“Un
egoísta es aquel que se empeña en hablarte de sí mismo cuando tú te mueres de
ganas de hablarle de ti”
Jean
Cocteau
Muchos crecimos escuchando esta
frase. Tengo un amigo que la podría encerrar en su bitácora de pensamientos
habituales. Representa la forma corriente de considerar egoísta a alguien. Desde
pequeño comenzamos a manifestar egoísmo al no querer compartir determinadas
pertenencias, igualmente no es definitivo que ese aspecto juvenil marque o
condicione su codicia en su etapa adulta, en su andar por la vida en sociedad. A
algunos nos educan para saber que necesitaremos de los demás.
Suele ser también la acusación más a mano, a la hora de descalificar. La más recurrente, a la hora de etiquetar a un individuo. Es una manera tajante de sintetizar la personalidad de una persona. Es contundente la definición, parece que no admite defensa, pero en realidad es un atributo que en mayor medida, todos portamos. Pero todos exigimos el altruismo en los demás, como condición de una normal convivencia. Más de una vez habremos escuchado el término, a la hora de valorar a alguien que hace algo que no nos beneficia, o no se pliega a nuestros deseos. Y revisando declaraciones post elecciones, me detuve a repasar el significado de una palabra tan trillada.
Egoísmo procede del latín ego, que significa yo. Un significado correcto de la palabra sería la preocupación por los intereses personales. Ser egoísta no debería ser ni bueno ni malo. Muchas veces es necesario, la humanidad ha pensado en sí mismo para sobrevivir. Es fácil de reconocer. Procreamos para preservar, para continuar, todo lo hacemos por nosotros mismos. La naturaleza humana es egoísta.
Sospecho que no es correcto calificar de egoísta a aquel que busca el beneficio propio. El egoísmo se produce cuando deliberadamente se avanza sin reparo en la búsqueda del mejor rendimiento, a costa del provecho del otro. Trabajando años en publicidad guardo algunos recuerdos, que creo que simbolizan el porqué de gustarme poco el oficio, y la falta de ambición que algunos me atribuyen.
A la hora de comprar medios publicitarios, existían colosos del mercado que determinaban tarifas innegociables, cerradas. Luego existían los demás, aquellos que trataban de mantener un tipo, pero dependiendo la importancia de la agencia, del cliente y de la pauta, doblegaban sus principios en actitudes, digamos que serviles. Un día negociando una campaña con un diario del interior, a la hora de convenir el precio de mi aviso, conversé con el director comercial del diario, viejo conocido de mi padre. Convencionalmente logré una tarifa inferior a la ubicación, y una de las mejores colocaciones para salir. Además pacté un descuento adicional. A la hora de rendirle cuentas a mi jefe, me exigió que lo “atornillara” más, que lo desangrara. Tuve que hacer la nueva llamada y ajustar un nuevo beneficio.
Entonces si en un distrito de los importantes, digamos la Capital Federal, los resultados no acompañan a un supuesto beneficio nacional y popular, la “culpa” será del egoísmo de los porteños, nunca de la incapacidad y falacias de los que no pueden conquistar al electorado. El cínico impone su egoísmo para manipular y utilizar a su electorado, denostando al que no se adhiere a su provecho. Duda de su honestidad, duda de que sea solidario con un proyecto, lo expone con ese razonamiento simplista de que no lo votan porque solo les importa lo suyo, cuando en realidad el ser humano suele votar en base a lo que le importa, a lo que le sirve.
Decir que al porteño, con su habitual egoísmo, no le interesa el chaqueño, puede ser real. Pero es simplista, a veces creo que a ese gobernante chaqueño, nacido en el Chaco, no le interesa el Chaco. Le interesa el poder que le da ser gobernador o intendente. Si hasta creyó que podría ser presidente. Y al partido que le reprocha al porteño su egoísmo, tantas veces me da la sensación que no le interesa el bienestar del Chaco o de cualquier provincia. Y pensar que un 80% es egoísta por naturaleza me obliga a pensar como el otro 20% logro ser altruista, al votarles.
El egoísta termina representando el papel de un dictador. Luce su arrogancia, solo él sabe lo que nos beneficia. Eres demócrata si le votas sin rechistar, si no manifiestas ningún tipo de oposición. Al político no le importan los demás, tampoco a los votantes. Si con este gobierno me fue bien, aun sabiendo que son corruptos e incompetentes, lo habré de votar. O al revés. El egoísta suele necesitar dominar y doblegar al otro, exige de los demás el comportamiento que él quiere, con descaro habla de bienestar ciudadano, y solo procura el de su entorno, pero suele tener éxito, trasciende en el tiempo, mientras que el electorado, en otro arrebato de hipocresía, se suele preguntar porque son tan inmorales, porque abusan con su egoísmo. Es mejor preguntarse estas cosas, me vuelve a la mente una frase de Maquiavelo, que utilicé en este blog hace bien poco: “En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven”.
Una orquestra formada por 100 músicos estaba ensayando el día antes de un importante concierto. De pronto, un electricista entró en la sala dando un portazo, lo que distrajo a varios intérpretes, que desafinaron un par de notas. Seguidamente, el operario abrió su caja de herramientas, sacó un taladro eléctrico y empezó a desmontar unas butacas. El ensordecedor ruido provocado por el taladro hizo que los 100 músicos dejaran de tocar sus instrumentos casi al mismo tiempo. Y el electricista, nada más darse cuenta, se giró hacia el escenario y les dijo: “¡Oh!, por favor, sigan tocando. ¡A mí no me molestan!”.
Suele ser también la acusación más a mano, a la hora de descalificar. La más recurrente, a la hora de etiquetar a un individuo. Es una manera tajante de sintetizar la personalidad de una persona. Es contundente la definición, parece que no admite defensa, pero en realidad es un atributo que en mayor medida, todos portamos. Pero todos exigimos el altruismo en los demás, como condición de una normal convivencia. Más de una vez habremos escuchado el término, a la hora de valorar a alguien que hace algo que no nos beneficia, o no se pliega a nuestros deseos. Y revisando declaraciones post elecciones, me detuve a repasar el significado de una palabra tan trillada.
Y sigo pensando que no es un tema
fácil para escribir. Porque el disenso que arrastra la definición está presente
en casi todo diferendo humano, el egoísmo parece ser la calamidad, la plaga más
perversa. En el concepto del egoísmo se sostienen las teorías de los desniveles
sociales, de las diferencias de clase, de las luchas ideológicas. Pero como no
me considero egoísta, ni tampoco altruista, el uso permanente de ese término
como una descalificación me invitó a razonar si solemos estar en lo correcto. Y
si tanto uso del término no esconde una mentira más del sistema.
Todos conocemos a aquel personaje
que siempre habla de sí mismo por sobre todas las cosas. Lo definimos como un
egoísta porque lo único que prevalecen son sus problemas, todos deben estar
dispuestos a escucharle, pero generalmente nunca se detiene a contemplar tus
estados de ánimo, ni a prestar el oído ante problemas ajenos. No solemos
confiar en ellos, estamos pendientes de anticipar su jugada, porque es sabido
que solo piensa en su propio beneficio. Lo llamamos egocéntrico porque orienta
nuestro comportamiento para obtener su propio beneficio. Nos duele saber que es
un conocido, porque somos un mero objeto para la consecución de sus planes. No
le importamos.Egoísmo procede del latín ego, que significa yo. Un significado correcto de la palabra sería la preocupación por los intereses personales. Ser egoísta no debería ser ni bueno ni malo. Muchas veces es necesario, la humanidad ha pensado en sí mismo para sobrevivir. Es fácil de reconocer. Procreamos para preservar, para continuar, todo lo hacemos por nosotros mismos. La naturaleza humana es egoísta.
Sospecho que no es correcto calificar de egoísta a aquel que busca el beneficio propio. El egoísmo se produce cuando deliberadamente se avanza sin reparo en la búsqueda del mejor rendimiento, a costa del provecho del otro. Trabajando años en publicidad guardo algunos recuerdos, que creo que simbolizan el porqué de gustarme poco el oficio, y la falta de ambición que algunos me atribuyen.
A la hora de comprar medios publicitarios, existían colosos del mercado que determinaban tarifas innegociables, cerradas. Luego existían los demás, aquellos que trataban de mantener un tipo, pero dependiendo la importancia de la agencia, del cliente y de la pauta, doblegaban sus principios en actitudes, digamos que serviles. Un día negociando una campaña con un diario del interior, a la hora de convenir el precio de mi aviso, conversé con el director comercial del diario, viejo conocido de mi padre. Convencionalmente logré una tarifa inferior a la ubicación, y una de las mejores colocaciones para salir. Además pacté un descuento adicional. A la hora de rendirle cuentas a mi jefe, me exigió que lo “atornillara” más, que lo desangrara. Tuve que hacer la nueva llamada y ajustar un nuevo beneficio.
El viejo director accedió a ceder un
10% de sus beneficios. Me dijo que no me preocupara, que algún día él
encontraría manera de llegar directamente al cliente y que mi jefe se acordaría
de ese momento. Eso no se lo conté a mi jefe (me muerdo por decir su nombre), quien
al rendirle la nueva negociación, me advirtió que había que ser siempre así,
que le estábamos defendiendo el dinero al cliente. Pero misteriosamente ese
descuento no fue trasladado a nuestro representado. Yo me acuerdo de esa anécdota,
porque sigo creyendo que un negocio es lógico cuando se benefician las dos
partes. Nadie puede prosperar si no se satisfacen mutuamente los egoísmos. Será por eso que hace años, desde
que me instalé en España, que no suelo participar en negocios.
El egoísta no suele tolerar que se
lo contradiga. Si discrepamos, se molesta, se irrita, despreciando
profundamente al que disiente de sus afirmaciones. El político puede ser el estandarte,
aunque esta intolerancia sea adjetiva de todos los mortales. Pero al político le
persigue otro elemento afín al egoísmo, que es el cinismo. El cree mantener un
discurso y una actividad altruista, prefiere considerar que todo lo que hace lo
hace por vocación, y que nunca será compensado, ya que el pueblo suele ser por
demás ingrato.
El egoísta suele culpabilizar a los
demás de sus propios errores. No admite ni equivocaciones ni culpas. La falta
siempre será de los demás. Los psicólogos han constatado que las personas con
esta actitud suelen tener una mentalidad infantil, grandes dosis de debilidad y
un sentimiento de inferioridad. La sociedad actual parece avalar esta conducta.Entonces si en un distrito de los importantes, digamos la Capital Federal, los resultados no acompañan a un supuesto beneficio nacional y popular, la “culpa” será del egoísmo de los porteños, nunca de la incapacidad y falacias de los que no pueden conquistar al electorado. El cínico impone su egoísmo para manipular y utilizar a su electorado, denostando al que no se adhiere a su provecho. Duda de su honestidad, duda de que sea solidario con un proyecto, lo expone con ese razonamiento simplista de que no lo votan porque solo les importa lo suyo, cuando en realidad el ser humano suele votar en base a lo que le importa, a lo que le sirve.
Decir que al porteño, con su habitual egoísmo, no le interesa el chaqueño, puede ser real. Pero es simplista, a veces creo que a ese gobernante chaqueño, nacido en el Chaco, no le interesa el Chaco. Le interesa el poder que le da ser gobernador o intendente. Si hasta creyó que podría ser presidente. Y al partido que le reprocha al porteño su egoísmo, tantas veces me da la sensación que no le interesa el bienestar del Chaco o de cualquier provincia. Y pensar que un 80% es egoísta por naturaleza me obliga a pensar como el otro 20% logro ser altruista, al votarles.
El egoísta termina representando el papel de un dictador. Luce su arrogancia, solo él sabe lo que nos beneficia. Eres demócrata si le votas sin rechistar, si no manifiestas ningún tipo de oposición. Al político no le importan los demás, tampoco a los votantes. Si con este gobierno me fue bien, aun sabiendo que son corruptos e incompetentes, lo habré de votar. O al revés. El egoísta suele necesitar dominar y doblegar al otro, exige de los demás el comportamiento que él quiere, con descaro habla de bienestar ciudadano, y solo procura el de su entorno, pero suele tener éxito, trasciende en el tiempo, mientras que el electorado, en otro arrebato de hipocresía, se suele preguntar porque son tan inmorales, porque abusan con su egoísmo. Es mejor preguntarse estas cosas, me vuelve a la mente una frase de Maquiavelo, que utilicé en este blog hace bien poco: “En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven”.
Los problemas no se arreglan con la
creencia de conocerlos, sólo se encaran si los llegamos a conocer. El voto se
antoja reflexivo, participativo, razonado y solidario. El resultado de una elección
no representa lo que es mejor porque lo determina una mayoría. Creo que apenas
representa lo que es mejor para esa mayoría, o cree serlo, porque ya sabemos,
que siempre nos habremos de equivocar con el voto, con el correr del tiempo. Y
otra característica de estas últimas elecciones, ya nadie felicita al otro,
solo se niega la existencia del rival, señal clara de ese cinismo que también
es cívico. Si no gano, te digo que estoy ganando. Aunque en la representación sean
patéticos.
Nuestra naturaleza es tan compleja e
irracional. Los hombres no nacen egoístas o altruistas, son un producto de la
genética, de la sociedad y de la historia. El hombre creo las sociedades, pero
parece ser que la sociedad modela al hombre. Y estas nuevas sociedades son egoístas,
individualistas, con un objetivo claro: el individuo ya no distingue su voracidad,
piensa que el beneficio propio es más lógico de buscar, que el beneficio de
todos. Y todos somos como el niño que era aquel amigo, que come o bebe con
placer, delante de nosotros, con el único fin de que al pedirle, pueda
recordarte que no, que te lo compres.
Una orquestra formada por 100 músicos estaba ensayando el día antes de un importante concierto. De pronto, un electricista entró en la sala dando un portazo, lo que distrajo a varios intérpretes, que desafinaron un par de notas. Seguidamente, el operario abrió su caja de herramientas, sacó un taladro eléctrico y empezó a desmontar unas butacas. El ensordecedor ruido provocado por el taladro hizo que los 100 músicos dejaran de tocar sus instrumentos casi al mismo tiempo. Y el electricista, nada más darse cuenta, se giró hacia el escenario y les dijo: “¡Oh!, por favor, sigan tocando. ¡A mí no me molestan!”.
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