"Caballero que
hizo reír a todo el mundo, pero que nunca soltó un chiste. Tenía el alma
demasiado grande para parir chistes. Hizo reír con su seriedad".
Miguel de Unamuno - El sepulcro de
don Quijote.
Muchos de nosotros somos figuras
Cervantinas. A muchos nos persigue una
diversidad psicológica que se puede resumir entre el ser y el parecer. Estamos ante una permanente y desequilibrada
batalla entre la realidad y la ficción, entre el idealismo y el realismo. En
esa batalla casi siempre terminamos instalando la vida en un psicodrama, que de
tan dramático y conflictivo, arroja una máscara sutil de comedia. Es que si no
nos reímos de la existencia y no somos unos soñadores como Alonso Quijano, ¿Qué
nos espera?
El concepto que manejamos de
nosotros mismos estará formado por las creencias y aptitudes que tengamos. No
son sólo imágenes idílicas, nuestros juicios nos suelen condenar a creer que
somos otro que nunca llegaremos a ser. Tantas veces lo que determina lo que
cree ser la persona es eso: lo que cree ser. Sus actitudes, su ética, su moral,
su accionar y sus principios marcarán su recorrido, aunque en plano de dudar
todos estos atributos también pueden ser falaces. Por eso estimo que a Cervantes,
como así también a Shakespeare, lo que lo inmortalizó fue la capacidad de
definir la personalidad humana en cientos de páginas de una novela. Y de
hacerlo de una manera graciosa pero contundente.
El concepto que tenemos de nosotros
mismos suele estar distorsionado. Podemos constatarlo toda aquella vez que de
nuestra boca salen cosas que se contradicen con lo que en realidad hacemos o
practicamos. Desarrollamos teorías o profundizamos ideas que no guardan
relación con nuestro comportamiento íntimo. Nosotros, a veces llegamos a
conocer a "nuestro farsante", y nos suele engañar con una pasmosa
facilidad. Por eso cada tanto nos vemos obligados a enfrentarnos con la
realidad. Lo llamamos introspección y puede suceder cuando presentamos una
imagen a la sociedad de nuestra realidad que no concuerda con la verdadera
realidad. Espero que no se hayan mareado con tanta palabra repetida. Pero
parece que nada es real, la realidad es un invento más del hombre.
"Yo sé quién soy"
(1.5:73), anuncia don Quijote y aumenta la apuesta: "y sé que puedo ser, no solo los que he dicho, sino
todos los Doce Pares de Francia, y aún todos los nueve de la Fama, pues a todas
las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por si hicieron se aventajarán
las mías". De tan hilarante que fue el mayor personaje cervantino, podemos
deducir que ni don Quijote sabía en realidad quién era. Y me apoyo en la
novela, donde muchos personajes no se llaman como dicen que se llaman. Sancho
Panza en el códice árabe es Sancho Zancas y su personaje universal representa
los nacionalismos y las nacionalidades del continente. Lo hilarante de ese
personaje entrañable desarrollado en 1605 es que si revisamos los nacionalismos
vigentes nos damos cuenta que seguimos persiguiendo gobernar ínsulas ideales
para acomodarnos. Alguna vez Unamuno decretó al quijotismo la religión de
España.
"En un lugar de la Mancha, de
cuyo nombre no quiero acordarme" ha permitido que científicamente o a través
de un GPS turístico, muchos se quieran adueñar del paraje original para
beneficio comercial. Donde haya un molino, alguien se adueñará de la
inspiración de Cervantes para justificar que ese paraje dio origen a la novela.
El juego literario que fue un tributo a como comenzaban los libros de
caballería se convirtió en más picaresca para adueñarse del escenario -o una
ínfima porción de el- y atraer turistas y literatos.
Y si continuamos descifrando quien
es quien, Dulcinea del Toboso era en realidad una aldeana y saladora de puercos
de nombre Aldonza Lorenzo. Y para no aburrir la triste realidad del que me esté
leyendo, la esposa de Sancho Panza es a la misma vez -en el desarrollo de la
historia- Teresa Panza, Juana Panza, Mari Gutiérrez, Teresaina o Teresona,
depende quien la mencione. Es decir que el "Yo sé quién soy" que nos
regaló Cervantes sigue sonando a enigma inconcluso en este mundo convulso de
hoy, y lo que en realidad inmortalizó Cervantes no fue a don Quijote, sino a
una creación literaria donde la conciencia, el carácter y la personalidad se
exploró por primera vez como creación artística.
Tantas veces estar equivocados nos
hace felices. El caballero errante se muestra grato de estar engañado. Es feo o
normal -no se que es peor ser- y se siente apuesto; es un hombre común y se
siente un caballero. Es un anciano pero se vislumbra un jovenzuelo. Una moza de
labranza es su refinada e idealizada dama, su fiel escudero es un vecino con
pocas luces, una posada más que humilde es su castillo y unos molinos su más
enconado adversario. Don Quijote es un hombre feliz hasta la conclusión de la
novela, donde los sucesivos fracasos le despojan de sus eternas ilusiones, y la
tristeza y la melancolía lo lleva a la propia muerte.
Paul Michel Foucault, filósofo
francés, buscó dar con la esencia del hombre. Y estudió El Quijote convencido
de que no sólo fue el inicio de la novela moderna, sino también el origen del
conocimiento, ya que Alonso Quijano se aficiona a los libros porque lo que en
ellos acontece se menciona más cierto que en lo que en verdad puede acontecer
en nuestro mundo. Nuestras propias creencias nos obligan a tener una visión
sesgada de la realidad, y a veces parece ser una bendición que eso suceda.
Don Quijote representa una versión
extrema de todos nosotros. Razonarlo nos permite comprender que, generalmente,
creemos lo mejor de nosotros mismos cuando en realidad conocemos perfectamente
lo peor y lo mediano que podemos ser. Por un mecanismo de conformidad o
comodidad solemos pensar que lo bienintencionado que hay en nosotros ha de
triunfar o imponer -sin mediar esfuerzo o sacrificio - sobre lo inconstante o
indiferente que nos caracteriza. Foucault se interesó por las imaginarias
relaciones que el hombre en general, mantiene consigo mismo. Como le sucede a
don Quijote, solemos creer que somos más jóvenes que lo que somos, más capaces
que lo que el estricto realismo nos puede llegar a definir.
Aristóteles apostó que la escritura
ya incorpora la vida y que contiene más verdad que la misma historia. Don
Quijote viene a ser el personaje, pero Alonso Quijano es la persona de partida
que le da origen. Y Cervantes la persona real que permite la existencia de
Quijano y el mito del Quijote. Quijano finge la persona que quiere ser. Se da
un nuevo nombre y se viste con una armadura que lo invista como caballero. Y
este enredo de la personalidad humana da eternidad a un Cervantes que sufrió
más de la cuenta para poder ser un personaje de utilidad en esta vida, que
paradoja mediante más que en vida fue a partir de su muerte.
El personaje Hamlet es probablemente
más influyente que la mayoría de las personas reales inglesas o danesas. Marco
Polo responde más a un ideario literario que a su verdadero registro histórico.
La imitación de Cristo hijo de Dios superó a un posible Cristo, hijo del
hombre, que sí existió, solo quiso pregonar un cambio de estilo que nunca llega.
Y don Quijote ha perdurado de manera tan clara que es más sencillo analizar el
tema de la personalidad dispersa en una obra literaria, que en millones de
vidas que suelen carecer de precisión a la hora de obtener una exacta imagen de
sí mismo.
En el prólogo del libro, el mismo
Cervantes confía que "con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo
en el bufete y la mano en la mejilla" resuma o refleje que la novela fue
concebida desde la eterna imagen de la melancolía. Aflicción o nostalgia que
tantas veces le obligó a abandonar su escritura para luego retomarla, y al
terminar la obra cumbre de las letras castellanas superar el "silencio del
olvido", tras tantos años de deméritos de vida. En palabras de don Quijote
invita a que "lean estos libros, y verá como le destierran la melancolía
que tuviere y le mejoren la condición, si acaso la tiene mala". Y la
melancolía la superó a través de la picardía, sonrisa que se impuso a una vida
plagada de infortunios, demostrando que tantas veces la melancolía solo
proviene de la experiencia aprendida.
El que haya leído el libro, supongo
que habrá sido preso de la fascinación y de la sorpresa al extremo de sentirse
un símil de Quijano, en cuanto a "del poco dormir y del mucho leer, se le
secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio". A cuatrocientos
años de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra sigue vigente la eterna lucha
del ser humano por fingir la persona que se quiere ser. En esa enorme
escenografía que es el universo, en esta gigantesca obra de teatro que es la
vida, no nos queda otra que seguir el juego, con la esperanza de que de tanto
fingir, el mismo ser humano alguna vez sea capaz de forjar un cambio que
finalmente nos transforme en una mejor especie.
Intento no caer en tópicos para homenajear
al genio de Cervantes. Me he apoyado en un magnífico libro "En defensa del
error", de Kathryn Schulz, para comprender que si la vida es un error, es
mejor reírse todo el tiempo de ella...
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