"A Pilar, que no dejó que yo
muriera."
Dedicatoria que encabeza el texto de
"El viaje del elefante", de José Saramago, año 2009.
Decía Jorge Luís Borges que la
dedicatoria en un libro era un acto mágico. Para muchos es un género literario
dentro del género, donde la inspiración y originalidad de una frase corta, da por
sentado el buen inicio de una obra. Algunos aficionados recolectan frases para
convertirlas en efemérides, mi caso en los inicios de cada entrada del blog;
para otros, es una página casi en blanco que se saltea como trámite, para
encarar la lectura deseada. Algunos las incluyen como tópicos o lugares
comunes. Pero siguen formando parte del proceso de edición literaria y tienen
la misma fuerza que un autógrafo o fotografía para la infinidad de aficionados que
coleccionan pasiones o aficiones.
Generalmente una dedicatoria es un agregado que en la antigüedad, funcionaba como agradecimientos a algún mecenas o personaje de alcurnia, quien financiaba o estimulaba el proceso literario. Esta costumbre continuó en el tiempo, ampliando su espectro a otros ámbitos culturales, como obras de teatro, escultóricas, arquitectónicas, pinturas, películas, series, conciertos, vídeos o audiovisuales, hasta la modalidad más actual, que quizás este surgiendo en estos momentos.
Estos escritos, generalmente breves, ya no tiene la misma connotación de sus orígenes. Menciones a la familia, editores, entorno o instituciones parecen haber recogido el testigo, aunque frases vinculadas a la humanidad o al uso del humor, pueden hoy prologar los prólogos. Considero la dedicatoria como un acto íntimo del autor, que leeré en algunos casos, por ejemplo, cuando se trate de uno de mis referentes, afines o favoritos, pero que ignoraré la mayoría de las veces. En las ocasiones que no despierta mi interés, es solo un elemento accesorio, que bajo ningún punto de vista irá ligado a la calidad literaria que precede.
Estos escritos, generalmente breves, ya no tiene la misma connotación de sus orígenes. Menciones a la familia, editores, entorno o instituciones parecen haber recogido el testigo, aunque frases vinculadas a la humanidad o al uso del humor, pueden hoy prologar los prólogos. Considero la dedicatoria como un acto íntimo del autor, que leeré en algunos casos, por ejemplo, cuando se trate de uno de mis referentes, afines o favoritos, pero que ignoraré la mayoría de las veces. En las ocasiones que no despierta mi interés, es solo un elemento accesorio, que bajo ningún punto de vista irá ligado a la calidad literaria que precede.
Cervantes dedicó la primera parte de
Don Quijote "al duque de Béjar, Marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar
y Bañares, vizconde de La Puebla de Alcocer, señor de las villas de Capilla,
Curiel y Burguillos". Además de inmortalizar la obra magna del castellano,
Miguel de Cervantes permitió en 1605 que una de las treinta y cinco Pueblas que
existían en España, se destacara sobre el resto: La Puebla de Alcocer, pequeño
municipio perteneciente a la provincia de Badajoz. La dureza de la época
necesitaba de mecenas y Cervantes, en ese momento era un ignoto escritor, quien
promovió la duda sobre si existió el mecenazgo o Cervantes, sabía que aunque
sea, podría ser una buena protección el mero hecho de nombrarlo en el libro.
Ante tanta especulación, ninguna de las partes supuso la constante mención que
sobrevendría a estas tierras, a partir de la universalidad del libro.
Algunos sostienen que los
latinoamericanos son los grandes dedicadores en la literatura. Alfredo Bryce
Echenique , en su libro "La vida exagerada de Martín Romaña", escribió:
"A Luis Leóm Rupp, a quien siempre recibo en mi casa con una etiqueta
negra en el whisky y el corazón en la mano"; Borges tenía varias
interesantes, es recordado un homenaje a Leopoldo Lugones, con una gran
dedicatoria en "El Hacedor": "Mañana yo también habré muerto y
se confundirán nuestros tiempos, y la cronología se perderá en un orbe de
símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo he traído este libro y que usted
lo ha aceptado".
Tenemos claro que muchas veces una
dedicatoria es una de las formas más sublimes de honrar a una persona, relación
o amistad. Como en la dedicatoria de Saramago que arranca esta entrada,
predominan las dedicatorias inspiradas en el amor de pareja. Encontramos de
diverso estilo, por ejemplo en "Plenilunio", Antonio Muñoz Molina
dedicó a su esposa, la también escritora Elvira Lindo, lo siguiente: "Para
Elvira, que tenía tantas ganas de leer este libro". Retornando a Borges,
recordamos: "Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro
es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más
sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama.
Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines de Oriente y de Occidente,
cuánto Virgilio". Pero también amparados en el amor y la familia, se puede
ser irónico, como en el caso de Joseph Rotman, en "Fundamentos de la
topología algebraica": "A mi mujer Margarnit y mis hijos Ella Rose y
Adam, sin los cuales habría terminado este libro dos años antes".
No solo trascienden las novelas por
diversas dedicatorias. Existe otro fenómeno muy particular que consiste en
valorar aún más una obra, si aquellas están firmadas o dedicadas por su autor
de puño y letra. Si el autor ha trascendido y se convirtió en un clásico de las
letras, y si sobre todo ha fallecido, una rubrica original disparará el precio
de compra en los mercados del libro.
Da un valor agregado al libro la
firma del escritor, en muchos casos supera la atracción de que se trate de una
primera o segunda edición. No se puede estandarizar un precio, todo ha de
depender de si el escritor es un clásico, si ha fallecido en época reciente y
si la rúbrica viene acompañada de unas líneas de pensamiento, algún trazado o
ilustración. Existe un mundo pendiente de grandes coleccionistas de autógrafos
o dedicatorias para libros que consideramos de segunda mano.
Se tasan en alto los autógrafos de
ilustres, tal el caso de Borges, Saramago, Rafael Alberti o la generación del
27. Supera de momento, el valor de cualquier ejemplar de los asiduos escritores
vivos invitados a las diversas ferias de libros. Los apuros económicos obligan
a avezados lectores a desprenderse de sus bibliotecas particulares, en los
mercados de segunda mano o de especialistas. Novelas, poemarios o ensayos
firmados de puño y letra por su autor, aumentan el valor de reventa. Muchas
veces no cuenta la dedicatoria, la existencia de la rúbrica suele bastar para
elevar el importe del libro.
Existen muchísimos coleccionistas de
libros. Pero los libros autografiados constituyen un elemento básico para los
compiladores. Una firma de un libro depende de circunstancias. Muchas veces se
debe a una "obligación" comercial, producto de campañas de marketing
o promoción de libros. Otras veces, se debe a vínculos afectivos o relaciones
mutuas de admiración. Otras tantas, estará vinculada al arrojo de algún lector al
encarar al escritor y a la casualidad de una circunstancia. En todo caso, la
masividad a la que se expone hoy un autor le limita la capacidad de inventiva.
Resulta interesante la opinión de Luis Landero, autor extremeño: "A mí me resulta muy difícil
dedicar libros, porque me gustaría personalizar cada dedicatoria y eso es
imposible. En todo caso, prefiero lo previsible a lo ingenioso porque no soy
especialmente ocurrente. Así que la mayor parte de las veces termino por
preguntar el nombre y recurro a alguna fórmula convencional, algo del estilo:
con la gratitud de escritor y la solidaridad del lector, por ejemplo. A veces
también hago un dibujo que inventé hace años: un cronopio, o un ratón, cosas
así. Y escribo: para fulanito, una nube, tres pájaros y un lobo".
También es habitual firmar un libro
cuando hacemos un regalo. De esta manera, en alguna de las páginas en blanco,
le rendiremos homenaje a la amistad o relación, e intentaremos hacer uso de
creatividad y afecto, a la hora de dedicar la compra. Y en muchos momentos, el
futuro nos ha de situar frente a esa página dedicada, y puede darse el caso que
recupere trascendencia esa frase sentida o que se convierta en una confirmación
de un gran augurio en su momento. En todo caso, siempre resultara agradable un
comentario sentido y perdurable.
Siempre genera magnetismo y
curiosidad sobre el significado de pedir un autógrafo, ya sea en un papel o en
un libro impreso. Es llamativo que solemos pedir una firma o dedicatoria a
personajes públicos pero extraños a nuestra habitualidad. Una de las
posibilidades pueda deberse a la lejanía, la distancia. Con un escritor, el
contacto debe ser puntual, casi imposible. Y tantas veces una firma, una
dedicatoria o una fotografía firmada nos permite conservar para nosotros parte
de ese escritor admirado.
La tecnología permite también
reemplazar la firma de un autógrafo por la posibilidad de una fotografía. En
general, la foto es instantánea, de fácil trasmisión viral, pero de efecto tal
vez pasajero, ya que muchas veces las fotos pierden vigencia una vez
trascurrido el tiempo. Ante la repetición de solicitantes, muchas veces el
personaje notorio ni se entera con quien posa. Se puede aducir la misma
dificultad para una rúbrica en una fila, pero al menos en la firma se puede dar
una comunión especial, dependiendo de la creatividad, una simple frase puede
dar la sensación de una pertenencia eterna.
Repasando mi biblioteca en la casa
paterna, topé con una primera página dedicada de un libro de Fogwill,
"Pájaros de la cabeza". La dedicatoria hacia mi padre representa
quizás un elogio algo soez de parte del escritor, presagiando confianza mutua.
Lo paradójico es que mi padre nunca mencionó la existencia de la dedicatoria ni
su supuesta relación con el redactor y
escritor, ícono de una parte de nuestra sociedad. Hasta relativizó la
existencia del libro, de la dedicatoria y del motivo de la firma. A mí me
permitió valorar un libro especial en mi biblioteca, al tiempo de rastrear un
fenómeno que no se resiste, aún con el paso del tiempo.
Víctor Hugo, en una sesión de firmas
de ejemplares de su obra, a medida que le presentaban diplomáticos de todo el
mundo, esbozó exclamaciones admirativas que en un momento dado, le puso en un
aprieto, del que salió con un arrebato de lucidez:
- El señor representante de
Inglaterra - anunciaba el ujier.
- Inglaterra... - repitió Víctor
Hugo - ¡Oh, Shakespeare!
- El señor embajador de España.
- España... ¡Oh, Cervantes!
- El señor embajador de Alemania.
- Alemania... ¡Oh, Goethe!
- El señor embajador de Italia.
- Italia... ¡Oh, el Dante!
- El señor embajador de Nigeria.
- Nigeria... musitó el autor de La
leyenda de los siglos, y tras un rato de incómodo silencio, redondeó la frase
con
- Nigeria... ¡Oh, la humanidad!
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