“Este hombre, Giacomo, nunca había hablado con nadie, a excepción de
los libreros y anticuarios. Era taciturno y soñador, oscuro y triste; sólo
tenía una idea, un amor, una pasión: los libros. Y ese amor, esa pasión le
ardía dentro, consumía sus días, devoraba su existencia”.
Gustave Flaubert, de su novela
“Bibliomanía y otras obras de juventud”.
Solemos presenciar a nuestro alrededor
la dificultad para desechar o separarse de sus pertenencias, porque se suele
considerar que debemos guardarlas para siempre. Mucha gente siente verdadera
angustia ante la idea de desprenderse de ciertas cosas. Este trastorno es
diferente al concepto de colección, ya que la gente busca deliberadamente
objetos específicos, como sellos, monedas o cromos, que clasifican y exhiben en
colecciones. Entre la acumulación compulsiva y la colección se encuentra una
manía o extravagancia con respecto al coleccionismo de libros. Se llama
bibliomanía y aunque no lo crean, todavía existe personal que se enferma por
sus riquezas impresas.
La tendencia a adquirir y acumular
libros de forma compulsiva aún persiste. Esa, desde ya, podría ser la gran
noticia en estos tiempos de lectura rápida. El problema de estas gentes es la
intensidad con que realizan la compra compulsiva, generando deudas, poniendo en
riesgo las condiciones higiénicas del hogar por exceso de polvo, falta de vida
social o grave falta de espacio en la casa. La bibliomanía no es una categoría
consensuada y se la suele utilizar para clasificar a los sibaritas
intelectuales. Encontraremos al entusiasta por ampliar su colección de obras
para demostrar un criterio propio y gustos refinados, y también a aquel que
acumula libros que nunca habrá de leer pero los mantiene para aparentar porque
una buena biblioteca siempre produce admiración.
La idea de que la compra es producto
de una practica racional ha quedado en desuso con el advenimiento del
consumismo. El marketing y la publicidad ha generado un proceso de compras
influido por las emociones e impulsos. En el caso que hoy se aborda, la
bibliomanía escapa también a la lógica convencional, la racionalidad ha dado
paso a un fenómeno que además de generar trastornos, escapa al control de la
persona. Se genera la compra por una necesidad, se almacena el libro y surgen
en el tiempo las excusas para justificar lo que uno mismo ha hecho. Y en el
peor de los casos, no se prestan ni se dejan tocar, a duras penas te permiten
observarlos a una relativa distancia.
El bibliomaníaco tiene un
comportamiento patológico que va más allá de la pasión por los libros. Esta
pasión tuvo su auge en el siglo XIX, cuando los libros eran la representación del
mayor vehículo cultural de la sociedad. Fue tan desbordante la pasión generada
que se temió, que al atesorar libros, los compradores negaran a sus
compatriotas la posibilidad de acceder a un patrimonio académico de
consideración. Fue retratada como una enfermedad antisocial que no compartía
sus riquezas impresas. Tal vez se origina del coleccionismo, que trataba a los
especialistas en buscar hallazgos motivados por un conocimiento especial del
saber, buen gusto y juicio, paciencia infinita para rastrear una oportunidad y
un interés casi narcisista para ostentar bienes intelectuales. El exceso de
celo en esta profesión derivó en algo que hasta puede ser considerado un
trastorno mental.
El concepto saltó a la prensa a través
del caso del Doctor Alois Pichler, quien era el encargado de la Biblioteca
imperial Pública de San Petersburgo, allá por 1869. Dos años después se develó
la incógnita que desvelaba al personal de la biblioteca: la cantidad de libros
que desaparecían de la colección. Observaron que Pichler se movía de forma
extraña, dejando la biblioteca varias veces al día. Encontraron en su casa más
de cuatro mil quinientos libros robados de la biblioteca, cometiendo el mayor
hurto registrado en niveles literarios. Su abogado, durante el juicio, alegó
que Pichler no tenia control sobre su comportamiento por una pasión
incontrolable, violenta e irresistible. Fue declarado culpable y exiliado en
Siberia, pero dejó instalado el concepto de bibliomanía.
Pero ya en el año 1809 el concepto
pudo haber pasado desapercibido. En el libro “La bibliomanía o enfermedad del
libro” del reverendo Thomas Frognall Dibdin, desarrolla información sobre la
historia, síntomas y curas de lo que denominaba fatal enfermedad. Dibdin la
graficó como “la plaga del libro” destacando la obsesión que despertaban las
primeras ediciones, libros condenados, prohibidos o suprimidos, los ejemplares
ilustrados o intonsos (encuadernados sin cortar los pliegos), los libros
impresos en pergaminos o las grandes copias en papel, entre otros. Dibdin
utilizó nombres ficticios para su obra pero se basó en conocidos bibliómanos de
la época, él incluido, quien con relativa sorna describió esta especie de
tratado, ya que era uno de los afectados por este mal que excedía el
coleccionismo serio.
Años más tarde, tanto Gustave Flaubert
o Thomas De Quincey describirían esta obsesión. Flaubert a través de su relato
“Bibliomanía y otras obras de juventud” -el único de su producción literaria
que transcurre en España- , tal vez homenajea a otro loco de los libros, Don
Quijote, quien pudo haberle motivado e impulsado a escribir este relato. El ex
monje de Poblet, Fray Vicente se instala como librero en el mercado de los
Encants, de Barcelona. La ficción -que muchos situaron como real- se basa en la
locura que se le dispara al exmonje por un ejemplar único de los Furs de
Valencia, que lo lleva a matar a uno de sus competidores. A partir de ese
momento y viendo el éxito del botín obtenido, se dedica a matar a otros
bibliófilos para apoderarse de preciados títulos. Thomas De Quincey, mientras
tanto, consideró irracional la puja de los bibliómanos de la subasta Roxburghe,
motivados por caprichos o sentimientos reemplazantes de la razón. Utilizó el término
“pretium affectionus” para describir los precios que se decidían para los
libros como precio de lujo.
Tenemos otros dos conceptos para
desarrollar, tal vez no exhaustivamente en esta entrada. Ellos son bibliofilia
y biblioclastía. La bibliofilia, según la RAE significa “pasión por los libros
y especialmente por los raros y curiosos”. Mas que al libro, desea al objeto y
el poder lucirlo. Es un concepto más abstracto de la pasión. La biblioclastía,
por su parte, refiere a la destrucción de libros, pudiendo separarlos en
fundamentalistas, por incuria o por interés. En todo caso, se le teme al libro
y a sus efectos. La incuria prefiere dejarlos olvidados para que se destruyan
solos a causa del paso del tiempo y el estar en ámbitos recónditos e
inaccesibles. Por interés consiste en fraccionar a propósito los libros para
venderlos por partes, obteniendo mayor provecho. Y el fundamentalista es un
fanático que no quiere que la gente lea, de ahí que existan quemas de libros
como las hogueras nazis o la biblioteca de Alejandría. En todo caso, se busca
además la desmoralización.
El amor desmedido o el odio
irrefrenable por los libros pueden llegar a ser considerados una enfermedad,
sobre todo si se convierte en el único propósito de vida. Son síntomas que
escapan al control de la persona, donde predomina la intensidad. En todo el
caso, este trastorno hasta puede considerarse hoy día, descatalogado. Tal vez,
la nomofobia -dependencia al teléfono móvil- nos esté mostrando que los
diversos adelantos de que gozamos nos llevan irremediablemente a la enfermedad
o síndrome. Retornando al amor que sentimos algunos hacia los libros impresos,
tal vez esto puede explicar porque no existe una manía ni acaso gran aceptación
del libro electrónico. Los libros pueden pasar por temporadas en el infierno
pero es de esperar que resurjan de sus cenizas, pero nunca de aquellos
bastardos fundamentalistas de la biblioclastía….
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