jueves, 12 de diciembre de 2013

Disfraces para despedir a un muerto

El pasado mes de noviembre una imagen del periódico El País impactó visualmente. Mil inmigrantes subsaharianos se dirigían de madrugada rumbo al perímetro fronterizo de Melilla. Su intención era saltar la famosa valla y llegar a su tierra prometida, el territorio español.

Alrededor de la medianoche, los inmigrantes se dirigieron desde los campamentos del Monte Gurugú (Marruecos), muy próximo a Melilla, hasta la valla fronteriza, en la zona conocida como Arroyo Villa Pilar. Marchaban de manera organizada, en geométrica fila india. Al llegar al paso Farhana se agruparon con la intención de saltar la valla pero fueron dispersados por las fuerzas marroquíes, alertadas después que se activara el protocolo de cooperación entre España y Marruecos. De haber continuado su peregrinación, ese orden se hubiera convertido en caos por intentar saltar las dos vallas, y al llegar a lo alto de la segunda, la hispana, esquivar las concertinas, que son las cuchillas disuasorias entremezcladas con el alambre. De lograr pasar al lado español a pesar de los cortes y golpes, seguramente no hubieran podido sortear el operativo policial. La persuasión frenó el intento, aunque reanudarán esa ansia por alcanzar las puertas de occidente ni bien tengan otra posibilidad.

Por otro lado, el 5 de diciembre Mandela ha muerto a los 95 años. Representantes de 91 naciones acudieron a Pretoria a rendir homenaje a un hombre que sacrificó su libertad a cambio de la libertad de su pueblo y la pacificación de una nación. No fue un santo, tuvo sus etapas de contradicciones y violencia. Pero se diferenció claramente del resto de la raza humana. Entre las delegaciones, Mariano Rajoy acudió al frente de la representación española. Durante su gobierno han regresado las concertinas que cortan la sangre negra como un desesperado gesto de frenar el paso de individuos con el mismo color de piel del líder homenajeado. Su ministro del interior, Jorge Fernández  Díaz intenta convencernos por todos los medios que las concertinas sólo constituyen elementos disuasorios para proteger las fronteras. La frivolidad de su argumento como mínimo expone su escaso humanitarismo. No podemos cuestionar la decisión como un motivo de racismo, podemos cuestionar la hipocresía recurrente, acercarse a despedir al líder igualitario mientras que afianzamos las desigualdades. El legado de Mandela dista de haber finalizado y no se vislumbra ningún otro mortal con actitud semejante.
Barack Obama calificó a Nelson Mandela como un gigante de la justicia. Durante el mismo acto, el presidente norteamericano llamó la atención por sus dichos y por algunas imágenes. Una de las más significativas fue estrechar la mano con Raúl Castro. Las miradas positivas consideraron ese gesto como el último logro de Mandela. Otros, los eternos pesimistas entre los que me censo, sentimos que dicha imagen molestó tanto como observar la necesidad del éxodo de aquella fila nocturna para saltar una valla. Y la molestia es desagrado profundo al conocer que otros tres dictadores se acercaron a Pretoria a despedir a Mandela. Y que varios de los asistentes nunca entendieron el sacrificio del sudafricano y si lo comprendieron, nunca hicieron una mueca por profesar un sacrificio similar. “En el mundo hay demasiados lideres que manifiestan solidaridad con la lucha que libró Madiba, pero que no toleran la disidencia de su propio pueblo”, la cita de Obama.
Se trata del mismo Obama quien obvia que hasta hace pocos años, Mandela continuaba encabezando esas listas que EE.UU gusta de hacer, donde terroristas, comunistas o personas con pensamientos democráticos o intelectuales diferentes, comulgan en interminables base de datos. El gesto del entonces senador John Kerry, fue tomar la iniciativa de retirarlo de las listas en las vísperas de cumplir su 90º aniversario. “Honramos de nuevo a Nelson Mandela como una de las voces más firmes en el mundo por el valor y la dignidad humana frente a la opresión”, aplaudió Kerry el 8 de mayo de 2008 cuando el Senado americano aprobó la medida.
Todo el mundo llora la muerte de Mandela, todos ofrendan al preso 46664, la inmensa mayoría utiliza sus redes sociales para dejar una referencia sentimental a “Madiba”, aclamamos de memoria por el hombre que defendió la libertad, la igualdad, la reconciliación sin olvido. Preferimos mitificar a un solo Nelson Mandela, ya que es más fácil dedicar un par de días a mostrarnos íntegros en nuestras redes sociales que a ser consecuentes con esos ideales la mayor parte de nuestras vidas. Y no estoy hablando de ser militantes, apenas coherentes con nuestros actos y el futuro de otros. Ser consecuente no es viral, ni moderno, ni nos permite disponer de una foto chula que no nos permita actualizar nuestra conciencia como si del whattsap o face se tratara.

Europa acudió en masa a despedir a Mandela. Otro curioso gesto de Obama lo reflejó la atención pública. El mundo periodístico cubrió con celo los celos de Michelle al observar a su marido hacerse una “selfie”, es decir un autorretrato para los fanáticos de las actualizaciones en las redes sociales. Los celos se justifican al hacérsela cara con cara con la primera ministra danesa, Helle Thoming Schmidt, a pesar de que también buscaba su lugar en la foto el ministro británico James Cameron. La primera ministra no disimuló su entusiasmo por conversar alegremente en un palco donde se celebraban unas exequias. Representó a esa parte de Europa que decide limitar el derecho a los inmigrantes irregulares a la atención sanitaria y analiza con crudeza los avatares de ese continente, que vaya casualidad Europa ha contribuido a su eterno empobrecimiento. Y dicha Europa que ante la insistencia de la crisis por perdurar, ve como aumenta la xenobia y el racismo. Eso sí, los discursos ofrecidos en la despedida de Mandela fueron un canto a la luz que oculta el oscuridad espiritual del viejo mundo. Y es de esperar que la cara de disgusto de la primera dama norteamericana no fuera producto de los celos, sino de la infantil y patética actitud de los mandatarios.
Nelson Mandela salió de la cárcel a los 71 años. Cuatro años después, en las elecciones de 1994, los votantes hicieron en algunos sitios colas de kilómetros de longitud para apoyarle. El ANC obtuvo el 62% de los votos y se hizo con 252 escaños de los 400 que otorgaba la Asamblea Nacional, asegurando que Mandela se convertía en el nuevo presidente. “Tengo intención de no cumplir más que un mandato presidencial” aseguró y lo cumplió. Un detalle más para el juego de las siete o más diferencias con muchos de los mandatarios que lo homenajearon. Decidió no eternizarse en la Presidencia, si bien no logró reconciliar la brecha entre ricos y pobres, centró sus esfuerzos en una reconciliación entre blancos y negros y evitar la venganza de los blancos ante la pérdida del poder en manos de un negro. El que conoce Sudáfrica sabe que las diferencias existen, no es fácil modificar en décadas las costumbres de siglos.

Para ir terminando con esta entrada, la Asociación Sudafricana de sordos (DeafSA) ha denunciado la intervención de un falso intérprete de lengua de signos en el funeral del Premio Nobel de la Paz. Ante la mirada del mundo entero, el buen hombre gesticuló sin sentido alguno. Contagiándose del espíritu de los mandatarios presentes, a las horas de sucedido confirmó que sufre de esquizofrenia y que durante el funeral sufrió un episodio de la enfermedad al escuchar voces y atravesar alucinaciones. En un evento que todo el mundo miraba, las personas sordas no pudieron entender ni una sola palabra de lo que se estaba diciendo. No nos queda ya margen para seguir alucinando.

No fue una entrada política, me llama la atención los contrasentidos, las falsedades, la hipocresía. De eso se tratan estas líneas que hoy son más breves que de costumbre. La Argentina, para finalizar, estuvo representada por su vicepresidente, Amado Boudou. No hay puntos de contacto entre Mandela y él. Quizás “la ferviente defensa de los derechos humanos” de ambos. Y poco más, a uno y a otro de momento le separan 27 años de cárcel.

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