Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la
sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la
incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza
y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada;
caminábamos directos al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto.
Historia de dos ciudades (1859), de
Charles Dickens.
Existen
diversas maneras de contar una misma historia. Dependiendo del prisma, de la pasión
con la que se vive el momento o con las expectativas que esos movimientos nos
generan, podemos definirlos como el
mejor o el peor de los tiempos que transitamos. La iniciación de “Historia de
dos ciudades”, de Dickens, reflejaba exactamente las dos aristas de la víspera de
la Revolución Francesa. La visión de un pálpito, de que el caos sacará lo mejor
y lo peor de nosotros, de la historia de los hombres, de los pasos a seguir.
Somos animales
proclives a escuchar las voces de descontento como si fueran una sola, sin
matices. En nuestras arengas, solemos involucrar a todo el mundo, aún a aquel
al que no consultamos ni solemos o queremos escuchar. Somos categóricos con el
sentir ajeno, debemos marcar la tendencia de decir a viva voz lo que está mal,
lo que va a peor, y lo que podemos hacer para estar mejor, obviamente si se
siguen nuestros criterios “democráticos”, de obedecer para no ser golpista o
enviado del demonio. Pero la realidad tiene mil caras, como así también
interpretaciones.
Nuestras
opiniones suelen tener mejor aroma y perspectiva que la del otro. Con el paso
del tiempo esto no cambia. Y yo me pregunto, ¿cambia el mundo con tantas
opiniones? ¿Vamos camino hacia algo mejor o siempre aspiramos latente la
posibilidad de una nueva revolución infructuosa? ¿Es verdad que hay gente que
desea abrir nuevos caminos, buscando reflejar un futuro mejor en los ojos de
nuestros niños?
Los
gobernantes del mundo insisten en reflejar una única intención: “Dedicar su
tiempo en aras de una mejor calidad de vida de los ciudadanos, progresar y
aspirar a lograr un estado de paz absoluta”. Es difícil que no se adhieran a
estas intenciones los gobiernos de cualquier ideología o formato. El matiz
siempre lo tendrá que aportar la población. ¿Cómo lo refleja? Seguramente los
movimientos migratorios hablan más de lo que queremos escuchar. Otra forma es
la denuncia de apremios ante la carencia de libertades o abusos de poder. Unos
verán el mejor de los mundos, y habrá voces que anuncian que no encuentran
destellos de futuro. Ante el antagonismo de precisiones, lo llamativo es que
parten de dos personas afines en educación, amistad, lazos familiares o
residencia geográfica. Es difícil precisar en verdad, cuál de los mundos
transitamos.
En setiembre
del año pasado, Barak Obama, en una charla de donantes de su partido, se
anticipó al rumor de malestar espiritual que nos rodea a una parte de los
habitantes del planeta, y afirmó que el mundo no va tan mal, aumentando la
apuesta al afirmar que es el mejor momento de la historia humana para nacer. “Nunca
se tuvo tantas posibilidades de saber leer y escribir, de estar sanos y de ser
libres para perseguir tus sueños”, repitió en el mismo mes en la Asamblea
General de la ONU.
Pero en el
mismo foro, el sucesor de Kofi Annan como Secretario General de las Naciones Unidas,
el surcoreano Ban Ki-moon, predijo: “Este año, el horizonte de la esperanza se
ha oscurecido”, añadiendo “Ha sido un año terrible para los principios
consagrados en la Carta de Naciones Unidas. Desde las bombas a las
decapitaciones, desde las hambrunas de civiles deliberadas, al asalto de
hospitales, refugios de la ONU o convoyes de ayuda, los derechos humanos y el
estado de derecho están asediados”.
Desde Erasmo de
Rotterdam en el siglo XVI, los estudiantes han intentado comprender el
interrogante de porque la lectura influye en la mente humana de diversas
formas. Influyó sobre la idea de trabajar sobre el conocimiento con dos
premisas de un acto antagónico: Por un lado alienta a un cierto aislamiento
para centrar la atención en un ideal, y por el otro, nos exige vivir fuera del
aislamiento para abrirse a todos los mundos posibles. No es contradictorio, ya
que al optar por un nivel de conocimiento logrado a través de la concentración,
necesitamos luego cruzar las fronteras para ampliar ese nivel.
Retomando a
Barak Obama, en la misma charla mencionada líneas arriba, se animó a decir: “Si
ves los telediarios de la noche, te da la sensación de que todo el mundo se
derrumba. Y la verdad es que el mundo siempre ha sido un lío. Nos damos cuenta
ahora debido a los medios sociales y a nuestra capacidad para ver, en los
detalles más íntimos, las adversidades que la gente sufre”.
Un ensayo muy
interesante de Neil Postman, quien falleció en 2003, versa sobre la televisión y
sus mensajes, tanto los explícitos como los ocultos. En “Divirtiéndonos hasta
morir” parte del supuesto que nuestra época está caracterizada porque todo
discurso público se reduce finalmente al campo del entretenimiento, y del
deterioro actual de la enseñanza. Amplió su ensayo al concluir (recordemos que
falleció hace más de una década) que la cultura de nuestra época ha sido
secuestrada y sustituida por la tecnología, seduciendo de manera tal, que se
impuso a la creatividad cultural. Y se apoyó en dos literaturas que todos
consideran enfrentadas, y que viendo las distintas caras de una realidad, creo
que se tratan de complementarias: la rivalidad entre George Orwell y Aldous
Huxley, a través de sus obras “1984” y “Un mundo feliz”, respectivamente. La
primera de las obras se publicó en 1948 y la segunda una década antes, en 1932.
En ambos casos, en vez de confrontarlas podemos coincidir en el éxito de ambas profecías.
Más allá de
los matices de ambas obras, que nos obliga a dividirnos para aceptar una sobre
la otra, parece haber una misma realidad que es que ambos escritores temían,
que nos volviéramos idiotas, ya sea por exceso o por falta de libertad. Los
oprimidos no pueden pensar y carecen de toda perspectiva, pero los pudientes no
quieren ni les interesa pensar. Quizás Orwell se centró más en los estados
totalitarios y lo que nos generaría y Huxley en el rol de las personas, en lo
que generaríamos. Uno sufría al sospechar que lo que odiamos nos terminará
arruinando. Y el otro se afligía porque lo que decidimos amar también nos
terminará arruinando.
Las
democracias como así también los regímenes se proponen aunarse en la intención de
mostrar una especie de Disneylandia a través de su comunicación. El público
parece entretenido, pero en realidad no sabe sobre que le están informando. Le
presentan a su rival como el eje del mal. Los regímenes lo hacen a través de la
comunicación individual, y las democracias ante los supuestos debates, donde la
gente antes de sentarse en el sillón, no olvida de ondear la bandera de su
partido, mantener fría la cerveza y el pop corn crocante. Pero al terminar,
tiene la interna sensación de que no le dijeron nada, pero deben estar prestos
al siguiente programa, donde les analizarán sobre el ganador del debate.
Según la
perspectiva de Huxley, las personas están tan conformes que no se preocupan.
Tienen la carta de la libertad de expresión, pero no suelen comunicar nada
importante. El consumo desmedido compensa el vaciamiento interior, anestesiando
las dificultades personales. Y a pesar de no tener inclinación alguna, todos
optan por programas de auto superación permanente. Huxley temía que a la gente
se la controle infligiéndole placer, y me viene a la mente una de las tantas
desafortunadas frases de una presidente: “Estamos empecinados en brindar
alegría”. La preocupación de Huxley sobre la artificialidad, ya no preocupa. La
perspectiva de dar batalla a riesgo de perder aún más la supuesta felicidad, no
se contempla.
El panorama de
Orwell se centra más en las sociedades totalitarias y en sus prohibiciones, en
la extrema vigilancia sobre las personas. Es crítico sobre el afán de dominación
sobre los demás, el control del pensamiento y la manipulación de la información.
Recuerda que el objetivo es la guerra permanente para informar que se persigue
permanentemente la paz. Los estados vigilan permanentemente a sus ciudadanos,
tal un Gran Hermano y los ciudadanos ahora optan por defenderse con sus propias
cámaras, para poder contar una segunda versión, contundente en imagen, pero débil
en resultados, pero percepción al fin, más cercana a “su” realidad.
Pero también
encontramos coincidencias entre las realidades que nos legaron Orwell y Huxley.
Ambos mundos se rigen por elites autoritarias dispuestas al mantenimiento del
propio poder y la conservación de sus privilegios. El materialismo es la
esencia del poder y la familia una estructura en proceso de extinción. El
matrimonio no existe y la actividad sexual promiscua es alentada desde el mismo
estado.
Más allá de coincidencias
o divergencias, los mundos de ambos escritores están aquí, instalado entre
nosotros. En el plano del lenguaje parece darse la singularidad que la educación
es acondicionada por el estado. Las clases bajas, llamadas “prole” por Orwell y
“épsilones” según Huxley son sometidas por la embriaguez, el crimen es
tolerado, amén de contar con drogas de diseño para mantenerlos estupefactos y
maleables.
La pregunta no
es cuál de los dos tenía más razón. Mi interrogante es: ¿Cómo predijeron en
1932 y 1948 este tiempo a la deriva? Quizás la derrota de las utopías de izquierda
ante el avance del totalitarismo les permitió razonar estas consecuencias. Cada
uno escribió una visión de una distopía futura vinculadas a una pesadilla en
las sociedades. El termino distopía representa a una sociedad ficticia indeseable
en sí misma. Y suele ser introducido el concepto a través de novela, ensayo,
comic, serie televisiva, videojuego o película. El rasgo principal, el ataque a
los defectos de una sociedad. El termino se introdujo en el diccionario
recientemente y lo podemos encontrar como: “… representación imaginaria de una
sociedad futura con características negativas que son las causantes de alienación
moral”.
Cuando Charles
Dickens encaró la escritura de “Historia de dos ciudades”, seguramente estaría
sumergido en una profunda crisis, como la que atravesamos la mayoría de
nosotros. Dickens, Orwell u Huxley han pasado por la vida discutiendo el mejor
y peor de los tiempos. Sin buscar coincidencias o similitudes, ¿Cuántos de
nosotros pasamos por esta vida sin plantearnos una sola cuestión trascendental?
Todo puede ocurrir y ocurre. ¿Nos sirve de algo el debate? ¿Se estará
escribiendo la novela que nos saque del letargo? Mientras tanto, hazte un favor,
disimula o maquilla la ignorancia…
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