“El 90% de los jugadores actuales no sabe jugar
al fútbol entendiendo por tal un juego colectivo”.
Cesar Luis Menotti.
La sensación permanente de que en
tantos aspectos se ha perdido la raíz parece afectarme. Aferrado a las férreas bases
de mi educación, intento navegar por estos mares de modernidad sin desentonar o
desafinar de manera muy cantada. Una manera de no cantar es la de sostener que
el futuro y sus avatares no me asusta, aunque me condiciona. Tal vez porque me
alarma esa tendencia tan generalizada, en todos los órdenes, de que ganar a
toda costa y, de cualquier forma, sea el razonamiento inmediato. Y esa voz absurda
que dijo hace unas décadas que solo pueden hablar los que ganan, haya
triunfado. Y se hayan propagado por sobre los persistentes perdedores, que
solemos ser casi todos.
El deporte conlleva valores
fundamentales como la superación y el esfuerzo. El premio podía verse reflejado
en la entrega, predisposición, diversión, seriedad y la gestión individual o
colectiva del esfuerzo para aspirar a un objetivo, que como en la vida, se
puede o no cumplir, sin olvidar que la práctica deportiva contribuye a mejorar
las actitudes y comportamiento de los deportistas. El desarrollo de esas
destrezas algunas veces se veía coronado por un futuro de éxito. Hasta que un
deportista optó por quitarse de inmediato la medalla de plata, por sentir esa
deshonrosa mancha de que “el segundo es el primero de los perdedores”, frase
que se atribuye a Enzo Ferrari, y pasó por los labios de Ayrton Senna o
desbastó Carlos Bilardo. Esconder una medalla de segundo puesto se convirtió en
norma para algunos, duele perder, se debe esconder el mérito porque ya no es
mérito, es afrenta.
En el futbol profesional no enferma el
éxito, sino el exitismo. Al considerarlo un juego deportivo, se debe contemplar
que, en un deporte, no siempre los resultados pueden ser los deseados. Porque
el futbol no escapa a las generalidades, se puede decir que no es banal la
frase “el futbol es el espejo que mejor nos espeja”, atribuida a Jorge Valdano.
Pero aclara que “espeja la violencia, el nacionalismo, espeja el gansterismo,
espeja el exitismo, espeja el fracasismo…”. Millones acuden con expectativas
diarias por ver un partido de futbol, pero no siempre aguardan por noventa
minutos de buen futbol y estilo, sino que se apasionan por el veredicto, por
ver quien triunfa y quien fracasa.
Alguna vez, en la pelea por un
campeonato de benjamines, afrontábamos un partido decisivo por el primer puesto
y un padre se sinceró al afirmar que sería bueno ganar porque los niños se lo
merecían ante “tamaño” esfuerzo en la temporada. Aquel encuentro lo empatamos,
finalizando segundos el torneo. Los niños no sintieron ningún impacto negativo por
salir segundos. La mayoría de las veces lo recordaban por el lamento de los
otros, sus mayores. A mí la frase honesta pero equivocada de ese padre me llevó
a explicarles a los niños que, por esfuerzo, todos los participantes merecerían
el primer puesto, incluido el último. El esfuerzo a veces puede ser coronado
con el éxito, pero el sacrificio es indispensable para encarar cualquier
situación en la vida. Debemos remarcar que se necesita educar en el afán, en el
trabajo. Al año siguiente, y jugando esta vez en liga A, el empeño de los
chicos por comprender que se juega a otra velocidad y mentalidad en la categoría
les llevó una rueda entera asimilar. La tensión por los malos resultados
iniciales desmoralizó a más de uno. El secreto esta vez estaba en el equipo, no
en las individualidades. Finalizamos quintos pero el esfuerzo, ímpetu y la
mentalidad colectiva fue superior a aquel segundo puesto del año anterior. No sé
si se habrá notado, pero se debió valorar más que un subcampeonato, porque a
veces es más difícil gestionar el éxito en edades precoces.
Nos hemos acostumbrado a la peor cara
del futbol profesional: jugadores sacados del mismo molde unineruonal,
banalización del dinero, admiración por sus coches caros o declaraciones
onanistamente exitistas, polémicas y vacías, programas de televisión de chatura
inmensa, pero con infinidad de imágenes, videos y música de gesta continua. La fiebre por la liga y Champions se vive casi
con la misma intensidad -es una exageración que me permito- que, durante julio
y agosto, con el mercado de fichajes. En líneas generales nos dicen que el
éxito se planifica con billetera, que la ilusión se alimenta con fichajes, que
aquel que planifica correctamente no gana, pierde plantilla, porque al
finalizar la campaña le exprimirán a través de transferencias. Hemos perdido la
esencia del potrero o del juego en el patio del colegio. Jugamos para ganar y
no para disfrutar, se arenga para machacar -que fea palabra me sigue
resultando- y no se les habla del sacrificio o de un plan colectivo para
aspirar al objetivo, ya que nos olvidamos de que sigue siendo un juego de
equipo. Ante un muy mal partido de ese mismo equipo de benjamines, pregunté a
un par de jugadores como se sentían por la escasa contracción al esfuerzo
colectivo. Uno de ellos fue tan sincero que quedó expuesto el concepto
individual que se tiene de este deporte de conjunto: estaba conforme porque los
dos goles que habíamos marcado habían sido de él.
La mayoría jugamos en el futbol
modesto o humilde soñando y deseando, en breve, por formar parte del circo
mediático y rentado de este deporte. Pero dentro de ese futbol modesto o de
entrecasa se ha convertido en triste costumbre estrenar cada temporada botas de
marca que luzcan colores diversos, tener una camiseta con su nombre impreso, tatuajes varios en brazos o piernas, festejar goles con coreografía, discutir al árbitro con aspavientos, simular
faltas, molestarse con el entrenador por un cambio ya que el que debe salir del
equipo siempre es el otro. Pero no terminamos de entender que el humilde es el
verdadero futbol, donde la barba hípster no importa, donde las estadísticas son
innecesarias, donde nunca habrá repetición de aquella sublime jugada o del gol
soñado, donde no se necesita ir a Twitter o Instagram para contentar seguidores.
Se añora aquel futbol porque en ese juego de los humildes se fue en verdad
joven.
Aún quedan imágenes de potrero en el
profesional futbol mundial. No es verdad que el futbolista sea moldeado por un único
estereotipo hortera. Existen profesionales que ganan dinero y respeto en la
misma escala. Pero el potrero se extingue. El resultado es lo primero que todos
preguntamos al consultar a un niño que ha jugado por sobre el “¿lo has pasado
bien?”. Algunos padres persiguen a las urgencias alterando el tiempo de
formación con presión inocente pero constante, creyendo que sus hijos compiten
con el resto de los chicos por un puesto en la elite. Para los niños del barrio
el futbol iniciático es el que siempre perdurará en el recuerdo porque aún su
esencia es el juego. Sin reglas ni planificación, la meta es divertirse y jugar
por pasión. Hacer un gol y creer que uno es Messi o el ídolo de turno. Hablar
todo el tiempo de futbol y mirar partidos para imitar movimientos. El futbol de
la infancia es extraordinario, ganar o perder es parte del aferrarse a la
naturaleza o la sencillez de un juego. Aunque no lo parezca, y más de uno
creerá que estoy loco, ser profesional no es tan bonito, a veces es un negocio
más…
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