"La
sonrisa es para las damas y caballeros a los que no les importa parecer
inteligentes"
Charles
Dickens.
Contemplo
una tendencia que parece natural, vaya juego de palabras con lo que pienso
escribir, a la hora de sacarnos alguna foto grupal. Se procede a repetir varias
veces la toma en busca de la fotografía perfecta. Y la perfección consiste en
salir sonriente en el retrato. Por eso se suele repetir, siempre hay una
persona a la que el disparo fotográfico la encontró distraído, desfavorecido o
con gesto adusto. Al tercer o cuarto intento queda la instantánea definitiva,
pero al observarla, creo ver que esas risas felices suelen ser impostadas, no
reflejan el verdadero rictus individual de todos los componentes.
También
se refleja la impostura en la pose corporal, hay una tendencia a torcer el
tronco o las caderas, imitando a las grandes estrellas de Hollywood. Fascina
ver la metamorfosis digital, en cuestión de segundos, muchos cuerpos rígidos
mutan en flexibles, en cadenciosos, sugestivos y sexys. El clímax se concentra
en los labios, la sonrisa insinuante anuncia la imagen inminente. Luego del
confirmar que la toma está correcta, regresa al rigore fisicus de la monotonía,
aquel que en la mayor parte de nuestra existencia nos deviene en normales, en
personajes de momentáneos atractivos.
Suelo
alternar las fotos que me sacan con sugerencias similares: "¡Haber una
sonrisa, che!" que lo único que logra es que se me arqueen aún más las
cejas, reafirmando una pose natural seria. Caprichos de viejo, será. Ya que esa
frase guarda agradables recuerdos infantiles, toda vez que un desconocido
irrumpía una vez al año la rutina de las clases, para formar a toda la división
frente al mural de Blancanieves para la foto del curso. "¡Haber una
sonrisa!" decía el fotógrafo y eran pocos los que se resistían. Pero vaya
a saber que frustraciones mediaron en mi carácter para que con la frase trillada,
yo imite el mural de Blancanieves, pero con la postura de Gruñón, el enano
cascarrabias.
"Una
fotografía es uno de los documentos más importantes, y no hay nada más
condenatorio para pasar a la posteridad que una tonta, estúpida sonrisa
capturada para siempre", citaba Mark Twain. En mi caso, de forzar una
sonrisa, lo único que se logra en la foto es ver como mi labio superior,
misteriosamente se eleva, dejando paso a los dientes. En esa milésima de
segundos, lo único que atino a pensar es que hago con mi lengua, donde la
escondo.
Estos
tics lo único que denotan es que la sonrisa no es fácil, que es el gran premio
que no todos están proclives a lograr. Y si te piden que lo hagas, que por
favor sonrías, tu esfuerzo debe ser recompensado con una toma de milésima de
segundos, porque cuanto más tarde el fotógrafo, la mueca se irá deformando de
una manera tan cruel, que no te ha de gustar verte o verlo en un retrato.
Muchos agradecen las bondades de la cámara digital, será cansino repetir toma
pero al menos, supone más llevadero que escuchar eternamente el reproche de
haber aguado a propósito un supuesto buen momento tras el revelado.
Sucede
a menudo que en un cita cualquiera, y sin mediar aviso, te piden una foto
familiar o de grupo. El imprevisto se soluciona con un sinfín de disparos de
cámara o móvil, y luego de la foto o del selfie, retomas la postura en el asiento, la
conversación, los recuerdos, los saludos o la ingesta. El problema se suscita,
al menos en mi caso (que es el de los que no tienen a mano las redes sociales),
cuando llegas a tu casa y observas un sinnúmero de comentarios de tu visita, y
inicialmente te sorprendes. ¿Cómo saben que me reencontré con aquel? En ese
momento recuerdas la fotografía y compruebas mentalmente que mientras le
contabas tu derrotero de los últimos años y te tomabas un mate, tu familiar o
conocido, estaba pendiente de su teléfono móvil. Es decir, que además de
escucharte (espero), estaba publicando la mejor de las fotos en su red social
favorita, a la espera del aluvión de consideraciones o mensajes agradables que
permitan más inmortalidad al evento.
Es
que ocho de cada diez personas portan consigo un aplicación o aparato que
registra. ¿Y quiénes son los dos que no lo hacen? Seguramente mis viejos, que
no tienen ni cámara, ni la tableta, ni móvil. Y además de ejecutar la función,
nos permite retocarla, recortarla, editarla, salvarla y compartirla en cuestión
de minutos. Nos hemos convertido en máquinas de pronosticar el futuro, ya que
da la sensación de que no sacamos fotos para reflejar el presente, o como
testimonio de un pasado; sacamos la foto con la firme intención de adivinar el
porvenir, con la premisa de saber cuál será la reacción que generará nuestra
instantánea. Y nuestra pose en el futuro eterno debe ser con una sonrisa, de
ahí la supuesta interpretación de porque regresamos constantemente a las fotos
donde portamos una risa.
Sin
generalizar, los grandes pintores y escultores de la antigüedad, privilegiaban
la seriedad por sobre la sonrisa. Entre los diversos motivos, aseguraban que un
rostro es bello porque se nota en él la presencia del pensamiento. ¿Era verdad?
No dudaban en determinar que en el momento de la sonrisa, el hombre no piensa.
Como que en el momento de gestar ese espasmo alegórico, el hombre no se domina
a sí mismo, ha perdido la voluntad o la razón. Y los retratos del pasado aseguraban
que un hombre que no se gobernaba a sí mismo, no podía ser considerado bello.
En
1530, Antonio Allegri de Correggio inmortaliza un cuadro donde todos sonríen:
"Alegoría de las virtudes"; mientras que en "Alegoría de los
vicios", un ángel a pie del lienzo, muestra la combinación de rizos
alborotados con una sonrisa pícara o de burla, mostrando la complicidad con quien
observe el cuadro, a través de sus facciones; al tiempo, en sus manos reposa un
racimo de uvas, que expresará una referencia directa de la intoxicación
etílica. La interpretación iniciática de una sonrisa en un lienzo, es que el
ángel no sonríe por felicidad, sino porque está corrompido.
Instalados en un mundo dual donde la
infelicidad se combate como a una plaga, apenas es permitido en un retrato la
añoranza, ya que presagia el inminente retorno al bienestar, una vez recuperada
la persona o situación que se extraña. Enternece ver a alguien que extraña o
suspira por otro. Pero escandaliza un rostro desconcertado o plagado de
incertidumbre, ese semblante no califica, no genera un me gusta. La publicidad tampoco ayuda, todos debemos
aspirar al ideal de perfección, a vivir dentro de un spot o de un book de
imágenes; y en las últimas décadas, la política y la propaganda reflejan que a
pesar de rozar la miseria intelectual, la sonrisa del candidato es
indispensable para suponer que empatiza con nuestro deseo de prosperidad o con
nuestras innumerables necesidades. Si es original, gracioso, si sabe bailar en
público, cantar o contar un chiste, valoramos que es un par. Y lamentablemente,
se acepta como un par, porque es indudable que no se le ha de caer una idea
innovadora, propia de la otrora leyenda de los lideres.
Entonces necesitamos posar. De mis
cumpleaños de niño no guardo recuerdos testimoniales, más que el recuerdo de
algún regalo o una anécdota de testimonio. No era habitual el uso de las
cámaras. Y era dificilísimo convencer al púber para que se dejara fotografiar,
y si lo quería, había que peinarlo hasta adecentarlo. Hoy el niño, bebé
incluido, reconoce el momento mismo del disparo fotográfico, e impone una
facción que no es espontánea, pero que todos califican de atractiva e ingenua.
Estamos adoptados a la adaptación.
Revisando la actividad en las redes, me detengo permanentemente en aquellos personajes que
en todo momento intentan reflejar en su muro la felicidad o sabiduría, a través
de imágenes familiares (actuales o remotas), fotos amenas virales de la propia red o frases hechas. Y lo que me pregunto la mayor parte del
tiempo es que será lo que escondemos tras el muro, tras la foto. Las veces que nos frecuentamos no presumimos de esa faceta algo banal, y hasta en
ocasiones, sorprendemos con comentarios elaborados con razonamientos propios.
Será una característica distintiva, las personas saben comportarse en los
distintos ámbitos de la vida. Y saben que para muchos, la vida es imagen.
Milán Kundera, en su novela "El
libro de la risa y el olvido" se pregunta por la dualidad. " El hombre
emplea la misma manifestación fisiológica –la risa- para expresar dos actitudes
metafísicas distintas. El sombrero de alguien cae sobre el ataúd en una tumba
recién abierta, el funeral pierde sentido y nace la risa. Dos amantes corren
por la pradera, tomados de la mano, riendo. La risa de ellos no tiene nada que
ver con las bromas o el humor, es la risa grave de los ángeles que expresan su
alegría de existir. Ambos tipos de risa están entre los placeres de la vida,
pero cuando se los lleva a extremos también denotan un Apocalipsis dual: la
risa entusiasta de los ángeles-fanáticos, que están tan convencidos de la
significación de su mundo que están dispuestos a colgar a todo quien no
comparta el júbilo de ellos. Y la otra risa, que suena desde el costado
opuesto, que proclama que todo ha dejado de tener sentido, que hasta los
funerales son ridículos. La vida humana está limitada por dos abismos: el
fanatismo por un lado, el escepticismo absoluto por el otro".
Mis mejores fotos se reparten entre
las que mi actitud es pensante o reflexiva y aquellas de arrebato, dónde nadie
me advierta la inminencia ni me supliquen la sonrisa. En varias de ellas
transito ese efímero camino de la felicidad y libertad, donde reconozco mi
sonrisa como espontánea, o genuina, más allá de que me favorezca o no en la
consideración general. De preferir, me quedo con ese arrebato, porque si he de
regresar al archivo, podré reconocerme plenamente.
Alguna vez me he preguntado el por
qué de nuestro accionar ante un psicólogo. Destinados a modificar las tendencias o
conductas de nuestras vidas, rara vez muestran la sonrisa como
método de cercanía. Es más, muchos asumimos su seriedad como seres poseedores
del diagnóstico. En la misma terapia buscamos su complicidad con argumentos
inteligentes y graciosos, pero apenas logramos la mueca como un ¡ajá!
invitándonos a continuar sin distracciones con el objetivo firme, que
generalmente está vinculado con el dolor o infelicidad. Intentamos la complicidad de la sonrisa, para aliviar la carga del razonamiento que estamos desarrollando.
Tantas veces me pregunto cosas sin
sentido. Con mi libreta mental o con el Word de aliado, acumulo gestos,
rostros, conductas, sobre la actitud humana. En estos meses de reencuentro,
alterno lo virtual de escribir y lo quimérico de que te lean, con reuniones
familiares o eventos con conocidos o amigos. Prefiero escribir a preguntarme
porque en medio de una discusión política o un recuerdo doloroso, mutamos el
rostro en busca de la sonrisa fotográfica ante una foto requerida. Y porque se
extiende el hábito, teniendo en cuenta que cada vez que nos acercamos a un
noticiero, periódico o acto eleccionario, los motivos de sonreír parecen
escasear o en extinción...
… La gente está tan insatisfecha y es tan poco razonable que,
nueve de cada diez veces, no encuentro ningún placer en pintarlos. A veces me
dicen: “Ay, ¡qué serio hizo que parezca, Miss La Creevy!”, y otras veces: “Miss
La Creevy, ¡pero qué sonrisa de soberbia!”…De hecho, sólo hay dos estilos en la
pintura del retrato: el serio y el de la altivez; y siempre usamos el estilo
serio para profesionistas (excepto, a veces, para actores), y la sonrisa altiva
para retratos privados de señoritas y caballeros a quienes no les importa tanto
parecer inteligentes.
"Nicholas Nickleby, novela de Charles Dickens.
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