"En un beso, sabrás todo lo que
he callado".
Pablo Neruda.
La literatura puede desencadenar las
peores crisis. August Rodin inmortalizó la perfección de un gesto, al
representar los efectos de una lectura. No han perdido la cabeza, solo que lo
inevitable entró en juego. Los cuerpos desnudos y tanto tiempo deseados en
secreto, debían fundirse como si fueran uno. La lectura de un amor prohibido
generó otro, y el escultor al que le habían encargado la secuencia para poblar
Las puertas del Paraíso, en el Baptisterio de Florencia, le concedió tamaña
fuerza que logró de ella una escultura independiente, que con el tiempo pasó a
llamarse simplemente "El beso".
La escultura se detiene en el tiempo
de un beso apasionado entre Francesca de
Polenta y Paolo Malatesta. Segundos
antes, leían la historia de Ginebra y Lanzarote. La pasión recitada surtió el
mismo efecto en estos cuñados. Y el drama sobrevino durante el beso fogoso con
la irrupción del Gianciotto Malatesta, hermano de Paolo y marido de Francesca.
Preso de la ira, los mató. Al tratarse de un caso de adulterio, la época no
condenó a Gianciotto. La moral pública condenó a los infiernos a los infieles.
Y otra lectura los inmortalizó, el Dante en su canto XXXII de la Divina Comedia
nos recuerda que a la pasión no la detiene ni los tremendos vientos que se
generan en el limbo.
El que rodeó la escultura en el
Museo Rodin en París, sintió una especie de estremecimiento al descubrir los
aportes de las luces y sombras en la obra. Es que los cuerpos entrelazados al
extremo de parecer uno solo, y la desnudez que erotiza tanto como la pasión del
beso que ya no esconde el deseo, no deja indiferente a nadie. Y eso que en el
recorrido por el Museo, nos impacta la visión en el exterior de El pensador, de
Los burgueses de Calais, La Puerta del Infierno y los monumentos a Víctor Hugo o
Balzac, y en el interior las esculturas de Ugolino y sus hijos, El Ídolo Eterno
o Cristo y Magdalena. Pero un beso
siempre es atractivo, enigmático, dulce o sensual, cariñoso o lujurioso, de
agradecimiento o de reconocimiento. Y el genio de Rodin representó con maestría
el goce en la unión física y la armonía espiritual que la pasión desata en la
pareja.
Rodín, ferviente admirador de Miguel
Ángel, consideraba la belleza como una representación fidedigna de un estado
interior. La textura y modelado de sus obras, además de imprimir un carácter
único, generaba una multiplicación de planos, una sensación de movimiento. El
Beso generó una fuerte reacción en sus contemporáneos, que llegaron a
considerar además de realista, impúdica la obra. Lo atrevido o descarado del
análisis escondía una sensación ya evidente en las mentes humanas: un beso
apasionado siempre ha representado una fuerza imparable de felicidad compartida.
Lo prohibido habita en nosotros, sólo que no sabemos en qué momento o
circunstancia puede o debe aflorar. Y si no es prohibido, sabemos esconder la
pasión a vista de los otros.
Es que está universalmente instalado
el concepto de que para ser un buen amante, es fundamental el saber besar. Los
esenciales puntos erógenos que representan los labios, lengua o el interior de
la boca, necesitan además de la pasión que confunde, la sabiduría del que guía
o lidera. Rodin significó en la robusta y poderosa figura masculina, una
actitud serena y protectora, sobresaliendo el detalle de la mano sobre la
pierna de Francesca; la enamorada, mientras tanto, representa la pasión de la
que se deja perder por la templanza del que la besa, perdiendo las formas al
adoptar una curvatura apasionada y la vehemencia del abrazo desenfrenado. Si
bien representa un amor prohibido, no hay nadie que dude que el dramatismo
logrado en escena, representa el amor pleno.
Si bien la práctica de besar se
considera tan antigua como la humanidad misma, nadie puede precisar cuando
surge. De naturaleza diversa, podemos distinguir entre los protocolares o de
cortesía, que contrastan con los encendidos y efusivos. Ese afectuoso pero
anodino contacto entre labios y mejillas con el correr del tiempo parece tener
más sentimiento que aquellos besos de pareja estable. Las partes, conocedoras
de la pasión perdida, no saben cómo recuperar ese fuego que les llevaba en
épocas anteriores a la misma necesidad de morder parte del labio para eternizar
lo desmedido de la pasión. La sociedad visual que hoy nos domina, nos muestra
todo el tiempo que la fogosidad representa la liberación de un espíritu,
mientras que el beso de amor rutinario, tiende a considerar que hemos cedido
paso a la monotonía. Todo supone que la pasión es solo portadora de los
iniciáticos o clandestinos. Influenciados y desmitificados, todos aspiramos a
ser apasionados, muchos fantasean con un amor culpable, que no es aquel con que
nos arrinconan las doctrinas.
Porque el amor y la pasión parecen
ser esenciales para graficar el comportamiento del ser humano. El amor y la
pasión albergan a la persona que conocemos ser, pero tantas veces descubre a
alguien desconocido, contradictorio, culposo pero reincidente. Con la pasión se
enfrenta a la represión, el beso es el ícono del placer. Pero el beso también
es el contrato que refrenda una relación noble y estable. El beso son tantas
cosas, tantas veces la verdad, pero tantas ha sido iniciático en la mentira o
en la falsedad, en lo mezquino, en el dominio, en la conquista por la conquista
misma.
Muchos antropólogos aprueban que el
beso existe hace más de dos millones de años. Los homínidos se besaban; los
chimpancés se besaban y se siguen besando. Lo atribuyen a la instintiva
necesidad que sentían las madres homínidas de masticar la comida hasta
convertirla en una especie de papilla que luego alimentaba a las crías. Los
mamíferos, por otro lado, apenas alumbrados se zambullen por instinto en la
teta materna en procura de leche y abrigo. Según Sigmund Freud, la boca es la
zona erógena por excelencia y adquiere un protagonismo esencial en la primera
etapa del desarrollo psicosexual, durante la lactancia. El alimento como fuente
de placer.
Historiadores griegos o romanos aseguraron
que leyes o decretos de monarcas establecieron a las mujeres abstinencia total
de alcohol. El objetivo era el mantener una pudorosa conducta. Para detectar si
se cumplimentaba la ordenanza, el marido debía acercarse a su cara y sentir su
aliento. Las leyes fueron aún más allá, obligando a los hombres a rozar los
labios de su esposa con los suyos, manera de confirmar el consumo o no del
vino, denominado "temetum" en esos tiempos. La pasión parece que
obligó a reinterpretar los decretos, tal como sigue sucediendo en nuestras
sociedades, donde hecha la ley, hecha la trampa es prácticamente instantáneo.
La Biblia también repara en el beso.
Describe el beso de codicia cuando Jacob besa a Isaac, su padre y le hace creer
que es Esaú, el primogénito, con la única intención de quedarse con la bendición del padre y la jefatura de
la familia. El más reconocido de las escrituras es el beso de la traición y se
lo brinda Judas a Cristo en la mejilla, condenando al hijo del Hombre al
entregarlo a sus perseguidores.
El Kamasutra destaca tres clases de
besos entre los veintidós que menciona: a) El nominal, en el que los labios
apenas se tocan; b) El palpitante, en el que se mueve el labio inferior, pero
no el superior, recorriendo las comisuras; y c) El beso de tocamiento, en el
que participan labio y lengua. El antiguo texto hindú le otorga al beso un
inmenso poder a la hora de expresar sentimientos. Lo equipara al sexo y a las
diversas posiciones.
Ante la inminencia de una
manifestación física, el cuerpo y la mente piden un beso antes que otra
exteriorización. La lujuria se genera cuando la lascivia toma el control de la
razón y hace que el hombre solo aspire al amor carnal. Antes profundizará su
actitud con cualquier tipo de beso. Dante expone en La Divina Comedia que el
castigo de la impudicia arrastra las almas de los condenados en los terribles
vientos sin rumbo del infierno. "La borrasca infernal, que nunca cesa, en
su rapiña lleva a los espíritus; volviendo y golpeando los acosa", el
Canto V, 31-33 nos devuelve a la pasión que condena a Paolo y Francesca, en
presencia de Dante y de Virgilio. La lectura de un libro propició que el amor
se desbocara, primero en un beso, luego en el acto sexual para terminar en el
castigo. La idea de esta entrada es tocar de costado el misterio de la
necesidad del beso en las relaciones entre humanos.
Besarse puede ser considerado como
una de las más grandes revoluciones interiores que podemos vivir. Para un crio
es esencial en el manejo de sus posteriores emociones. Para los adultos, un
sistema de convivencia pública y de fervor privado. Como la más atractiva de
las tormentas químicas que se desatan en el organismo, terminamos con el relato
de Francesca a Dante, ante el beso y la seducción de Paolo, recordando una vez
más que la buena literatura arranca y enciende las crisis internas más
fervientes...
Leíamos un
día por deleite,
cómo hería
el amor a Lanzarote;
solos los
dos y sin recelo alguno.
Muchas
veces los ojos suspendieron
la lectura,
y el rostro emblanquecía,
pero tan solo
nos venció un pasaje.
Al leer que
la risa deseada
era besada
por tan gran amante,
éste, que
de mí nunca ha de apartarse,
la boca me
besó, todo él temblando.
Galeotto
fue el libro y quien lo hizo;
no seguimos
leyendo ya ese día.
(Infierno,
Canto V, 127-138)
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