“La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En
cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva”.
José Saramago
Cada veinte minutos llega el metro a mi pueblo.
A partir de las diez de la mañana en este atípico verano de epidemia, y hasta
pasadas las veintidós horas, comprobamos que el tranquilo lugar costero donde
vivimos se convierte en Disneylandia, con un desfile incesante de adolescentes sin
mascarilla de entre quince y diecisiete años, sin adultos ni jóvenes a su alrededor.
Se vislumbra un comportamiento indiferente ante los problemas sociales y económicos
que nos atañe a todos. Y ante la imagen reiterada que se pronuncia ante un
nuevo día de playa, me acuerdo de él, quien se marchó hace diez años y nos dejó
con “sus ciegos” carentes de solidaridad. José Saramago nos avisó que “un ojo
aún viendo no es capaz de reconocer lo que ve”.
“Ensayo sobre la ceguera” nos incita aún hoy
-fue publicado en 1995- a abrir los ojos, a observar y deducir que es lo que
hay delante de nosotros. Saramago fue uno de los tantos que utilizó el recurso
literario de analizar la manera errónea con el que el ser humano comprende y
encara el mundo. Él no escribía porque le gustara sino por desasosiego al no gustarle el mundo donde estaba viviendo. Su pensamiento literario mantiene una
presencia esencial y una implicación con su comunidad, gracias a esa visión
amplia que algunos han considerado “pesimista”. Contrariando el rotulo por el
que se es tan propenso definir cuando alguien advierte del error reiterado del
sistema, considero a Saramago un optimista, porque escribía a la espera de una
transformación y lo hacía renegando de las utopías diversas que nos mantienen
atrapados. Saramago a pesar de lo que se piense, siempre creyó en el ser humano
aun albergando la cansina esperanza de conseguir un mundo más justo.
La ceguera puede representar varias funciones o
perspectivas literarias: como motivo de deshumanización, como motivo de
crueldad o maldad o como motivo alegórico o simbólico. Todas ellas encierran la
curiosa sensación de que se le dice ciego al que no quiere ver o niega o no
acepta lo evidente que ve. Podemos definir la novela como un alegato contra una
manera de observar la realidad sin utilizar la razón. Se nos escabullen de las
manos sensaciones continuas de injusticia, desigualdad, consumismo superfluo o falta
de oportunidades que nos debería impulsar a un nuevo proyecto de humanidad.
Pero ante la epidemia de ceguera que sobreviene en la pluma de Saramago, lo que
se destaca es la crueldad que deshumaniza donde el escritor luso intenta con
una alegoría demostrar no solo que el hombre no ve sino que tiene la obligación
de cambiar la manera de conocer el mundo. La literatura de Saramago siempre se
ha caracterizado por ser más de realidad que ficción, por algo hemos estado y estaremos
confinados y ciegos en esta crisis de Covid 19.
La ceguera “blanca” impuesto por Saramago tal
vez sea otro símbolo, que asocie la devastadora epidemia blanca como el medio
para que la humanidad se limpie, purifique o supere todos nuestros obstáculos que
ciegan nuestra realidad o perspectiva. Que la ceguera sea el mecanismo de limpieza,
aprendizaje y renovación. Que de la vista se desprenda la lógica, coherencia o
racionalidad que supuestamente rigen la humanidad. La ceguera colectiva demuestra
el fracaso de la visión, que muestra ineficacia para controlar tanto los marcos
como las convenciones de una sociedad cada vez más apartada de la lógica y seducida
o arrastrada por la exacerbación de nuestros aspectos negativos. Lamentablemente
la ruptura del frágil equilibrio que nos sostiene como sociedad ni siquiera
genera ese cambio simbolizado en la limpieza, enoja la frase “de esta epidemia
de Covid saldremos mejores personas”. Abusamos de racionalidad, pero no de su
empleo, de su uso retorico que enmascara decadencia. La tribu adolescente y juvenil
que hoy acampa desbocada por mi pueblo -y supongo que en el resto de las
ciudades- simboliza y espero equivocarme, que el futuro mantendrá características
negativas de insolidaridad, individualismo, falta de compromiso, infantilismo
caprichoso y falta de incentivo. Y díganme que equivoco la metáfora que arroja
todo el día los jóvenes habitantes del metro de Bilbao y de las playas o parques.
Y no es un problema solo de los jóvenes, estos
siempre han simbolizado la edad del desarrollo, el momento de separación
familiar para estar con sus pares, amigos, parejas, y el abrirse paso. Pero es
en estas generaciones -sin generalizar pero reconociendo la tendencia- donde
podemos observar que los diversos fracasos sociales se quieren perpetuar. Saramago
no fue un filósofo, pero escribió como uno de los más sabios, podemos definirlo
más como pensador que como escritor. Insistió en la necesidad de alertar sobre una
nueva concepción de humanidad ya que sus historias se han basado en el escepticismo
de una capacidad regenerativa, que no debería ser tan difícil, ya que a todos
nos ilustran para ser seres sociables, educados y responsables y vaya a saber
en que momento de la vida nos invade ese color blanquecino que debería ser
pureza y parece solo ser el color del desastre colectivo…
PD: otro día podríamos divagar porque le
decimos ciego al que no ve como nos degradamos. Porque aludimos a la ceguera
cuando no somos capaces de percibir la realidad por no utilizar la lógica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario