Conocí su voz en el año 2004. Los
lunes a eso de las 15 horas, cuando retornábamos del almuerzo y nos disponíamos
a encarar las cinco horas extras más absurdas que haya disfrutado en vida, mi
compañero en la fábrica, Camacho, me pedía prestada “su” radio y ponía Radio
Popular. Era la hora de la tertulia deportiva y sólo registraba esa voz, por esa
“rara” particularidad de llamar al gol de otra forma.
“Bacalao, bacalao, bacalao…” y así
se podía tirar un par de minutos para referir a un gol del Athlétic. En
realidad era “Bakalao”, para situarme mejor en esta geografía en donde convivo
hace doce años. Otro rasgo que me llamaba la atención era que a todo jugador le
ponía un mote, y teniendo en cuenta que en la Argentina somos mucho del tipo
“el piojo”, “cholo”, “burro”, “beto”, “pipo”, “el feo”, “loco”, “pipita”, “manco”,
“cuchu” y tantos como podamos imaginar (donde predominaba el defecto físico), de
repente que se refirieran a un jugador como “Aladin” en el caso de Etxeberría,
o “diferente” para Javi Martínez, o “rasca y gana” con Iturraspe, me mostraba otra forma de
motear. Y eso que dicen que hubo algunos, los menos, a los que no les gustó el
contenido de su apodo.
Volviendo al bakalao, también estaba
acostumbrado a otro tipo de relato. El narrador argentino es bien reconocido, creo que
en el mundo también, porque el relato forma parte de un estilo poético o
filosófico de explicar, hasta el absurdo, que la pelotita entró o no ha entrado.
El “ta-ta-ta-ta” del uruguayo Víctor Hugo nos acompañó desde el arribo de
Maradona a Boca (en el año 81), o el “gol, gol, gol” de José María Muñoz inundó
mi habitación desde pequeño, cuando no podía ir a ver a la cancha al glorioso River
Plate; “hay peligro de gol”, o “arrugue de barrera” también formaban parte de
las frases que eran normales, para mí. “Bakalao” no lo era, pero por una
casualidad se hizo cotidiano.
En mayo de 2011, un conocido
argentino me invitó a Radio Popular para participar en su programa de la tarde
“Siga el baile”. Me hizo un reportaje, ya que su programa se nutre de la
experiencia interracial de todo aquel ser humano, de distintos continentes, que
se acerque por Bilbao para vivir algún tipo de experiencia. Grabamos el
programa un miércoles a eso de las 6 de la tarde. Nos encerramos en el estudio
e hicimos una charla de una hora, alterada cada tanto por la rápida edición que
Fernando debía hacer él mismo, para luego dejar en la bandeja de salida, el
programa ya enlatado.
Hablamos de mis viejos, de River, él
se obstinó en hablar de Boca, de mi vida, de las curiosidades, de mi
experiencia. Al terminar ese momento tan
agradable para mí, me topé en los pasillos del estudio grande, con un tipo
gigante, alguien dijo de él que era tan largo, como un día sin pan. Además de
largo (bastante más alto que yo), llamaba la atención la fuerza de sus ojos con
su contraste pálido. El hombre se presentó y me dijo que era José Iragorri, que
Fernando le acababa de comentar que yo había estudiado periodismo en argentina
y que sabía “un huevo” de fútbol. Relativicé el término “huevo”, porque dicen
que el argentino siempre va de chulo (agrandado), y me preguntó además, si me
gustaba el baloncesto. Le dije que sí, que en el colegio lo había jugado y que
me gustaba verlo. Y ahí mismo me metió en la cabina, me dio auriculares y nos
pusimos ambos a ver la tele y escuchar la transmisión que hacía la radio desde
el BEC, nada menos que una semifinal de liga ACB, entre el Real Madrid y el en
ese entonces, Bilbao Bizkaia Basket.
Ese día el Bizkaia ganó la serie y se
convirtió en finalista, y yo sin desearlo, me encontré analizando desde el
estudio las incidencias del partido y intercambiando opiniones con los
periodistas que estaban en el estadio. Estos escucharían una voz “rara”, pero
no decían nada, yo estaba hablando con Iragorri, y este era el jefe de deportes
de la radio. Seguramente, consideraban que sabía lo que hacía.
Al terminar el baloncesto, me
preguntó si me gustaría quedarme a la tertulia de fútbol. Le pregunté cuando
era, y me dijo: “Ahora, en dos minutos”. Le dije que yo no tenía medios para
regresar a Plentzia si me quedaba sin metro, y me dijo que Fernando me llevaba
a casa, si aceptaba participar del programa.
A los minutos, y otra vez con los
auriculares puestos, me encontré en una mesa con otros seis participantes,
analizando la realidad del Athlétic. Charlé con todos, dí mis opiniones, pero
siempre quedó en claro que yo era de River y futbolero. Alguien insinuó el
nombre de Bielsa, y ahí me explayé un poco más, explicando las bondades del
“loco” (ahí tenemos otro mote bien argento), y la hora y media de programa se
fue como un suspiro.
A los pocos días, le pedí a Fernando
Valsega el teléfono de José para agradecerle su deferencia para conmigo. En la
conversación, breve (como suelen ser las conversaciones de muchos vascos), le
dije que me había sentido muy cómodo en el estudio, ya que se parecía en parte,
a las cosas que yo solía hacer en mi país, en “mi otra vida”. El me preguntó si
me gustaría tener un día fijo en el programa como tertuliano, y yo sorprendido,
dije que sí. Quedamos en hablar, pero era una de las incorporaciones a la
tertulia para la temporada 2011-12.
Llegó Bielsa al equipo, me integré a
los jueves del programa, y me convertí en la voz distinta, que explicaba
porqué eran “leprosos” o “canallas”, los hinchas de los clubes rosarinos.
Explicaba las palabras raras del mister rosarino, y contaba mis pequeñas cosas, cada
tanto desviaba una tertulia 100% Athletic, por algunas otras referencias, como
vascos que jugaron en Argentina. Además, el equipo vivió una temporada mágica,
llegó a las dos finales, y yo los jueves de Europa League, estaba en el
estudio, dando una mano a todo lo que hiciera falta, durante la transmisión de
los partidos.
Fui un par de veces a San Mamés con
ellos, y me di cuenta que José era un tipo al que todo el mundo saludaba. En
los alrededores del estadio, o en alguno de los bares donde tomábamos el último
cortado, había gente que me conocía de vista por mi paso por Plentzia, y como
estaba con él, finalmente se acercaban a saludarme. El mundo es loco, pensaba,
y devolvía el saludo y la conversación del que, hasta entonces, me ignoraba
sistemáticamente.
Tuve que aprender a decir bakalao
para referirme a un gol del Athlétic, mantenía el gol si lo marcaba un rival,
analizaba junto a otros tertulianos, la marcha del equipo. Defendíamos a capa y
espada al “loco” de Rosario, y José me daba un poco más de micrófono
cada jornada. Yo era una especie de memoria para recordar al instante
resultados de Europa League, de Roland Garros y de otros equipos de fútbol de
la liga. Y siempre daba una especie de comentario sobre lo que se venía en
baloncesto, ya sea en en el inmediato fin de semana o aportando en el micrófono los
buenos momentos de la Euroliga. Eso sí, sobre traineras, pelota mano y bicicleta, casi
nada aportaba. Así se pasó mi primera temporada en la radio.
Hubo una segunda, ésta más dura,
porque el equipo se vino abajo. Se fue Javi Martínez, y Llorente pasó a ser el
tema casi diario y obsesivo en cualquier charla. Pero la luz roja que avisaba del
directo en la radio, me seguía generando satisfacción. Y la verdad, me gustaba
mucho la convivencia con José. Yo solía llegar media hora antes del programa,
me sentaba frente a su escritorio, él me saludaba, muchas veces apenas
levantaba la vista de sus papeles, pero siempre me recibía con calidez, siempre
me preguntaba si tenía algo preparado. Me quedaba en silencio leyendo el “Mundo
deportivo” mientras, cada tanto le aportaba algún dato de último momento que
pudiera estar necesitando.
A veces tuve ganas de charlar con él
y contarle que estaba pasando un mal momento en lo anímico. José me generaba
esa confianza, pero todo solía quedar en amagos, las velocidades de la previa
de un programa en una oficina muchas veces desviaba las conversaciones en menos
de unos segundos. Siempre consideré que José era una excelente persona, y eso
mucho más allá de que me hubiera abierto las puertas de su programa.
Joss quería cantar el bakalao de un
título de copa, y creímos que estaba cerca de cumplirlo. En las dos finales se
repitió el resultado de 0-3 y yo también viví con ellos, la frustración de la
ilusión perdida. En sus programas, él siempre contaba alguna anécdota interesante al aire, tenía
una estadística perfecta de los partidos transmitidos, siempre aportaba data de la que sirve, en cada programa lanzaba alguna
pregunta o consigna a los espectadores, y solía entornar las cejas ante un
comentario desopilante de un escucha que se apodaba “txalaparta”.
Hasta que al terminar un programa un
jueves de abril del año pasado, nos pidió que nos quedáramos para contarnos que había enfermado. Lo dijo como si fuera una reunión de post programa.
Nadie atinó a decir nada, sólo mostramos esas bocas
abiertas de sorpresa y frustración. Después me enteré que se trataba de uno de
los peores tipos de esa enfermedad. Terminó su relato diciendo que intentaría
terminar las transmisiones de esa temporada, al menos con los partidos (que no
pudo cumplir). Nos pidió que los jueves estuviéramos junto a Raúl Jiménez
haciendo el programa, y nos remarcó que mantuviéramos el secreto sobre su
situación, porque deseaba transitar ese momento con tranquilidad.
El secreto duró apenas una semana,
Carlos Gurpegui, capitán del Athlétic, anunció en rueda de prensa la
solidaridad del plantel ante el mal trago que estaba viviendo el relator del
bakalao. Seguimos asistiendo a la tertulia, y el pesar no ganaba la situación,
ya que sabíamos que era un tipo de mucha fortaleza física, y esperábamos que le
ganara a esa enfermedad, perdón que le adjetive, de mierda.
Lo vi un par de jueves en la redacción,
es que si bien aceptó la situación y los consejos médicos o familiares desde el
primer día, su necesidad de radio pesaba bastante. Estaba a veces cansado,
él nos contaba que las energías solían durar hasta poco más de las cinco de la
tarde. Pero estaba bien, todos lo deseábamos. Un apretón de manos, una palmada allí arriba en los hombros, y esas frases
que no sabes si sirven de algo, pero que sacamos en esos momentos, “José,
cualquier cosa que necesites, contá conmigo”.
Sólo hablé con él una vez por teléfono este
año, yo no quería por nada del mundo, saber que no estaba funcionando el
tratamiento. La vez que conversamos, le conté de mi lesión en el tobillo y hasta
se preocupó por mi estado. Nos prometimos un café, que nunca hemos cumplido.
Ayer me enteré por la página del Plentzia que había fallecido, y esto es lo que
me sale como recordatorio. La tristeza de no haberlo llamado más, es que no
quería saber de su boca que estaba mal, quería un día llevarme la sorpresa de
que había regresado al estudio o en una cabina, como hasta entonces. No pudo
ser…
“Porqué no es lo mismo ver que
mirar, ni oír que escuchar, Oye como va, en Radio Popular. Saludos de Ana
Urkizu en el control técnico y de José Iragorri en la realización, en una
nueva edición de nuestro programa deportivo nocturno”. Desde ayer, escucho su
voz a cada rato, recuerdo con agrado que me presentara como Javi Marina; me
queda la confirmación que la muerte no puede con él esconder defectos e
inventar virtudes: era un buen tipo bien en serio, y hubiera preferido seguir
diciéndoselo en vida.
Raúl Jiménez continuará cantando
bakalaos, recogiendo el testigo iniciado por José en 1990. A los 55 años se fue
Joss, su pasión por el Athlétic me ha quedado clara en este tiempo, su manera
simple de hacer radio me dio energía y ganas de seguir adelante, su poca mala
leche para generar vidilla a los programas, no quedará en el olvido de mis
días. Y no sé si esto es un homenaje, pero sí es mi manera de resumir a uno de
los pocos tíos que me dio una mano en estos tiempos, y juro que no ha habido
muchos que me hayan ofrecido tanta generosidad en esta experiencia. Y su recuerdo queda en el currículum de mi
vida, ese que procuro seguir mejorando, gracias a gente como Iragorri.
PD: No me quiero olvidar de Ana Urkizu, que después de cada programa me acercaba hasta Sopelana, donde mi mujer, muerta de sueño, me aguardaba con el coche, preguntándose sin consuelo, porque este tipo que tanto escribe, no utilizó parte de su energía para aprender a conducir...
PD: No me quiero olvidar de Ana Urkizu, que después de cada programa me acercaba hasta Sopelana, donde mi mujer, muerta de sueño, me aguardaba con el coche, preguntándose sin consuelo, porque este tipo que tanto escribe, no utilizó parte de su energía para aprender a conducir...
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