“La emoción más antigua y más intensa de
la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el
miedo a lo desconocido”.
Howard Philips Lovecraft
Se le considera una emoción primaria que dispara
un mecanismo instintivo defensivo que induce en nuestros comportamientos. Ha
existido a lo largo del tiempo y podríamos graficarlo como una ruptura entre el
mundo real y el que todos idealizamos. Tiene un carácter intencional que es la
propia supervivencia. Lo sostiene un componente simbólico, como si se tratara
de un ritual que da respuestas a las exigencias o peligros que nos acompañan en
nuestro desarrollo. Todos tenemos miedos y su origen es el pensamiento, que
necesita certezas. Pero hoy el tema se remite al miedo que coacciona, dirige y
negocia con nuestras emociones y angustias, en post de un beneficio supuestamente
comunitario. Es el miedo lo que sostiene ciertas políticas y ciertos políticos viven
de nuestros miedos.
Y el temor se está apoderando de nuestro
mundo. Se usa como un fino instrumento de manipulación porque siempre habrá un
motivo: el temor a que te ataquen, a que te quiten lo tuyo, a perder la
libertad, al malo que acecha y quiere romper nuestro equilibrio. El temor tiene
tantos padres que somos hijos del adoctrinamiento que finalmente nos convierte
en pasivos y dóciles seguidores de los encantadores de serpiente que se esconden
en un concepto desgastado, como el de democracia. Lucran con el miedo de tal
manera que se han convertido en una elite supuestamente necesaria para proteger
nuestro bienestar. Bienestar que estamos perdiendo a manos de una clase que
vive una realidad que no es la nuestra, una clase política que tiene un gran
bienestar a costa nuestra.
Como el miedo es una emoción individual
pero contagiosa, es un referente social. Y el tan mentado poder intenta que
vivamos inmersos en esa emoción colectiva. El miedo genera pánico, tensión, alarma
y dicen que conciencia. Paraliza la disidencia a través de la ideología y echa
culpas al otro, al ajeno del que nos tenemos que proteger. Para informarnos
están los fabricantes del miedo que gracias a la tecnología nos “informan” a la
velocidad de la luz que nos anestesia, nos debilita de tal manera, que no
podemos pensar y entonces, repetimos lo que otros nos dicen. Y con el tiempo,
creemos que forma parte de nuestra ideología y línea de pensamiento.
En cualquier encuesta de un medio masivo o
de un partido político, se intenta averiguar el ranking de miedo que nos
atenaza. El inmigrante, el terrorismo, la falta de trabajo, la seguridad, el
imperialismo, nos obliga pensar que son elementos que atentan contra la
concreción de nuestros fines. La idea del imperialismo es una quimera, el que
nos gobierna aspira a ser un imperio desde el mismo momento en que llega al
poder. El discurso ideológico necesita para calar en la sociedad del caos, y si
no hay, lo debe generar. El judío, el moro, el negro, el vecino limítrofe y el
imperialismo son los recursos más a mano. Si hasta un gobierno nefasto en mi
país de origen atribuyó a un periódico el concepto de ese malo necesario para
dividir aguas. Con el paso de los años, lo cambió sin que sus acólitos se
dieran cuenta al presidente en ejercicio. Es como ver todo el tiempo a Luke
Skywlaker luchando contra su padre, Darth Vader. Esa imagen tan infantil que nos
ha brindado el cine de ciencia ficción ha sostenido a varios movimientos políticos
mundiales, que en realidad solo son tanta o más ficción que aquella película,
pero ficción con malos efectos especiales.
Si se repite cualquier encuesta de las más
reconocidas, los guarismos serán calcados: el 40% de los encuestados temen
perder sus empleos, un 35% ve con recelo la llegada de inmigrantes y más de un
70% no creerá que las cosas han de mejorar en el futuro cercano. Sentimos formar
parte de un engranaje en el cual en breve nos caeremos. Sufre el que no tiene
trabajo y sufre el que lo tiene. Del miedo se pasa al pavor y luego a la desesperanza,
para terminar invariablemente en la rabia social. Pero los fabricantes del
miedo pregonan que trabajan denodadamente por nuestra felicidad, bienestar, estabilidad
y dignidad como nación ejemplar. Y volvemos a creer, y volvemos a odiar y
volvemos a echar culpas hacia otro lado. Nos sentimos solos y la soledad es uno
de los peores temores, nos da pavor la posibilidad del aislamiento. Y ahí surgen
otros pésimos actores, la religión y el nacionalismo.
Los riesgos modernos se plantean como
globales. Entonces también le tememos al medio ambiente, a la contaminación de
la radiación y al calentamiento global. Y otra vez el poder nos dirá que es un fenómeno
donde todos somos responsables y además de asustarnos, vamos a reciclar para
contribuir al cuidado de nuestro medio ambiente mientras que los políticos, los
representantes del pueblo, no se ponen de acuerdo en dejar de contaminar y
devastar el planeta. La cadena de riesgo aumenta gracias al desarrollo científico
y tecnológico. De momento no tememos al uso desmedido que dan los niños al uso
de la tecnología, ya antes de ser rebeldes en su adolescencia los estamos
convirtiendo en sujetos pasivos. Se vislumbra el panorama más desolador aún
viendo las condiciones personales de los políticos, estos por una necesidad manifiesta
de mostrarse empáticos no pueden disimular lo patético que son. Pero los jóvenes
están pasando de ellos, están pasando de la política, están pasando de su
propio futuro.
Históricamente los procesos revolucionarios
han sido practicados para satisfacer el miedo de los hombres, pero con el paso
del tiempo, han generado terror en los disidentes, distracción o inocencia en
los acólitos y hasta una perversa indiferencia en los admirados de la ideología.
Es cuestión de ver pasar el tiempo, esos fervorosos fanáticos pagan con
complacencia las atrocidades que se puedan concebir en el nombre de la libertad.
Algunos cambiarán cuando con los pasos de los años se den cuenta del embuste.
Esos serán igual pocos, la mayoría seguirá aferrada al miedo obsecuente y no
han de cambiar, aunque a su líder le descubran las más obscenas inmoralidades.
El otro siempre es peor, aunque sea imaginario y será el cansino caballito de batallas
y así vamos, consumiendo cada vez más la moralidad de la especie.
El miedo genera una atracción por
militar en el adoctrinamiento. Cede su libertad de pensar, de razonar y de disentir
al decir de un falso líder. La idea de seguridad, riesgo y crisis la asociamos
con la escasez y entonces en esos momentos tenemos pánico y nos aferramos a aquel
que más barbaridades a incumplir diga, y esos llegan a presidentes, jefes de gobierno
o revolucionarios salvadores que se hará fuerte en legitimidad e intentarán ser
inmortales en base al miedo o amenazas externas. Estamos así desde los orígenes
mismos, considerábamos que los dioses eran benevolentes con nosotros siempre y
cuando cumpliéramos con las dosis de sacrificios necesarios. No deseamos desatar
la ira de un dios que dicen que es nuestra imagen y reconocemos que maneja una
ira divina irrefrenable y es nuestro buen pastor al mismo tiempo. Será cuestión
de darnos cuenta de que no necesitamos más falsos espejos y sí de una vez por
todas saber convivir con nuestros miedos, que van ligados al desconocimiento
eterno de nuestra existencia…
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