La
práctica activa de un deporte conlleva, además del sacrificio constante, una
serie de responsabilidades que muchas veces no se quieren afrontar. Lo bueno de
la profesión es aceptado como algo lógico (el llamado canto de las sirenas), mientras
que lo malo nunca será culpa del deportista o de su federación, la culpa la tendrá el
ambiente, el “negocio”, las envidias o las mafias. La pelota no se
mancha, dijo alguna vez Maradona. Pero esta manchada todo el tiempo. Y el borrón alcanza a la mayoría de los deportes.
En
la figura de Maradona, los argentinos mantenemos un viejo pulso que lleva más
de tres décadas, donde el amor y la desilusión hacen rotativa presencia. Hemos
vivido la gloria a través de su maravilloso juego y su endiablado carácter. Pero
también hemos convivido con la constante humillación o sonrojos que sus actos
despiertan. Casi sin transito, sin la posibilidad de aceptar el error, porque
si se lo condena se lo está traicionando.
Un
país se movilizó detrás de Luis Suárez. La polémica no se puso nunca de
acuerdo. Le mordió o no al defensa italiano. Agredió o lo agredieron. Se
paralizó Uruguay con la sanción al delantero. ¿Justa o excesiva? Son esos
momentos donde los implicados suelen recordar que “el negocio” es obsceno, que
el que dirige no es trigo limpio. Antes nadie lo cuestiona, o lo hacen con
tibieza. Pero cuando aparece la víctima, salimos disparados a recordar los
horrores del sistema. Y no sólo sucede en el deporte. Pero en el caso del
delantero uruguayo, hemos visto defensas ingeniosas en particulares o en la
prensa, donde se jugaba con el titular o argumento sobre si la FIFA estaba en
condiciones morales de sancionar “una mordida”. Y como el deporte es un
termómetro, podemos cuestionar que al estar podridos los cimientos de las
instituciones, distraigamos la discusión sobre si corresponden o no los feos
gestos de los deportistas, con la única base de que nadie está a salvo de un
archivo de hemeroteca. Algo del tipo “El que esté libre de pecado, que arroje
la primera piedra”.
El
deportista debería recordar que además de su destreza, hay otros valores que
realzar. La hombría más que la caballerosidad, el límite ante el desenfreno, la
culpa antes que el alegato ruin, y el saber que el cazador puede y debe ser
cazado. La responsabilidad y la culpa deben formar parte de los valores del
deportista. Uno es responsable de sus actos, asumirlos en un tiempo prudencial,
forma parte de un desarrollo. Pero nos resistimos a ejercitar el mea culpa.
Uruguay
jugó contra Colombia con sensaciones cambiadas. Por un lado, se sintió vencida casi
desde el primer minuto de juego, sus chances desaparecerían completamente, al comprobar
una resignación anímica en el propio campo de juego: eran partenaires y no
protagonistas. Su gente alternó entre los que reconocieron o no, que un enorme
error les privaba de un sueño que arrastra desde hace casi 75 años. Ese sueño
que se generó en el mismo país, que se inmortalizó como el maracanazo en 1950,
y que a pesar de conocer las enormes limitaciones de un fútbol al que le cuesta
renovarse, soñaban con reeditarlo.
Suárez
tuvo que abandonar el país como un ladrón. No como una persona que se equivocó
y fue sancionado. En el aeropuerto lo aguardaban para reivindicar a la persona
y futbolista. Todos estaban con él, aún sabiendo que había mordido nuevamente a
un rival. Suárez insistió en que fue un lance en el campo de juego, que él fue
víctima de un codazo en los dientes y se recluyó en su casa. Habían pasado tres
o cuatro días y la autocritica no aparecía. Y apareció. ¿Por qué? Porque
apareció la bella Europa, aquella que pregona todo el tiempo los valores con
una mano, y con la otra desarrolla estadísticas e intereses especulativos financieros.
Y el club de los valores, de la cantera como forma de educación salió al
rescate, no del delantero, sino de sus cimientos podridos de los últimos años,
para encarar un nuevo “pelotazo”. Pero antes de encarar una negociación,
considero indispensable que el jugador se disculpara. Lo dijeron en
comparecencia, el pedir perdón dignifica al deportista, al ser humano. Ahí
estaba le eterna lección de la vieja Europa.
Y
Luis Suárez pidió perdón de inmediato, a través de un comunicado. Y el
Barcelona puso a través de sus voceros, esa cara que quiere esconder al vampiro
por detrás del alquimista. Y escandalizarán a aquella sociedad oprimida por las
dudas, las carencias laborales y monetarias, con un nuevo pase que primero
caratularán como brillante maquinaria financiera para luego, con el paso del
tiempo, y si alguien la investiga, como una nueva manera de tapar los supuestos
valores con las malas prácticas. Y todos alabando al club ante la “gesta”
humanitaria por salir a recuperar a la persona.
¿Y
qué sentimos los simples mortales cuándo confirmamos qué de nosotros solo
necesitan los sentimientos? Nada, solo volver a corroborar que lo único herido
en estos casos son nuestros viejos corazones, que queda una vez más en ridículo
la eterna esperanza del romántico deportivo. Qué otra vez no las han jugado,
con el viejo recurso de la bandera, del nacionalismo, de la patria grande. Al
menos es de esperar que la directiva del club catalán, le brinde o exija un
apoyo psicológico para que el jugador pueda encarar ese viejo problema, que eso
sea prioritario, más que el jugador aprenda al instante el trivial slogan
“visca Barça, visca Cataluña”. Ahora le espera el lidiar con la prensa madrileña, no será fácil para Suárez, lo habrán de relacionar permanentemente con su estilo de falso buen rollo, con la palabra bocado.
El
sábado pasado comenzó una nueva edición del Tour de Francia, la número 101. Ya
no retumba la pregunta tantas veces formulada a partir de julio del año pasado.
¿Armstrong manchó al mundo del ciclismo para siempre? Puede ser que haya
contribuido a aumentar el hartazgo que como sociedad estamos sintiendo, pero de
momento los aficionados se vuelcan a las carreteras para alentar el paso de los
ciclistas, otra vez con sus banderas flameando. Queremos que los atletas sean
súper humanos, queremos vocear sus gestas; pero nos volvemos a sorprender
cuando se dopan, y nos indignamos cuando deben recurrir a excusas infantiles.
Formamos parte de una hipócrita sociedad que quiere consumir todo el tiempo, y
que clama por un deporte agónico y heroico. Pide a la vez juego limpio y
esfuerzo sobrehumano.
Pero
el extranjero siempre se dopa peor que nuestro oriundo. Al nuestro le han
preparado una trampa. El nuestro es distinto, por eso en la plaza del pueblo lo
homenajeamos. En cambio, al ciclista texano, le dedicamos toda la furia.
Sabíamos que no era normal que ganara tantos Tours, siete consecutivos. Al fin
lo hemos desenmascarado. El ciclista americano que con tanta soberbia e
intimidación ha logrado maniatarnos, un día decide ir a la televisión y llorar
su culpa, y solo en ese momento piensa en el dolor que le ha de generar a sus
hijos. Sus sponsors lo abandonan, y él dice que su fundación contra el cáncer
(que padeció) no ha sido un fraude. Ha de volver, y con él otros auspiciantes.
Y parte de nosotros, lo seguiremos como autómatas pregonando las bondades de
una nueva cruzada.
Las
ediciones ganadas por Armstrong entre 1999 y 2005 han quedado desiertas. El
comité director de la prueba decidió no acordar la victoria a otros corredores
ni modificar las clasificaciones de todas las competiciones afectadas en esos
años. Los aficionados clamaron porque decretaran otros ganadores, es que
nosotros necesitamos un ganador. Un ganador siempre por encima de todos los
demás, los derrotados. Pero a pesar de los esfuerzos de los distintos países
por tener un vencedor con su bandera, se insistió en dejar desierta esa triste
etapa. El motivo es aún más triste, el problema es que casi todos los segundos
puestos de esos años, también se han visto implicados en casos de dopaje.
“Mens
sana in corpore sano” fue una de las primeras frases que recuerde de un
profesor de educación física en el colegio primario, de nombre Eliseo. Esa
frase siempre la he vinculado con el deporte, de hecho es el lema institucional
de Argentinos Juniors (luce la frase su escudo), club donde surgió Maradona,
entre otros notables jugadores. Crecí con esa frase como condición sine qua non
(ya que estamos con las locuciones latinas), esta plegaria a los dioses que nos
legó el poeta romano Decimus Iunius Iuvenalis (conocido por nosotros como
Juvenal), nos instruye para implorar la salud integral de la mente, el cuerpo y
el alma. Es que una mente sana y un alma fuerte, nos ayuda a tener el cuerpo
sano, y nos ha de ayudar a través de una paz interior, a desarrollar una vida
plena de virtud. Ese es el slogan, y a propósito de la primera voz que me lo
inculcó Eliseo, este profe también me convenció de ir a probarme al club del
barrio donde él entrenaba. Y al llegar un sábado a mi primer entrenamiento, este
se demoró por la presencia de un coche patrullero, que luego de una hora de
hermético silencio y con todos los niños en el cemento de la grada, aguardando
que comience la práctica, nos encontramos a Eliseo abandonando el club y
esposado, porque había abusado de varios menores en su prédica de cuerpo sano.
Falta
una semana para que termine el mundial. Se reedita el enfrentamiento América –
Europa. Está más que claro que en el viejo continente son fieles a que gané un
integrante de la unión europea. En América manejamos otros intereses. A un
argentino o a un brasilero le cuesta
asimilar el tema de la integración, aceptando de esta manera que el otro se
alce con el título. La rivalidad es absoluta, el vecino no debe ganar. En mi
cuarto mundial fuera de casa, vuelvo a notar que sin disimulo, nos suelen
acusar a los sudamericanos de malas prácticas, de viejas mañas, de antiguos sloganes. Previendo
nuestra felicidad, algunos nos anticipan que no quieren que ganemos, al paso
nos recuerdan que existen Alemania u Holanda en su favoritismo. Momentos
puntuales del pasado siempre estarán presentes para ilegitimar cualquier logro.
La manera de quitar ritmo futbolístico a la noble Europa, las pocas o muchas
artimañas que utilicemos para alzarnos con la victoria, si brindamos o no
espectáculo, siempre será visto con mucha atención crítica por estos rincones
de cascos viejos.
Pero
esa misma Europa que nos sermonea, está a la espera de que termine la contienda
para contratar a los Cuadrado, Suárez, James, Di María, Alves, Keylor Navas o
Aléxis Sánchez. La vieja Europa, representada por un ciudad sede de eurodiputados, hace del chiste fácil una viñeta (de
nombre “Colombia respira confianza”), donde tres jugadores colombianos están
agachados como aspirando las líneas blancas del spray utilizado para delimitar
la posición de las barreras; es la misma ciudad que estadísticamente es considerada con
un nivel alarmante de consumo de drogas, y el país, indispensable en el tránsito de las mismas. Nos iguala esa mente tan poco sana que obliga a reirse de las
debilidades ajenas, obviando las carencias propias.
O
ver al portero suplente holandés intentando con éxito, amedrentar a sus humildes rivales
costarricenses a la hora de patear los penales,
con actitudes que si provinieran de Chilavert, Simeone o Maradona
llamarían de pillería y que aquí comentan con sonrisa o como éxito de estrategas,
con carpeta incluida de Van Gaal bajo su brazo. Y si comenta algo desatinado (costumbre en
él) Diego Maradona, tendré que oficiar de abogado o embajador de mi país ante
el desatino del ex jugador. Saldrá la palabra fácil, la que todos tenemos a
mano, para preguntarme con sorna si se sigue drogando. Casi seguramente me lo afirmará, mientras se lia su cuarto o quinto porro de la jornada. Y yo me irá a
casa incomprendido, descifrando si debe continuar Lavezzi o regresar el Kun, si
debo ver el partido solo, en un bar con vecinos que quieren que gane Holanda o verlo con amigos; todas estas dudas, producto de que he sido víctima
de una frase romana sobre la mente sana, que no logran implementar los
portadores de ningún continente, los nuevos o el viejo...
PD:
Solo sé que no sé nada, pero intuyo que los honestos pueden reconquistar los
valores.
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