"Regocijaos, hijos míos, vais a
morir"
Cualquier sermón eclesiástico ante
la referencia de la muerte.
La imagen se inmortalizó con un
contraste extraordinario. Por un lado, durante décadas, la muchedumbre
peregrina en dirección a esta iglesia inmortalizada por el artista; por otro
lado, representó en el oleo una contundente sensación de aislamiento total. Aislamiento
de este pequeño pueblo y del último tramo de vida del pintor. En el norte de
Francia, y a escasos treinta kilómetros de París, se encuentra el pequeño
pueblo de Auvers-sur-Oise, lugar donde se suicidó Vincent van Gogh luego de
acometer una intensa y última fiebre creativa.
El óleo en cuestión se llama
"La iglesia de Auvers" es un lienzo de 94 x 74 centímetros que se
exhibe en el Musée d`Orsay, en París. Pintado un mes antes de la muerte de van
Gogh, traza un imaginario arco entre el comienzo y la conclusión fulminante de
su obra. Este trabajo se asemeja a los primeros "van Goghs". Pero
ahora es fácil interpretarlo. Ese cerrar drástico del círculo creativo pasó
desapercibido en 1890, tal vez porque la atribulada vida del artista también
sucumbió a la indiferencia en vida. Con su desgarradora crisis existencial y su
muerte, trascendió su obra a niveles mundiales. La pena es que el artista nunca
fue recompensado ni reconocido en vida.
La imagen posee una fuerza
extraordinaria y es la más emblemática de esos ochenta lienzos que con fiebre
creativa acometió en el pueblo de Auvers, en los últimos setenta días de vida
del pintor. Para inmortalizar a esta iglesia gótica, van Gogh recurrió a la luz
nocturna, otorgándole al templo un efecto lumínico que devino en una actitud
fantasmagórica. La construcción se alza ante la vista de los visitantes del
Musée d`Orsay desde un punto de vista elevado, sus ventanas arrojan una plena
oscuridad y la sombra del edificio se alarga sobre el prado al tiempo que deja
los muros en penumbra. El cielo oscuro y tempestuoso completan la atmosfera
oscura de la obra -aunque muchos críticos admiten que el cielo irradia una
sensación de azul profundo -, fascinando a la vista pero oprimiendo al mismo
tiempo. La soledad del pintor tal vez esté reflejada en sus pinceladas. Un
posado silencio se presume al contemplar la obra. Sólo una mujer, vista de
espaldas, camina por la calle lateral en dirección a la iglesia. La fe de van
Gogh en su pintura -y en la vida- estaba a punto de apagarse.
La muerte ha sido y sigue siendo una
dolorosa realidad. Siguen sin aparecer las respuestas y es ante esta situación,
donde nos solemos detener para tratar de comprender que, generalmente lo
estamos haciendo mal, que no se justifica tanto error o sufrimiento en la
pérdida de tiempo por poder, egoísmo, envidia u otros complejos, antes los
escasos noventa años -en el mejor de los casos - en que transitamos por este
universo. Es tanto el miedo que nos genera la muerte - la propia y la de
nuestros seres cercanos - que debimos recurrir a una quimera hasta ahora nunca
demostrada, pero que nos cuesta horrores sentarnos a debatir con madurez, que
es el alargar la vida con la idea de vida o reposo eterno o de una posterior
reunión fraterna donde habiten todos juntos nuestras almas ya idas de esta
tierra.
La muerte no siempre se presenta de
manera natural. Tantas veces no avisa, tantas veces no responde a ese canon
absurdo de muerte bella (el término dulzura narcótica fue utilizada durante el
romanticismo) que pregonan las religiones a la espera de reencontrarse con el
mecenas que todos esperan y que se empecina en nunca aparecer. La muerte
natural es traumática aunque festejada por las religiones. Pero la muerte
súbita y escogida es considera impura, ruin y lejos del precepto de un buen
ciudadano religioso. La muerte a través del suicidio despierta la ira o cólera de
Dios, el hombre no es dueño de su vida. Los adelantos tecnológicos y
científicos pueden ayudarnos a apaciguar tanto absurdo. Palabras como donación,
trasplantes, incineración e incluso eutanasia ya están conviviendo con
nosotros.
Desde la Edad Media que la Iglesia
se ha pronunciado claramente con relación al suicidio, escogiendo no permitir
al suicida de una cristiana sepultura. La Iglesia como institución cerrada
-aunque la paradoja es que está abierta a todo público- se mantiene casi impertérrita.
Es verdad que dentro del sistema, hay voces que hablan de dolor o de disculpa
ante la gravedad, dolor o soledad del suicidio. Pero predomina la radicalidad
de la Iglesia, determinando que la muerte súbita solo puede ser designio de
Dios, nunca una decisión ni meditada ni impulsiva ni de un sufrimiento
personal. La cólera de ese Dios generoso pierde los estribos ante el suicida y
frases como la del canonista francés Guillermo Durand "no se lleva a la
Iglesia a aquellos que han sido muertos, por miedo a que su sangre mancille el
pavimento del templo de Dios", suelen seguir vigentes aún día de hoy. Todo
aquel familiar que tenga un suicida en su familia sabe que cuesta mucho lograr
no solo sepultura cristiana, sino la misa, oraciones o muestras de duelo.
Vincent van Gogh apareció por el
desapercibido pueblo de Auvers súbitamente en julio de 1980. En sólo dos meses
y medio dejó una huella imborrable en el pueblo a través de sus pinceladas.
Hasta que tuvo la mala decisión de volver a atentar contra su vida, y esa vez
si lo logró. Según dice la leyenda, el párroco de la iglesia de Nuestra Señora
de la Asunción se negó a oficiar un funeral. El hermano del pintor, Theo, quien
fue el que impulsó a Vincent a recluirse en Auvers para encontrar una paz ya
perdida a causa de los brotes psicóticos, ante la negativa del párroco, tuvo
que rectificar las invitaciones.
La imagen que perdura de van Gogh es
la de un outsider, la de un genio incomprendido o artista loco e intuitivo que
se adelantó a su época. "Hasta ahora no he encontrado una definición del
arte mejor que ésta: El arte es el hombre añadido a la naturaleza", escribió
a su hermano en una carta un año antes de su muerte. Esta máxima quizás resume
la carrera del pintor, van Gogh siempre fue fiel a la naturaleza como eterna fuente
de inspiración. Dicha naturaleza de su pintura tan personal y emotiva
finalmente lo ha llevado a ser considerado un artista único, distinto a todos.
Su sueño de crear una comunidad de pintores finalmente no se llevó a cabo, pero
hoy van Gogh puede jactarse de ser uno de los pocos artistas a los que se les
ha dedicado un museo entero, construido en Amsterdam.
Camille Pissarro, pintor
impresionista danés dijo de él: "O se volverá loco o hará morder el polvo
a todos. Que haga lo uno o lo otro es algo que yo no soy capaz de
adivinar". Si bien influyó en la pintura posterior, nunca tuvo discípulos.
Y cumplió las dos predicciones de Pissarro, loco pero mordiendo el polvo a
todos. Hasta a la Iglesia que le negó el reposo de su alma a través de un
oficio religioso.
Como dando validez a la parábola del
regreso del hijo pródigo, en octubre del año pasado, una feroz tormenta
desatada en Auvers, dañó gravemente la iglesia. Con 600.000 euros se resolvería
el problema, pero el municipio recurriendo a la voluntad de sus habitantes,
solo recaudó 13.100 euros. Sin subvenciones oficiales ni ayuda eclesiástica, la
iglesia persiste en su deterioro casi un año después. El cementerio de Auvers
sigue siendo el segundo más visitado de toda Francia, allí reposan los restos
del genial pintor holandés. Así todo, tirón turístico aún vigente en Auvers, la
solución no aparecía. Hasta que recibieron la noticia de la cooperación del
Museo van Gogh que propulsa una campaña internacional para recoger fondos para
la reparación del templo que inmortalizó el pintor.
Dominique Janssens, presidente del
instituto van Gogh insiste: "es el momento de devolverle a van Gogh algo
de los que nos ha dado". El último Código Canónico data de 1954 y aún
no ha sido modificado. En el libro tercero de las cosas y en su capítulo tres
podemos encontrar en su entrada 1240 que estarán privados de sepultura
eclesiástica, entre otros absurdos, "los que se han suicidado
deliberadamente". El suicidio no es un fenómeno individual sino social, y
la religión ante un sinfín de fenómenos sociales permanece estancada en su
añeja prédica. La buena nueva que sigue funcionando en esta sociedad de
hipocresía es que tarde o temprano, por influencia del dinero o de
vinculaciones importantes, todo familiar del suicida podrá disponer -maquillando
algo el guión de la muerte de su ser querido- de un oficio religioso. Todo esto
hasta que de una vez nuestras mentes religiosas se avengan a aceptar que todo
fenómeno escapa a posibles prédicas y catálogos impresos hace XXI siglos, y que
la vida tiene mil finales y no sólo el paradisíaco y ya desfasado cuento de la maravillosa vida
eterna...
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