“Nena, ¿para cuándo? Mirá
que se te va a pasar el arroz”. Cuando la descendencia se posterga, la pregunta
inoportuna y poco sutil no demora en llegar. Y la mayoría de las veces son las
propias mujeres quienes exponen a sus congéneres. La pregunta es de todas las
épocas. Lo que viene sucediendo es que antes las respuestas eran ambiguas,
ahora pueden ser contundentes: “Yo no quiero ser madre”. La sociedad cambia, la
polémica sobre las familias y sus consecuencias no cesan. Pero tampoco paran
las tendencias de modificarse, es cuestión de seguirle el ritmo a los cambios.
Las causas pueden ser
diversas. A veces, la decisión de no tener hijos no solo depende de la economía
familiar. Puede ser una carga para el desarrollo de una mujer. El ámbito
empresarial exige mucho y no es fácil retomar una carrera después de una baja
maternal. Mucho menos después de dos, tres o cuatro. Por eso no extraña al
observar que uno de los colectivos que más ha descendido en los últimos 10 años
es el de familias numerosas. En la década 2001-2011 pasaron de ser 994.666 a
631.186, es decir un 36.5% menos.
Antes de la década de los
60, las familias que no tenían hijos era a causa de la guerra, ya que los
hombres se enrolaban y morían, o por cuestiones de pobreza o de hambre, amén de
un porcentaje menor producto de infertilidad y de un porcentaje aun menor que
no se investigaba: “Dios no quiso”. Promediada esa década, un número importante
de mujeres decidió renunciar voluntariamente a la maternidad. La revolución
anticonceptiva estaba en marcha. No tener hijos pasó a considerarse como algo
raro o una desviación. La maternidad sigue siendo considerada en nuestras
sociedades como un destino lógico, el fin de cualquier unión y el documento que
finalmente te acredita la condición de mujer.
Solemos creer que las
mujeres que no quieren tener hijos son egoístas. Esas definiciones pueden
generar un enorme malestar en la mujer y alterar el equilibrio de la pareja.
Muchas veces hemos de tomar partido apiadándonos del hombre que no logra
convencer a su pareja. Tenemos una posición social bien clara al respecto, la
cuestión es que ella ceda a sus caprichos. Para otros, esta es una decisión más
de todas las que debemos razonar a la hora de llevar adelante nuestras vidas.
Si un hombre no quiere ser padre porque su trabajo no le permite llevar con competencia
tal responsabilidad, lo vemos más natural. Si el hombre es un tiro al aire,
solemos agradecer que no tenga descendencia. Pero con la mujer es más duro, su
exposición y soledad queda de manifiesto.
Hay estadísticas que
reflejan que hombres y mujeres comparten el mismo nivel de deseo de ser padres.
El 59% de los hombres están bien cerca del 63% de las mujeres, en porcentajes
estrechos ambos manifiestan el deseo de procrear. Pero la variación que llama
la atención es que una vez lograda la descendencia, parece que los hombres se
arrepienten más que las mujeres de haberla tenido. Y muchos hombres acusan de
soledad o manifiestan su rabia una vez que la madre se dedica a su hijo. “Estaba
claro que ella quería tener un hijo y yo fui su instrumento”, lo habrán
escuchado alguna vez.
En Europa un 20% de las
mujeres no son madres y teniendo en cuenta que entre un 2% y 3% no lo son a
causa de infertilidad, parece claro que es una elección de estilo de vida u
otros motivos. Y aparecen otras estadísticas que nos aclaran el panorama. Si
bien el rol de la pareja ha mejorado en cuanto a la dedicación de las cargas
del hogar y la atención a los niños, sólo un 2.1% de los varones reduce su
jornada laboral frente a un 21.1% de las mujeres. Y si se trata de pedir una
excedencia, las mujeres lo hacen en un 38.2% contra el escaso 7.4% de los
padres.
Los hijos generan un
cambio en estas nuevas sociedades de los 2000. En 1981, solo el 4.4% de los
bebés nacían fuera del matrimonio. Ahora nace uno de cada 3. Esa tendencia
determina que la procreación sigue empujando a las parejas a casarse, aunque
ahora lo hacen cuando los hijos han nacido. Consideran que casarse combatirá
mejor la burocracia estatal y beneficiarán tanto a la pareja como al recién
nacido. El entramado institucional sigue dirigido básicamente a la familia
nuclear (matrimonio con hijos comunes). Otra causa por la que la gente decide
pasar por un registro civil o iglesia puede ser la existencia de una hipoteca.
Así todo, otra estadística que crece es la de las parejas de hecho, que
equipararon o superaron a las de derecho.
El matrimonio es tendencia
cada vez más tardía. 33 años ellos y 30.8 ellas al contraer la unión. La
tolerancia social todavía pesa en la decisión. Hay una idea muy asentada que el
matrimonio dura toda la vida, salvo que
se rompa. Y se rompe. Existe un porcentaje que se casa porque la fe,
empuja a la iglesia. Pero como hay menos fe, se acercan al ayuntamiento o
juzgado. Aumentaron los matrimonios civiles por sobre los religiosos, la falta
de fe o el no deseo de complacer gustos familiares pueden ser parte de las
causas; los matrimonios entre personas del mismo sexo, quizás condiciona el
cambio de tendencias. Y ya no asusta tanto la posibilidad de una separación. Y
cuando se rompe la relación, el divorcio contempla cada día más la opción de la
custodia compartida.
Compartir la custodia se
concede cuando hay mutuo acuerdo y no resulta perjudicial para los hijos.
Negociaciones de 3 ó 4 días semanales cada parte es moneda corriente, se
alternan los fines de semana y se intercalan los periodos vacacionales. Esto
siempre hablando de algo consensuado. Esto ha generado el sentimiento inmediato
de mudar cada dos días de casa, ya no existe la base de la guarda por parte de
la madre y la cría manteniéndose en el domicilio familiar. Ahora abundan dos
pisos donde habitan, dos dormitorios condicionados y en cada uno de ellos,
ropa, juguetes o instrumentos de estudio para cada hogar. Y también aumenta la
sensación de que un niño puede llegar a sentir la duda de si es normal tener
ocho abuelos. Esto es a consecuencia de un fenómeno en franco aumento, la
familia reconstruida, es decir familias formadas por hijos procedentes de
uniones anteriores a los que pronto se suman los nuevos descendientes de la
nueva pareja. Preocupados por la salud mental de los niños, es un dilema que
tardará en comprobarse. Los niños aparentan manejar estas situaciones con mayor
naturalidad que los adultos. Pero a no confiarse.
Y ha aumentado el
porcentaje de familias monoparentales y dentro de este colectivo, el 86% de
estas familias las encabezan mujeres. El origen de la monoparentalidad puede
ser el divorcio, una práctica que ahora es perfectamente asumida socialmente.
Hasta 2005 eran más frecuentes las separaciones que los divorcios. Las parejas
se han modernizado, la estructura sueca o británica parece imitarse. El ser
humano no necesita la seguridad o autorización matrimonial para procrear, y por
otro lado, la igualdad jurídica de los hijos será la misma sea cuál sea el
estado civil de sus padres. Ser madre soltera ya no es un estigma, esconder un
embarazo antes de casarse no es un escándalo.
Es una revolución común en
toda Europa, iniciada por los países nórdicos y Francia la impulsó en la década
de los años 70 del pasado siglo. Los hijos nacidos fuera del matrimonio
aumentan en todo el mundo y se supone que dentro de 10 años estaríamos hablando
de que la mitad de los niños nacerán fuera del matrimonio. La siguiente demanda
es proteger a este grupo que puede resultar vulnerable y con riesgo a la
pobreza. Ser monoparental involucra más de una economía, el tener montada más
de un hogar y no compartir los gastos. Hay países como Holanda o el Reino Unido
con una larga tradición de apoyo a este colectivo, con programas dedicados a las
personas que viven solas, especialmente mayores de 65 años.
Y este grupo está
creciendo considerablemente. Y crece a la par que el envejecimiento de la
población. Este fenómeno debería ser el más estudiado. El incremento del número
de hogares formados por solo una persona mayor de 65 años creció en la última
década un 25.8%. La dependencia seguirá creciendo y al mismo tiempo vemos como
se siguen recortando las políticas de ayuda y no hay planes de protección
específicos. La tasa de natalidad está en 1,2 hijos por mujer y las que superan
esa tasa suelen ser personas de escasos recursos formativos e intelectuales o
que aun conservan una vieja tradición del respeto religioso por la procreación
como sustento de la estructura familiar. Es decir que natalidad versus
conciliación es un dilema que no parece tener medidas claras para regularlas.
Hay una variedad de unión forzada por el modo de
vida y la situación económica. Una de esas modalidades recibe el nombre de
matrimonios de fin de semana: son parejas separadas de lunes a viernes porque
trabajan en distintas ciudades. Y la inmigración también ha generado un aumento
considerable de matrimonios con al menos un contrayente extranjero. Y un tercer
elemento al modo de vida contempla a esas parejas rotas que no se separan a
consecuencia de la crisis. Resulta inasumible la situación posterior al
divorcio porque supone dos casas, dos hipotecas, una sola entrada si la hay y
no alcanza para asumir los gastos fijos que siempre estarán presentes. Optan
por aguantar porque consideran que es insostenible el hecho de no poder seguir
manteniendo el costo de vida que convivir con una persona con la que ya no hay
feeling.
En los momentos festivos como las navidades se ve
la cantidad de familias que se van entremezclando en nuestras vidas y las
asumimos con sorpresa o confusión inicial pero con naturalidad luego. La
cuestión pasará por llevarse bien. Los jóvenes adoptan este sistema con
aparente naturalidad, aunque se manifiesta que para ellos también es una
situación algo embarazosa al momento de definir su relación. Muchos optarán por
decir mi señora, otros mi pareja, pero supongo que a la mayoría le gustaría
tener un concepto a qué atenerse al presentar en sociedad su nueva estructura
de relación. El tema para finalizar es lograr discernir si se logra el objetivo
de buscar la felicidad. La manera de conseguirlo parece que ya no es única: se
puede tener hijos, no tenerlos, convivir sin papeles, casándose, separándose,
viviendo solo y hasta viviendo con los hijos de otra persona. La relación ya no es para siempre, como en el resto de las cosas es hasta que se desgasta o peor, hasta que nos conocemos. Lo que no se
tolera aún es seguir viviendo con esa insatisfacción que se sigue transmitiendo
de generación en generación.
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