“Los que se quejan de la forma en como
rebota la pelota, son aquellos que no la saben golpear”
José Ingenieros
Los gustos son individuales, lo que a mí
me gusta a otros les espanta y viceversa. Como en botica, hay inclinaciones
para todos. Y no solo gustos, tenemos diferentes juicios de valores.
Lamentablemente, el orden social se suele sostener sobre las emociones de sus
integrantes. Hemos renegado del criterio de compromiso intelectual en la
búsqueda racional de la verdad. El mundo parece una parcela divisoria de amigos
y enemigos donde el victimista es el héroe de nuestro tiempo. Y la victima cede
paso a la manipulación teatralizada.
La manipulación del victimista ha
comprobado que ser víctima otorga prestigio, generando un nuevo estilo de vida
que se sustenta en una intención loable de modificar algún comportamiento
erróneo o revindicar fragantes injusticias. Pero como en toda intención
necesaria y loable, se desvirtúa en el tiempo con la mano del hombre y se
convierte en el negocio de la eterna queja, quejarnos para no lograr cambiar nada
pero inspirando el exceso en registros audiovisuales de líderes que pregonan el
representar a las víctimas, quienes sienten la paradoja de observar más líderes
que solucionadores. El dolor, mientras tanto puede aguardar por generaciones el
cicatrizar.
Y es un tema sensible porque no todos
se animan a hablar cómodamente de la manipulación del dolor. El victimismo es generalmente
un estilo de vida, tanto para las personas como para agrupaciones sociales en pueblos,
comunas y ciudades. El vivir en tiempos políticamente correctos ha llevado que en
ámbitos diversos desfavorecidos se presuma que existan tanto víctimas como
victimistas -que pueden ser víctimas o simulen serlo-. El victimismo es una actitud
que se aprende o se lega, nos la podemos aprender nosotros mismos pero también
las sociedades necesitan generar victimismo en nombre de la historia. Hay que saber
matizar que podemos ser victimas de algo pero no caer en el victimismo, en esa
sensación crónica de sentirse damnificado. El victimismo es muy adictivo,
aunque intentes ayudarles, en el tiempo se generará un efecto contradictorio de
rechazo. Se genera un bucle que hace que la gente ya no se sensibilice, se
canse y se aleje. La victima se queda sola, el victimista en cambio, siempre
consigue hacer ruido para seguir lucrando -atención o subsidio- o creer que
sigue instalando una verdad absoluta que tarde o temprano comienza a
cuestionarse, distorsionando la verdadera realidad que perpetuo víctimas. El victimista
parece ser el principal enemigo del dolor injusto existente en la tierra.
Vivimos en el mundo de la queja, de la
impotencia por la crueldad de los destinos. La culpa está instalada en una
sociedad cansada y desilusionada, las excusas giran en torno a: el trabajo, los
errores, ignorancia o indiferencia de nuestros padres, la vida, la pareja, el
jefe, hacienda, el capitalismo, los demás, la mala suerte, el destino torcido,
la realidad que nos rodea, enfermedades o disfunciones existentes, los genes,
el futuro incierto -sin recordar que el futuro suele ser incierto ya que aún no
existe-, las malas influencias -como si no fueran por algún motivo escogidas-,
las malas decisiones -tanto nuestras, de nuestros padres, de nuestra cultura, de
nuestros gobernantes- o una mala educación recibida o descuidada. Todos suenan
motivos validos para contrastar nuestro victimismo pero no parece suficiente
para avalar toda una vida de funcionamiento de un circulo vicioso, existe la
posibilidad -sin determinar porcentajes- de pasar página y revertir la historia
personal, familiar, comunitaria o nacional. El infinito no suele ofrecer un
enfoque racional de solución de problemas.
El exceso de lenguaje, eufemismos y discursos,
con la radicalidad del enfrentamiento parece que no elimina el prejuicio o desigualdad
sino que lo eterniza, inflamándolo. No se trata de defender un canon de
estatismo, el cambio necesita movimiento y acción. Pero en estos tiempos de
listas reivindicativas la sensación es que se trata de eternizar la queja,
hacerla política, manifiesta necesidad imperativa social. La queja eterna parece
instalar la exageración en el ataque. Somos intolerantes en la aprobación del
victimista, olvidándonos de la verdadera víctima. La infantilización de
nuestros actos nos ha llevado a intentar impedir que el otro se manifieste,
solo aspiramos a callarle, no a rebatirle. La sensiblería combinada con
intransigencia ha arrojado el coctel de lucha social de estos tiempos. Todos
somos “fachas”, los de derechas, los de izquierdas y los del centro.
El victimismo proviene del interior,
es una decisión nuestra. Nadie nos obliga a sentirnos víctimas, lo bueno que
tiene el sistema es que tantas veces entidades sociales programan proyectos
sobre carencias detectadas que terminan fracasando porque el potencial usuario
de ese proyecto no se considera necesitado. No se convierte uno en víctima por lo
que le sucede sino porque deciden abrazarse a la victimización. Es una cultura
del victimismo, una manera rígida de pensar con una tendencia facilista de
enojarse y de culpar, solicitando la inmediata regeneración pero sin dejar de
vivir en el pasado. Es gente que odia al carcelero pero no reconoce que en su
caso, es el peor de los guardianes. Es gente que eterniza un discurso en vez de
intentar liberarse de esa mentalidad prejuiciosa que le recuerde su victimismo.
No se trata de culpar a la víctima, no
es esa la intención de esta entrada. Las víctimas no suelen tener oportunidad.
Ser un sobreviviente requiere la aceptación de lo que le toca ser e intentar
salir lo mas indemne de la situación. Se trata de buscar hasta el hartazgo la
posibilidad de opciones, no quedarnos en esa triste realidad que a veces ofrece
la vida, la de pequeños o grandes disgustos que condicionan o simbolizan
grandes pérdidas. Las víctimas deberían ser las primeras en poder pronunciarse
contra los victimistas pidiendo respeto y la posibilidad de gestionar o no minimizar
consecuencias funestas para salir y seguir peleando. Vivimos en el mundo de que
mi dolor es más intenso que el tuyo, en el planeta donde tú eres el culpable de
mi sometimiento y en la sociedad del cada vez más preguntarse ¿ay, porqué a mí?
y menos ¿Ahora qué puedo hacer para salir de esta?...
PD: El 4 de noviembre de 2013 escribí
sobre algo parecido. Habría que ver si me contradigo o si he cambiado de
opinión. A primera vista, hoy escribo más sucinto, tal vez cansado de ver pasar
la vida con las mismas batallas no abordadas.
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