“El olvido está ahí no lo olvidemos”
Mario Benedetti
El paso del tiempo acomoda la
perspectiva de lo que verdaderamente importa. La innata tendencia de acumular
cosas durante nuestra trayectoria nos convierte en pequeños Diógenes sin importancia
ni graves consecuencias. Algunos coleccionamos cosas materiales y otros componen
sus recuerdos con una sucesión de pensamientos, vivencias, emociones, lecciones
que dejan huella y poso en nuestra personalidad e identidad. Somos lo que
coleccionamos, somos una huella neuronal que se debilita, solo un letargo de situaciones
podrá irrumpir a manera de recuerdo. Somos gran parte de nuestra memoria y somos
habitantes de un continuo olvido.
De hecho, esta entrada estaba predestinada
a divagar sobre todos aquellos bienes materiales que nos acompañan gran parte
de la vida, defendidos de forma empecinada de cualquier contenedor para tirar o
reciclar y que, en un momento puntual desaparecen de nuestras vidas sin que nos
demos cuenta. Estamos llenos de esos olvidos, de esas traiciones de aquel ser
cercano que nos tira parte de “nuestra vida”. Como cualquier mortal tengo material
de ese, detalles insignificantes que tomaron dimensión en mi vida, acompañándome
mas tiempo del lógico. Pero un día pasó algo importante, y me obligó a cruzar
de acera.
Me tuve que ir de mi país y el exceso
de equipaje se cobra a buen precio. Tuve la posibilidad a mis treinta y tres años
de iniciar el camino de mi cruz y solo lo podía transitar acompañado de dos
viejas maletas que sumaban cuarenta kilos. La decisión fue drástica pero mi
reacción contundente: ropa de invierno, calzado, fotos sueltas de diversos
momentos de mi vida, una agenda con teléfonos y la colección completa de los
libros de José Saramago. Un acto de desprendimiento definitivo.
Pero los recuerdos habitan en algún lugar
perdido de este cuerpo que de a poco me avisa que se avejenta. Los movimientos
que se ralentizan actúan de la misma manera que la reminiscencia que solo habrán
de permitir que aflore una mínima parte de las vivencias. Un cerebro sano se
caracteriza porque es capaz de recordar tanto como de olvidar. La memoria
inmediata se disipa, me deja de lado, convierte mi memoria en algo así como una
memoria líquida que me tiene a maltraer hasta que me acostumbre al nuevo estado.
El problema se magnifica a la hora de preparar las asignaturas para la
universidad, lo que se llama estudio lo debo realizar a partir de las cuarenta
y ocho horas anteriores. Antes de eso, no tiene sentido ya que no habré de
recordar nada a los pocos días. Ahora que la pierdo me interesa saber si la
memoria es efímera y se desvanece en el tiempo, o si, por el contrario, las nuevas
memorias se superponen sobre las antiguas, que siguen allí en el archivo
esperando la señal necesaria o el esfuerzo que la lleve a la superficie, a la
conciencia.
Si no recordamos las cosas es que nos
falla el mecanismo para recuperar nuestros archivos, por no decir tantas veces
recuerdos. El problema se acrecienta porque al transitar una determinada edad,
nos duele perder los recuerdos. Le tememos al olvido. Le tememos a la edad ya
que estudios médicos confirman que en nuestra juventud también es más lo que
olvidamos que lo que recordamos, pero no nos preocupa ni lo apreciamos. En cambio,
cuando se es adulto la necesidad del recuerdo es más presente. Y surgen
aquellos comentarios tales: “pero si lo sabía, ¿porqué no me acuerdo?”, lo que
nos lleva a pensar que la memoria está disponible, pero parece que no
accesible. Lo que nos obliga a aceptar que la curva del olvido habita ya en nosotros,
recordamos menos la información.
Pero me acabo de acordar que iba a
escribir sobre lo material. Tenemos el habito de juntar objetos inútiles creyendo
que en algún momento han de ser indispensables. Guardamos ropa, muebles,
utensilios, cartas, videos, monedas, libros, barajas, dientes de leche, juguetes
y otras cosas que se añejan en el hogar y que no se usarán por los tiempos de
los tiempos. Lo mismo sucede en nuestro interior, no podemos cerrar ciclos y acumulamos
tristezas, broncas, miedos, alegrías, esperanzas o resentimientos. En ambos
casos, parece que siempre le tememos al futuro, queremos llegar a él lo más armados
posibles, con un bagaje completo, tal vez innecesario. Tal vez el futuro no sea
algo más que un concepto imaginario al que te puedas adaptar sin más problemas.
La puesta contra la pared que a veces te depara el destino te permite dejar de
lado los recuerdos, tanto materiales como los vivenciales. Un día te vas a
vivir a otro país, por ejemplo, y debes comenzar tu recorrido de nuevo. Te adaptas
y sigues adelante.
Me he acostumbrado a escribir cuatro
carrillas de Word y a la semana – o a los pocos días - cuando me preguntan
sobre que escribí, tener que reconocer que no me acuerdo. Me quita relevancia,
ya que en el momento en que encaro el teclado, en verdad siento la trascendencia
de mis pensamientos acompañando el tipeo. Pero el talento es efímero, por suerte
la bitácora te permite recuperar ese pensamiento que en su momento te pareció
notable, eterno y fundamental. No nos sostenemos sobre piedras filosofales. Donde
habita el olvido nació de la prosa de Gustavo Adolfo Bécquer, un siglo después
lo homenajeó Luis Cernuda, cerrando el circulo otro poeta andaluz, don Joaquín
Sabina. La metáfora en cuestión refleja sobre el destino de las personas,
adonde vamos, de donde venimos, la nada a pesar de acumular parece ser nuestro
destino.
La memoria naufraga en los
calendarios, la actualidad nos recuerda que no hay tiempo para la memoria. Se
vive en presente, nos dicen, pero se construye siempre sobre el pasado, con el
desesperado afán de mejorarlo. Cernuda en el exilio clamaba que la morada del olvido
siempre ha de ser la actualidad. Un arrebato de memoria me obligó a escribir
sobre las cosas que son importantes y al tiempo no nos acordamos o lo
catalogamos de baratija. Somos nuestros recuerdos y ahora recuerdo que tengo
una amiga y una tía que sufren enfermedades que atacan la memoria, desprotegiéndolas.
Todos tenemos una historia y necesitamos rescatarla. Tal vez esta bitácora sea
finalmente mi memoria, la tierna manera de dialogar solo, cara a cara conmigo
mismo con el único y sublime afán de acumular letras que tal vez no sirvan para
coleccionar pero atenúe el silencio que deja el irremediable paso de nuestros tiempos…
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