"Pensé que River tenía
valores", el Vasco Rodolfo Arruabarrena, declaraciones post-post-post
partido.
A veces creemos que lo peor son las
imágenes en directo de un hecho traumático. Azorados, frente a la pantalla de
un televisor u ordenador, o acercándonos
más a la radio, como si ese acto nos permitiera entender mejor lo inentendible,
contenemos la respiración al tiempo que algunos se preguntan: ¿Hasta dónde
puede llegar el despropósito? La pregunta seguirá sin responderse. El
despropósito parece no tener límites. Lo peor no era lo que observé durante dos
horas el jueves pasado. Lo peor viene después...
No se trata de valorar las
declaraciones de los entrenadores implicados en el malogrado partido definitivo
de la serie de octavos de final de la Copa Libertadores entre Boca Juniors y
River Plate. Cae de maduro que quería escribir sobre esto, pero a medida que
los dedos se mueven frente a este teclado, no tengo ni idea sobre lo que se
debe apuntar, o si vale la pena mencionar hechos, complots, responsables o
ignorantes. Sólo vale la pena destacar que una vez más relativizamos un hecho grave:
un atentado. Pero como con la política, religión y en este caso fútbol, lo
central deja de ser la vida de las personas, sino las consecuencias de una
pasión, generalmente "mi pasión".
Alguna vez me reí cuando un amigo le
puso la pierna a un adulto (control acomodador de un cine) en un pasillo a
oscuras, obligándolo a caerse. En mi adolescencia se trató de una indudable anécdota
graciosa, a la que exalté a niveles de hilarante. En un ámbito de jóvenes es un
suceso fundamental. Si lo cuento ahora entre adultos, hallaré distintas
reacciones, muchas de ellas graciosas o simpáticas. Pero otros tantos escuchantes
me recordarán que se trato de un hecho marginal, fuera de los protocolos de la
convivencia. Nunca se lo conté a mis padres, sabía cuáles podrían ser las consecuencias
de formar parte del acontecimiento.
No juzgo ahora al amigo que lo hizo,
ni juzgo la cantidad de veces que relaté tamaña hazaña sobre otros amigos,
ausentes (que nunca se perdonaron no estar) o presentes (que estaban atentos a
la película, a lo que íbamos a un cine). De jóvenes las cosas que nos parecen
graciosas, cambian de perspectiva si lo valora un adulto. Por eso era
fundamental la presencia de un adulto en el desarrollo del muchacho. Y parece
que hoy no es fundamental, no porque esté demostrado el fracaso de la tutoría,
sino porque el adulto no ha llegado más a ser adulto. Ahora transitamos
sociedades de eternos adolescentes, que no tienen facultades para reconocer que
los limites se han pasado, desbordado a nivel de no poder distinguir la fina o
gruesa línea.
El partido no lo quise ver. En
realidad no observé ninguno de la trilogía (coincidió la serie con el partido
que debían disputar por el torneo local). En otra época mi semana se
condicionaba por un superclásico, pero en los últimos años, el partido por
excelencia del fútbol argentino corre la misma suerte que el torneo, me da
mucha tristeza observar lo que observo. O mejor dicho, me da tristeza no
observar lo que en algún momento observaba.
A veces me da reparo decir que la
sociedad argentina está enferma. Primero, porque soy argentino. Y segundo,
porque la mayoría de personas que quiero, son argentinos y personas de bien. No
me gusta ofender a nadie. Pero mí verdad es que, como sociedad, somos un
fracaso continuo.
Los habitantes de esta nación se
caracterizan por encendidos discursos, por flemáticas reivindicaciones
sociales, por acaloradas defensas de doctrinas o movimientos, por arrebatos sensibleros
de nuestros sentimientos como medida diferenciadora con respecto al resto, con
apelaciones constantes a la agilidad mental que implica ser argentinos, y en
realidad, siento hace tiempo que son solo palabras (la mayoría muy mal construidas
sintáctica, morfológica e intelectualmente), que esconden un profundo vaciamiento
social. Podemos ser la "raza" que más habla y menos dice, al mismo
tiempo.
A veces se pierde la perspectiva de
las cosas. A cuatro personas (no puntuales, podrían haber sido más) se las
agredió con una especie de gas, que les produjo, al menos lesiones
transitorias. A partir de esa anécdota, cada parte implicada hizo uso de su
interpretación. Lo único que yo presencié fue un desfile de miserias. Intentaré
no meter la política en este análisis, pero como hago para no mencionar a ese
miserable intendente que tuitea contra la violencia, mientras que las cámaras
lo descalifican al mostrarlo cantando cantos intimidatorios y vejatorios sobre
los jugadores rivales. Pero claro, primero tendría que analizar que el cantico
"River, sos cagón", "River, no te vas" , "River, no
existís" o lo que cantara, no encierra una profunda crisis de valor.
En 1986, acompañaba a River Plate en
los partidos de la copa, con la ilusión y desesperación de ganarla. Un cántico
se destacaba sobre el resto: "Quiero la libertadores y un bostero
matar". ¿Qué pasa si la tarareo a los cincuenta años? Pasa que me avergüenzo
que ese canto se considere un estandarte, un himno. Y así con cada canción,
porque en casi todas las letras no entonamos alegría extrema, sino violencia
extrema. Violencia u ofensa hacia el otro, hacia el distinto.
Entonces no quiero retomar el dato
del intendente que cree que no ejerce violencia al cantar sobre once, quince o
treinta personas indefensas, que solo representan una fracción distinta a la
que uno quiere. Primero tendríamos que erradicar la palabra folklore, que en
muchos ámbitos la usamos como sinónimo de mafioso o marginal. Y a mí nunca me
gustó el término folklore. Hagan el intento de observar la red social que
quieran y valoren si lo que se pregona como folklore solo es mala educación,
burla o violencia.
Entonces para condenar una mala
acción la pregonamos con violencia, burla o con el desprecio de la
descalificación. No queremos ganar, queremos humillar. No le damos vida a una
pasión, la matamos con bajezas permanentes. No queremos ser mejores, queremos
decirle al otro que simplemente no existe. Y con complicidad de un estado que
siquiera parece adolescente, vemos interpretaciones inéditas sobre lo que es
picardía y que es marginalidad.
Los pícaros cuando se enfrentan a
una sociedad que tiene en claro sus normas de funcionamiento, tienen dos
opciones: o siguen siendo pícaros o se mueven dentro de las reglas. Conozco a
un sinfín de argentinos que se suman a las reglamentaciones de otros países sin
esfuerzos, sin transitar un síndrome de abstinencia. Eso significa que se
puede, eso demuestra que la picardía y la imaginación son rasgos destacables
pero no definitivos. Otros, prefieren ver a los pícaros locales y tratan
entonces de mantener sus formas viciosas. Son distintas maneras de ver las
cosas.
A mí no me interesa más gritarle a
otro que no existe, porque además el grito demuestra que si lo llego a ver, lo
quiero hacer desaparecer. Lo más patético es que hace un tiempo le gritamos que
no existe a alguien que esté detrás de un televisor, porque el estado (por no decir
los políticos que se apropian del estado) en un alarde de hipocresía,
decidieron eliminar de los estadios a los simpatizantes visitantes, alegando
medidas innovadoras de seguridad para remediar un mal.
Entonces le gritan no existís a un
supuesto televidente omnisciente, pero le dan forma visible en un plantel, el
rival. Una justa deportiva se parece entonces a una caza tribal con necesidad de
herir, al menos los sentimientos. Y lo gritas con histeria, desencajado. Lo
gritas con el sadismo de querer ocultar el sentimiento que te moviliza, que es
odio no afición. No ofreces la sensación de fidelidad a tus sentimientos, sólo
florece el odio divisorio, vaya casualidad el que decimos que es producto de
los políticos. Muchos analizan que esto es una característica esencial del
kirchnerismo, y yo digo que no, que ni siquiera tienen ese talento. La grieta
ya estaba entre nosotros, y no sabemos reconducirla.
A veces parece que a un argentino
solo le interesa escuchar su propia opinión. ¿Quién va a saber más que uno
mismo? Aquí se dice "saber la posta, papá". ¿Cuántos compatriotas te
han dicho más de una vez tener la posta de cualquier problemática? Pero llama
la atención que ante tantas postas que nos rodean, no sepamos nunca remediar
ninguna de ellas. En un debate vas a contemplar un desfile de
"postas", pero nunca vas a conseguir un remedo, por eso nos da lo
mismo que un atentado terrorista lleve más de veinte años sin resolverse; por
eso poco nos interesa conocer el porqué de la misteriosa muerte del hijo de un
presidente; por eso no terminaremos nunca de saber si un fiscal murió o lo
mataron horas antes de denunciar a un presidente; por eso, ¿porqué pensamos que
nos va a interesar saber los manejos turbios de una barra brava y su
vinculación visible con los políticos, dirigentes y policías, y su vinculación
invisible, pero muy ostensible, con los llamados ciudadanos o simpatizantes comunes?
Observamos la gravedad del
desfasaje, el considerar ofertar a un turista extranjero, la posibilidad de ver
un partido de fútbol junto a los barras bravas, participando en todos sus pasos
previos, vaya a saber si incluye el plus de delictividad. Se lo define como
experiencia turística, y esta palabra en realidad significa: "el conjunto
de sensaciones y percepciones que recibe el viajero durante el proceso del
viaje". Recuerdo que en Río de Janeiro te permitían participar de los
ensayos iníciales de una comparsa de carnaval, para lo cual te ofrecían, pagando
claro está, además, una cena luego de observado los primeros movimientos y
desfiles. Todo esto en un terreno cercano o dentro de una favela, y con
movimientos que al menos para mí, parecían marginales. Claro, ese día el precio
incluye que a ti no te hagan nada. Esa debe ser la diferencia entre espectáculo
o delito.
El año pasado me hizo ruido el
"Decime que se siente", himno que los argentinos pasearon por todo
Brasil durante la disputa del mundial. Amén de pegárseme durante todo el mes,
me detuve a pensar que no tenía sentido burlarse o minimizar a un enemigo más
poderoso. La continua repetición no hace amena la canción, ni hace verdadera su
consigna. Para muchos brasileros fue hartante, cansina, ofensiva, inentendible.
Pasado un año, continúa la canción con
sus lógicas variantes, siempre dependiendo de la desgracia del otro. Sigue
siendo un cántico hiriente, se canta como se vive, recuerdo haber escrito aquella vez.
También se juega como se vive.
Entonces, la rivalidad confunde el término guapo, y ser guapo equivale a
molerse mutuamente a patadas, dañando la integridad física de otro ser humano.
Pero las defensas han de ser corporativas, "se juega fuerte pero leal",
se ha de decir, mientras que uno ni con la ayuda de una lupa alcanza a
dimensionar la lealtad. Se pide permanentemente la sanción al rival, se simulan
acciones para sacar ventaja, se escupen, se insultan, se ofenden, se dañan. Y
luego esperamos que los jugadores de Boca se vayan abrazados con los de River
para responder a la agresión de un grupo de plateístas. La única consigna implícita
será "que se jodan". Como reflejo, lo mismo sucede fuera de la
cancha, lo mismo sucede en el barrio, lo mismo sucede en la misma familia.
"Que se jodan".
Esta noche hay futbol, juega River.
No lo veré, no tengo ganas. Seguramente me enteraré de los pormenores del
encuentro por la incontinencia verbal de mis contactos de face, por los memes
(cosa que nunca miro), por las polémicas en la televisión. En el estadio de
River los jugadores serán recibidos como héroes y se descalificará todo el
partido al clásico rival. Si hay un gol, se le gritará a Boca que no existen, y
así, cada uno se verá en el derecho de agraviar al otro.
Hace veinte años me llamó la
atención un programa de cable que se llamaba "El aguante". Para la
mayoría era un anecdotario ameno del folklore futbolístico. Para mí, era
apología del delito, como constante ofensa o degradación del sentimiento del otro. El padre aupaba a su niñito para que
este cantara pestes sobre el clásico rival, ante la sonrisa de todas las
partes. Ayer encontraron de archivo un reportaje del programa en 2001 al
responsable del ataque a los jugadores de River. Ahora se usa como testimonio de
la marginalidad, ayer era la sal del deporte.
El problema fue cuando oficializamos
el odio, cuando confundimos las definiciones, cuando creemos que ganando solo
estamos perdiendo, cuando pensamos que a un amigo, se le burla, se le recuerda
todo el tiempo de que pata cojea. No es el problema en una manga inflable que
oficia de túnel; el problema es ver en la manga de inútiles que nos hemos
convertido. Y luego de inútiles, en inmaduros, al negar tanta evidencia.
"Adaptarse a la exigencia, no desmoronarse, no
quebrarse, persistir a pesar de la adversidad, enfrentar las dificultades sin
pervertirse, pudiendo ser siempre el mismo; estar dispuesto a poner en riesgo
lo que poseo, aceptar el reto, el desafío, el cambio, el riesgo, tolerar los
picos de dolor, saber sufrir..."
Marcelo Bielsa
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