“La verdad es lo que es, y sigue
siendo verdad aunque se piense al revés.”
Antonio Machado.
Algunas veces recibo un halago que
me obliga a pensar si soy realmente portador de tal talento. Determinadas
personas me alientan a escribir sobre vivencias grupales, hábitos turísticos o
reseña de viajes, porque expresan que es como si estuvieran allí conmigo,
gracias a una supuesta pericia de transportar mortales a través de un contexto retórico.
Y me agrada recibir tamaño agasajo.
Por otro lado, me cuestiono la poca
capacidad que puede aportar mi palabra para explicar, por ejemplo, lo
majestuoso del caudal de un río, o lo excelso de una puesta de sol en las
inmediaciones de mi casa, tanto en Plentzia como en Barrika. Mantengo dos
dilemas, por un lado lo insuficiente que pueden parecer las palabras, y por el
otro, un tema abordado hace bien poco, que es como se puede transmitir la
verdad sin perecer ante la influencia de la ficción de mis palabras.
Enfrentarse ideológicamente con otra
persona es un verdadero desafío. Sobre todo en este mundo de hoy, donde la
confrontación ya no responde a la definición de cotejar una cosa con otra, o
ponerse frente al dicho de otra, sino que hoy se asume la confrontación como
sinónimo de disentir, evitar y hasta agredir, este último destello fuera de
cualquier posibilidad de sinónimo o antónimo de la palabra confrontar. Entonces
en el confronte de hoy, te encuentras con el dolor de la agresión y en el
continuo pensamiento de "encima cree que tiene razón", o "se
cree el dueño de la verdad".
¿Existe la verdad? Quizás existe una
realidad, y tiene un sinfín de matices,
infinidad de versiones. Ante la rivalidad de esas distintas versiones de una
realidad, nos desgastamos al intentar doblegar al otro para que asuma nuestra
verdad. Y no llegamos a buen puerto. Hoy por hoy, nos dolemos y nos lastimamos
en ese acto tan parecido a la censura. Hasta nos enemistamos, producto de los
contratiempos de la vida, de las pasiones en alza, por una palabra de más o por
un silencio inoportuno. Yo mismo, que juego a una permanente reflexión, hace
bien poco creo haber perdido a un amigo del alma, a causa de llamar ruin a una
política que a él le ha movilizado a considerar que se vive en un gran cambio.
Puedo perder cuarenta años de amistad por la interpretación de una "extraña"
sobre una década ganada o perdida.
“El
arte no es la verdad, el arte es la mentira que nos permite reconocer la
verdad”, nos dice David Shields, escritor estadounidense. Cuando recurrimos a
la terapia, por ejemplo, al terapeuta le interesa abordar la verdad subjetiva o
emocional del paciente, y en base a un mínimo de conocimiento sobre su historia
personal, se aplica a teorías o subjetivad para aplicar un cambio. El paciente
por otro lado, puede abordar el relato que más le conviene para desnudar una
falencia que lacera, eso sí tratando de ceñirse a una versión bien cercana a la
realidad, porque si no, no se avanzará en el problema. Entonces será portador
de una verdad subjetiva, necesaria para sobrevivir y al mismo tiempo permitirle
abrir un tema íntimo tan doloroso. Y entre ambas subjetividades, se genera una
relación que tantas veces logra llegar a buen puerto, porque existe la interacción.
Pero otras tantas, no. Por impericia de uno u otro, se produce el confronte, la
desilusión y el abandono de algo impostergable.
Toda la verdad y nada más que la
verdad, el criterio tan cruel que imponen los tribunales a la hora de dirimir
un conflicto. Cruel porque es imposible acceder a la verdad y nada más que la
verdad. Además, estamos acostumbrados a ver que nadie se sonroja ni claudica en
la mentira en estos tiempos. El juramento es tan demode, que lo escuchamos y
sabemos que es imposible de aplicar, tal un mandamiento. Y los que confrontan
tienen sus carencias, sus recelos, sus pasiones en juego que no les permite
ceñirse a la realidad. Pero a veces, para peor, también cuentan con abogados,
que prefieren limitar la verdadera historia a un estereotipo, a una estrategia
para acceder al triunfo en el litigio. ¿no les ha sucedido sentirse de más en
un juzgado? Entre los testigos, entre los descargos, entre los alegatos y las
interpretaciones de jueces, fiscales, y abogados, parece que no precisan más de
nuestra presencia de imputados, ya tienen una historia para defender o atacar,
y nosotros podemos ser los meros inocentes o culpables de esa subjetividad.
¿Somos conscientes al emitir un
torrente de palabras que intenten esclarecer una historia? A veces nos
sorprendemos al atestiguar que utilizamos la impronta, que aplicamos nuestra
subjetividad, o que adornamos la crónica según nuestra gana. Freud decía que
muchas cosas que decidimos omitir podrían ser la clave del problema. Pero las
seguimos omitiendo, o preferimos distraer con un relato variado. En ese
psicoanálisis antes mencionado, muchas veces los terapeutas permiten que
adornemos la verdadera historia, porque nos puede dar fortaleza para encarar
nuestro problema y salir al mundo a revertirlo. Pero no lo llaman mentira o
verdad, simplemente una estratagema de nuestra realidad.
En estas profesiones que algunos
solo definen como ciencias, existe el imponderable de la necesidad de la
palabra, por lo que ciencia pueda necesitar el arte de la interpretación. Por
eso son saberes dinámicos, por eso exige interacción entre las partes. La
psicología y la literatura necesitan esas formas distintas de ver el mundo, de
ese supuesto disenso se nutren para interpretar las ideas, para enmarcarlas en
palabras y gestos. Ambas disciplinas se nutren de la fantasía y de los sueños,
y de esos postulados intentan arribar a un entendimiento, a una solución, a una
realidad o una ficción.
La imaginación puede ser una fuerza
increíble de nuestro interior. Sobre ella construimos relatos y ficciones, a
veces actúa como una intuición y tantas otras como un desvarío. A veces se
llega a una supuesta verdad, y tantas otras a un costoso simulacro. A veces
somos sinceros y otras ajustamos el relato. Nos suele costar aceptar que con la
verdad se llega más rápido. Nos cuesta aceptar que a pesar de ser testigos
indispensables, tantas veces estamos alejados de la verdad y de la realidad.
Nos comportamos distinto en un pasado y en un presente, evolucionando o estancándonos.
Y creemos que sólo nuestra historia porta la razón, y que los demás no la
tienen y para colmo, las llamamos fraudes.
La insuficiencia de la palabra es el
dolor que acompaña a todo escritor. Si bien, puede suponer un mal para aquel
que no tiene capacidad de ficción, es más cruel con toda pluma que desea
adornar una historia. No nos alcanzan las palabras para adjetivar el universo,
y una palabra mal colocada o acentuada, nos puede alejar del contenido que
queremos compartir. Si a un extranjero le queremos explicar la conexión de la
crisis griega y argentina, moriremos en el intento. Pero a veces no naufragamos
solo al intentarlo con un extranjero, se da el caso curioso que zozobramos con
el propio argentino o con el griego. Nuestra palabra no es definitoria para la
historia general, apenas es un componente de nuestra vivencia.
Si utilizamos la palabra tormenta
para explicar un fenómeno tropical en un contexto europeo, será difícil de
comprender, porque ellos no conocen ese fenómeno temporal que parece el acabose
durante una fracción de tiempo y luego la vida continúa como si nada. Para los
habitantes de estas orillas, la tormenta son rayos y truenos de toda la vida,
con una sucesión de malos días que al menos sirve para las cosechas y alimentar
el verde de los campos.
Y otra cosa en la que estamos
fallando en estos tiempos es que perdimos la capacidad del contexto. Creemos
reformular la historia con la limitada interpretación de nuestros tiempos,
cuando la evolución permite entender que los tiempos fueron distintos. Pero
también son distintos los tiempos que frecuentan distintas ideologías en un
mismo momento. Y negamos el contexto. Si
alguien nos pregona que estamos bien, pero salimos a la calle y vemos
que no es tan real, ¿porqué seguimos creyendo a ese mecenas? ¿La ideología o supuesta
ideología nos debe nublar la concepción de la realidad?
Y la literatura a veces confunde el
rol. Si escribimos ficción sobre un hecho real, debemos recordar siempre que
estamos leyendo ficción. Y si rozamos el hecho real es para situar en un
contexto, para mostrar las tantas historias aledañas al momento histórico.
Realidad a veces es el hecho real, el momento de existir. Aristóteles distinguía
entre la literatura y la historia, ya que esta última recrea lo que ha
sucedido, y la literatura navega por lo que pudo haber sucedido. El problema
radica en que toda literatura tiende a creer que hace historia cuando en
realidad hace un comercio; y la falta de imaginación de los que creen llamarse
lectores, les lleva a creer que una ficción es inevitablemente realidad. Y las
ideologías hoy parecen ampararse en una ficción algo limitada, carente de
imaginación para aportar vocabulario, y con seguidores que parecen adoradores,
que también pecan de no distinguir que la palabra tiene épica y dista de estar
cercana a la realidad.
Sancho Panza y todos los que rodeaban
y apreciaban al Quijote sabían que no era este un caballero. Sancho presenció
la ridícula batalla contra los gigantes, pero aceptó continuar con el relato de
una historia que terminó siendo una metáfora de las fuerzas y de la convicción
de enfrentar esas fuerzas. Todos sabían que el Quijote no salvó princesas ni
que era un caballero andante. Pero todos lo siguieron y solo la cercanía de la
muerte, los obligó a regresarlo a casa. Ese tipo de literatura modificó los
cánones de la escritura, hizo universal para el idioma castellano el relato de
Cervantes. Puede que Sancho sintiera en la ficción que la historia no era real,
que no conseguiría nunca gobernar ni ínsulas ni riquezas, pero deja su anodina
realidad para seguir el verbo que fluía permanentemente de Alfonso Quijano.
Sancho creyó en "su" verdad, aunque constatara todo el rato que fuera
inventada. Y prefirió el mundo imaginario que el verdadero, renovó sus votos de
confianza ante la dureza de la vida. Quizás este tramo de ficción se asemeje a
la supuesta realidad, y por esos derroteros transitemos todos. Nadie sabe lo
que es la verdad, y la verdad hace que sucumbamos ante la realidad. La ficción
de este pensamiento aún no me permitió encarar la recuperación de un amigo,
pero al menos me permitió reflexionar sobre que a pesar de mi convicción, nadie
puede tener la única verdad, más si en el duro camino se pierden los afectos y
afinidades verdaderas...
"Entre la verdad y la belleza,
los poetas siempre elijen la belleza".
Platón
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