“El instinto erótico pertenece a la
naturaleza original del hombre… Está relacionado con la más alta forma del espíritu”.
Carl Gustav Jung
El ser humano se encuentra atrapado en
una lucha sin cuartel, entre variados aspectos, que le llevan al impulso innato
de seguir soñando y al mismo tiempo le sostiene en un mundo material y
concreto. La imaginación parece un mundo de difícil acceso, si bien estamos
todo el rato fantaseando, la realidad penetra e interfiere en los sueños. Una
cultura algo caprichosa y reprimida ha perturbado la más grande exploración
interna del ser humano como patrimonio esencial. En el caso de las mujeres,
entre tantas cosas, les han obligado a modificar el concepto de belleza,
eliminando los pelos de casi todo su cuerpo, entre ellos los del pubis.
Mas allá de cualquier moda o
preferencia, el vello púbico está allí no por capricho sino por alguna razón
que brinda la naturaleza. Supuestamente tiene una función profiláctica que
protege de golpes e infecciones o el mismo roce en las relaciones sexuales. Es
protector y a la vez, erótico. El vello puede regresar al ser humano a un
erotismo primario, cuando la persona se abandona a lo animal. La belleza y el
erotismo puede ser una consideración subjetiva, el problema surge cuando la
norma cultural nos convierte en objetos antes que en sujetos. Nos inculcaron
una idea nefasta que desde un momento de la historia determinó que ver una
mujer desnuda es peligroso, y pecado el contemplar lo que no debe ser visto.
Algo sucedió a lo largo de la Edad Media.
Hasta entonces, abundan registros de cuerpos desnudos y en proporción en el
desarrollo del arte, pintura o escultura. Durante milenios y civilizaciones, se
honraba el falo y veneraban las representaciones de Venus, diosa de la
fertilidad. La adoración a los genitales era una representación acabada e inequívoco
de la evolución, y aún en una iniciática ignorancia del proceso reproductivo, intuían
que partes de su corporeidad participaban en el proceso. Pero surgió el
cristianismo y en Europa se redujeron los desnudos en la representación artística
y los que perduraron en el intento, se volcaron a una representación ficticia,
angelical, donde ocultaron o tergiversaron parte de la anatomía para no enfurecer
el dogma “evangelizante” de la iglesia. Por ende, desapareció el vello púbico. Se
puede parodiar que el clero patentó la depilación definitiva.
Durante el Renacimiento se recupera la
representación de cuerpos desnudos en el arte, pero con omisiones
considerables: en el caso del hombre, el pene aparece libre de capilaridad, con
un tamaño menor y a veces cubierto por elementos vegetales. En el caso de las
mujeres, sus desnudos se muestran de espaldas, con las piernas lo suficientemente
cruzadas para ocultar sus genitales, sin la presencia natural de los labios de
la vulva y la falta total de vello púbico. Se pueden encontrar pequeñas
excepcione en occidente a través de los pintores Jan Van Eyck Gossaert y Albrecht
Dürer y en Japón se destaca el Shunga como género de reproducción visual japonés
cuyo tema principal es la representación del sexo, aunque también fuera
perseguido y considerado como material obsceno. Se denominó arte erótico.
Surge una excepción durante los mil ochocientos
con la representación de “La maja desnuda” de Goya. Ya desde el titulo se puede
advertir que no se trata de una representación divina sino de una mujer real
donde se transita el erotismo desde la naturalidad que una relajada postura
puede generar complacencia hasta perturbación y provocación. Resurge a través de
la mano de Francisco de Goya el fino vello subiendo por el pubis, bañado su
cuerpo por una luz tenue y atrayente que subraya los encantos carnales. Goya,
quién también retrató la obra gemela “La maja vestida” sufrió los embates de la
inquisición española, lo que obligó a su exilio hasta su muerte en Burdeos.
Para la jerarquía eclesiástica, un desnudo es tabú e inductor de las más bajas
pasiones, además de fuente primaria del pecado. Tanto la iglesia como el arte
eran zonas de influencia del dominio del hombre, por lo que el rol relegado de
la mujer se complementaba con un cierto segmento de varones que veían el atropello
de sus actos creativos por otros varones.
El desarrollo hasta limites insospechados
del vello púbico se alcanza tras la creación de “El origen del mundo” de
Gustave Courbet, en 1866. El óleo permite enfrentar un primer plano del vientre
abierto de una mujer, destacando una vulva levemente abierta con basto vello púbico
que suscitó todo tipo de análisis e interpretaciones. La vanguardia artística de
la época alternó entre maravillación y escandalización a la par. Un realismo
sin parangón le plantó cara al romanticismo y neoclasismo e insinuó que el
parteaguas como forma de plasmar el cuerpo humano no debía ser considerado solo
enfrentamiento o escándalo.
La visión de la belleza puede ser considerada
como una señal enviada por la mente para que deje de evaluar, seleccionar y
criticar. El arte es a su vez, de las pocas experiencias que nos permite decir
no a las censuras de las personas y de las propias mentes llevando a una
relativa aproximación real de la impronta de la verdad. Es de preguntarse
porque la belleza o naturalidad humana tiene un sesgo dramático, desesperado o
heroico. La belleza de la naturalidad solo debería ser natural, no flagrante o represora.
Vivimos en una sociedad que detesta las arrugas, varices, pelos, celulitis o imperfecciones
naturales que han querido ocultar en el esquema clásico de las formas. El cuerpo
no suele ser aquella representación que nos han obligado a considerar durante
siglos. El canon de representación ha sido tan estricto que quizás haya
despertado la peor de las perversiones, el desconocimiento que criminaliza. El
desnudo no puede ser considerado un valor universal, en cada desnudo se encuentra
diversas vivencias de naturalidad, armonía, energía o éxtasis, que puede
erotizar pasiones o despertar todo tipo de instintos, no solo los mas espurios.
Si se quiere no hay forma pura pero tampoco significa que sea pérfido o depravado.
El deseo de abrazar y unirse a otro
cuerpo humano es una parte fundamental de nuestra naturaleza, el problema de la
diversidad de instintos vinculados al deseo o erotismo proporciona recuerdos,
represiones o falencias conductuales que escapan a la función biológica que nos
representa como especie. Los animales se reproducen sin recurrir a la fantasía,
morbo, sadismo, histeria o perversión, ese es un “don” exclusivo de nuestra
especie. También el uso de la moral falsa que proclamamos para satisfacer el
instinto contrario lo más privado posible. El cuerpo humano se ha visto envuelto
en un concepto de belleza con una fuerza clamorosa que despierta pasión. Las
necesidades no se satisfacen de una sola vez, el instinto básico se trata de
emociones que irrumpen y parecen desbordantes, alternando con una disipación en
el tiempo hasta que irrumpen nuevamente las dudas, ansiedades y compulsiones.
Los pelos a veces no son bien vistos.
Para muchos el cabello da sensación de desaliño, suciedad, dispersión. El pelo
en las axilas femeninas puede ser considerado repulsivo. En el bikini es necesario
confirmar a cada rato que los pelos no salgan a los lados. Las mujeres deben
cuidar el estado de sus cejas, bozo, axilas, piernas y pubis. Para muchos dichos
arreglos es sinónimo de estatus, decoro, limpieza o delicadeza. Tanto la cabellera
como el vello púbico son las señales más claras y contundentes del erotismo. Pero
ha perdurado en el tiempo el concepto de fortaleza de unos y debilidades de
otras. La revolución de lo femenino con su irrupción desde finales del siglo
XIX se inspira también en el descubrimiento de la propia sexualidad, dejando de
lado que todo se trate de algo sagrado y profano. El arte aumentó la puja entre
mujer y culpa, entre placer sexual y pecado o muerte y lo que se busca es una liberación.
El ser es la carne y a su vez, el miedo o fascinación a la carne.
El ser humano busca hablar con naturalidad
del erotismo. Se comprende que no hay coherencia en el espíritu humano, es difícil
la convergencia. Por eso el trance erótico sigue en la cima de la naturaleza.
Mientras tanto, unos y otros seguimos en la búsqueda, la que nos libere o nos
permita comprender el porqué del magnetismo y oscurantismo que generamos con el
miedo al deseo. El vello seguirá siendo un símbolo matizado por la necesidad imperiosa
de generar nuevos looks que nos represente o identifique. La culpa se seguirá
escondiendo detrás del olvido y la amenaza, pero la carne siempre resucita al acoso
de las fantasías, como así también, la obtusa moral que nos enfrenta al pasado.
Y de momento, la remoción del vello genital es cosa de la presión comercial, la
nueva religión que nos acosa para lucir esplendidos y eternamente adolescentes…
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