“Un hombre con una
convicción es un hombre difícil de cambiar. Dile que no estás de acuerdo y se
va. Muéstrale datos o cifras y cuestiona tus fuentes. Apela a la lógica y él no
ve tu punto de vista”.
Leon Festinger
Se intenta bajo todo concepto mantener
una consistencia interna. Los seres humanos tenemos la necesidad interior que
obliga asegurarnos de que nuestras creencias, conductas, referencias y
actitudes siempre serán coherentes. Dudar de esto es generar una crisis que
intentaremos evitar, no podemos alterar nuestra armonía. Tantas veces caemos en
el autoengaño antes de aceptar que nuestras creencias estaban equivocadas. En
psicología se trata de una teoría desarrollada el siglo pasado por el psicólogo
estadounidense Leon Festinger. Según su teoría, solemos aceptar una mentira
como si se tratara de una verdad rotunda antes que cambiar de actitud.
Lo que haga el ídolo o referente
siempre ha de estar bien, olvidándonos de que se trata de un ser humano. Como
un error reiterado, disociamos totalmente lo que pueda hacer una persona de lo
que representa como personaje. Se llega a un limite tal de la ceguera, que una
conducta reprobable del personaje produce una incapacidad tal para reaccionar
negativamente que solamente ante una evidencia abominable que genere un cisma
en la escala de valores podrá generar una confrontación del seguidor. Se
tratará hasta ultimo momento de sostener la creencia o fe en la celebridad,
ignorando todas las evidencias que le pongan delante de sus ojos. Cuesta
horrores ceder al enamoramiento o fanatismo.
No se trata de hablar simplemente de
Michael Jackson, Diego Maradona, Woody Allen, Roman Polansky o actor, político,
deportista o personalidad de turno que esté en el candelero. Vayamos a ejemplos
más personales: todos sabemos que fumar es perjudicial para la salud, se da el
caso, digamos obsceno, que en la propia cajetilla previenen de los riesgos con
ejemplos extremos, pero la gente continúa fumando. “De que sirve vivir tantos
años si no se puede disfrutar de la vida” suele ser la respuesta corporativa. La
disonancia consiste en reducir hasta el absurdo la información evidente que
golpea a la vista.
Ahora, si el personaje en cuestión no
es un referente, reprobaremos de inmediato y con un fervor similar al seguidor
fan, sobre aspectos morales que contradicen nuestra escala de valores. Son
llamativos los procesos de identificación o no con las personas. El amor
incondicional genera una devoción tal que, a pesar de distinguir malas formas o
conductas, nos aferramos al amor que le sostenemos por el acto de esa persona
que admiramos. Tiene vía libre para cualquier desarreglo, solo porque en una
faceta de su personalidad nos sentimos admirados o identificados. El gol de
Maradona a los ingleses en el mundial de 1986 es una especie de salvoconducto
para cualquier acto reprobatorio - ¡y lleva tantos! - que genere. Su manera de
empoderarse de un terreno de juego y de sus rivales es determinante a pesar de
su contradictoria fragilidad e inconsistencia en su faceta personal. Lo mismo
sucede hoy con los fanáticos de Michael Jackson.
Nos olvidamos de que detrás de un
personaje hay, simplemente, un ser humano. La idolatría consiste en ver
solamente las cosas buenas y defender con mil excusas o teorías las
irregularidades que vayan surgiendo en la trayectoria del divo. Hoy el problema
es evidente por la inmadurez e infantiles que denotan ser nuestras sociedades,
pero se trata de un problema cíclico de la humanidad. Antes se idolatraban a
guerreros, hombres valientes, revolucionarios. Hoy se fanatiza sobre
participantes en reallitys shows, deportistas, personalidades de la farándula,
artistas o políticos. Se aplaude todo lo que hagan o digan, somos una cohorte
de aduladores que contribuimos a que aumente su capacidad de error o capricho.
Somos cómplices, para decirlo de una manera contundente.
El superfanatismo es una obsesión. No
se trata los asuntos de los hombres, sino a imágenes -que aspiramos a ser-,
espejismos o iconos. Se los trata como super humanos y se necesita creer que no
pueden hacer nada malo. Este fenómeno se lo asocia también con las ideologías
que se convierten en una obcecación. Y ellos son listos, adorados como dioses
saben que, con un golpe de efecto conmovedor, sitúa a sus adalides tras la
causa. Hay un ejemplo contundente: encuentre un político acusado de corrupto y
encarcelado, es corriente que sobrevenga una enfermedad hasta ese momento
desconocida para que sus seguidores imploren indignados un trato humanitario. Y
que decir si sobreviene la muerte, no son hombres, pasan a ser ángeles.
Un ídolo muerto es leyenda o santidad.
No solo la iglesia canoniza a “seres humanos”, todos buscamos milagros que
resucite eternamente la memoria de los muertos. La idealización ante la muerte
es aún más profunda, si hasta parece necesario que el ídolo muera en la cresta
de la ola. Imagino cuanto duele al fanático ver la realidad de Maradona con sus
semanales obscenidades o contradicciones. Las dudas que despierta, por ejemplo,
la emisión del documental sobre acusaciones de abuso a menores de Michael
Jackson hace que la idealización del fanático sea mas visceral, porque
entienden en su devoción, de que el pobre mito no puede defenderse de la
calumnia. Entre dejar de admirarle o defender y justificar su conducta para
continuar siendo su fiel seguidor, siempre se impone el segundo caso. Es
paradójico ya que un abuso sexual suele generar la conexión entre la mayoría de
las personas, pero el nivel de credibilidad se distorsiona si se trata de un
icono, como si fuera imposible que nuestra referencia tuviera una faceta
obscena.
Las redes sociales viralizan con una
velocidad increíble la candidez humana. El problema es que detrás de la ingenuidad
se aloja la maldad y morbosidad de seres humanos, que intentan antes las
flaquezas evidentes por las que transitamos en cuestión de ideales, confrontar
las escalas de valores relacionados con la moral con la defensa cerrada de ese
supuesto ideal. Es duro confrontar con amigos que creen que ideologías que no
dejan de ser teorías se conviertan en verdades como puños. Por eso, algunos
observamos atónitos la permanente defensa del ídolo marginal o corrupto.
Esperamos en vano que se disipe esa nube absurda que nubla el raciocinio.
Mientras tanto, no nos queda otra que tragar saliva cada vez que se defiende a
alguien que en realidad no se conoce, con la absurda frase excusa que dice algo
así como “el/ella no sería capaz de hacer una cosa así” …
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