“Desde muy pequeña sintió uno de esos amores que tienen a la
vez la pureza de una religión y la violencia de una necesidad”.
Gustave Flaubert – La educación
sentimental.
El mundo no parece perfecto y debemos
convivir con tamaño desacierto. No queda otra que aceptarlo y vivirlo lo más
cercano a un buen acabado posible. El barro de la existencia se nutre de lo
imperfecto, a veces cuadra, tantas otras no. Vivimos sobre la tierra añorando
un paraíso de fantasía, tal vez el consuelo de tontos de que desde el origen no
se puede comenzar de nuevo. Debo anunciar que además de lo existencial,
escribiré hoy sobre cine, por lo que el spoiler será inminente. Un motivo más
para no leerme.
Hay historias de amor donde los
amantes se tienen y tantas otras semblanzas donde los enamorados no se tienen.
En esta película se tienen y no se tienen simultáneamente. A veces el amor
sobrevive a tantos vaivenes e infortunios. El amor es materia obligada en las
artes, nos enamoramos del amor en la literatura y en el cine. Soñamos con ese
obstinado amor perfecto. No se puede evitar, el amor es un género literario.
Pero su final también lo es. Y a veces el final equivale a una agobiante
interrupción como parece ser el caso en la candidata al Oscar a película
extranjera de la polaca Cold War. El amor parece imposible,
pero mientras trascurre es la sensación mas gloriosa que nos gobierna.
El cierre de la película parece
súbito, desconcertando al espectador. Tal vez sea lo mejor, porque cuando se
descubre finalmente el final no dicho, sobreviene un suspiro de resignación
porque si bien es un cierre hermoso, se refuerza el desencanto obligando a
reflexionar sobre la desesperanza. El amor real entre Wiktor y Zula, los
protagonistas, es intimo y doloroso. Mirando a los costados de la historia de
amor se divisa un territorio desbastado que se intenta reconstruir. Ese
territorio es Europa. La historia de amor se instala desde 1949 hasta inicios
de los sesenta, de ahí que la pasión esté gobernada por la guerra fría. La
película puede ser el reflejo de un destrozo, el del continente, el de sus
habitantes, como una radiografía que no permite discernir si fue una época de
esperanza o un largo despertar de un destrozo.
La ambigüedad esta presente en todo
momento. Maleable parece ser la historia de nuestra civilización. Manipulable
es nuestra condición, aunque los millenialls desencantados y aniñados de este
siglo crean que se nos manipulan hace bien poco. La presión del estado es
terrible. La Polonia tantas veces sometida ahora conoce tras el fin de la
segunda guerra mundial otras formas de sometimiento, una nueva manera de
sobrevivir. El dominio de Stalin fue subjetivo, un comunismo que regaba poesía
libertaria en los lugares donde el comunismo no ejercía, mientras que en los
países sometidos más que poesía lo que se desarrollaba era la maquinaria
propagandística de vivir en una liberación que más que liberar, obligaba a
denunciar para poder respirar un poco, apenas un poco más. Se proporcionaba
información para sobrevivir. Zula es hija de un entorno difícil desde la propia
familia, sin recursos y sin dinero y con una temporada en prisión por
recordarle a su padre que era su hija y no su esposa -las verdades sin decirse parecen
más literarias-. Zula no sabe vivir de otra forma, necesita de las raíces que
le oprimen.
Cuando se es tan tradicional, como
Zula y el stalinismo, su complemento ideal parece ser ese Wiktor que representa
el acercamiento racional a este mundo. La historia de amor entre estos dos
personajes podría ser como la confirmación de lo que fue esa época, la tensa
pugna de dos bloques que no eran capaces de imponerse, de ganar la batalla.
Lamentablemente en el terreno sentimental, también se refleja la guerra fría. La
perspectiva de filmar en blanco y negro ayuda a oscurecer esa etapa del siglo
pasado, donde las miradas y los gestos casi imperceptibles tal vez rebatían en
silencio lo que se magnificaba en los dos bloques. En definitiva, pareció que
se transitaba un mundo de pasión y tristeza. De ahí que la desolación, la
sucesión de imágenes fuertes que son universales, la excelencia de su
fotografía y la presencia redentora de la música suavizan el drama de vivir
tras el telón de acero.
Wiktor quiere escapar y ser libre para
amar. Zula lo ama, se lo dice, pero no puede cumplir lo pactado. Ahí comienza
la separación, aunque no sea por completo. Eso tal vez representa la opresión
que el régimen soviético instaló en los países adjudicados en la repartija
europea. Durante medio siglo se distancian sentimientos, familias, libertades
solo sobreviviendo la resignación de lo que puede truncar una guerra. El amor y
la muerte se funden en momentos simultáneos, por eso tal vez no fue necesario
ofrecer más detalles en esa última escena.
El final nos dice que la vida no vale
nada si los amantes no pueden estar juntos. A lo largo del tiempo, el
desencuentro se aplaca mínimamente en cada encuentro en diferentes países,
dejando rápido paso a los sentimientos que regulan una pasión o el desgarro,
como son los celos, broncas, reproches o el enloquecimiento. A pesar de los
desencuentros, cada uno transita entre amantes o parejas a la espera de otro
doloroso encuentro. Aunque parezca mentira, Pawel Pawlikowski, el director,
plantea el tema de la libertad, pero como nos sucede todo el tiempo, los
condicionamientos no permiten ejercerla plenamente. Volvemos al inicio, a lo
que referimos sobre la contradicción. Podemos acceder a las cosas, huir y
desaparecer. Pero eso excede nuestro albedrío, lo que me queda del film es
comprender lo que los románticos del comunismo aún no pueden reconocer, que su
sistema destierra esos sentimientos en las personas. Y lo hacen en beneficio de
su pueblo, dicen…
No hay comentarios:
Publicar un comentario