Llevo
casi una hora alternando palanganas. La de la derecha tiene agua caliente,
cercana al hervor. Lo mejor es que pase pronto un minuto para cambiar la pierna
a la cubeta de la izquierda, con agua fría y el refuerzo del hielo. El esguince
de tobillo no da tregua y el diagnóstico de posibilidad quirúrgica que me
dieron el pasado lunes me apabulla. Estoy obsesionado mirando si mi pie
recupera la forma habitual o se profundiza la forma de bola que lleva cuatro
semanas instalada. En el medio del caos de las aguas me viene a la mente que mi
primera observación destinada a la belleza de la mujer siempre va dirigida a
los pies. Y no me siento seductor con la hinchazón de mi pie derecho.
El
estudio “Informe sobre el tacto íntimo: zonas erógenas y organización somatosensorial
cortical” publicado por la revista especializada en neurociencia “Cortex”
confirma que los labios encabezan las zonas más erógenas del cuerpo para
hombres y mujeres. Le siguen las orejas con sus lóbulos, ambos órganos
genitales, los pechos y los pezones y confirman que los pies pasan al fondo de
nuestras preferencias sobre el deseo y su correspondiente seducción. Una mala
noticia al menos para mi persona, no pienso cambiar mis hábitos iniciales para
definir la belleza femenina. Alterno de los pies a las manos y luego intento
confirmar otras características más vinculadas con la persona.
Aparentemente
en el estudio participaron 800 hombres y mujeres de las islas británicas y del
África subsahariana. A los encuestados les ofrecieron un muestrario de 41
partes del cuerpo humano y estos los fueron ordenando de mayor a menor según su
“intensidad erógenas” vinculada al tacto o al contacto.
Mi
devoción por el pie femenino comenzó seguramente en mi adolescencia. La llegada
del verano me supone una brisa de felicidad visual al reaparecer la sandalia o
el zapato abierto. En las otras estaciones aguardo agazapado que entre tantas
botas o zapatos cerradas, se pueda vislumbrar un pie y si no me conforme con
las piernas. Hace más de tres décadas observaba todas las mañanas en la parada
del autobús 152 en la avenida Cabildo a una mujer seguramente directiva o
empresaria que aguardaba apoyada en la parada del bus y siempre se sostenía con
un pie apoyado y el otro en punta. Todas las mañanas continuaba mi camino con
el sobresalto hormonal de querer detenerme solamente para juramentarle lo
sensual de sus pies. Pero nunca me detuve, no sería fetichismo, apenas
alcanzaría la condición de mirón y frustrado. Y gracias a mi esguince puedo
recordar esa imagen que me alegraba las mañanas en los ochenta.
Los
800 sondeados coincidieron en denostar los pies. 3 de cada 4 le dieron la
espalda en la elección y esta decisión viene a modificar tendencias científicas
que aseguraban la sensualidad de los pies y que era consecuencia por la
proximidad de sus sensores al de los genitales en la corteza somatosensorial
primaria. Y aquí entraba en escena el neurólogo Vilayanur Ramachandran, quien
llegaría a conclusiones sorprendentes vinculadas al estudio sobre el dolor en
los miembros fantasmas. Tras la amputación de una parte del cuerpo, la zona
correspondiente del córtex cerebral deja de recibir información de esa
extremidad, pero durante un tiempo puede continuar activa, haciendo creer al
cerebro que el miembro amputado sigue allí. Varios pacientes con un pie
amputado refieren no solo haber aumentado la intensidad de sus orgasmos, sino
aseguraban sentir placer sexual procedente del pie fantasma.
Las
conclusiones del estudio según la revista, aseguran que el doctor Ramachandran
puede haber confundido la sensación del tacto con la atracción de la vista, y
que la plasticidad cerebral (es decir cualquier lugar del cerebro) puede ayudar
al gusto por la sensualidad del pie también en casos sin amputaciones algunas.
Lo denomina fetichismo puramente y según las nuevas tendencias, ya no cuenta
con el placer de las nuevas generaciones. En tal caso, tengo una amputación
fantasma en mi corteza cerebral, me han dejado solo en la cruzada sobre el
elegante andar y saber estar de un delicado pie femenino.
El
arte en sus diversas expresiones implica al fetichismo del pie en sus gustos
más diversos y estéticos. Pero el colmo es estudiar una obra de los hermanos
Grimm, Cenicienta como una manera de representar la podofilia (a no asustarse,
se refiere a la parafilia donde predomina un intenso placer vinculado al
fetichismo del pìe). El príncipe es capaz de reconocer a Cenicienta no por la
cara, por su aroma, por una presunción o corazonada, sino solo cuando encaja en
su pie un zapatito de cristal que había perdido en su forzada marcha para
esquivar la medianoche. El análisis incluye el interrogante de porque el otro
zapato no se volvió a ver, suponiendo que se convirtió en una costrosa sandalia
campesina. Superando que se analice este cuento, podemos encontrar un sinfín de
referencias al pie en narraciones chinas, hindúes o egipcias, donde un
simbólico zapato puede ayudar a identificar a la protagonista. Y para terminar
con la versión de los hermanos Grimm, analizan que las hermanastras de
Cenicienta llegan a mutilarse un par de dedos y hasta cortarse el tendón de
Aquiles para encajar el pie en el zapatito de cristal, adelantándose un par de
siglos a las operaciones de cirugía estética e inyecciones de botox en los
talones.
Intentando
superar la conmoción ante el incondicional amor al pie, y antes de encarar mi
tercera inmersión en las tinajas del día, recuerdo el placer que me ocasiona
caminar en el verano descalzo hasta casi la entrada del propio puerto de
Plentzia. Y ese recuerdo me arrastra hacia las placenteras caminatas descalzo
por la arena de las calles de Villa Gesell en el trayecto entre la playa con la
casa alquilada de turno. Recuerdos que atribuía a una exquisita nostalgia por
mi inocente juventud o adolescencia. Intentando no entrar en pánico por temor a
desnudar mis perversos gustos o predilecciones por el accionar de un lindo pie,
me topo de frente con una nota publicada en 1910 por Sigmund Freud, donde
explica que la podofilia se sostiene en que el pie representa el pene de la
mujer, cuya ausencia impresiona fuertemente. La conmoción me gana nuevamente,
dando paso a la desesperación, ya que un nuevo recuerdo irrumpe en mi memoria.
Me gustaban los pies de Roxana, mi primera psicoanalista. Estoy jodido, con
esta entrada he de perder la credibilidad que la mayoría de mis seres cercanos estiman
en mí. Y qué decir de la llegada del próximo verano plentziano, donde deberé
observar resignado como mis conocidas se cubrirán en todo momento sus pies
temerosos de mi estimación y con gesto contrariado, valorando mi supuesta
enfermedad eterna. Las pocas que se acerquen lo
harán en patas de rana para esquivar la lascivia de mi mirada freudiana.
El
mismo Freud analiza que sin ser conscientes de las diferencias sexuales de
hombres y mujeres, la primera parte del cuerpo que un niño observa
introvertidamente en la gente es el pie, la primera referencia que encuentra.
El cerebro puede atribuir al pie propiedades sexuales que lo acercaran al
fetichismo. Freud me ha condenado, eso explica mi eterna timidez y sumisión al
observar siempre hacia abajo ante el reto de la directora de la primaria, que
vale la pena decir, tenía unas patas horrendas.
Pocas
veces elogie un buen pie, la timidez no me permitió desarrollar a gusto el
supuesto fetichismo que profeso. Mis pies solo han sido alabados en contadas
ocasiones y no supe decodificar el mensaje. Los zapateros, tan cercanos a poder
incorporar el hábito, nunca han mostrado predilección por mis extremidades. Es
lógico de entender, calzo 46 ½ y les hago perder el tiempo, porque no es tan
factible que obtengan de mi una venta de las fáciles.
Resumiendo
y para cerrar la entrada, por esta única vez me aferro a una condición de
practicante católico que mi estadía en tierras europeas ha abandonado. En la
religión descalzarse es señal de respeto, lavar o tocar los pies es muestra de
humilde adoración y el pie simboliza la base del alma. Puedo dejar aquí esta
entrada y apoyar mi dolorido pie derecho en la tina de agua caliente. En
cuestión de un minuto recuperaré la placidez en mi rostro al introducirlo en el
agua con hielo de esta deshidratada Buenos Aires de 33º grados y cortes de luz
progresivos.
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