“El papel natural del hombre del siglo
XX es la ansiedad”.
Norman Mailer
Nada es imposible, solo que depende de
nosotros mismos. Como frase puede ser de las mejores que podamos ambicionar
cumplir, en una proposición así parece estar fundada la decepción de estos
tiempos. Basta con cambiar la mente para modificar el mundo que nos rodea. Para
eso, nos amparamos en los contados casos de vidas que han disfrutado un vuelco
increíble, un cambio radical que satisfizo un sueño de vida. La felicidad está
dentro de nosotros mismos, cae como una loza cuando no puedes ser feliz.
Estamos estereotipando la existencia, damos por hecho que todo lo bueno se
puede alcanzar y lo que más se logra, es vivir con una ansiedad que agobia y
enferma.
Es agradable perseguir eslóganes. Es
como los books de publicidad o las revistas de decoración, todos queremos vivir
dentro de ellas. El problema es cuando no lo logramos, cuando dejamos de hojear
esas páginas y consideramos que nuestra vida es solo miserable e incompleta. La
demanda obliga a elegir el listón más alto, porque si te detienes a observar a
los que menos tienen, te tildan de conformista. Se vive a demasiada velocidad,
el sistema te lleva a eso pero necesita que no desbarranques. Y si lo haces,
que los varios que están en la lista de espera, salgan a buscar tal vez una
quimera.
La pobreza suele aumentar las
probabilidades de padecer ansiedad, pero la riqueza no es el antídoto, ya que
vemos a muchos que tienen todo pero se ahogan ante la ansiedad de tener aún
más. No es una enfermedad de la pobreza o riqueza, sino del alma. El sistema
capitalista no ayuda y los que habitamos en el sistema, ayudamos menos. Nos
agotamos física y mentalmente por objetivos improductivos -comenzando por el
dinero- y terminamos enfermando, donde la frustración es el primero de los
dolores. Y a partir de allí la medicación permanente está a la vuelta de la
esquina, esperándonos con una receta oficial de nuestro médico de cabecera,
quien dependiendo de su formación o creencias, puede patologizar conductas que
en realidad son normales.
Como escondemos realidades, también
podemos ocultar o simular los problemas espirituales. Un ansiolítico puede
disimular nuestras ansiedades, pero lo que estamos haciendo es ocultar una
necesidad que deberíamos sacar o tratar de otra manera, trabajando nuestra
parte psicológica para demostrar nuestra resiliencia -palabra que llena la boca
últimamente- ante los factores adversos. Un antidepresivo suele costar,
seguridad social mediante, algo menos o poco más de un euro. De paso, podemos
aumentar la frecuencia de citar a un paciente, por lo que le sale mas rentable
al sistema que tenerte a cada rato en la consulta. La estadística habla de que
los hombres acuden menos a los fármacos, pero no por entereza, sino porque son
los que menos se saben abrir a los problemas mentales. Yo he aceptado tomar
ansiolíticos o antidepresivos, pero al mismo tiempo comencé un trabajo interno
o de terapia para dejar esas pastillas, en un término de dos años, por ejemplo.
Pero el común de los casos indica que la gente prefiere continuar con el
tratamiento de esconder sus sentimientos o sus faltas por el temor de volver a
enfrentarse con esa zona oscura que domina sus miedos, alcanzando la enfermedad
eterna, la infelicidad perpetua.
A comienzos de siglo fue casi normal
padecer ataques de ansiedad o de pánico. La inestabilidad laboral o económica y
el vivir en países de inestabilidad de toda índole ha alimentado la debilidad
de la psique. El sistema se alimenta del miedo, como hace la religión desde
toda la vida. La culpa y el miedo controló y controla a los fieles. Vivimos en
sistemas que dicen aferrarse a su identidad, pero en realidad lo que se logra
es ir perdiéndola, paso a paso. Vivimos en un sistema que naturalizó la crisis
de ansiedad. No se quiere hablar de los miedos por temor a que sea insoportable
vivir sin quimeras o placebos. Pero el miedo se alimenta de esos silencios, aumenta
la dimensión de las angustias hasta llevarlas a un limite que suele
encerrarnos, y ese es el mejor pienso para el miedo. La ansiedad es una
expresión exacerbada del temor.
La ansiedad es el trastorno más común
y el más difícil de superar, al mismo tiempo. En los últimos años se entablan
conversaciones que antes parecían imposibles, se reconoce que ese sentimiento
de zozobra o angustia aparece y aumenta hasta hacernos insoportable la
existencia, pero siempre termina pasando. El problema surge como ayudar a
nuestra templanza a lograr que ese pasaje sea cada vez mas corto o que incluso,
ayudemos a que desaparezca. Allí surge la fortaleza y convicción interna y una
dosis de ayuda, todo esto antes que el fármaco adormecedor. La sorpresa al
prestarnos atención y hacer un ejercicio interno intenso, es encontrar que se
trata simplemente de formas de ser, fases de nuestro estado de ánimo,
depresiones o traumas internos. Y el peor de los diagnósticos, enfermamos por
una cuestión de exigencia social, por la necesidad de conocer la palabra éxito
en nuestros recorridos.
Cuesta enfrentarnos a los miedos, nos
hace creer que no podremos con ellos. Toman una dimensión tantas veces
exagerada. La sensación de alivio y confort que surge al enfrentar un miedo y
someterlo es inmejorable y a su vez nos sitúa en el ridículo de comprobar que
hemos sobredimensionado la gravedad de nuestro temor, confrontando su escaso
peso específico con la cantidad de tiempo que nos ha privado de disfrutar ser
más persona. Por eso resulta importante conocer nuestros miedos para generar
límites y buscar seguridad para sentirnos bien o mejor. Crecer da miedo,
incorporar cosas da miedo, la perdida aunque sea de lo nocivo da miedo. Lo que
nos asusta, en realidad dice más de nosotros, de lo que comprendemos.
En estos tiempos de no esconder
sentimientos o querer dejar de lado los fármacos, surgen otro tipo de
complicaciones: las terapias alternativas. Aumenta el intrusismo y las pseudo
terapias. Nos genera un nuevo recelo saber que terapia se adecua a nuestras
circunstancias: terapia ocupacional, teatro terapéutico, reiki, constelaciones
familiares, control mental, programación neurolingüística, acupuntura, flores
de Bach y homeopatía, focusing, biomagnetismo, hipnosis, feng shui, terapia
regresiva, yoga, mándalas, movimiento auténtico, cuadrinidad y otras tantas
terapias psicológicas o pseudos. Entonces pasamos a ser adictos a las terapias,
es decir hiperterapiados. Tal vez sea mejor ser natural y aceptar los vaivenes
de nuestra naturaleza, aun cuando tu círculo íntimo, admirador de tu voluntad, tranquilidad,
paciencia y naturalidad, no sepa o quiera saber que tienes los mismos miedos
que todos y te critiquen diciendo que
todo te resbala, o eres básico y nada te importa…
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