“Esta imagen de un hombre aislado, dedicado a su propia música, que
encuentra su momento de esplendor creativo en la soledad, es esencial a toda la
obra y la vida de Ribeyro”.
Alonso Cueto, escritor peruano.
Fumaba sin parar, bebía constantemente café, pasaba horas sentado frente
a una vieja máquina de escribir y era asiduo consumidor de alcohol, que tal vez
marcó su muerte. Hacía un culto de lo minúsculo o del carácter doméstico de la
vida. Pero lo hacia de manera sublime, de manera que lo relativo a los miedos, ansiedades,
insignificancia o los dolores de la enfermedad lo detallaba con una prosa
infrecuente. En cualquier listado para mencionar a los autores del boom tal vez
no aparezca, pero debemos dar por supuesto que Julio Ramón Ribeyro fue una de
las grandes plumas del siglo pasado.
Durante este año que comienza, la editorial Seix Barral recordará a este
brillante cuentista peruano a través de una reedición de su prolifera obra. La
excusa es el noventa aniversario de su nacimiento, que hubiera sido el próximo
31 de agosto. El homenaje viene a situar al escritor peruano en el pedestal
donde siempre debió estar, pero por misteriosas razones, lo encontró siempre
cercano a los grandes referentes del boom latinoamericano. Él mismo resumía su
impronta: “Escritor discreto, tímido,
laborioso, honesto, ejemplar, marginal, intimista, pulcro, lúcido: he allí
algunos calificativos que me ha dado la crítica. Nadie me ha llamado nunca gran
escritor. Porque seguramente no soy un gran escritor”. Pero su obra no
miente, fue un enorme escritor porque la humanidad continua veinticinco años
después de su muerte, en su derrotero de clase media y baja diluidos en la
lacerante polarización, tal los personajes variados de la literatura de Ribeyro,
especialista notable en contar lo minúsculo.
Cada cierto tiempo es redescubierto por las nuevas generaciones de
lectores. Atrae esa capa de timidez que le permitía expresarse mejor por
escrito lo que le permitió desarrollar una literatura intimista a través de
memorias, diarios, correspondencias o autobiografías. No le complacía ser
reconocido en espacios públicos, necesitaba imperiosamente pasar desapercibido
y mantenerse al margen de todo ruido. Era un hombre que prefería estar solo,
con tendencia al aislamiento. Su carácter retraído y bastante inseguro le
dieron una libertad necesaria para desarrollar una vocación literaria. En su prolífera
colección solo se distinguen tres novelas; el resto, lo que le llevó a la
inmortalidad son reflejos escritos cercanos a la experiencia cotidiana, con una
voz baja que nos susurra o murmura, donde era capaz de resumir con perfección
fragmentos de la vida observada en la calle o lo frágil de sus propios sentimientos,
expresados con la franqueza de una voz que se reconocía personal.
Se movió a la sombra de verdaderos monstruos de la literatura, quienes
sin embargo, no dudaban en demostrar su admiración por Ribeyro. Julio Ramón
Ribeyro fue otro monstruo literario que la historia reservó un sitio a pesar
del lugar secundario que él necesitaba ocupar. La metáfora que tal vez lo
defina, es la de un hombre que tenía la sensación de callarse pero comunicaba
mensajes intimistas. Radiografiaba como ninguno las distintas sociedades donde
habitaba, especializándose en la pobreza y la injusticia de la vida cotidiana de
esos “mudos” ciudadanos alejados del festín de la vida, la mayoría predominante.
Las apasionantes e insignificantes vidas humanas.
“Solo para fumadores” fue el retrato en primera persona que me acercó al
escritor peruano. El relato autoficcional de su devenir personal con la obsesión
por el tabaco y su importancia en su inspiración para escribir define la
identidad social del fumador. “A partir de cierto momento mi historia (personal,
de vida) se confunde con la historia de mis cigarrillos”, lo que viene a
explicar la importancia del tabaco y el dominio que ejerce sobre sus actos y costumbres.
Sitúa a su oficio de escritor como “un acto complementario al placer de fumar”.
“En un escritor tal vez haya infinidad de escritores. En una personalidad hay
varias personalidades, que se manifiestan alternativamente y nunca en una perfecta
unidad” es tal vez una enorme definición de aquel que escribe sobre una cosa
pero en realidad se autodefine. Es en “Solo para fumadores” donde descubrí que
de la mano de un cilindro humeante alguien me puede desgranar su infancia,
adolescencia y adultez como una pulsión de sus fijaciones de una manera tan
sutil que algunos terminaron creyendo que era ficción y no pura biografía. Eso
es lo que siento al poner un punto final en mis escritos.
En todos los ordenes se busca la ambición épica. Por eso recordamos al
boom latinoamericana con la cara de Gabriel García Márquez y en menor medida
Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Julio Cortázar. Pero también fueron el
boom Jorge Donoso, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera
Infante, Mario Benedetti, Alfredo Bryce Echenique, José Lezama Lima, Augusto
Monterroso, Augusto Roa Bastos, Juan Rulfo, Manuel Puig o el hoy homenajeado
Julio Ramón Ribeyro, entre otros de una larga lista. Tal vez Ribeyro fue mal interpretado
en ese fenómeno literario promediando el último cuarto del siglo pasado. Obras
experimentales que desafiaron los convencionalismos establecidos en la
literatura latinoamericana que marcó influencia en las siguientes generaciones.
Ribeyro fue mágico de otra manera, donde los fracasos generales del ser social
no resultan reconfortantes ni dan lugar a la inocencia. El mejor tributo a una
sequedad expresiva que clavaba el doloroso
y resignado rol de esos personajes que conformamos las tímidas sociedades
pero que en realidad, somos los que nos desnudamos sin temor y sin coartadas,
para ser sucedáneos no valorados en la creación literaria…
PD: No me quiero olvidar de “La tentación del fracaso”, la contabilidad
de lo minúsculo escrito mientras fracasaba…
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