“¿Por qué son tan breves tus cantos?
– le preguntaron cierta vez a un pájaro -. ¿Acaso porque tu aliento es muy
corto?”. El pájaro respondió: “Tengo muchos, muchísimos cantos y me gustaría
cantarlos todos”.
Cita de Alphonse Daudet.
Un cuento es malo cuando se lo
escribe sin tensión. Esa tirantez tiene que reflejarse desde el mismo inicio,
el cuento es un relato generalmente breve. La presión irá acompañada de un
ritmo, ya que cualquier motivo es bueno para escribir una historia breve, pero
sin ese vértigo intenso, una aparente buena historia se puede venir abajo.
Opinaba William Faulkner que
resultaba mucho más difícil escribir un cuento que una novela. Hay infinidad de
escritores que rara vez lo abordan. Muchos de los consagrados en la literatura
universal, apenas han podido crear media docena o una decena de cuentos en su
vida. Pero como en botica, resulta que encontramos un sinfín de autores que se
mueven perfectamente en este estilo, y construyen su carrera a base de cuentos.
En la historia de la literatura
abundan los ejemplos de aquellos consagrados que prefirieron apartarse de lo
extenso, volcándose a la brevedad de un relato: Borges, Chejov, Poe, Mansfield,
Pritchett, O’Connor, Boyd, Andersen, Horacio Quiroga, Ribeyro y se me olvidarán
tantos otros. Otros alternaron como Cortázar, Kafka, García Márquez, Moravia,
Rulfo, Wilde, Melville, Fitzgerald o Hemingway, también entre otros. A estos
últimos, a pesar de consagrarse en las novelas, una fuerza superior los ha
obligado a refugiarse en la forma breve de un relato para seguir alimentando su
leyenda.
Cuando un libro de cuentos ha tenido
excelente nivel de ventas en su país de origen, las editoriales se arriesgarán
a apostar por la narrativa corta. La popularidad de este género siempre ha
estado a merced de consideraciones comerciales, resulta mucho menos osado que
te editen una novela, que un libro de cuentos. Antes había un pequeño mercado
con salida de los cuentos, ahora se ha contraído notablemente. Melville
escribió cuentos mientras por otro lado, avanzaba a trompicones en su obra más
famosa: “Moby Dick”. “Mi deseo de que mis cuentos tengan éxito, brota
únicamente de mi bolsillo, no de mi corazón”, confesó el autor de tan buenas
narrativas breves, como el caso de “Bartleby” o “Benito Cereno”.
Y es que el cuento explotó como
fenómeno a mediados y fines del siglo XIX. La aparición en Estados Unidos y
Europa de revistas de venta masiva, generó un despertar de una generación de
lectores cultos. Estos estaban ávidos de consumir literatura breve y esto
posibilitó que los escritores se sintieran atraídos hacia el género, es que se
pagaba muy bien. En Estados Unidos, plumas como las de Herman Melville, Edgar
Allan Poe o Nathaniel Hawthorne, costearon sus carreras de novelistas,
escribiendo cuentos. The Saturday Evening Post llegó a pagar 4000 dólares a
Francis Scott Fitzgerald por un cuento. Este importe, para hacernos una idea,
vendría a representar en estas épocas, algo similar a 40.000. John Updike
calculó que era posible mantener con holgura a su esposa y cinco hijos con sólo
vender a New Yorker cinco o seis cuentos al año. Pero aquellos tiempos se han
ido, y en este nuevo mundo signado por la crisis económica, es habitual
enfrentarte en un concurso de cuentos de tu pueblo, con una marea de relatos
enviados desde Madrid, Buenos Aires o México, con la expectativa de obtener 300
euros o una edición.
Como argentino, provengo de un país
con tradición de excelentes cuentistas. Borges, Bioy, Cortázar, Fogwill, Artl,
Castillo, Aira, Ocampo u otros, son parte fundamental del género. Desde la
irrupción de “El matadero”, de Esteban Echeverría, la literatura breve reflejó
a un país que siempre está naciendo. Con sus contradicciones, con sus
variantes, con el perfil de sus personajes que resultan claves para definir
nuestra identidad como nación.
Pero resulta llamativo el hecho de
que desde el norte de los continentes europeos o americano, lleguen valores muy
potentes en el arte de escribir cuentos. Como muestra, Alice Munro o Kjell
Askildsen, uno por sexo y por continente. Y del escritor noruego es que voy a
hablar en esta entrada, me ha sorprendido gratamente encarar una recopilación
de sus mejores trabajos en “Todo como antes”.
Sus obras han sido encuadradas
dentro del realismo sucio. Este movimiento literario proviene de los Estados
Unidos, y se desarrolló a partir de 1970. El uso de adverbios y adjetivos,
quedaron reducidos a su mínima expresión, y entonces es el contexto el que da
el sentido de la profundidad, la tensión e intensidad de la historia. Se tienda
a retratar a personajes vulgares, anodinos o corrientes, envueltos en sus vidas
convencionales. Uno recorre la tirantez del relato esperando que algo malo
suceda, siempre en tensión; pero no suele ocurrir gran cosa, como pasa en la
vida misma.
Raymond Carver, John Fante, Tobias
Wolff o Charles Bukowski, son considerados los máximos exponentes del género. Todos
americanos. Pero Askildsen equiparó a los maestros, escogiendo la parquedad y
el minimalismo como método de escritura, y logrando como resultado, la
desolación ante los testimonios de los protagonistas, generalmente matrimonios
estancados en la rutina, familias separadas por personalidades en conflicto o
egoísmos, o una vejez algo más verosímil que aquella idílica versión de viejo
amable y tierno. En cualquier caso nos atrapa su relato corto, aunque es de
confesar que no nos gusta la sensación deprimente, de reconocer la realidad.
El escritor aspira a poner en el
papel el número preciso de palabras, al momento de encarar sus historias. Para
lo cual, no se demora en presentaciones. El personaje está allí, en el comedor,
en el jardín, en el bar. Un par de apuntes nos dejan entrever la trama, el
perfil del personaje, su método o estilo. Es que el cuento se considera un arte
de contar algo desde el preciso momento que se lo menciona, no se suele volver
atrás para situarnos. No hay tanto tiempo.
A pesar de la parquedad del
informante, los lectores nos acercamos a Askildsen. El recurso le funciona. Nos
quedamos solos, tan solo acompañados por ese extraño personaje que vamos
descubriendo en las escasas diez páginas del cuento. Acontecimientos
insignificantes o rituales como funerales, nos permiten meternos de lleno en
alguna problemática del tipo mental, como enfrentamiento, miseria, incomunicación,
soledad o desvarío. Y como lector, nos vemos obligados al uso extremado de
nuestra imaginación, muchas veces termina la historia y no sabemos si existe enfermedad
mental, enfrentamiento, incesto, rencor u otros sentimientos. A pesar del
desconcierto o desconocimiento, tenemos la sensación de entender lo que le
sucede a los personajes.
Cuando el relato termina, termina.
Pero deja el efecto instalado de que a pesar de ser denso el momento,
hubiéramos querido continuar leyendo la historia. Nunca se resuelven los
conflictos, quedan latentes. Se volverán a manifestar en otro momento de rutina
o cotidianeidad. Para Askildsen escribir es un arte similar al de la pintura:
El pintor dispone sobre el lienzo lo necesario, no más. Cuando comienza a
escribir, no sabe dónde va a llevarle la historia, eso lo deja a criterio de la
curiosidad, inteligencia y sagacidad del lector. Y es en ese momento, cuando
deja inconcluso el relato, generalmente con una frase corta. El relato puede
que continúe, la escritura ya no.
“Últimas notas de Thomas F.” es su
mejor libro, y abre la edición de “Todo como antes”. En diez relatos más que
breves, nos relata la vejez de Thomas de una manera tan palpable que nos duele
sospechar que así será la senectud cuando se instale en nuestras vidas. Con
precisión milimétrica nos cuenta la plenitud del vacío en la vida del anciano.
Nos señala lo que de verdad importa, el valor incalculable de la rutina que nos
organiza, la importancia de que las piernas funcionen para encarar el paseo
matinal, el único momento del día con despliegue. La tragedia que describe con
naturalidad es la de sobrevivir a todo y a todos, y observar que solo quedan
sombras de las personas y cosas a las que uno perteneció. Con este detalle, más
de uno huirá espantado y no encarará su lectura. El miedo le hará equivocarse.
El autor noruego confesó que
escribió sobre nuestra época, donde la mezquindad, o las personalidades frías
no permiten caerles bien a casi nadie de los integrantes de esta sociedad. De
ahí que hace más de una década haya dejado de publicar. Los ochenta y cinco
años de edad podrían ser razón más que suficiente para avalar su jubilación y
retiro; o tal vez esté cansado de plantarnos el desasosiego, dudas,
frustraciones, soledades y desencantos, y que encima, los críticos lo llamen
minimalista.
Para muchos, el mercado editorial
acecha y sitia al cuento, negándole su circulación. Hasta las mismas academias
relativizan su importancia. De ahí que un puñado de notables continúe
insistiendo en esas prácticas. No desean el mismo final que el de la poesía,
que parece en riesgo de extinción. Por eso destaco “Todo como antes”, es una
lectura donde al lector no le queda otra alternativa, que dejar actuar a su
imaginación para continuar o completar la secuencia. Estos cuentos no le hablan
al lector, hablan de todos los hombres, de todos nosotros. Con la imaginación,
seguimos adelante con la difusión de este género, inmortalizándolo. No nos
olvidemos que la tradición de contar historias es casi tan antigua como la
misma existencia.
Angus Wilson dijo que había
comenzado a escribir cuentos porque los podía comenzar y terminar en un mismo
fin de semana, antes de de regresar a su trabajo en el Museo Británico. Si bien
exige un verdadero esfuerzo y planificación, no es prolongada su gestación o
ejecución, como en el caso de la novela. En un determinado momento de mi
escritura, terminé al menos media docena de ellos. Es el día de hoy, que no
logro regenerar ese ritmo tan particular, que genera tensión y cuenta una
historia sin un fin específico. Ya que hoy no se puede vivir del cuento, al
menos podamos optar por prolongar la vida de nuestra autobiografía escondida…
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