“Estoy convencido de la inocencia de
la Infanta, y esa inocencia pasa obviamente por su fe en el matrimonio y el
amor por su marido”, no me puedo quitar de la cabeza aún, lo escaso del primer
argumento de defensa esgrimido por la corona española. Era el momento de recurrir
o no, la imputación para evitar que la Duquesa de Palma declarara en la causa
de su marido.
El argumento me descolocó por su
inocencia, me devolvió al proceder de Disney y de todos los cuentos infantiles,
sobre el tratamiento de reinas o
princesas, y me obliga a pensar que el progreso del colectivo de sangre
azul, es difícil que evolucione. El feminismo no tiene chances con el linaje.
El tema de la Infanta tiene dos
costados, el institucional monárquico, y el institucional familiar. Hace un par
de años que los adeptos a la primera institución, claman que Cristina debió
haberse separado, con el argumento de una falta de ejemplaridad en su
comportamiento. Cómo se puede seguir apoyando a alguien que pone en peligro esa
institución a la que ella le debe lealtad desde casi el día de su nacimiento. Otra
fracción de los adeptos de esta institución, se decantan por la férrea defensa
de negar lo evidente y encolumnarse tras lo corporativo. La otra organización,
la familiar, se basará en los lazos afectivos existentes entre sus integrantes.
El dolor de descubrir un engaño puede motivar en la ruptura, o luego de
elaborar el dolor, en reforzar y sostener la situación en pareja. La Infanta
parece haber escogido esta opción, y se nota que ha pagado con el destierro,
eso sí bastante acomodado, a diferencia de lo que le pudo tocar a los
confinamientos de la cenicienta o a la Blancanieves, de Disney.
No entiendo porque desde niños nos
abrazamos o nos abrazan a los estereotipos. El nene aferrado al balón, espada
o escopeta; y la nena con la muñeca, el
carrito para la muñeca o la cocinita. Y a la hora de la recreación, las películas
de piratas, héroes casi mitológicos o princesas pasivas, a la espera de la reivindicación
o del triunfo del amor. Y la temática suele tener contadas excepciones, pero
casi siempre el chico resuelve el problema, utilizando sus recursos,
principalmente la osadía, inteligencia, intrepidez, aventura o coraje. La princesa
mientras tanto nos conquistará con su estampa inocente, débil, virginal,
indefensa y tantas veces servil. Como no tengo hijos, díganme si los
estereotipos se mantienen o si han cambiado en estas últimas décadas de filmes.
Me quitarían un peso de encima, y quizás, las siguientes tres carillas de
escritura.
En el caso de la Casa Real española,
puede parecer que se mantuvieron en los patrones convencionales. Se ha
preparado con esmero, tesón y casi obsesión, la progresión del único hijo
varón, ya que por ser varón, estaba destinado a reinar. Y si bien las Infantas
han recibido exquisita o excelsa educación, coronada por carreras
universitarias, da la sensación que se ha privilegiado sus lecciones de formación
y cortesía, reflejadas en el estilo de vestir de largo en las galas o de
presidir actos de caridad, pero en ambos casos parece haber sido avasalladas
por las existencias de sus maridos. Y en ese atropello, tener que mostrarse
como las ignorantes que desconocen los burdos asuntos con que los mortales a veces
deben ensuciarse las manos, y las conciencias.
Quizás otras casas reales puedan
rebatir, en el hipotético y casi inexistente lance que me leyeran, los roles de
otras monarquías existentes. Pero el papel de una autoridad visible como la
reina del Reino Unido, sus dotes de conducta férrea y escaso músculo de la emoción,
la asemejen a otro personaje del estereotipo, la mala de las películas (por no
llamarla bruja). Quizás la relación entre Diana Spencer de Gales e Isabel II
nos haya acercado al dilema del espejito, espejito. Y quizás no, por ahí estas líneas
se deben a que no tenía un motivo claro para escribir, por esta fiebre
mundialista que a mí también me alcanza. Soy víctima de otro estereotipo.
Y una vez vi la versión porno de
Blancanieves. El mítico cine Urquiza me vio ingresar con mis compañeros de barrio,
para iniciarme en el arte de otro estereotipo, la pornografía. Es difícil no sentirte
un poco pajero (perdón pero creo que es gráfico) cuando en realidad, estás
incomodo en la butaca, ese mundo no te representa. Pero para eso existen los
estereotipos, para que uno se adapte y adopte, o para sufrir, porque sí o sí te
ves obligado a aceptar esos tristes roles del destino.
Pero lo bueno de la versión danesa,
era que Blancanieves no era tan sumisa como la planteaba Disney. En poco más de
hora y media, pudimos comprobar azorados que no sólo no era de tez blanca, sino
que el tema del sexo debería entrar en este blog, pero aún no me animo a
plantear la temática. Esta heroína del celuloide se enfrentó a escoltas,
arqueros, cazadores de recompensa, enanos o príncipes, con el excesivo manejo
de la seducción, el erotismo y sus consecuencias. Es decir, que de niño te toca
Disney, de adolescente te toca el morbo de la peor imaginación (la escasez), y
de adulto, la triste realidad. Y marchamos como en una cadena de mando a cada
tramo de esta factoría.
La pregunta es si en estas fases de
crecimiento, los estereotipos marcan o no el accionar, de nuestra progresión.
Algunos dicen que los cuentos se convierten en instrumentos que suelen inculcar
valores, creencias y hasta conductas o modelos de actuación. Y esto a la larga,
parece que influye en nuestra identidad como persona. Y reiteradamente, nos
educan y educamos a los eslabones desde el origen. Shrek, aquella animación del
2001 (mi primera película en territorio ibérico) pudo torcer parte del estereotipo,
la belleza externa por la interna. En esta película pudimos reemplazar otros
dos estereotipos que nos afectan más de lo razonado, la relacionada a palabras
tales como “cloaca” o “perfume”, que también condiciona que las áreas de tu
cerebro respondan con distintas muecas a una u otra, dependiendo de las
distintas perspectivas.
Y cada tanto se cumplen los viejos
augurios de que se puede ser princesa. Son pocas, pero llegan. España tuvo
una periodista de telediario que el amor la encumbró a princesa, y hoy es
reina. Perdón por las minúsculas, pero no tengo claro que deba poner mayúsculas en
temas de los títulos nobiliarios. Letizia alterna un rol de buena esposa, de
trabajadora que quisiera seguir siéndolo, de madre que trata de mantener la
intimidad a pesar de su cometido, pero también ha sufrido una total transformación
de su rostro, retocándose nariz y barbilla. “Es tan perfeccionista, que para
ella tener una buena imagen, forma parte de su rol en la nobleza”, otro
argumento cercano a la corona. Es que Grace Kelly pudo haber hecho mucho daño a
las plebeyas eternas candidatas, donde presencia no corresponde tanto a una línea
o trayectoria, sino a una imagen. La paradoja de esa perfección, es que el
vulgo ya no las prefiere perfectas, si no que aspiran a que sean normales. Y
tanto retoque las presenta como distantes o frías.
Las mujeres han sido sorteando, de a
poco pero lo van logrando, los fantasmas del estereotipo. Se siguen formando,
siguen siendo compañeras, mantienen su rol de madre pero también de profesionales,
y ya no suelen añorar la llegada del príncipe azul. Si bien, a veces flaquean
en el deseo, sobre todo cuando estos príncipes de pacotilla en lo que nos hemos
convertido, no les estimulan a pensar en un camino de rosas. Pero son independientes,
claman por la lógica de ocupar una posición igualitaria y de alternancia.
Las cosas puede ser que estén cambiando.
Se siguen alternando los clásicos con nuevos contenidos como los de Rosamunda,
la princesa peleona. En otro momento de su existencia, la mujer tropieza con
Crepúsculo o 50 sombras de Grey, lo perverso seguirá acechando. Pero también se
topan con Virginia Wolf, Alice Munro, Doris Lessing, Magda Szabo, Esther
Tusquets o Susan Sontag. La fantasía y la realidad continuarán separadas por un
hilo casi invisible, pero unas y otros se sentirán más cómodos en un plano de
igualdad. De ese modo, cualquier infanta podrá transmitir una imagen de
seguridad al afrontar los defectos de su vida privada. O sea más lógico que en
la investidura de un rey, se alabe la función invisible de la reina madre por
sobre la del padre abdicante.
Yo cuando conocí a Fernanda, le
decía siempre princesa. Si hasta en el teléfono móvil, la tenía registrada con
ese mote. Había caído en el estereotipo. Pero Fer es el sostén en esta familia,
en muchos aspectos. Y elegimos caminar alternando sostenes. Y por suerte no la
trato más como a una princesa o reina. Es una mujer que eligió cabalgar junto a
este matungo, y ambos a pesar de algunos palos recibidos en esta vida,
aspiramos con lógica a poder cerrar ciclos en nuestro crecimiento, con el
añorado colorín colorado…
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