El pasado mes de noviembre
una imagen del periódico El País impactó visualmente. Mil inmigrantes
subsaharianos se dirigían de madrugada rumbo al perímetro fronterizo de
Melilla. Su intención era saltar la famosa valla y llegar a su tierra
prometida, el territorio español.
Alrededor de la medianoche, los inmigrantes se dirigieron
desde los campamentos del Monte Gurugú (Marruecos), muy próximo a Melilla,
hasta la valla fronteriza, en la zona conocida como Arroyo Villa Pilar. Marchaban de manera
organizada, en geométrica fila india. Al llegar al paso Farhana se agruparon
con la intención de saltar la valla pero fueron dispersados por las fuerzas
marroquíes, alertadas después que se activara el protocolo de cooperación entre
España y Marruecos. De haber continuado su peregrinación, ese orden se hubiera
convertido en caos por intentar saltar las dos vallas, y al llegar a lo alto de
la segunda, la hispana, esquivar las concertinas, que son las cuchillas
disuasorias entremezcladas con el alambre. De lograr pasar al lado español a
pesar de los cortes y golpes, seguramente no hubieran podido sortear el
operativo policial. La persuasión frenó el intento, aunque reanudarán esa ansia
por alcanzar las puertas de occidente ni bien tengan otra posibilidad.
Por otro lado, el 5 de
diciembre Mandela ha muerto a los 95 años. Representantes de 91 naciones
acudieron a Pretoria a rendir homenaje a un hombre que sacrificó su libertad a
cambio de la libertad de su pueblo y la pacificación de una nación. No fue un
santo, tuvo sus etapas de contradicciones y violencia. Pero se diferenció
claramente del resto de la raza humana. Entre las delegaciones, Mariano Rajoy acudió
al frente de la representación española. Durante su gobierno han regresado las
concertinas que cortan la sangre negra como un desesperado gesto de frenar el
paso de individuos con el mismo color de piel del líder homenajeado. Su
ministro del interior, Jorge Fernández
Díaz intenta convencernos por todos los medios que las concertinas sólo
constituyen elementos disuasorios para proteger las fronteras. La frivolidad de
su argumento como mínimo expone su escaso humanitarismo. No podemos cuestionar
la decisión como un motivo de racismo, podemos cuestionar la hipocresía recurrente,
acercarse a despedir al líder igualitario mientras que afianzamos las
desigualdades. El legado de Mandela dista de haber finalizado y no se vislumbra
ningún otro mortal con actitud semejante.
Barack Obama calificó a
Nelson Mandela como un gigante de la justicia. Durante el mismo acto, el
presidente norteamericano llamó la atención por sus dichos y por algunas
imágenes. Una de las más significativas fue estrechar la mano con Raúl Castro.
Las miradas positivas consideraron ese gesto como el último logro de Mandela.
Otros, los eternos pesimistas entre los que me censo, sentimos que dicha imagen
molestó tanto como observar la necesidad del éxodo de aquella fila nocturna
para saltar una valla. Y la molestia es desagrado profundo al conocer que otros
tres dictadores se acercaron a Pretoria a despedir a Mandela. Y que varios de
los asistentes nunca entendieron el sacrificio del sudafricano y si lo
comprendieron, nunca hicieron una mueca por profesar un sacrificio similar. “En
el mundo hay demasiados lideres que manifiestan solidaridad con la lucha que
libró Madiba, pero que no toleran la disidencia de su propio pueblo”, la cita
de Obama.
Se trata del mismo Obama
quien obvia que hasta hace pocos años, Mandela continuaba encabezando esas
listas que EE.UU gusta de hacer, donde terroristas, comunistas o personas con
pensamientos democráticos o intelectuales diferentes, comulgan en interminables
base de datos. El gesto del entonces senador John Kerry, fue tomar la
iniciativa de retirarlo de las listas en las vísperas de cumplir su 90º
aniversario. “Honramos de nuevo a Nelson Mandela como una de las voces más
firmes en el mundo por el valor y la dignidad humana frente a la opresión”, aplaudió
Kerry el 8 de mayo de 2008 cuando el Senado americano aprobó la medida.
Todo el mundo llora la
muerte de Mandela, todos ofrendan al preso 46664, la inmensa mayoría utiliza
sus redes sociales para dejar una referencia sentimental a “Madiba”, aclamamos
de memoria por el hombre que defendió la libertad, la igualdad, la reconciliación
sin olvido. Preferimos mitificar a un solo Nelson Mandela, ya que es más fácil dedicar
un par de días a mostrarnos íntegros en nuestras redes sociales que a ser
consecuentes con esos ideales la mayor parte de nuestras vidas. Y no estoy
hablando de ser militantes, apenas coherentes con nuestros actos y el futuro de
otros. Ser consecuente no es viral, ni moderno, ni nos permite disponer de una
foto chula que no nos permita actualizar nuestra conciencia como si del
whattsap o face se tratara.
Europa acudió en masa a
despedir a Mandela. Otro curioso gesto de Obama lo reflejó la atención pública.
El mundo periodístico cubrió con celo los celos de Michelle al observar a su
marido hacerse una “selfie”, es decir un autorretrato para los fanáticos de las
actualizaciones en las redes sociales. Los celos se justifican al hacérsela cara
con cara con la primera ministra danesa, Helle Thoming Schmidt, a pesar de que
también buscaba su lugar en la foto el ministro británico James Cameron. La
primera ministra no disimuló su entusiasmo por conversar alegremente en un
palco donde se celebraban unas exequias. Representó a esa parte de Europa que
decide limitar el derecho a los inmigrantes irregulares a la atención sanitaria
y analiza con crudeza los avatares de ese continente, que vaya casualidad Europa ha
contribuido a su eterno empobrecimiento. Y dicha Europa que ante la insistencia de la crisis por perdurar, ve como aumenta la xenobia y el racismo. Eso sí, los discursos ofrecidos en la despedida de Mandela fueron un canto a la luz que oculta el oscuridad espiritual del viejo mundo. Y es de esperar que la cara de
disgusto de la primera dama norteamericana no fuera producto de los celos, sino
de la infantil y patética actitud de los mandatarios.
Nelson Mandela salió de la
cárcel a los 71 años. Cuatro años después, en las elecciones de 1994, los
votantes hicieron en algunos sitios colas de kilómetros de longitud para apoyarle.
El ANC obtuvo el 62% de los votos y se hizo con 252 escaños de los 400 que
otorgaba la Asamblea Nacional, asegurando que Mandela se convertía en el nuevo
presidente. “Tengo intención de no cumplir más que un mandato presidencial”
aseguró y lo cumplió. Un detalle más para el juego de las siete o más
diferencias con muchos de los mandatarios que lo homenajearon. Decidió no
eternizarse en la Presidencia, si bien no logró reconciliar la brecha entre
ricos y pobres, centró sus esfuerzos en una reconciliación entre blancos y
negros y evitar la venganza de los blancos ante la pérdida del poder en manos
de un negro. El que conoce Sudáfrica sabe que las diferencias existen, no es
fácil modificar en décadas las costumbres de siglos.
Para ir terminando con
esta entrada, la Asociación Sudafricana de sordos (DeafSA) ha denunciado la intervención
de un falso intérprete de lengua de signos en el funeral del Premio Nobel de la
Paz. Ante la mirada del mundo entero, el buen hombre gesticuló sin sentido
alguno. Contagiándose del espíritu de los mandatarios presentes, a las horas de
sucedido confirmó que sufre de esquizofrenia y que durante el funeral sufrió un
episodio de la enfermedad al escuchar voces y atravesar alucinaciones. En un evento que todo
el mundo miraba, las personas sordas no pudieron entender ni una sola palabra
de lo que se estaba diciendo. No nos queda ya margen para seguir
alucinando.
No fue una entrada
política, me llama la atención los contrasentidos, las falsedades, la hipocresía.
De eso se tratan estas líneas que hoy son más breves que de costumbre. La
Argentina, para finalizar, estuvo representada por su vicepresidente, Amado Boudou.
No hay puntos de contacto entre Mandela y él. Quizás “la ferviente defensa de
los derechos humanos” de ambos. Y poco más, a uno y a otro de momento le
separan 27 años de cárcel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario