"Existe
Auschwitz, por lo tanto no puede existir Dios..."
"...
No encuentro solución al dilema. La busco, pero no la encuentro."
Primo Levi continuó en la búsqueda de la respuesta, pero quedó irresuelta. Sin el
agregado a lápiz que hizo el escritor italiano, la definición hubiera sido de
por sí contundente: "Existe Auschwitz, por lo tanto no puede existir
Dios". Filosóficamente, no podemos tolerar dos absolutos. Auschwitz
existió para muchos, sabiendo que hay tantos que aún niegan lo ocurrido. Por
ende, el pensador cuestiona la existencia de Dios. Quizás para suavizar su ira,
o dosificar la eterna necesidad de creer en algo superior, le agregó a lápiz el
tema del dilema como para dejar la eterna puerta abierta.
"La
verdad os hará libres", la frase de Juan 8:32 la completa Pepe Rodríguez,
doctor en Psicología, con su impronta: ... "La mentira, creyentes".
En su libro "Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica" toca las
mismas fibras que la eternidad no ha disipado. Carl Sagan observó sobre la fe:
"No puedes convencer a un creyente de nada porque sus creencias no están
basadas en las evidencias, sino en una enraizada necesidad de creer."
Los
devotos se enfrentan desde siempre con la ciencia. Ignoran que el conocimiento
es universal, y la creencia es algo personal. Los cristianos, desafiando las
bases científicas que cuestionan la veracidad de la Biblia, consideran a este
texto infalible, a la vez que lo admiten como la perfecta palabra de Dios
trasmitida al hombre. Por su sola existencia, por su sola escritura, aceptan la
Biblia, como fuente de toda autoridad. La reproducen como la palabra de Dios y
no puede ser reinterpretada por otros documentos que estén alejados del Creador.
Una cuestión de fe, se sustenta en una creencia personal, aparcando los
argumentos sólidos que cuestionen su veracidad.
A pesar
de que la mayoría de los templos estén vacíos, y que muchas superficies se
hayan reacondicionado en albergues, gimnasios, hoteles, oficinas o
restaurantes, mantienen un poder absoluto sobre nuestras conciencias y de las
sociedades. Podemos sumarle una crisis total de vocaciones, pero continúan
ejerciendo influencia sobre países, medios de comunicación y bancas. Las
directivas morales y espirituales que trasmite la institución rara vez suelen
ser obedecidas, aún cuando se apoyen en el miedo y la culpa, el devoto tropieza
una y otra vez, acudiendo sistemáticamente a rogar por el perdón o salvación de
su alma. Se reconocen como pecadores, y a pesar de la permanente debilidad,
aspiran a la vida eterna, aún viviendo en una permanente y vital contradicción.
Para
negar a Dios, muchas veces debimos ser antes educados en el catolicismo. El
ateo suele ser un ex católico, ya que nos resulta imposible abstraernos de su
influencia cultural por más de dos milenios. En el momento que comenzamos a
disipar las hermosas mentiras de nuestros padres sobre quien recogen nuestros
dientes de leche, o la autoría de los regalos navideños o de Reyes Magos, nos adentran
en la educación religiosa. En nuestra infancia y primera juventud nos enseñan una fe que no depende de nuestra voluntad de entender. Nos resultará difícil cambiar de posición, de niños solemos creer en lo que afirman con convicción nuestros mayores. Por eso, a este adiestramiento se hace difícil, en nuestras
sociedades, cuestionar. Por más que accedas a la información o investigación
científica que te ponga contra las cuerdas con una mera cuestión de fe, la
salida de pocos o muchos del sistema, suele ser visto como la de un alma
errante, presa de agitación y carencia de fe. Y te advierten que dejarán la
puerta abierta para que retornes, superados tus conflictos.
Charles
Darwin fue consciente desde un principio que su Teoría de la Evolución iba a
ser considerada una blasfemia por los dogmas establecidos de la fe cristiana.
Durante dos décadas rumió las consecuencias de dar a conocer "El origen de
las especies". Hasta la confesó a su amigo Joseph Hooker, en una carta
privada, que se sentía como un hombre a punto de confesar un crimen. El padre
de la "evolución" había estudiado Teología en su juventud, en la
Universidad de Cambridge. La prematura muerte de su hija Annie, de
tuberculosis, le hizo perder definitivamente la fe. Sin embargo, a pesar de
todo, Darwin nunca se definió como ateo, dejó sentado por escrito que el ser
agnóstico era una descripción más acorde con su postura.
La
publicación en 1859 de "El origen de las Especies" desató un
escándalo de proporciones en la sociedad victoriana. Darwin sufrió la humillación
de ver considerada su obra como la visión más degradante concebida por un ser
humano. Si bien las llamas de la controversia se mantienen vigentes ciento
cincuenta años después, de todas las teorías desarrolladas por la mente humana,
la de la evolución es la que menos requiebres ha suscitado, si bien algunos
científicos refutan parte de su contenido. Ha sido verificada desde el registro
fósil a la genómica comparativa, y es un registro científico tan indiscutible y
a la vez, discutido. La existencia de un Dios primordial omnipotente,
sustentado por las iglesias cristianas, judías y musulmanas se resisten a creer
y considerar la Teoría de la evolución, y El origen del hombre, del mismo autor.
Con el único argumento de una divinidad que creó todo lo existente o por
existir en seis días, defienden la versión bíblica de la creación. El afamado
medico y antropólogo francés, Paul Broca, en una declaración de principios,
profirió una frase que levantó aún más ampollas entre los creyentes de aquella
época: "Prefiero ser un mono evolucionado que un hijo de Adán
degenerado".
"El
evangelio según Jesucristo", de José Saramago, fue una obra provocadora,
como toda creación artística o científica que ponga en tela de juicio, los
dogmas sobre los que estamos edificados. No se puede precisar quiénes han leído
esta obra del escritor portugués. Para los amantes de sus novelas y que al
mismo tiempo descrean de la historia del hijo de Dios, pudo ser lectura
obligada. Para cualquier católico que se enfrentó a la pluma de Saramago con la
intensión de observar la interpretación de un ateo, el libro puede ser
considerado un aporte, una vertiente algo madura de una lógica realidad,
ausente de asombrosas concepciones, milagros o resurrecciones. Para la
industria del catolicismo, el libro fue una afrenta, y le persiguió hasta su
propia tumba.
Las reacciones ante una novela, porque "El
evangelio" no deja de ser una oblicua ficción sobre la vida de Jesucristo,
ha sido virulenta, recordándonos que en otras épocas la inquisición invitaba al
hereje a instalarse en la hoguera. El argumento sobre el que se sostuvo la
Iglesia Católica fue que "un
incrédulo" no tenía derecho a escribir sobre Jesús. "La omnipotencia
del narrador" es un pestilente artículo que dedicó a la muerte del
escritor portugués, el organismo oficial de la Santa Sede, L'Osservatore
Romano, mezclando reflexiones sobre su tarea de intelectual de izquierdas con
descalificaciones del tipo "populista extremista".
Saramago no consiguió entender que la religión y
sus dogmas fueran el soporte vital de tantísima gente. Escribió un libro donde una
multitud de lectores lo tomó como una interpretación libre del mito de Jesús de
Nazaret, o como una interpretación más humana. Se centró en la vida de una
persona, con sus miedos, dudas, contradicciones y fortalezas. No ofreció su
pluma para desactivar una religión, sino para humanizarla, para permitir que
sus contradicciones respondieran más a un perfil humano lógico, y menos a una
supuesta falacia bien montada. Porque Saramago confirma la existencia de Jesús,
y lo que suele suceder es que hasta los más fieles creyentes, tantas veces en
los momentos de zozobra, se preguntan si existió en realidad.
El escritor inglés Douglas Adams afirma su
ateísmo con frases como ésta: "Dios ha sido durante mucho tiempo la mejor
explicación disponible, pero ahora las tenemos mucho mejores. Dios no explica nada
en absoluto, al contrario, se ha convertido en algo que precisa una cantidad
insalvable de explicaciones". Los nombres de Mateo, Marcos, Lucas y Juan
se añadieron en fecha muy posterior a la redacción de los textos que se le
atribuyen. Herodes, el Grande, revisando cualquier información sobre su vida,
falleció en el año 4 AC, y entonces se podría justificar el fallido de que
fuera el incitador de la matanza de los Inocentes al conocer la venida del
Mesías, en un posible desfasaje informativo que aquellos tiempos acarrearan. O
nació antes y no murió en la cruz a los 33 años o se trata de una información
incorrecta.
Pero a pesar del contraste y la investigación,
todos seguimos a pie juntillas una información apócrifa o cuya veracidad pende
de un hilo. Y no es el único contrasentido histórico. La lectura de la Biblia
está plagada de contradicciones. En Génesis 1:3-5 leemos: "En el primer
día, Dios creó la luz, a continuación, separó la luz y la oscuridad". En
el mismo Génesis, en el 1:14-19 leemos: "El sol no fue creado hasta el
cuarto día".
El Diccionario de la lengua española define la fe
en su primera acepción como: "En la religión católica, primera de las tres
virtudes teologales, asentimiento a la revelación de Dios, propuesta por la
Iglesia". En su quinta acepción, leemos: "Creencia que se da a algo
por la autoridad de quien lo dice o por la fama pública". Solemos
necesitar la búsqueda de la verdad, en ocasiones nos apoyamos en la ciencia, y
en otras en la fe. Pero no parecen ser compatibles, sino concesiones que
nosotros mismos aplicamos ante el dilema de exponer la historia de la humanidad
y sus contrastes. "La fe mueve montañas" tiene el mismo valor que
"Ciencia y cultura cultiva al hombre" y el cuestionamiento no debe
ser interpretado como enfrentamiento. La verdad de algo la solemos aceptar por
tradición o costumbre, pero algunos solo la alcanzan de la mano de la lógica y
el sentido común.
Hace tiempo que pensaba escribir sobre este dilema. Educado en la
fe cristiana, mi experiencia durante la escuela secundaria en colegio de curas
me llenó de inquietudes, me rodeó de mezquindades. El contraste permanente
sobre la aceptación de los misterios de la vida me puso más de una vez en la
vereda de enfrente, tal un descarriado. Recuerdo con dolor el molesto ruido que
me generó un comentario de un ser muy sentido en mi formación, cuando en la
mañana del domingo 26 de diciembre de 2004, nos enteramos de los efectos del
terremoto en el océano Índico y sus posteriores tsunamis. "Gracias a Dios
que fue en domingo. Esto podría haber sido un desastre si hubiera acontecido en
día de semana".
Quizás la verdad no exista en ninguna parte, promediando nuestras
vidas seamos consientes que todo es relativo. En una permanente crisis de
existencia buscamos como el aire, alcanzar cotas de libertad. "La verdad
os hará libres", frase levantada de Jesús por Juan, en 8.32 quizás no sea
más que una de las tantas frases que nos animamos a portar durante nuestra
existencia. "Arbeit mach frei" (El trabajo os hará libre) aún luce en la entrada del campo de concentración más visitado. La hipocresía del mensaje parece
desmerecer el sistemático uso de frases o dichos. Primo Levi fue uno de los
pocos sobrevivientes que llegó a conocer la influencia de un contexto a la hora
de valorar el alcance de una frase. Así todo, el dilema sobre Auschwitz
o Dios, no logró descifrarlo.
La verdad está en entredicho todo el tiempo. No podemos alcanzarla
ni afirmar que al conocerla nos liberemos. Pero si es claro que el conocimiento
no libera. La ignorancia parece ser el mejor remedio para la buena salud de
nuestras almas...
PD: Perdón a todo aquel que le moleste el
contenido de esta entrada. No es blasfema, es una más de mis tantas preguntas
sin respuesta.
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