Ayer mientras aguardaba el comienzo
de la procesión de la Virgen del Carmen, se acercó a conversar una de las
personas que trabaja en el puesto de periódicos. El motivo de la charla era
pura y exclusivamente el Mundial de fútbol. Y la referencia exclusiva no iba
tanto a mencionar a uno de los finalistas (mi país de origen) sino a la potencia
que toda Europa ama con devoción: Alemania.
“Digno papel de Argentina en la
final” fue la segunda frase que me obsequió, y con un tono equivocado de
consuelo, indudablemente para que recoja el guante de la tertulia. “¿Por qué no
iba a ser digno?”, le pregunté. Debo confesar que tengo una grata relación con
esta persona, pero de a poco me va minando una manera de hablar que suelo considerar
como agravio, y quizás, es otro eslabón de malos entendidos que frecuentan las
relaciones entre las distintas razas. Y reconozco que mis sentimientos me
traicionan, pero me cuesta digerir que casi nunca reconozcan los méritos de
algo que exista fuera de este ombligo que es Europa.
“Digno fue todo el mundial que hizo
mi país. Se adaptó a sus circunstancias, le ganó a casi todos, no utilizó malas
artes para el objetivo. Una cosa es que no te guste como juega. Y a medida que
fue pasando el torneo, nos dimos cuenta que los rivales nos temían. Y no nos
han atacado, siquiera Holanda. Y en la final, todos esperaban al rodillo
germano. Todos, o muchos. Menos los argentinos. Sabíamos que no se iba a
repetir ni por asomo, lo sucedido en la semifinal contra Brasil. Si no encajábamos
un gol de entrada, se le iba a hacer muy difícil el partido a los alemanes. ¿O
me equivoco?” fue mi parrafada casi iniciática.
“Si, pero darle el premio de mejor
jugador a Messi no me parece correcto”, mi contertulio pasa de un tema a otro,
pero sigo insinuando que no hay ningún halago dispuesto en su chistera. Me
llama la atención que me siga llamando la atención, y casi con desgana (que
triste para un futbolero sentir desgana a la hora de hablar supuestamente de
futbol), le dije que el premio no le interesaba a Messi. Pero que en definitiva
esa palabra que me insinuó de fracaso, me parecía no estudiada. “¿Fracaso es perder
una final?. Messi fue uno más en el juego de equipo. No tenía resto para ser el
único, y optó por ser uno más del plantel, y ser determinante en momentos
puntuales, ya sea con goles, pases o simplemente escondiendo el balón. Si Messi
fracasó o está acabado como me estás insinuando, ¿Qué puedo pensar de Iniesta o
Cristiano Ronaldo?”, esta vez la defensa fue más corta porque sabía que mi interlocutor
estaba impaciente por largarme otro contenido carente de contenido, quizás
recogido durante los meses de junio y julio en los distintos medios de comunicación.
“Es que Messi se cuidó todo el año
para que este fuera su Mundial. No hizo nada en el Barcelona para llegar y
jugar con todo el Mundial”, lo miro y confirmo que no tiene perfil de
torturador, pero me asalta la fantasía de verle afilar dagas al tiempo que
ajusta la soga que debería querer atarme a las muñecas. “Si estuvo igual que en
el Barcelona. Hubo momentos puntuales donde estaba parado. No podía, sin más.
Vos crees que su andar en el campo en estadios como Zorrilla (cuando perdieron
en Valladolid) o Los Cármenes (del Granada, donde también perdió el Barça)
distaba mucho a lo que le sucedió en la prorroga con los suizos u holandeses. Y
si jugó con todo el Mundial, como me dices. ¿Cómo me afirmas que su torneo fue
malo?. No los entiendo, juro que no los entiendo”, pero al tiempo que le
contestaba y le miraba a la cara, me venían los rostros de los manolos o Pedrerol,
los comunicadores futboleros más ignorantes que haya escuchado en vida. “¿Qué
hacemos con los medios de comunicación?, sería el interrogante casi desesperante
para intentar frenar tanta banalidad.
Es que lo del periodistas es de
traca, como se suele decir en estas tierras. En las vísperas del Mundial, y en
una guía editada por Mediaset (cadena de televisión que se adjudicó los
derechos de trasmisión de los partidos) declaraba Manu Carreño acerca de
Australia, el tercer rival de España en el grupo: “La verdad es que no tengo ni
idea de la actuación que puede tener Australia en el Mundial de Brasil. Antes
de viajar tendré que preguntarle a Maldini -(para muchos el mejor, para mi casi
el único, pero demasiado lirico, es decir que nunca jugó un partido en serio,
todo lo saca de videos o estadísticas)- para que me diga que aborígenes hay allí que pinten para
cracks. Todavía no he visto ningún partido suyo, pero dudo mucho que a España
le ponga demasiadas complicaciones”, más o menos así se rescata de su análisis,
o al menos el de alguien que firmó como Manu Carreño.
Es que el periodismo como ciencia ya
no existe. Lo ha reemplazado una actividad vulgar y ruin que es el corre ve y
dime, donde lo chabacano y superficial se da como noticia. La improvisación es
evidente, pero solo está montada para generar polémica, pero nunca de la
constructiva. Y uno no los mira, se queda aislado buscando una señal donde al
menos se reproduzcan los goles. Pero goles se dan pocos, lo que abunda es
nacionalismo exacerbado, o guiones tipo teleteatro, con épica dialéctica, con
símiles de batallas. O simplemente, falta de respeto. Ridiculizan al otro para
exacerbar las bondades locales. Yo no los miro, pero la gente de tu alrededor,
si los mira. Y cuando abren la boca, dan tanta o más pena que los manolos. Y te
sientes mal, porque ellos están haciendo el ridículo y gratis. Y tú les tienes
cariño.
Y las cadenas contratan a
especialistas. Y aparece Camacho, ex jugador y quizás, ex entrenador. Y Camacho
está dispuesto a mostrarnos lo pesado que se convierte un ser humano cuando
está nervioso y tiene incontinencia verbal. Grita goles que no existen y nos
llena de frases tal “Es que tenemos mala suerte”. Y te arruina el placer de ver
futbol. Porque yo creo ser de la vieja escuela, el que solía ver los partidos
en el campo de juego. Entonces, cuando lo observo desde casa, solo necesito de
las cadenas de televisión, la imagen. Y el sonido debería ser un apoyo, darte
alguna información de aquellas a la que uno no tiene acceso. Pero no, lo único que
te dicen es “nada”. Gritan como histéricos, porque creen que el grito es
glorioso o legendario. Y nos cuentan sus nervios, sus miserias cuando están
bajo presión, y nos llenan de contenidos nacionalistas. “A los chilenos les
metemos cuatro”, te arengan minutos antes de comenzar el segundo partido de
España. Y la imagen te demuestra otra cosa, que los jugadores tienen miedo, que
salen al campo como si estuvieran a punto de ser ajusticiados. Pero sacan estadísticas
donde confirman que “Sí, se puede”, y obligan a todos los que comparten micrófono,
a poner su granito de arena e igualarse en la mediocridad. Y los que sabemos de
futbol ya sabemos que al primer ataque
consistente de Chile, vendrá el derrumbe de un castillo con material casi
calcado al componente de la burbuja inmobiliaria.
Y los narradores entonces no te
trasmiten el juego. Simplemente se atribuyen el rol de ser los administradores
de nuestra emoción. No lo analizan, creo que no saben analizar el futbol, sino
que intentan mover fibras para que tú sientas lo que la cadena necesita, es decir
que estés emocionado, histérico, alineado con la patria y el rating. Y cuando
quedan minutos para terminar el partido con Chile y Casillas y compañía claudicaron
al reanudar el segundo tiempo, te juran y te mentan que España ha de volver. Y
yo me pregunto por qué se ha ido, si estaba invitada a defender el título. Y
para qué sirve la bravuconada, si para volver, como mínimo tiene que terminar
el mundial y apenas ha trascurrido la primera semana.
Y a la noche uno quiere prolongar la
jornada mundialista. Es que ha habido partidos interesantes, cambiantes,
entretenidos. Y ahí es donde la jodemos. Caemos en “El chiringuito de jugones”,
donde gente salida de otro siglo, o peor aún, estancada desde otro siglo, se la
pasan mostrando odio. Odio hacia el propio país en la semana inicial del
Mundial, y es lógico si son así con los de casa, que el odio después se
convierta en internacional. Y Josep Pedrerol cree regalarnos editoriales sobre
valores o contenidos, cuando en realidad solo puede ofrecernos demagogia,
populismo e ignorancia. Escala de valores pregona, y su programa está plagado
de conflictos. Y los bretes siempre orientados a defender la esencia española y
atacar lo catalán fundamentalmente. ¿Entonces que me espera como argentino? Lo
triste es ver como veneran a Alfredo Di Stefano, como bandera eterna del madridismo
y hasta la propia muerte, don Alfredo no paraba de hablar como si aun estuviera
en su Barracas natal, y cada tanto acordándose de sus compañeros en River
Plate, como el caso de Moreno.
Y se partieron literalmente de risa
cuando Alemania aplastó a Brasil. Los mismos relatores o comentaristas
recordaban los pitidos que los simpatizantes brasileños dedicaron a los
españoles durante el torneo. Y expresaban su satisfacción. Y como siempre tiene
que estar “la roja” de por medio, anunciaban que Alemania era “una digna”
sucesora de España. Y yo como argentino que siempre tuve pica con Brasil,
sentía una profunda pena por los brasileros. Y vergüenza de formar parte de una
sociedad que parece una corte de nacionalistas ignorantes y rencorosos. Y
mientras el partido se consumía, continuaban buscando señas de identidad
españolas en el andar alemán. La mano de Guardiola estaba clara en el seleccionado
de Joachim Löw, sin recordar que éste era ayudante de campo de Klinsmann en el
mundial 2006, y Guardiola arribaría al Barça recién en el 2008.
Y por último, el mundo desconoce las
rivalidades intestinas de la península. El que simpatiza con el Barça lo hace
por su futbol, no por el conflicto con el estado español. En lo relativo a la
final, la FIFA decidió que Carles Puyol fuera la persona encargada de entregar
la copa al capitán de los campeones. Puyol ha sido, por si alguien lo
desconoce, un jugador cabal que ha dado muestras de ser un ejemplo sin haber
sido un virtuoso. Pero si ha ido sobrado de virtuosismo en lo relativo a
valores, a entrega, coraje o pundonor. Y nunca dejó de defender la selección con
la misma entrega que se confesa catalán. Y la FIFA lo escogió a él, y el mundo
relacionó que un jugador español entregaba la copa. Pero desconoce las miserias
internas, no es extraño que los que vivimos en esta península, nos hayamos
quedado sin ver a Puyol entregar la copa. Prefirieron mostrar una publicidad
sobre depilación laser. ¿Qué hubiera pasado si el encargado de entregar la copa
era el capitán Casillas o el goleador Villa? Que lo hubiéramos visto sin cortes.
Mi interlocutor me devuelve al
puente de Plentzia. “¿Pero en serio pensabas que podían haber sido campeones?”.
Ahí me di cuenta que la procesión ya había marchado, con toda seguridad estaban
en el puerto, y la única procesión que existía en ese momento era la que iba
por dentro mío. Estábamos los dos solos y mi compañero con ganas de seguir
martirizándome. “¿A ti te emocionó ver la final del 2010, la de España?”, le
pregunté. “Bueno, yo no soy futbolero. Pero estuvo bien”, me confesó. Le dije
que para mí era muy emotivo, y que yo en mis 47 años había vivido cuatro
finales. Me marché despidiéndole con una palmada al hombro, porque a pesar de
sentirme todo el tiempo subestimado, yo guardo simpatía por la gente. Y me fui
caminando por la ría con una tanguera sensación de querer enmendar las jugadas
de Higuaín, Palacio o la del propio Messi para aliviar mi dolor. Y recordé que
alterné el torneo tarareando la canción que desafiaba a Brasil, mientras que
algunos pocos para contrariar mi alegría y sin venir a cuento, me recordaban
todo el rato que el Mundial lo ganaría Alemania.
Cuando uno vive lejos de casa,
existe una sensación de tranquilidad. El ambiente no te condiciona, se pierde
un partido y no están los medios para recordarte todo el tiempo algo que
denominan como una desgracia o fracaso.
Esa carencia te permite disfrutar mejor de las cosas. Pero también se extraña
la afinidad, el estar aunados por una emoción. En la final me detuve a mirar el
sufrimiento de Fernanda, que no acostumbra a ver futbol. Y me emocionó ver lo
que generan las banderas. Y tuve ganas de que ganara Argentina. Por mí,
inicialmente; luego por Messi que es mi debilidad y fundamentalmente por el
sufrimiento plagado de amor y angustia que me regaló Fernanda. Sentimientos de
los que no se van a hablar, pero que por suerte, los argentinos siempre
llevamos dentro.
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