La historia no se repite, pero rima.
Mark Twain
Dicen que no tenía una gran voz,
pero que estremecía su manera de cantar. Sus caídas de ojos eran célebres y su
imagen de mujer fatal finalizaba en unas piernas perfectas, que llegaron a
ser aseguradas en un millón de dólares de la época. Marlene Dietrich fue el
fruto de una sociedad que se gestó en Berlín luego de la Gran Guerra. El Berlín
de la libertad, del desenfreno, del Music Hall y del cabaret. Allí estaba todo
permitido, no se querían repetir viejos errores, aunque vaya si los repitieron.
“Entre las ruinas de Berlín, los
árboles florecen como nunca lo han hecho. Algunas veces por la noche sientes el
pesar. El perfume de un dulce despertar. Es cuando finalmente te das cuenta, de
que no volverán los fantasmas del pasado. Una nueva primavera irá a comenzar…” La
canción Ruinas de Berlín se inmortalizó en la película de 1948, dirigida por
Billy Wilder con el nombre Berlín Occidente. La temática estaba ambientada en
el final de la Segunda Guerra, algo de esa canción invitaba nuevamente a la
esperanza, aún cuando Dietrich ya había logrado su influencia tras finalizada
la Primera contienda, es decir que había cantado signos de errores o fantasmas que
no se debían reiterar, y vemos que con matices, siempre se suceden.
Ayer nomás, se conmemoraron los cien
años del inicio de la Gran Guerra. Cuatro años de contienda y diecisiete
millones entre muertos o desaparecidos, confirmaron que el mundo no se parecería nunca más a lo
que había sido. Dicha carnicería establecería las condiciones de la brutalidad
que depararía al siglo XX. En el año del centenario observamos un mundo agitado
por las peores pasiones, por instintos ruines por una cota de poder, fanatismo
ideológico, y como un reflejo de 1911, por cruentas sangrías inacabadas en Oriente Próximo. Vamos, que es cuestión de tiempo que la memoria se borre
definitivamente, para que un contemporáneo tenga que salir a cantar por los
perfumes de un nuevo despertar.
Una frase escuchada en una tertulia
de radio el pasado jueves llamó incuestionablemente mi atención. Decía algo así
como que debíamos pensar que un par de días antes del 28 de junio de 1914,
nadie podía suponer que estaban a las puertas de vivir la Gran Guerra, aún
cuando se sucedían elementos que alteraban las buenas costumbres y la armonía
entre las naciones. La frase de Mark Twain con la que abro la entrada qué nos
quiere decir en este contexto. Quizás que no somos capaces de ver en nuestro
pasado los ecos de nuestras actuales obsesiones.
En aquel momento un mundo gastado
estaba diciendo basta. Lo decía a gritos, debía cambiar. Pero los cambios no
suelen ser consensuados, hay mucha gente que no quiere que las cosas cambien, a
pesar del contrasentido, están en una zona de confort (digamos que financiero o
económico, especulativo si piden una sola palabra como definición). El recurso
de consultar la historia debería ser esclarecedor. Pero es obligación
consultarla dentro del contexto de la época. Los manipuladores de hoy la
reinterpretan desde su ruin perspectiva para apoyar su objetivo político, nos
obligan a salir a pisar el freno, a recordar que la inteligencia y el
razonamiento son un don, pero que se deben desarrollar, no crecen solos.
Y nos lo estamos pasando el presente
idealizando o advirtiendo sobre un pasado, con el objetivo de sumarlo a una
causa premeditada del gobierno de turno. Depende el país que toque, elegimos décadas o momentos
importantes para estimular épicas o advertir como amenazas. Y solo son
interpretaciones manipuladoras. Como no podemos ver el futuro, removemos el
pasado. Pero estas fechas que en verdad marcaron época, la pasamos de soslayo.
La fecha de la Gran Guerra se empeoró con la Segunda. En ese caso, no hubo
sabiduría. Ni procuramos adquirirla. Es que por más que veamos similitudes,
somos demasiado cortos de mira, y la coincidencia entre pasado y presente nunca
ha de ser idéntica, a veces ni aproximada. Pero las coexistencias hablan, y
estamos en un momento que ahora, grita. Y escuchamos esos gritos como
anestesiados. Algunos lo llaman amnesia, es una especie de desconsideración al
sufrimiento estéril de otras generaciones.
Si queremos encontrar similitudes
con aquellos momentos nefastos, basta con repasar el legado de aquella primera
contienda. Una y bien importante semejanza podemos llamarla “Economía
planificada”. Las primeras leyes que limitaron la libertad económica se introdujeron
en Alemania en agosto de 1914, unos meses de comenzada la guerra. En aquel
momento a consecuencia de la escasez de materias primas por las necesidades de
la batalla. Si gustó o no, hubo cambiadas opiniones. Con la contienda
finalizada, en 1920, Lenin introdujo en Rusia una economía basada en la
nacionalización universal, expoliaciones o requisiciones. Esto les permitió
hacer triunfar una idea o ideología, pero la sociedad finalmente comenzó a
perder la capacidad productiva llevando a un desplome del nivel de vida. Y
durante cincuenta años profetizamos las bondades de ese gran sistema. Porque
durante esos tiempo la creencia general aseguraba que el capitalismo era el
origen del caos, que favorecía el enriquecimiento de unos pocos y fomentaba la pobreza
de las masas.
A principios del siglo XX los
pacifistas soñaban con que podría existir un mundo mejor, que era la hora de
cambiar, que podían habitar en un mundo sin guerras. Al estallar finalmente la
guerra en el continente europeo, generó que muchos belicistas enrolados se
sumaran a los pacifistas, se habían dado cuenta que la virulencia no conducía a
ningún lado. Pero finalmente la virulencia que el pacifismo defiende, los
condujo de la mano de las ideologías y de la miseria de los tratados a una Segunda
Guerra. Las contiendas acabaron con la seguridad interna de los habitantes y
los ideales de los otros.
Una de esas pacifistas puras, Bertha von Suttner, fue secretaria personal de Alfred Nobel. En 1905 y como reconocimiento a su carrera, recibió el Premio Nobel de la Paz. Fue la primera mujer en recibirlo. Y con relación a la guerra y a los que la humanizaban, decía que condescender la guerra era como meter a alguien en aceite hirviendo y bajar la temperatura algunos grados. Von Suttner murió el 21 de junio de 1914, a una semana exacta del comienzo de la contienda. Los pacifistas de hoy, del siglo XXI, pugnan por ideales similares, por un acuerdo entre naciones, un posible e idílico desarme, y una humanización de la guerra a través de la renuncia de determinadas armas, las famosas de destrucción masiva o químicas.
Una de esas pacifistas puras, Bertha von Suttner, fue secretaria personal de Alfred Nobel. En 1905 y como reconocimiento a su carrera, recibió el Premio Nobel de la Paz. Fue la primera mujer en recibirlo. Y con relación a la guerra y a los que la humanizaban, decía que condescender la guerra era como meter a alguien en aceite hirviendo y bajar la temperatura algunos grados. Von Suttner murió el 21 de junio de 1914, a una semana exacta del comienzo de la contienda. Los pacifistas de hoy, del siglo XXI, pugnan por ideales similares, por un acuerdo entre naciones, un posible e idílico desarme, y una humanización de la guerra a través de la renuncia de determinadas armas, las famosas de destrucción masiva o químicas.
Tres meses después de comenzada la
Gran Guerra, los británicos comenzaron a ver carteles pegados en las calles con
el lema “Tu país te necesita”. La respuesta fue entusiasta. Cientos de miles de
personas se apuntaron y combatieron en pos de un ideal. Apenas semanas después
de ingresar a filas saltaron al campo de batalla. La Primera Guerra permitió a
muchos pueblos confirmar como habrían de morir todos sus jóvenes. El entusiasmo
dio lugar al desengaño, y de inmediato al horror. 419.654 muertos británicos
deberían recordar que el marketing político e ideológico lleva a muchas vidas
por delante.
El ejemplo de la paz lo suelen
pregonar las individualidades, el problema es que el movimiento de “esas
hormigas” es invisible comparado con el de las enormes instituciones,
militancias o maquinarias ideológicas de los estados. Desde 1999, la Orquesta
West-East Divan Orchestra, reúne en cada verano a jóvenes músicos, con la
convicción de que el arte es el medio capaz de hermanar a los seres más allá de
cuestiones raciales, políticas o religiosas. El arte no debe obedecer a dogma
alguno, de allí que se mezclen y convivan en la construcción artística,
voluntades de israelíes, palestinas o árabes. Los resultados de este proyecto
le dan la razón. Tanto en los primeros años del siglo pasado, como en los de
este que vivimos, Oriente Medio se desangra sin paz ni entendimiento. Hoy la
violencia sacude a Siria, Irak o Palestina. En 1911 las pasiones se ensañaban
con Trípoli, Sirte o Bengasi, Derna o Misrata, todas ciudades de Libia, mismo
país que cien años después fue bombardeado por la irracionalidad política y la
indiferencia del mundo civilizado.
Sarajevo fue la ciudad que vio morir
parte de Europa dos veces en apenas ochenta años. La última, por más que sea
reciente, no significa que esté vigente. Hace veinte años se derramó sangre sin
ton ni son. Todos se consideraron victimas, serbios, montenegrinos, croatas o
bosnios. Y en 1914, en la mañana del 28 de junio, bastaron dos tiros de
pistola. Francisco Fernando y su esposa, Sophie Chotek, archiduques herederos
del trono imperial Austro-húngaro, sucumbieron delante del Puente Latino. La
leyenda dice que el asesino se estaba comiendo un emparedado cuando se cruzo
con la pareja. Dos tiros terminaron en el acto con la vida de Sophie, y media
hora de agonía le llevó al archiduque confirmar que no heredaría la corona de
un imperio, poder que habría de desaparecer a consecuencia del altercado que
ese tiro “dispararía”. Gavrilo Princip, bosnio de 19 años fue el que inauguró
la contienda con sus disparos. Desde ayer reeditamos la memoria visitando el
museo en Viena donde se exhiben el uniforme ensangrentado de Francisco
Fernando, el arma homicida y la limusina donde se paseaba. La bala que mató al
archiduque se encuentra exhibida en un castillo de Konopiste, en la República
Checa.
Las frustraciones personales de
Princip bregaban por una Bosnia libre e independiente (Bosnia era una remota
provincia del imperio Austro-húngaro), tras las fallidas guerras de los
Balcanes de 1912-13. En los días previos a los disparos, este febril poeta e
intelectual había acudido a un mitin organizado por el Coronel Dragutin
Dimitrijevic Apis, quien propiciaba la unificación de todos los yugoslavos en
torno a Serbia. Este dirigía una organización secreta y terrorista de nombre
poético: La mano negra. Esa mano acabó con cuatro imperios, coincidió con la
revolución rusa, cambio el mapa de fronteras del mundo, ayudó a nacer al
fascismo. Fue el cambio rotundo de la gente con pasión que no tenía voz y que
de repente la tuvo. Y cien años después, seguimos enarbolando las manos negras
que dinamitan nuestros ideales de convivencia, mientras que por ahora la pasión
se pasea desorientada, quizás evitando un cruce desafortunado que genere un
nuevo par de tiros.
La historia se repite; es uno de sus
defectos.
Clarence Darrow
PD: Existe muchísimo material de lectura apasionante sobre este momento crucial de la historia. No puedo ni quiero recomendar uno o varios en particular, sería importante que exigieran su memoria leyendo algo, ya que en breve no habrá historia viva para advertirnos de nuestra ignorancia…
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