“El hombre nace libre, pero en todos
lados esta encadenado”.
Jean – Jacques Rousseau, en El
Contrato Social.
A través de El Contrato Social,
Rousseau produjo uno de los trabajos más destacados en la época de la
Ilustración. El pueblo es el soberano y la política estaría basada en la
voluntad popular. Expuso que la única forma de gobierno legal será aquella de
un Estado Republicano, donde todo el pueblo legisle. Lo publicó en 1762.
Este pensador, luego de observar
exhaustivamente el andar de la sociedad monárquica, cavila que el vínculo entre
un Rey y sus masas no debe hallarse en la sumisión o en el uso de la fuerza.
Afirma, para ser más concreto, que el hombre puede y debe renunciar
voluntariamente a un estado natural de inocencia y someterse a las reglas de
una sociedad, y ese intercambio social le brindará más beneficios que
complicaciones. Para Rousseau, el hombre primigenio es un ser sin maldad, de
ahí otra frase inmortal, esta vez presente en su “Emilio, o de la educación”:
“El hombre es bueno, por naturaleza”. Visto lo visto, y temiendo que cada año
vemos peor, la pregunta es: ¿Es verdad que el hombre primigenio no tiene maldad
o la formación de las sociedades lo hace malvado y mezquino?
Viendo los avatares de nuestras
sociedades, uno puede predecir que la derrota es total. Pero a pesar de la
debacle, seguimos sosteniendo sólo con palabras esos principios de igualdad,
ética y solidaridad. Los que gobiernan lo pregonan a cada momento, y los que
nos dejamos gobernar, creemos infantilmente que nos asisten derechos, que las
conquistas no deben alimentarse permanentemente. Es verdad, que cada tanto
algún arrebato social nos permite suponer que sí, que tenemos una fuerza
poderosa. Es verdad que las condiciones sociales de las minorías parecen mejor
asistidas que apenas un siglo atrás. Pero el manto de anestesia que nos han
inoculado, nos ha convertido en seres apáticos, sin voluntad y sin ideales.
Solo la inercia de la protesta que no va hacia ningún lado nos sostiene. El
esfuerzo del cambio lo debe hacer otro, nosotros no tenemos la culpa. La culpa
es sólo de los gobernantes. Así nos va, sin autocritica el cambio sigue a la
espera.
También es destacable que el
concepto de justicia social no consiste en darles a todos lo mismo. Las
sociedades, integradas por individuos que aceptan las normas, deben recibir lo
que les corresponde en función de su aporte a la sociedad. Ese no es un concepto
vinculado al capitalismo. No, es de pura lógica. El Estado asiste
universalmente en caso de necesidad, de desprotección. Pero cada uno cosecha lo
que siembra. Y no lo pienso desde ningún costado burgués, es solo la
contemplación de un ser sociable (no en exceso) que convive en la sociedad hace
casi medio siglo.
Entonces nacemos en un país
determinado y vamos aceptando tácitamente el contrato social vigente. Podemos
cambiar de país por diversos motivos y nos adaptamos a las bases sociales de
nuestra nueva comunidad. Dependiendo de la regulación, aportamos casi el 40% de
nuestros ingresos a un Estado, con la condición que esto garantizará la
igualdad de oportunidades y que sólo nos resta ser constantes en nuestro
esfuerzo y gozar de buenas decisiones, para llegar a donde queramos o podamos
llegar. Eso sí, contando con un Estado que nos asista y no nos deje tirados a
los altibajos de la suerte. Ese Estado también somos nosotros, habrá un
administrador, pero administrar no significa que sea el dueño, que actúe como
el supremo.
Leyendo periódicos, caminando las
calles, viendo los noticieros, conversando con seres cercanos, escuchando sin
querer conversaciones o expresiones de desconocidos, muchas veces llego a la
conclusión que somos testigos impotentes de la peor clase dirigente que hayamos
vivido. Y lo siento con los líderes españoles, y con los argentinos. De momento,
he morado en esas dos sociedades. Hay una profunda discapacidad ideológica. Las
carteras más importantes están en manos de personajes de lo más incompetentes, improvisados.
Nos quieren confundir con ideologías, pero la realidad confirma que ellos están
tan confundidos como nosotros. La tecnología nos acercó un arma que debía ser
definitoria, la imagen casi al instante. Ante un error de bulto, un exabrupto,
una tropelía, un acto innoble, seguramente gozaremos de una filmación, obsequio
de cualquier teléfono móvil. Pero lo sorprendente es que no basta con la
imagen, no es definitivo. Sobrevendrá un relato que desmentirá lo visto, la
palabra sigue siendo más importante que la imagen.
Aguantamos de todo, ya casi no
podemos resistir ante la violencia de los que presumen de modales, de saco y
corbata. Si esta cofradía nos retiene heridos de muerte, la otra, representados
por esa masa desalineada y marginal, nos asesta la última de las puñaladas. Eso
les permite a estos adoradores del merchandising sin forma ni argumento, campar
con la tranquilidad que en definitiva, los unos se lían con los otros, con los
pares, los que tenemos poco o nada. Mientras tanto, en cualquier mitin
político, o cadena nacional, los adoradores vitorean o arengan frases, no
hechos consumados. A uno, que no está de acuerdo con ellos, lo obligan a
colgarse el cartel de oposición. El que razona que la reina o el rey están
desnudos, le tildan de vende patria, de agorero, de mala onda.
Los que ostentan el poder, acumulan
más riquezas. Adoramos a la reina del pueblo, y en realidad es una soberbia
burguesa del tedio. Es llamativo el fracaso de las políticas públicas, y el
constante éxito privado de sus dirigentes. ¿Es tan difícil llevar a la práctica
en el Estado que administra, las formulas de éxito de su administración
personal? No será por un problema de comunicación, si en realidad están todo el
tiempo comunicando, o haciendo que se informa. No será por un problema de la
soledad que rodea a los que gobiernan, ya que funcionarios cercanos, viejos
amigos o socios, también gozan año a año las bondades de seguir creciendo en
patrimonio. Entonces algo raro estarán haciendo. Me encantaría consultarles a
los aduladores, pero creo que ellos están allí por: un margen inferior de
convicción; por un margen medio de ignorancia; y por un deseo superior de poder
acceder a un margen de ese desarrollo. De los tres márgenes, me apena más el
del ignorante, porque lo están manipulando sin recato, y él, flamea la
banderita ante la nueva causa, o actualiza su facebook defendiendo sin
miramientos a su soberana y no a su soberanía.
Me inquieta más los efectos de los
de a pie. Una parte significativa de nuestras sociedades aceptan con naturalidad
la convivencia entre el fracaso de la gestión pública y el éxito de lo privado,
de nuestros funcionarios. No les produce rechazo. Siguen repitiendo el relato.
Es exasperante, es frustrante. No les inspira rechazo, les infunde aprecio.
Aprecio que los llevará a votar por ellos, una y otra vez. Pasa en Valencia,
Madrid, Buenos Aires, en casi todos los rincones.
Las urgencias son tales, que solo
atinamos a vivir el presente, sin enterarnos de que estamos consumiendo el
futuro. Pero ese porvenir es de mañana mismo, no se refiere a dentro de
quinientos años. Esas promesas o afirmaciones se pueden refutar al día
siguiente, o lo más triste, a los quince minutos de ser formuladas. Hay un
discurso vacío, que proviene del poder, y hay un razonamiento, también vacío,
del que lo recibe. ¿Y cómo se desestructuró ese contrato social?: Con una
mentira sistemática, o lo que algunos llamaron literariamente, relato.
Hay un nombre para esos gobiernos de
los peores. Paradójicamente, para los argentinos, el nombre le puede sonar a
actual. Pero el término “Kakistocracia” fue acuñado por Michelangelo Bovero,
Doctor en Filosofía. Según Bovero, las reglas electorales se aplican, pero no
producen democracia. “La democracia hoy no significa gobierno con el consenso
del pueblo. No se debe elegir a un guía supremo que decida todo, y luego la
otra institución que se renueva con nuestros votos, que es el parlamento o
legislativo, apruebe sistemáticamente los proyectos del gobernante supremo”,
anunció en junio del año pasado en una conferencia “Democracia y participación
ciudadana”, realizada en México.
La kakistocracia es una degeneración
de las relaciones humanas, donde la organización gubernativa está en manos de
gente inescrupulosa e ignorante. También se destaca por la mediocridad del
funcionariado público, donde el capacitado se aparta asqueado o resignado, y se
aplaude a los peores que se eternizan y
los nuevos oportunistas intentan formar parte de negociados.
En su primera edición, allá por el
año 1944, el “Dictionary of sociology” incorpora por primera vez esta
definición, de la mano de Frederick Lumley: “Gobierno de los peores, estado de
degeneración de las relaciones humanas en que la organización gubernativa está
controlada y dirigida por gobernantes que ofrecen toda la gama, desde
ignorantes y matones electoreros, hasta bandas y camarillas sagaces, pero sin
escrúpulos”. Cómo los individuos capaces y preparados, que también han
fracasado en sus utopías, no comparten esta manera de gestionar la cosa pública
de estos incapaces, se retiran. Los gobernantes entonces, reclutan a todo aquel
con menos capacidad y preparación, y por ende, principios, para que proteja el
proyecto autoritario. La idoneidad es reemplazada por una supuesta lealtad
incondicional, pero que disfraza una ciega ambición del corto plazo. Ese
clientelismo impide la búsqueda de consensos o diálogo, rompiendo el contrato
social. Pero siempre achacarán que están dispuestos al debate, que tienden
puentes para el disenso en aras de un consenso.
La repugnancia ejerce una enorme, y
nefasta fuerza de atracción. Por eso, nos convertimos en espectadores
permanentes de tanta mentira, de tanta bajeza. Somos oposición, pero no tenemos
fundamentos para aportar, tan sólo la percepción de que no hay futuro sin
verdad, y que no tenemos ideología o convicción para terminar con estos kakos. Kakistos
es superlativo en griego. Kakos representa lo sórdido, perverso, funesto e
innoble. Es decir, lo peor. Lo que se manifiesta en los últimos tiempos.
Nos acerca a la fábula del Rey
desnudo. En 1837, el danés Hans Christian Andersen, nos deleitó con “El traje
nuevo del emperador”. No se supo si la historia fue fruto de la originalidad de
Andersen, o si se basó de la realidad. Pero en ella nos recuerda que no por el
hecho de que una mentira sea aceptada por muchos, tenga que ser cierta.
Una sociedad gobernada por
mediocres, nunca podrá ser exitosa. El problema pasa en reconocer nuestra
mediocridad, e intentar revertir una decadencia que lleva décadas
desarrollándose. No puede ser cierto que nos merezcamos tanta miseria, interna
y externa…
PD: Esta entrada la motivó, entre
tantas cosas, un video que vi en Facebook sobre el proceder de un gendarme en
una autopista argentina. La escena era grotesca, de no ser que afectó a un
particular que podría haber sido yo, o vos. El afectado, a su vez, estaba
afectando a sus pares con una nueva modalidad de protesta. Pero lo más burlesco
es que muchos opten por cliquear un me gusta a esa parodia, aunque quiera
expresar una especie de condena. Nos hemos adaptado a lo burdo, vemos el
pesaroso azar del vecino y no nos inmuta, El poder democrático se pasa su
mandato condenando lo que denigra del otro, el autoritaro, y terminan adoptando
las mismas políticas de intolerancia y arbitrio, como síndrome. En este caso,
me gustaría alguna vez leer un comentario de los que creen que está casi todo
bien, y que luego de defender estas causas, pueden contarles a sus hijos un
lindo cuento nocturno, para que vivan sanamente su inocencia.
A veces escribo sobre mí, sobre mis
recuerdos, sobre mi pasado. Otras veces, y juro que trato de espaciarlas,
escribo sobre lo que observo de mis semejantes, y me da la sensación que los
humanos no se hartan nunca de tolerar el vicio, y que sólo el uso de la memoria
constante demora degradarnos cada vez más rápido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario