Aquellos
cuya conducta se presta más al escarnio, son siempre los primeros en hablar de
los demás.
Jean Baptiste Poquelín - Molière
En la Edad Media era un mecanismo de
control social. La articulación que impedía a las personas actuar fuera de unas
normas establecidas y aquel que bebía de esta medicina no solo comprendía en
carne propia lo que representaba haber ofendido al experimentar la humillación de
ver rebajada su condición de persona y si fuera poco hasta ahora, ultrajado en
su dignidad. Jugando con las palabras, una tormenta que atormenta. Y nos gusta
a casi todos, parece un acto de justicia. Pero un acto de la interpretación personal
de justicia, lo que nos hace sentirnos con el derecho de linchar, de ajusticiar
al que se ha equivocado, aunque haya sido su única vez, un desliz en su proceder.
De eso se trata el escarnio público, y en las redes sociales se practica a
diario.
Porque desconfiamos del concepto
justicia, lo aplicamos de manera personal. Somos habitantes de la doble moral,
aquella que, por un lado, nos permite justificar o atenuar nuestros errores o
debilidades pero que se muestra inflexible ante el error ajeno. Al prójimo le
solemos exigir todo aquello que nosotros no estamos a la altura de ejecutar. El
escarnio publico tuvo su origen en el gótico germánico skerjan que significa
burlarse, o del latín excarmin que representaba un tormento o acción de
arrancar la carne. La terminación io alude que se trata de una acción y su efecto.
El escarnio lastima de modo intencional con el fin de aleccionar, para que
sirva de ejemplo a modo de escarmiento. Basándonos en la interpretación que más
nos agrade, no deja de ser una forma de maltrato, es decir maltratar al
maltratador.
Las redes sociales se consolidaron bajo
una promesa de que se instalaban para conectar al mundo, al permitir una comunicación
casi instantánea en cualquier rincón de nuestro planeta. Parecía el movimiento
acorde para una internet o red de redes que allanaría finalmente el camino a
las buenas intenciones de democratizar la información y su convivencia. El
designio hablaba de que sucedería en un espacio virtual todo aquello en lo que habíamos
fracasado en la vida real. Los orígenes lo pintaban perfecto, pero como todo
concepto integrador y posible, se desvanece o desvirtúa con la mano del mismo
hombre (generalmente cuando la palabra hombre se utiliza para denostar los
alcances nocivos de la civilización no se denuncia el termino como no inclusivo,
¿no?). Internet cada vez goza de más usuarios en el mundo y a enero de este año
se calculan en cuatro mil trescientos ochenta y ocho millones de consumidores,
superando por poco la mitad de la población total en la tierra.
Pero últimamente la red se muestra
como una trinchera donde abundan las noticias falsas, las conductas delictivas,
la explotación comercial, la autocensura, la desinformación a través de la cantidad,
las persecuciones telemáticas y, sobre todo, el poder como concepto aterrador
de sometimiento. Recuerda a la vieja historia de los colonos buscando la famosa
tierra prometida, la ansiada búsqueda de un páramo donde esta vez sí, poder
echar raíces y ser felices. Siempre me pregunto porque me especializo en criticar,
y no tengo fácil respuesta. Tal vez sea ese pesimista negativo que existe para
aguar toda fiesta. Tal vez esos optimistas por naturaleza que solo marcan lo
bueno de algo sean excelentes testaferros -sin quererlo, claro está- de los
oportunistas. En todo caso, creo que la inocencia nos iguala, pero al menos trato
de contar, en pinceladas eso sí, las bondades de internet. La mejor prueba es
que uso el medio para comunicarme libremente.
Pero las redes sociales hasta ahora también
han logrado la pérfida influencia en la transformación cultural del mundo. De un
tiempo a esta parte es evidente la furia toxica sobre el debate social que ha
acelerado la ruina del uso de las ideas y cuestionado el concepto de
instituciones. No es que esté mal, tal vez en un futuro presenciemos la
purificación de este híbrido. De momento enternece leer a algunos tuiteros que
se arrogan el derecho de ser la verdadera voz que reemplaza el silencio o manipulación
de los grupos poderosos mediáticos. Es gracioso porque es verdad que la verdad
-como estoy hoy con el uso de palabras- compite y no se arroga dueño, pero no
es verdad que la verdad no se manipule. A la larga, el secuestrado comparte ración
con el secuestrador.
Es normal presenciar linchamientos digitales.
Todos tenemos un tío o una tía que en Facebook saca filo diario a su cimitarra.
La discusión sobre si al poder interactuar con los medios tradicionales de información
nos hace posible democratizar la información nos lleva a comprobar que
significa cuando se dice que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos.
Estamos cansados o frustrados y tenemos inquina y por eso linchamos a banqueros,
políticos, futbolistas, cantantes, escritores, blogueros o estúpidos sin más
tarjeta de presentación. Por que no se trata solo de ajusticiar al personaje público,
consideramos demócrata masacrar al personaje común, al que no conocemos de nada
y tuvo la desgracia de que su limitada opinión se cruzara con nuestro muro. No
se trata de realidad virtual, ya es tiempo de reconocer que las gigas que
anidan en el ciberespacio gozan de la naturaleza intangible de nuestra huella
imperfecta y tantas veces maliciosa.
En el anonimato podemos encontrar el espacio
que en el espacio real no tenemos o no nos animamos tener. Algunos pelmazos
escribimos caracteres hasta llenar cuatro carillas de Word que se añejaran a la
triste espera de ser descubiertas. Pero otros tienen el don de usar el anonimato
y cierta invisibilidad para sumarse a cualquier tipo de disparate, como puede
ser ver que están machacando a alguien para sumarse a la fila y demostrar todo
su odio. Es como buscar la aprobación de la mayoría. Con una mano en el pecho y
la otra en la tecla espaciadora, puedo decir que la red de redes me ha hecho
mejor persona, más analítica y tal vez, la constatación de ser un ser aburrido.
Pero tengo la certeza de que la red te puede hacer mejor persona, pero también horrenda.
Las razias duran lo que un suspiro, tantas veces un hashtag o etiqueta permanezcan
como mucho unos días, pero durante ese rato el vapuleo será tenaz, insensible y
perverso. La victima de turno deberá aguardar desesperada que la manada mute
hacia otro contenido, vamos es como decir que esperan con ansias que sea otro el
que se mande pronto una cagada digital.
No parecemos dispuestos a tolerar un
desliz. Y peor es presenciar el sentido o político arrepentimiento. No se
ofrece más la otra mejilla, no toleramos supuestamente el mal, de ahí que se
crea que se está haciendo el bien, poniendo a cada uno en su sitio a través de
la gloriosa humillación pública. Sostenemos el legado arcaico de deshumanizar y
justificar. No somos capaces de reconocer que nos estamos sobrepasando. Y ya
tenemos internautas que temen utilizar el medio masivo por temor a que se
genere una respuesta en contra ante una manifestación desacertada o chiste de
mal gusto. Afinamos el concepto de privacidad para que nuestras fotos, mensajes
o videos no caigan en mano de la masa anónima o simplemente se deja de escribir
o se borra de aquella aplicación masiva. Como no conocemos la manera de convivir
con nuestros aciertos o errores, creemos hacer como aquel que se quema con
fuego y llora, intentando lo mismo apagando el ordenador o no usando el teléfono.
Pero debemos madurar y comprender, que a pesar de las lesiones que genere una
quemadura, no nos queda otro remedio que seguir apostando por el uso del fuego…
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