“Saber
y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen
mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones
sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas.”
George Orwell
Las razones
del final de este concepto son varias. La más cruda puede ser que se trataba
más de un postulado que de una realidad a alcanzar. La naturaleza humana es
menos idílica, espiritual o etérea de lo que los ilustrados pensaban
cándidamente para definir un orden social sin conflictos que determinara una
sociedad perfecta y justa. La conflictividad humana es el rasgo esencial de
nuestra naturaleza. La palabra utopía representaba el no lugar de manera
positiva, como un ideal o un sueño del que nos ha costado despertar, a pesar de
los continuos reveses.
Y no era un
sueño mentado en el vacío. Era una visión que variaba en el tiempo porque
estaban influenciadas por las condiciones mentales y materiales de la época y
por las convicciones o condición social de sus autores. Lo puro del concepto
era que verdaderamente, se ha creído posible de lograr, se sentía un proyecto
realizable. A partir de la Revolución Francesa se sugirió que el devenir de la historia
estaría apoyado por la voluntad y fe en el progreso, a lo que se le sumaba el
activismo político que movilizaría a la continua revolución para desterrar los
ordenes antiguos. Mas de una vez he preguntado que revolución ha funcionado,
todos sabemos que ninguna pero seguimos insistiendo en la utopía de la
perfección. Tal vez uno de los motivos de sonado fracaso es que la utopía
siempre se base en el fin, pero desconoce el camino para alcanzarlo.
El
contrasentido era sonado, no se mostraba -por desconocerlo- el camino pero se
basaba en una construcción racional o de planificación, es decir nada dejado al
azar. El absurdo y la contradicción allí estaba, se basaba en la planificación
de un camino que nadie supo transitar sin dosificar sus emociones, impulsos y
hasta despotismo. De ahí que del término utopía tal vez sobreviva el tópico y
su forma narrativa, donde para la continuidad del argumento rara vez necesite
de la población, sino que sea una meta empecinada de la organización social. De
ahí que el descontento y la desilusión haya alcanzado a parte de una sociedad
que observa sin observar las arengas desfasadas de unos líderes políticos que
más que utopías persiguen sus apetencias personales y partidarias. La utopía se
ha convertido en temible mas que atrayente perdiendo credibilidad y con el
tiempo, dando paso a la distopía.
El relato
distópico se basa en una hipotética ciudad futura donde, por motivos de
deshumanización se ejerce el día a día a través de un gobierno totalitario o un
control intrusivo de las tecnologías, lo que degrada el individualismo y nos
quita la libertad en manos de reglas despóticas que de no cumplir, llevan a un
aniquilamiento. La distopia sería como
analizar un mundo al revés, con el fin de concientizar y corregir los aspectos de
un planeta que de perfecto pasó a ser inviable por el mal uso de la razón. El
futuro es desalentador y el pensamiento único nos aborrega. Tanto la distopia
como la utopía están en las mentes, las consecuencias siempre son que la
ficción termina superando a la realidad.
Existe
incontable material literario referido a la distopía, solo he de nombrar los
primeros que me surgen en la mente: 1984 y Rebelión en la granja, de George
Orwell; Un mundo feliz, de Aldous Huxley; Fahrenheit 451, de Ray Bradbury; Nosotros,
de Yevgeni Zamiatin; Johnny Mnemonic, de
William Gibson, La guerra de los mundos y La máquina del tiempo, de H. G.
Wells; Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift (aunque se concibió como una
utopía); La infancia de Jesús, de J. Coetzee o El cuento de la criada, de
Margaret Atwood. En todas ellas, la amenaza del progreso nos lleva a una vida
deshumanizada, sin principios morales y donde los avances científicos se
utilizan como atropello desmedido para las relaciones humanas. El abuso de poder
y el mal uso de la política han llevado a la confección de estos materiales,
podemos decir imprescindibles, porque el optimismo ha cedido paso al pesimismo,
una realidad indeseable que se ve como posible o probable.
En todo caso,
tanto la utopía como la distopía rebajan al presente como un mal menor. La
utopía se basa en la critica constructiva del presente a través de una
alternativa ideal a alcanzar. La distopia se basa en la denuncia de los
hipotéticos desarrollos perniciosos de la sociedad actual, que se vislumbrarán
en un futuro cercano. La distopía parece mas real que la utopía, se basa en la
sociedad actual y los desarreglos que afectarán al futuro. Las distopias de
mediado del siglo pasado se pueden visualizar en nuestros tiempos. Si nos basamos
en el Gran Hermano de la novela 1984, podemos detectar detalles que se han
cumplido: los micrófonos que te graban para controlarte, el habla escribe (que
es el wasap sino), los dos minutos del odio (escribe algo equivocado en Twitter
y lo verás en carne propia), la telepantalla, la música enlatada, el ministerio
de la verdad (las fake news), la neolengua (controla si tu hijo escribe una
palabra completa o si expresa emociones por fuera de emoticones y emojis) o la
máquina de escribir novelas (el uso actual de los algoritmos para la
construcción de las noticias). Algunos lo verán como un avance, otros como una intromisión
a nuestra individualidad.
La duda que
transitamos en estos días es poder determinar si es bueno o malo vivir sin
utopías. El vivir sin un referente utópico podría ser necesario y hasta
saludable. La utopía siempre ha pecado de sacrificar el presente en aras de un
mejor futuro, y se ha visto como ese futuro nunca ha llegado, nunca sostuvo sus
fundamentos. La utopía tiene el hábito de convertirse en distopia. Esta quiebra
de la fe en el progreso ha permitido la fuerte irrupción de la distopia en el
mercado editorial como en el audiovisual, donde queda claro que hablan más de
las ansiedades y neurosis que genera el presente que de los deseos de corregir
el futuro. Jill Lepore, historiadora estadounidense, grafica que “la utopía es
el paraíso; la distopia, el paraíso perdido”. Acostumbrados a la incapacidad de
imaginar un mundo mejor, la distopia no rebela ni incita a resistir, sino que
la observamos con sumisión.
Tradicionalmente
se ha acusado a los autores distópicos como pesimistas o agoreros; ya no sucede
eso. La sensación de transmitir mundos sin esperanzas donde se refleja la
miseria humana no se ve como ciencia ficción sino como una realidad superada.
El autor distópico lo que nos está queriendo decir es que no se puede modificar
la naturaleza humana y tal vez, con su relato, nos quiera señalar el camino que
está recorriendo una humanidad que no sabe rectificar su destino. Las distopias
siempre tomaron aspectos esenciales de su época para radicalizarlos al extremo
de mostrar un mundo donde nadie quisiera vivir. La imaginación podría corregir
la realidad pero lo que deberíamos considerar es que con el tiempo, la
imaginación se ha quedado, en determinadas circunstancias, hasta corta…
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