Somos un país raro, en
muchos aspectos. Pero como estamos de resaca mundialista, la rareza hoy se
limitará a la manera particular de ser argentinos futboleros. Desde 1986 en
adelante, se ha profundizado la extrañeza, sin ya ser extraña, de ver como
acuden a los mundiales de fútbol, contingentes de conciudadanos de tan diverso
extracto social. No solo acuden barras bravas financiadas por políticos,
dirigentes de futbol y jugadores. Los hemos visto acudir hasta con sus
abogados, como en el Mundial de Sudáfrica, por si tenían problemas al entrar al
país, a causa de sus antecedentes penales. En Brasil han burlado todo tipo de
fronteras, y uno supone que cuentan con la complicidad de los encargados argentinos de
velar por el orden. A lo largo del mes, 53 argentinos fueron arrestados y
deportados. Uno de ellos, en conferencia de prensa (me sigue sorprendiendo, no
que hagan conferencias de prensa, sino de que los medios concurran), amenazó
con regresar a Rio de Janeiro para la final, y confesó que las entradas se las regaló
el contable de Julio Grondona.