“La enfermedad es el lado nocturno de
la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble
ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque
preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve
obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro
lugar”.
Susan Sontag
Es una de las enfermedades
consideradas incomprendidas y misteriosas. Hasta hace poco, saber que se tenía
esta afección era como una sentencia de muerte que iba consumiendo el cuerpo y espíritu.
Sorprendentemente es también un inspirador con mayor proyección en la literatura
universal. La magia y el temor se citaban en su nombre y muchos autores decidían
incluirla en sus obras como una manera de atribuirle a la muerte un sentido
refinado, edificante o asignarle al amor su paralelismo como una vulnerabilidad
atrayente. La tuberculosis mitificó la enfermedad relacionándola con la sensibilidad,
la vena o rapto creativo y una vida despreocupada, tal la del bohemio.
La tuberculosis fue relacionada con la
carencia material, las privaciones y también como la ventana que descubre prácticas
vergonzantes como morfinomanía, alcoholismo, abuso del tabaco o enfermedades venéreas.
Se condenaban a la marginación social por el pavor del contagio y como manera
de oprobio por una vida disipada y egocéntrica que imponía el aislamiento y una
inactividad física y a su vez, obligaba al paciente a desarrollar una actividad
intelectual que desarrollara su creatividad. Muchos escritores llegaron a desarrollar
grandes obras a la sombra de la enfermedad, donde la muerte parecía la única alternativa
del enfermo de tuberculosis. Es persistente la mención del pañuelo blanco con esputos
de hilos de sangre, la palidez pronunciada, tos que debilita, languidez y oleadas
de rubor como expresiones contundentes.
La tuberculosis es una de las diez
principales causas de muerte en todo el mundo. En 2017 diez millones de
personas enfermaron y de ellas, un millón seiscientos mil murieron, donde una
parte considerable lo hizo por HIV, que sigue siendo la primera causa de muerte
tras la infección de tuberculosis. Se consideraba una enfermedad erradicada en
gran parte del mundo, pero aumentan los casos de nuevas cepas resistentes a los
medicamentos lo que hace que su tratamiento sea largo, complicado, caro y con continuos
efectos secundarios. Una persona con la forma activa puede llegar a contagiar
hasta diez o quince personas al año. La forma de contagio se propaga por el aire
al toser, escupir o estornudar. La tos persistente, pérdida de peso, sudoración
continua y fiebre son los síntomas de la alteración pulmonar. Pero también puede
afectar la espina dorsal, los huesos o los nódulos linfáticos en el caso del
padecimiento extrapulmonar.
En la literatura está presente desde
el Antiguo Testamento como plaga que azota al pueblo elegido. Albert Camus camufló
la ciudad de Omán para graficar una metáfora moral del espanto nazi a través de
“La peste”. Leopoldo Alas Clarín utilizó el carraspeo en el relato de “El dúo
de la tos”, donde un hombre y una mujer coinciden en un lúgubre hotel, donde
cada uno en su habitación comienzan a toser como una romántica manera de comunicarse.
Solo se cruzan la mirada al verse en el balcón al salir a fumar. A partir de
ese momento, se elaboran las diversas hipótesis sobre el otro a través de la tos.
El hombre muere al día siguiente, la mujer vive un poco más pero al llegar su momento,
se acuerda de la otra persona que tosía en la habitación cercana de ese hotel.
Se creía que era una enfermedad de los
lugares húmedos – es famosa la frase humedad en los pulmones- , por eso se
aconsejaba viajar a lugares altos y secos, como la montaña y el desierto. La literatura
del siglo XIX nos muestra tuberculosos que mueren sin miedo, sin descubrir los síntomas
y especialmente jóvenes, como los casos de Little Eva en “La cabaña del Tío Tom”,
Paul Dombey junior en “Dombey e hijo” de Charles Dickens, “La muerte de Iván
Llich”, de León Tolstoi, aunque en este caso se materializa la metáfora con la
angustia que genera en la sociedad el querer negar la existencia de la muerte.
También Pérez Galdós la utiliza como alegoría en “El doctor Centeno” donde el
personaje de Alejandro Miquis extiende un certificado de defunción a la cultura
del romanticismo. El simbolismo es una característica frecuente en el uso de la
tuberculosis en las letras.
Se solía confundir la enfermedad como
el mal de la pobreza y privaciones pero la mitología popular no llega a aceptar
que de tuberculosis han muerto ricos y pobres. Continuando con las metáforas, la
tuberculosis pulmonar era comparada con una enfermedad del alma, elegante en el
siglo XIX y forma superior de espiritualidad. Thomas Mann la definía como la
enfermedad de las pasiones y el aspecto etéreo, pálido casi fantasmal del enfermo
representaba la ausencia de lo mundano para Gustave Flaubert. Las hermanas Bronté
-Emily, Charlotte y Anne-, escritoras de la sociedad vitoriana, sufrieron un
caso propagado de tuberculosis, donde cada hermana fue infectada sucesivamente
en cuestión de siete meses acabando con el genio de estas hermanas británicas
precursoras del proceso del progreso más intenso literario.
Al tuberculoso lo consume el ardor es una
frase anterior al periodo romántico, donde la enfermedad no es más que el amor
transformado, el estrago de la frustración, las esperanzas marchitas o la dolencia
de la resignación. Pero a pesar de detallar el apasionamiento, el enfermo está débil
y sin vitalidad, como frágil, como que tanta fragilidad no permita disfrutar tranquilamente
del sufrimiento. Se ha utilizado tanto su imagen en la escritura, que se la
puede graficar como una muerte pura como angelical y al mismo tiempo como presa
de una sexualidad desenfrenada que castiga y transforma en belleza viva y
palpitante la liberación y triunfo del espíritu.
La tristeza tantas veces nos hace
interesantes porque necesitamos ser sensibles para transitar el quebranto que a
veces porta la belleza. La tuberculosis ha sido considerada mortal como necesidad
literaria. El mito comenzó a derrumbarse al encontrar un tratamiento adecuado,
a partir de la estreptomicina en el año 1944 y la isoniacida en 1952, y poco
antes, cuando en 1882 Robert Koch, médico y microbiólogo alemán, descubrió el
bacilo que causaba la infección. Se supuso controlada y hasta erradicada, pero
cada tanto regresa esta flecha mortífera que tiene cura pero que quedará
instalada por siempre en la mención del avezado lector, derivándola eternamente
hacia Thomas Mann o al genial Frank Kafka. Durante más de siglo y medio la
tuberculosis fue el reflejo de la pena, falta de energía, sensibilidad o
delicadeza y el imperioso deseo de transformar en belleza todo lo que hasta
entonces era pensamiento o imagen, para al menos contribuir con ese hilo de
sangre del esputo al triunfo eterno del espíritu…
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