“En las
acciones de los hombres, y particularmente de los príncipes, donde no hay
apelación posible, se atiende a los resultados. Trate, pues, un príncipe de
vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados
por todos; porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y por el éxito;
y en el mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no cuentan sino cuando las
mayorías no tienen donde apoyarse”.
Extracto de “El
Príncipe” de Nicolás Maquiavelo
Tal vez en sus escritos pueda ser
hallada la referencia que se ha hecho eterna. Se la atribuyen a Maquiavelo,
pero no hay constancia ni registro. También se ha filosofado en abundancia a
través de los contenidos políticos de Rousseau. La acción moral del ser humano
será un concepto de debate eterno, sin solución, como nuestra propia esencia.
La infinitud del proverbio “el fin justifica los medios” necesita permanente
revisionismo porque, en definitiva, de lo que trata es de la conflictuada
naturaleza humana.
Y lo atribuimos a Maquiavelo tal vez
porque el polifacético italiano fue el máximo exponente de la concepción ética
que postula una maldad congénita de nuestra naturaleza. Consideraba que, a
pesar de ser seres sociales, no equivale a que se sea al mismo tiempo seres
pacíficos, ordenados, cívicos y civiles. El Estado o un Príncipe será la figura
esencial para instaurar y administrar un orden para no vivir en una disputa
constante, naturaleza tan dada en el ser humano. Como somos egoístas,
ambiciosos o individualistas por tendencia, obliga a desarrollar una política
que desarrolle el bien común. El hombre tiene la fascinante tendencia de querer
imponer sus principios o intenciones, y la violencia se presenta donde no se
pueda conservar ningún tipo de poder. Hablamos del estado como límite, pero el
estado somos nosotros. A veces nos enfrentamos a un estado violento, despótico
habituado a medios no justos. Olvidamos que el Estado no razona, es el hombre.
“Triunfad siempre, no importa cómo, y
siempre tendréis razón”, la razón misma parece estar en función de una
victoria, así declaraba Napoleón Bonaparte. Éste siempre entendió que el
triunfo provenía de la riqueza y dominación, concentrando el poder en una sola
mano, la suya. “Poco me importa: el éxito justifica”, reflejaba Maquiavelo el
dicho de Napoleón en su capítulo III de su novela emblemática. De esos dichos
se recoge la falsa autoría hacia Maquiavelo de la frase “El fin justifica los
medios”. Y se lo vinculaba a los actos de la política. Con el tiempo, ni fue
frase de Nicolás ni de uso exclusivo a la actividad política. Se ha hecho mal
uso de esa frase de parte del esfuerzo de todos.
En política parece que no hay
decisiones fáciles, ni se puede contentar a todos. El poder en la política
parece que se retroalimenta a través del ritual del sacrificio y la necesidad de
negociar hasta el extremo de trasgredir valores amparado en la defensa de un supuesto
bienestar común, que suele limitarse mayoritariamente en un bien mayor en los
intereses de los poderosos de turno. Tantas veces resulta incompatible con una
visión ética de la realidad. Pero la ética es un problema individual en
nuestras vidas donde exponemos claramente lo que somos, con el consabido y
remanido discurso de lo que deberíamos hacer y lo que en realidad hacemos para
justificar nuestros actos de vida. Depende del fin o meta, los métodos que
utilizamos, aunque sea inmoral, ilegal, poco transparente o desagradables serán
justificados para acomodar nuestras conciencias.
El fin justifica los medios se ha
convertido en un eslogan habitual para moldear las apariencias. Se emplea para
evadir las responsabilidades éticas y dejar en segundo plano la moral
justificando cualquier medio engañoso empleado para obtener algún tipo de
beneficio o resultado. Los medios deben ser aceptados porque todos aducimos
perseguir un fin noble o tenemos una clara y justificada excusa para hacerlo.
Ninguna acción humana se puede analizar separadamente de un fin ni del uso de
las pasiones. Cuando el hombre persigue un ideal o construye su ideología,
tarde o temprano aflorará la ambición de alcanzar metas y es ahí donde la
realidad indica que el hombre por su naturaleza desea de todo, pero no lo puede
conseguir fácilmente. Esto nos lleva a suponer algo que nos cuesta aceptar, en
determinadas circunstancias el mismo hombre no es ni bueno ni malo, sino es
fruto de sus circunstancias. Para regular las ambiciones individuales nos
centramos en el Estado, que puede ser una combinación discutida de prudencia y
armas. Mientras Maquiavelo sostiene la maldad del hombre, otros pensadores como
en el caso de Rousseau, exhibe la certeza de las ambigüedades, incongruencias y
contradicciones que nos habitan y definen.
El fin justifica los medios se ha
convertido en un concepto amoral según la concepción adquirida en la mente
popular. Somos especialistas anti maquiavelistas cuando se reflexiona acerca del
funcionamiento moral de los otros y de “nuestros” gobernantes. En la intimidad
somos proclives a aceptar cualquier medio inconveniente cuando mayor sea el
valor que asignemos al fin que esperamos lograr con su empleo. La tendencia
muestra una obcecada justificación de los medios más perversos. Por eso nos
hemos acostumbrado a defender a todo aquel que ejercita ilimitadamente el poder
amparándose en un supuesto bien común y con la siempre vigente advertencia de
Nicolás Maquiavelo, que recuerda que si el poder se ejercita ilimitadamente es
preciso asegurarse de no perderlo jamás o de huir a tiempo. Y esa desbandada se
nos ha hecho habitual como el ver a sus obsecuentes defensores sin fines y sin
medios…
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