“Ahora si no te vendes piensan que no le interesas a nadie”.
De la película “Popstar”, del año 2016.
Jamás pedir permiso para poder cubrir ciertas carencias. Esconderse
donde nadie suela mirar. Era ese espíritu de disidencia que se blindaba de una
atmosfera con secreto de pocos para poder germinar y enfrentar al sistema, como
una especie de contrahegemonía. La forma casi clandestina por ofrecer a pocos
esa brisa nueva, aún no contaminada. La manera contracultural de resistencia
contaba con el rechazo o el desinterés de las instituciones. Era la manera
utópica de no claudicar en los comienzos. Aquella manera de sobrevivir como
símbolo de fuerza por no sucumbir a la inercia del consumo y lo que rodea al
comercio. Esta idea de movimiento insurreccionario fue conocido como
“underground”, concepto que se aplica a una contra parte cultural y se utilizó
por vez primera, allá por 1953.
Los underground se manifestaban abiertamente aunque solían ampararse en
las sombras para oponerse a las tiranías y las normas que rigen la moral social
y sus tradiciones. El desarrollo de forma paralela de nuevas formas culturales
obligaba a cohabitar bajo tierra para expresar lo que uno tenía, bajo la forma
de escritura, música, poesía, pintura, teatro o dibujo. Para definirlo como
concepto más cercano, se redujo el concepto a la palabra under.
Contraculturalmente, pasó a ser denominado under a toda manifestación artística
no masiva o cultural. El problema se genera a partir de esa difusión boca a
boca que tarde o temprano le enfrenta a lo masivo, alcanzando cotas de
popularidad que de tan silenciosa terminan siendo un producto intensivo
explotado por los medios de comunicación de las masas.
De los recuerdos under, el más significativo remite a las redadas.
Porque el under era una resistencia a la opresión y la asfixia. De ahí que, en
época de dictaduras o represión, la cultura underground ofrezca desde sus
sótanos la puerta que permita respirar a las manifestaciones o momentos donde
el artista se pueda revelar de forma autentica, sin condicionamientos. Ese
origen le otorgaba un poderoso simbolismo y significado y era una
contrarréplica a la indiferencia a lo instituido y sus corderos. Lo under no
era masivo y se apoyaba en pequeños grupos o células para experimentar un gusto
propio, lejano a los que las masas consumen.
Pero el under no era improvisado o sonaba amateur. El éxito era la
fidelidad, la silenciosa constancia que premiaba la creación, la hermandad que
fogoneaba esa actividad independiente, protegiéndolo de la contaminación o
salvaguardándolo de un discurso comercial. El conflicto de este siglo XXI es
que toda expresión cultural espontanea es inmediatamente expuesta, interpretada
y, sobre todo, monetizada. El sótano hoy día debería ser aquel espacio al que
no llegue internet -y si llega que no despierte masividad- ni pueda ser
trasmitido a través de datos. Utilizamos el concepto underground para
vincularlo con publicidad o marca, cuando deberían ser antagónicos los
principios. Internet nació como algo underground, para combatir la pobreza de
la comercialización, propugnando que todo se comparta libremente. Es difícil
sostener la contracultura en este mundo actual, al no disponer de tanta
generosidad o trueque, debemos sospechar que no puede habitar hoy dicha
contracultura.
La idea de que ser under significaba ser portador de un virus es parte
de la concepción de un pasado con represión, sin libertad. El peligro de
esparcir un resignificado de la realidad siempre fue motivo de temor para el
censor o el autoritario porque la manifestación under propugnaba por una versión
diferente del mundo. Hoy en cambio, existe un sutil matiz para definir quién es
under, se puede generalizar erróneamente a aquel que quedo a las puertas del
mainstream -corriente o tendencia mayoritaria-, es decir aquel artista que no
terminó de pegar suerte. La sensación en aumento parece transmitir que ser hoy
under es no poder alcanzar el éxito. El anglicismo ha ido mutando su
significado en menos de un siglo, convirtiéndose en un concepto móvil.
Por otro lado, hoy no se desarrolla la cultura subterránea en la
clandestinidad de un sótano. Se aprovecha la funcionalidad de las aplicaciones
gratuitas que permite la web para desarrollar de forma cotidiana la representación
artística. Sin tener la intención de ser un mero producto de marketing, la
mejor definición que se puede ajustar al confundido underground de hoy podría
ser fiel a tus principios, aunque llenes salas. El arte se entiende mucho más
allá de números, la ética, moral, conciencia de clase y la política forman
parte importante de una contracultura.
Las etiquetas siempre son lo que son, es una de las tantas maneras
disponibles de denominar. Aquel movimiento “clandestino” que fue rotulado como
underground en Gran Bretaña como alegoría que lo equiparaba al metro de Londres
durante la tenaz resistencia antinazi de la Segunda Guerra mundial. La cultura
alternativa surge y se desarrolla hasta convertirse en universal. Y hoy global
se vincula a lo masivo, por lo que tal vez se deba replantear la etiqueta.
Porque se seguirá transmitiendo algo entre las esferas sociales y es de esperar
que la cultura y su contracultura progresen como elementos de cambios sociales
y la sociedad se refleje en ellos y ya no parezcan antagónicos. Aunque lo primero
que se busque sea la comercialización del acto creativo, aspiremos a que la generación
que se etiquetó como millenials y se presenta fragmentada, logren que en un
tiempo relativamente corto las diversas células que habitan nuestras sociedades
se comuniquen entre sí, pese a que no parezca lo normal que la resistencia subterránea
sea reemplazada por una cultura de ático y motivada por un contrapúblico de agentes
productores de contenidos en forma de meme, gifs o alguna suscripción de YouTube…
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