
los participantes. Pero a pesar de la contundencia de las imágenes, la disputa
ideológica o dialéctica se mantiene, obstinada. Vemos las imágenes, observamos el
vídeo, pero nos encontramos casi prestos -luego de superar los primeros
momentos de confusión tras el descubrimiento del delito o del hecho cuestionado-
con la aparición del tan mentado hecho alternativo. Si buscamos ejemplos,
veamos un video de cualquier protesta callejera. El posterior análisis hablará
de sensaciones, situaciones o efectos que no se hacen presentes en la mera
interpretación de lo registrado. Pero de forma increíble, suele saciar la
necesidad perversa del militante, de creer que la interpretación del hecho
alternativo supera lo crudo que se está observando. Observé a gente contando
millones de euros o dólares robados del presupuesto de obras públicas y luego díganme
la interpretación que prefiera. Y sosténgala como hizo Conway casi sin
sonrojarse.
“Este libro defraudará a los fotógrafos”,
advirtió Ronald Barthes en 1980 al anunciar la publicación de “La cámara lúcida”,
referencia casi inmediata de reflexión en torno al valor de la imagen. De forma
velada -perdón por el infantil juego con la palabra- Barthes sostuvo que la
imagen se diluye en la misma medida que el discurso del hombre se muestra
consistente. Y es llamativo ese efecto, ya que una fotografía debe ser más que
una prueba: no nos está ofreciendo lo que ha sido, sino que demuestra lo que ha
sido. Si bien Barthes aclaró que su libro no estaba dirigido a la experiencia
del fotógrafo, sino que su mirada se reducía a “a la del sujeto mirado y la del
sujeto mirante”, la emoción o el instante mismo en que la espontaneidad deja
paso a la postura, nos obliga pensar si la imagen no pasa a ser un hecho
alternativo. Miremos nuestra foto de perfil de red social. ¿Cuántas veces hemos
dudado de que seamos esencialmente nosotros los allí posados?
Henri Cartier Bresson, el padre del denominado
foto reportaje, llamó a la fotografía “el instante decisivo”. Pero la
representación de toda una historia a través de una imagen puede ser
incompleto. Y la captación del momento puede no representar la historia del
momento. Finalmente, el gran descubrimiento quedo atrapada en la manipulación,
ya que una fotografía tantas veces no es inocente. En el momento de su
propagación, nadie se detuvo a alertar que una fotografía es un instante y no
siempre es la muestra cabal del realismo. Entonces una comparación fotográfica
entre dos asunciones presidenciales en el tiempo, puede llevar a la utilización
de los hechos alternativos. Empíricamente, seguimos atrapados en la necesidad
de detectar la verdad y falsedad de las cosas. Y la dualidad se sostiene y se
sostendrá en la tozudez, la tozudez de los hechos y de los deseos de ver el
hecho.
Cada encuadre escogido, la necesidad
de una luz determinada, la posibilidad del retoque posterior hace que aquella instantánea
poseedora de la irrefutable muestra de la realidad haya perdido frescura, que
haya perdido espontaneidad y se haya sumado a esa discusión sin triunfadores
sobre los hechos. Dejando de lado la fotografía, la discusión es más extensa,
vincula directamente uno de los grandes problemas de la humanidad a lo largo
del tiempo: ¿Las cosas ocurren de una sola manera, aunque se antoje difícil descubrirlas?
Parece ser, visto nuestro accionar, que las emociones humanas tienden a partir
del convencimiento de los hechos, en la medida que nos convengan, más allá de su
veracidad. Este hecho -que no es el mencionado hecho alternativo- existe en la
actividad familiar, social o política.
Desde pequeños nos hemos acostumbrado
a “jurar”. Al principio con hechos vinculados a travesuras o actos erróneos.
Luego juramos una religión, una constitución, una patria, un vínculo, una
fidelidad, una ética, la veracidad de un testimonio, una continuidad de
principios. Vivimos bajo juramento e íntimamente sabemos que lo hemos falseado
o defraudado más de una vez. Un juramente tiene una absurda vigencia, ya que no
suele describir lo que ha sucedido, sino lo que a veces se necesita que suceda.
Los hechos alternativos están presentes en cualquier juicio o tribunal. Si lo
han presenciado alguna vez, bien sabe que tantas veces el testigo directo o
acusado ya no será necesario. Entre su abogado personal o acusador, testigos de
unos y otros y el jurado o jueces, se encargarán de describir la realidad que
cada uno desea demostrar. Ese pequeño escenario que es la vida, demuestra en la
soledad de un juzgado que, o representas la obra lo mejor que puedas o dejas de
ser el testigo directo, para convertirte en el testigo del hecho alternativo
que las partes intentará demostrar.
Las mentiras contadas miles de veces
logran convertirse en verdad. Las fragilidades de estos hechos están sustentadas
en que solo los queremos ver desenmascarados en procesos políticos -que en
verdad son fragantes- pero nos olvidamos de nuestra propia manipulación
reducida a nuestro pequeño mundo, a nuestro ínfimo espacio. Levantamos el grito
de inmediato ante la arbitrariedad ajena, pero seguimos fallando en el
sinceramiento interno, aquel que nos lleva a colgar una foto radiante de
nuestra persona, o a jurar en vano, a falsear un CV, a evadir impuestos, o
contar una historia paralela a lo que hayamos realizado. George Orwell no
descubrió el hecho alternativo o la pos verdad. Lo que logró el escritor
británico fue, a través de una historia de ficción, intentar explicarnos que la
realidad, como la felicidad, o la pasión, son grageas y no momentos
interminables. Entonces aquellas frases o hechos desafortunados no dejarán de
ser inevitables, lo que podremos hacer es evitar la rítmica frecuencia de nuestra
mentirosa existencia…
PD: aclaro que las fotos de cada
entrada son montajes, no puedo ampararme en que se tratan de hechos
alternativos…
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