“Estuve tan ocupado en
escribir la crítica que nunca pude sentarme a leer el libro”.
Groucho Marx.
En una de las últimas
entrevistas al escritor chileno Roberto Bolaños, le preguntan si había
derramado alguna lágrima por las múltiples críticas recibidas de sus enemigos.
Él respondió: “Muchísimas, cada vez que leo que alguien habla mal de mí me
pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo
indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a
orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi
casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces
que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he
hecho?”
No puedo conjeturar como
debe ser la actitud de un buen crítico. En
definitiva, de su interpretación se puede catapultar o eclipsar el
contenido de una obra artística. Algunos, los que desarrollan un arte, pueden
considerar en forma peyorativa que la crítica es una actividad pasiva, mientras
que el arte expresado es materia viva. Muchas veces una crítica o reseña nos
permite descifrar los secretos de una obra, es clarificadora. Tantas otras, un
comentario adverso o cargado de ironía o denuesto, puede lograr que nunca nos
acerquemos a una creación, por considerarla nefasta de ante mano.
Al momento de desarrollar
una crítica, no está claro si el crítico utiliza una visión objetiva o
subjetiva. Tampoco si responde a intereses comerciales o a viejos prejuicios o
resentimientos. Nunca sabemos si la persona a la que le encargaron la opinión
está capacitada, si reúne las condiciones elementales para conocer de antemano,
los secretos que forjaron el arte expuesto. Demasiadas preguntas que no muchos
se deben hacer, salvo seguramente el artista criticado.
Herman Melville fue
destrozado por la crítica cuando publicó Moby Dick. No le había ido mejor con el
resto de sus obras. Hubo críticos que consideraron la historia de la ballena
como algo patético o lamentable. La escribió en 1851. Cuarenta años después
murió casi olvidado, dicen que en la indigencia. En la segunda década del siglo
XX su figura se revalorizó hasta alcanzar la condición de uno de los más
apreciados escritores de la literatura universal. Él no lo pudo disfrutar, la
crítica lo destruyó.
La crítica puede legitimar
obras o creaciones que no son sublimes, al tiempo que desestiman, subestiman o
ignoran otras de excelente perspectivas. Algunos críticos consagrados están
ante una enorme disyuntiva, que no comparten en público. ¿Son ellos tan inteligentes
que sólo pueden admitir la joya artística que revoluciona o se consagra como
obra de arte definitiva? ¿Son ellos los únicos que pueden vislumbrar un cambio,
una creación única?
La actriz Lindsay Duncan,
en su papel de Tabitha Dickinson, crítica top de teatro en el Times, solo
aparece en el film “Birdman” poco más de cinco minutos, en apenas tres escenas.
Pero es tan determinante, su presencia está latente todo el tiempo, ante la
presión que genera lograr una buena crítica en el preestreno de la obra teatral.
De la rubia actriz nos acordaremos de su sentencia: “Voy a destruir la obra”, un
día antes de llegar a verla, amparándose en un odio cultural, de saber de
antemano que un héroe de comics no tiene nada que hacer en las grandes salas teatrales
de Broadway. “Tú no eres un actor, eres una celebridad”, el desprecio con que
valora al personaje de Michael Keaton. Pero el menosprecio le vuelve en forma
de pregunta, del que afronta la puesta a punto de la obra de teatro: “¿Qué has
arriesgado tú, que te ha pasado en la vida para decidir ser crítico?”
La palabra crítica deriva
del verbo en latín, “krinein”, que significa crisis, y se puede desmenuzar en
algo así como separar, juzgar y decidir. Cuando un autor decide que su obra
está terminada, se la enseña a sus amigos, a su agente, a la exhibición
pública, y el porqué, es que lo hace buscando trascender, necesita una
valoración. Esa manifestación se asocia irremediablemente con un accionar
crítico, comprobar si gusta o no tu creación. Para la presencia masiva de
público es necesaria la valoración positiva de un crítico, porque la mayoría de
nosotros no podemos discernir si es buena o mala. Particularmente no determino
mis aficiones según comentarios especializados. Los escucho al pasar y trato de
hacerme una idea personal que me permita acercarme o no al contenido. Es un
proceso de independencia, de autoridad, de intuición o afinidad. Y sí, es
verdad, tengo valores de referencia para ampliar información, sobre algo que me
interese. Pero la viña se caracteriza por la variedad. No todos tienen los
sentidos a pleno o el ego desarrollado.
Y Birdman refleja una
lucha de egos, y una constatación llamativa. La escena y el drama motivan más
vida o arrebato, que la existente fuera de ella. Dudas, miserias, frustraciones
y vacios se reemplazan ante el grito de acción. Los personajes viven con más
pasión la obra que sus propias vidas personales. Los actores han aceptado que
entre la batalla de la realidad y la ficción, se sienten más contenidos en la
libertad de la fantasía, de la interpretación, del divismo. El escenario es el
lugar ideal para esconder o posponer las frustraciones y las carencias. El
escenario da plenitud, la vida puede almacenar vacios.
La esencia en el escenario
les pertenece a todos los actores del film. Pero queda mucho más de manifiesto
en el papel de Edward Norton. Su personificación de Mike Shiner transita por
una falta de ilusión o motivación que solo encuentra reparo en el escenario.
Enfrenta con entusiasmo su papel en la discusión sobre los efectos del amor
absoluto, en la mesa de la cocina, logrando emborracharse sin la presencie de ginebra,
tan presente en el cuento de Raymond Carver; recupera erecciones solo en escena. Es fuera
del escenario donde convive con una sobreactuación opacada.
El ego está presente
también en la enajenación que produce la presencia masiva de las redes
sociales. La viralidad exitosa de un video, producto por una circunstancia
ridícula, refleja el éxito o estima lo fortuito y estúpido que puede ser una
acción de marketing, para finalmente entender en qué consiste la pertenencia a
las redes, con la frase “Tu video tiene 300.000 visitas en media hora”. La
pretensión del éxito nos vuelve incómodos, algo locos por lograr cualquier tipo
de trascendencia. Sigue siendo un problema que todos los mortales, en sus
respectivas escalas, necesitemos una dosis de narcisismo.
Riggan Thompson, el
personaje interpretado por Michael Keaton, necesita recuperar la gloria del
pasado. Interpretó el papel de un superhéroe alado, y veinte años después, su
ego le exige incorporarse a un Olimpo de elegidos, por otro camino: La
redacción, producción, puesta en escena e interpretación en una obra de teatro
mayor. Enfrentado con una crisis interior feroz, genera la dualidad de no poder
deducir si sus conversaciones con su voz interior se deban a la presencia del
héroe alado postergado o a alucinaciones inquietantes.
Preferimos pensar que
Birdman está presente en su interior, permitiendo mantener vigente súper
poderes que todos añoramos poder desarrollar. Comentando esa voz interior tan
intensa que atosigaba a Keaton, tuve la mala suerte de confesar que entiendo lo
que se refiere esa voz interior, ya que en mi minúscula escala, yo creo
conversar con mi ego, mi interlocutor me observó con cautela, al tiempo de
confirmar que nunca tuvo ese tipo de charlas con sí mismo. ¡Y yo creyendo que
pertenezco a la normalidad de la humanidad! La síntesis del declive del ego
puede estar presente en esa imagen final donde observamos a Birdman sentado en
el retrete encarando sus necesidades fisiológicas, ese momento tan íntimo donde
a todos nos iguala nuestra insignificancia.
Para terminar esta reseña,
es lógico acudir a Raymond Carver. En “De que hablamos cuando hablamos de amor”
encontramos un relato corto donde intenta desmitificar un sentimiento primario.
Un sentimiento entre las personas que a veces no pasa de una atracción física y
muchas tantas, se eleva hasta las obsesiones menos pensadas. El relato se
centra en el amor, y muchas veces Carver remarca que abarca ese amor desgastado,
roto por infidelidades, por excesos como el alcohol o la locura, y por ese
elemento externo tan nocivo como si fuera un químico: el paso del tiempo.
El cuento está ambientado
en una mesa de un hogar, donde dos parejas amigas beben ginebra y discuten
sobre el amor. El tema se centra en el ex esposo de una de ellas, quién perdió
la cabeza e intentó matarla antes de suicidarse. Mel McGinnis al aumentar la
temperatura del relato sobre el ex marido de su mujer, confiesa que él tantas
veces desea matar a su ex esposa, con un sentimiento que el propio Mel no
alcanza a comprender, pero que los lectores podemos presumir que tamaña definición
no puede ser otro motivo, que la vigencia aún, de un amor insano sobre aquella
persona.
Para regresar a Birdman,
en un momento del cuento de Carver, Mel confiesa a su mujer y amigos, que
hubiera querido ser un caballero andante, con su yelmo y armadura, muriendo en
combate a causa de un amor encendido. Y en la película, el personaje de Keaton
busca la inversa, deshacerse del mito de personaje célebre de comic de súper héroe,
para consagrarse como actor de culto, con el objetivo principal de ser amado
para poder sentirse él mismo respetado. Ambos personajes están atrapados por su
pasado y en la obsesión por demostrar sus fantasías: inmortalidad a través de
distintas interpretaciones de lo que es la entrega y el amor.
Toda creación artística encierra
presencias y ausencias. Lo mismo sucede en el interior de las personas. Cada
uno interpreta “la obra” de su vida, adoptando los roles que el libreto y las
presiones le permite. “La verdad es siempre interesante”, refleja el cuento y
todos nos la pasamos dando vueltas en la vida a esa definición, sin poder
ajustar aún que es verdad y que es derivado de nuestra interpretación o justificación,
determinando nuestra propia confusión sobre si lo que nos sucede o no sucede es
producto de la realidad o de nuestra propia ficción. Nos molesta cuando alguien
nos enfrenta con nuestra propia historia, y allí volvemos al rol inicial del
crítico, y quizás no se trate de una discusión sobre la honestidad de su
existencia, sino de una historia cíclica y permanente de nunca acabar, y que no
nos deja nunca desplegar sin remordimientos nuestras alas para comprobar si
sabemos o no volar….
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